“El corazón de Ara retumbaba en su pecho. Tenía muchas ganas de llorar. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. El tipo no parecía estar jugando”




 



EL SECUESTRO DE ARA



                                                                                 Andrey Padilla

 

De vez en cuando Ara se bañaba en el río. Lo hacía porque el reino donde vivía era seguro, pero no imaginaba que un habitante de otro reino había cruzado las fronteras, violando un pacto ancestral, y de vez en cuando la observaba cuando se bañaba.

Los ojos del desconocido veían cuando Ara lavaba su cuerpo, cuando lavaba sus cabellos y cuando se ponía sus ropas. Luego veía cuando se marchaba a su casa, acompañada por un séquito de servidores.

Estas acciones se repitieron varias veces, sin que Ara pudiera imaginar lo que estaba a punto de suceder.

Un día, luego de vestirse y cuando emprendía su camino de regreso a casa, descubrió atónita la presencia de una criatura desconocida.

‒¿Quién eres? ‒preguntó Ara, sorprendida‒. ¿Qué haces aquí? Tú no eres de este reino.

‒Me llamo Beydor ‒respondió el desconocido.

Era un oso y estaba de pie frente a la muchacha. Era el oso más alto que jamás se haya visto.

‒Tú no debes estar aquí. Si mi padre se entera que cruzaste la frontera...

‒Por favor, princesa Ara, no le diga nada al rey Charles.

La joven meditó su respuesta por un momento.

‒¿Pero qué haces aquí? ‒dijo al fin‒. Sabes que no es correcto.

‒Hace tiempo, durante mi cacería, llegué, por error, a este lado del río la descubrí a usted. Desde entonces la observo. Pero no con mala intención. Tan solo me gustaría ser su amigo.

El oso Beydor era amable y parecía educado e inofensivo. Y también parecía sincero. Entonces Ara le dijo:

‒Siempre he deseado conocer las tierras que están del otro lado del río. Este es ancho y mi padre jamás dejaría que lo cruce por mi cuenta. ¿Tú me ayudarías a cruzarlo?

‒Por supuesto ‒contestó Beydor con entusiasmo‒. Si uno de estos días lo desea, solo suba a mis hombros y yo la llevo al otro lado del río.

Aquellas palabras hicieron sonreír a la muchacha.

‒De acuerdo, y yo no diré nada a mi padre sobre ti. Alguien se acerca, debo irme ‒dijo Ara cuando oyó que una voz pronunciaba su nombre.

La joven se marchó y Beydor se quedó solo, sonriendo con satisfacción.

Unos días después Ara regresó a la ribera del río para bañarse y esperaba encontrar de nuevo al oso para conversar con él, pero en esa ocasión no estaba. Esto desanimó a la muchacha, por lo que decidió no bañarse y se marchó a su casa.

 

Pasaron varios días y entonces la joven regresó al río y para su sorpresa, ahí estaba Beydor, esperándola.

‒Hola, princesa ‒saludó el oso.

‒Hola, Beydor. ¿Crees que hoy puedas llevarme del otro lado del río? ‒fue lo primero que quiso saber Ara.

‒Como usted diga, majestad.

Y sin más ceremonias ambos entraron al río y Ara montó sobre los hombros de Beydor. Fue muy cómodo el viaje. Sobre todo, porque el pelaje de los osos como Beydor es muy suave y esponjoso. Fue inevitable que Ara mojara sus ropas, pero todo valió la pena para ella, porque unos minutos después estaban en la ribera del otro lado del río.
La muchacha sonrió muy contenta, era muy emocionante estar en una tierra nueva. Y no dejaba de admirar los nuevos paisajes que se ofrecían a sus ojos.

‒Cuando usted guste podemos regresar ‒le dijo el animal.

‒Está bien, Beydor. Sólo déjame ver un poco más ‒respondió Ara.

Aunque ya no estaban en el agua, la princesa seguía montada sobre los hombros del oso.

‒Si gusta bajar y caminar, me dice, alteza.

‒Lo haré ‒dijo ella, pero en ningún momento quiso bajar.

Y vio árboles muy altos, de los que no había en su reino. Y vio montañas gigantes y hasta volcanes. Su tierra era diferente, un inmenso valle, extenso y rico en vegetación, pero las nuevas vistas la deslumbraban.

 

Ara sabía que en esa tierra los únicos animales que había eran osos, así como Beydor. Su padre, el rey Charles, le había comentado sobre ellos y sobre todo le había dicho que no se bañara en el río, sin embargo, ella lo hacía y les decía a sus súbditos que guardaran su secreto. Por eso cuando ella cruzó el río, ninguno de sus sirvientes lo supo. Estaban del otro lado de la colina esperando su regreso. Se había hecho un poco tarde y decidieron ir por Ara, pero cuando se levantaban ella apareció.

‒Ya me bañé, regresemos ‒dijo la joven, mintiendo.

Y nadie supo que había cruzado la frontera con la ayuda de Beydor.


Unos días después Ara volvió al río y Beydor la ayudó a cruzarlo como lo hiciera antes.
‒¿A dónde iremos esta vez? ‒preguntó la joven, montada sobre los hombros del oso.
‒A un lugar que no imagina ‒respondió el animal y ella solo se dejó llevar.
Tomaron un camino lleno de vegetación muy espesa. De pronto Ara tuvo una sensación de peligro, como no la había tenido antes.

‒Alto, Beydor.

‒¿Qué ocurre, majestad? ‒preguntó el oso sin detenerse.

