“El corazón de Ara retumbaba en su pecho. Tenía muchas ganas
de llorar. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. El tipo no parecía
estar jugando”
EL SECUESTRO DE
ARA
De vez en cuando Ara se bañaba en el río. Lo hacía porque el
reino donde vivía era seguro, pero no imaginaba que un habitante de otro reino
había cruzado las fronteras, violando un pacto ancestral, y de vez en cuando la
observaba cuando se bañaba.
Los ojos del desconocido veían cuando Ara lavaba su cuerpo,
cuando lavaba sus cabellos y cuando se ponía sus ropas. Luego veía cuando se
marchaba a su casa, acompañada por un séquito de servidores.
Estas acciones se repitieron varias veces, sin que Ara
pudiera imaginar lo que estaba a punto de suceder.
Un día, luego de vestirse y cuando emprendía su camino de
regreso a casa, descubrió atónita la presencia de una criatura desconocida.
‒¿Quién eres? ‒preguntó Ara, sorprendida‒. ¿Qué haces aquí?
Tú no eres de este reino.
‒Me llamo Beydor ‒respondió el desconocido.
Era un oso y estaba de pie frente a la muchacha. Era el oso
más alto que jamás se haya visto.
‒Tú no debes estar aquí. Si mi padre se entera que cruzaste
la frontera...
‒Por favor, princesa Ara, no le diga nada al rey Charles.
La joven meditó su respuesta por un momento.
‒¿Pero qué haces aquí? ‒dijo al fin‒. Sabes que no es
correcto.
‒Hace tiempo, durante mi cacería, llegué, por error, a este
lado del río la descubrí a usted. Desde entonces la observo. Pero no con mala
intención. Tan solo me gustaría ser su amigo.
El oso Beydor era amable y parecía educado e inofensivo. Y
también parecía sincero. Entonces Ara le dijo:
‒Siempre he deseado conocer las tierras que están del otro
lado del río. Este es ancho y mi padre jamás dejaría que lo cruce por mi
cuenta. ¿Tú me ayudarías a cruzarlo?
‒Por supuesto ‒contestó Beydor con entusiasmo‒. Si uno de
estos días lo desea, solo suba a mis hombros y yo la llevo al otro lado del
río.
Aquellas palabras hicieron sonreír a la muchacha.
‒De acuerdo, y yo no diré nada a mi padre sobre ti. Alguien
se acerca, debo irme ‒dijo Ara cuando oyó que una voz pronunciaba su nombre.
La joven se marchó y Beydor se quedó solo, sonriendo con
satisfacción.
Unos días después Ara regresó a la ribera del río para
bañarse y esperaba encontrar de nuevo al oso para conversar con él, pero en esa
ocasión no estaba. Esto desanimó a la muchacha, por lo que decidió no bañarse y
se marchó a su casa.
Pasaron varios días y entonces la joven regresó al río y para
su sorpresa, ahí estaba Beydor, esperándola.
‒Hola, princesa ‒saludó el oso.
‒Hola, Beydor. ¿Crees que hoy puedas llevarme del otro lado
del río? ‒fue lo primero que quiso saber Ara.
‒Como usted diga, majestad.
Y sin más ceremonias ambos entraron al río y Ara montó sobre
los hombros de Beydor. Fue muy cómodo el viaje. Sobre todo, porque el pelaje de
los osos como Beydor es muy suave y esponjoso. Fue inevitable que Ara mojara
sus ropas, pero todo valió la pena para ella, porque unos minutos después
estaban en la ribera del otro lado del río.
La muchacha sonrió muy contenta, era muy
emocionante estar en una tierra nueva. Y no dejaba de admirar los nuevos
paisajes que se ofrecían a sus ojos.
‒Cuando usted guste podemos regresar ‒le dijo el animal.
‒Está bien, Beydor. Sólo déjame ver un poco más ‒respondió
Ara.