‒Ordené que te detengas. ¿Por qué no lo haces?

‒Aún no llegamos.

‒No importa ‒dijo Ara un poco molesta‒. Solo detente.

‒No puedo hacer eso ‒respondió Beydor.

‒¿Por qué no? Es una orden.

‒Lo siento ‒dijo Beydor‒. En este reino usted no tiene autoridad.

‒¡Gritaré!

‒Puede hacerlo, nadie la escuchará.

Ara sabía que él tenía razón.

‒¡Al menos dime a dónde me llevas! ‒comentó molesta.

‒Con mi amo.

‒¿Quién es tu amo? ¿El rey de los osos?

‒El rey Cordor es el rey de todo el reino y de todos los osos, pero mi amo directo es su hijo, el príncipe Jacques. Él desea conocerla.

‒¿El príncipe Jacques? He oído hablar de él y no han sido...

‒Hemos llegado, princesa.

El oso tomó a la muchacha con sus manos y la bajó de sus hombros. Quedó delante de él y frente a ellos estaba un muchacho alto, de cabello negro y ojos vivaces. Por su vestimenta era claro que pertenecía a la realeza.

‒Majestad ‒dijo Beydor e hizo una reverencia.

‒Soldado ‒contestó el muchacho con aire de superioridad‒. Desaparece ‒ordenó.
El animal se marchó enseguida y se quedaron solos Ara y Jacques.

‒¿Sabes quién soy? ‒preguntó el príncipe.

‒Sí ‒respondió Ara en tono serio‒ y quisiera poder regresar a mi casa ahora mismo. ¿Usted puede ayudarme?

‒Claro ‒dijo el príncipe‒. Pero antes de eso quiero que me hagas un favor.

‒¿Qué favor? ‒preguntó Ara deseando no conocer la respuesta.

‒Quiero que hagas el amor conmigo.

Aquellas palabras dejaron helada a la princesa.

‒Eso es imposible. Si desea algo así vaya al reino de mi padre y pídame como su esposa. Tal vez mi padre acepte y entonces podré estar con usted como me lo pide.

‒No me estás entendiendo. Tú no regresarás a tu reino sin que hayas hecho lo que quiero. Será con tu consentimiento o sin él. Podré usar las palabras o la fuerza. Tú decides.

El corazón de Ara retumbaba en su pecho. Tenía muchas ganas de llorar. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. El tipo no parecía estar jugando.

‒Si usted me obliga a hacer algo así desatará una guerra entre nuestros reinos, ¿eso es lo que quiere?

‒En realidad después de que ocurra lo que quiero, podrás regresar a tu casa. Si no cuentas a tu padre lo que pasó, no habrá necesidad de una guerra.

‒Yo diré a mi padre solo la verdad.

‒Entonces la culpable de una guerra serás tú. Pero basta de palabras.
El joven caminó hacia la muchacha.

‒No se me acerque ‒dijo Ara y echó a correr.

‒Que sea por las malas entonces ‒comentó Jacques y corrió tras ella.

Ella corrió tanto como pudo, pero en pocos segundos sintió que el hombre la alcanzó y la tiró al suelo con fuerza y luego cayó sobre ella.

‒Suéltame, ¡auxilio! ‒gritó Ara, en vano.

Entonces sintió un golpe en la cara que la aturdió. Enseguida se sintió mareada.

‒No te resistas, sé que lo disfrutarás tanto como yo.

‒¡No! ¡No! ‒gritó ella.

El hombre estaba montado sobre ella y le dio otro golpe, más fuerte que el anterior. Ella sintió cuando le arrancó parte del vestido.

‒No... ‒dijo Ara con una voz débil y miró el rostro depravado de su atacante, que se acerca a ella para besarla en la boca.

De pronto oyó un rugido y luego un golpe seco. Enseguida oyó que algo pesado caía sobre la tierra y sintió que su cuerpo se liberaba del peso que estaba sobre ella.
También sintió que unos brazos fuertes la levantaban y la cargaban, pero después de eso ya no sintió nada.

Cuando Ara despertó, se dio cuenta que estaba en su recámara y no supo si había tenido un sueño o si todo había sido realidad.

 


Comentarios


Andrey, tus relatos alimentan la imaginación que nutre a la Literatura, por eso es que siempre es un deleite leer los cuentos que mandas a este Blog que se luce al presentarlos, para que los demás aprendamos la carpintería literaria que se requiere para construir un relato ameno, interesante y verosímil.

Felicitaciones. José Manuel Frías Sarmiento

Marcelo Tolosa dijo…
Ese Andrey. Siento que este blog a como se van sumando integrantes, van sumando aportaciones, que le dan variedad y terminan por enriquecer. Por lo tanto se puede apreciar sus personalidades y estilos. En tu caso el usar cuentos para dar lecciones es parte que ya te caracteriza.

Este cuento tiene una ejecución impecable con el uso de figuras. Es un ilustrativo de las advertencias que siempre nos dicen nuestros Padres e ignoramos por pensar que somos mas listos y capaces.

Justamente hoy leía una frase que encaja perfectamente:
"Para el tiempo que te das cuenta que lo que te decía tu Padre era lo correcto, tendrás un hijo/a que te dirá que esta mal"

Excelente Andrey, sigue RIFANDOTELA!!
Anónimo dijo…
Que bonito cuento que nos hace reflexionar sobre la inseguridad que día a día vivimos y por otra parte la creación de ver un sueño en tus pensamientos. FELICIDADES ME ENCANTO.ALMA BELTRAN

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