Aunque ya no estaban en el agua, la princesa seguía montada
sobre los hombros del oso.
‒Si gusta bajar y caminar, me dice, alteza.
‒Lo haré ‒dijo ella, pero en ningún momento quiso bajar.
Y vio árboles muy altos, de los que no había en su reino. Y
vio montañas gigantes y hasta volcanes. Su tierra era diferente, un inmenso
valle, extenso y rico en vegetación, pero las nuevas vistas la deslumbraban.
Ara sabía que en esa tierra los únicos animales que había
eran osos, así como Beydor. Su padre, el rey Charles, le había comentado sobre
ellos y sobre todo le había dicho que no se bañara en el río, sin embargo, ella
lo hacía y les decía a sus súbditos que guardaran su secreto. Por eso cuando
ella cruzó el río, ninguno de sus sirvientes lo supo. Estaban del otro lado de
la colina esperando su regreso. Se había hecho un poco tarde y decidieron ir
por Ara, pero cuando se levantaban ella apareció.
‒Ya me bañé, regresemos ‒dijo la joven, mintiendo.
Y nadie supo que había cruzado la frontera con la ayuda de
Beydor.
Unos días después Ara volvió al río y Beydor la
ayudó a cruzarlo como lo hiciera antes.
‒¿A dónde iremos esta vez? ‒preguntó la joven,
montada sobre los hombros del oso.
‒A un lugar que no imagina ‒respondió el animal
y ella solo se dejó llevar.
Tomaron un camino lleno de vegetación muy
espesa. De pronto Ara tuvo una sensación de peligro, como no la había tenido
antes.
‒Alto, Beydor.
‒¿Qué ocurre, majestad? ‒preguntó el oso sin detenerse.
‒Ordené que te detengas. ¿Por qué no lo haces?
‒Aún no llegamos.
‒No importa ‒dijo Ara un poco molesta‒. Solo detente.
‒No puedo hacer eso ‒respondió Beydor.
‒¿Por qué no? Es una orden.
‒Lo siento ‒dijo Beydor‒. En este reino usted no tiene
autoridad.
‒¡Gritaré!
‒Puede hacerlo, nadie la escuchará.
Ara sabía que él tenía razón.
‒¡Al menos dime a dónde me llevas! ‒comentó molesta.
‒Con mi amo.
‒¿Quién es tu amo? ¿El rey de los osos?
‒El rey Cordor es el rey de todo el reino y de todos los
osos, pero mi amo directo es su hijo, el príncipe Jacques. Él desea conocerla.
‒¿El príncipe Jacques? He oído hablar de él y no han sido...
‒Hemos llegado, princesa.
El oso tomó a la muchacha con sus manos y la bajó de sus
hombros. Quedó delante de él y frente a ellos estaba un muchacho alto, de
cabello negro y ojos vivaces. Por su vestimenta era claro que pertenecía a la
realeza.
‒Majestad ‒dijo Beydor e hizo una reverencia.
‒Soldado ‒contestó el muchacho con aire de superioridad‒.
Desaparece ‒ordenó.
El animal se marchó enseguida y se quedaron
solos Ara y Jacques.
‒¿Sabes quién soy? ‒preguntó el príncipe.
‒Sí ‒respondió Ara en tono serio‒ y quisiera poder regresar a
mi casa ahora mismo. ¿Usted puede ayudarme?
‒Claro ‒dijo el príncipe‒. Pero antes de eso quiero que me
hagas un favor.
‒¿Qué favor? ‒preguntó Ara deseando no conocer la respuesta.
‒Quiero que hagas el amor conmigo.
Aquellas palabras dejaron helada a la princesa.
‒Eso es imposible. Si desea algo así vaya al reino de mi
padre y pídame como su esposa. Tal vez mi padre acepte y entonces podré estar
con usted como me lo pide.
‒No me estás entendiendo. Tú no regresarás a tu reino sin que
hayas hecho lo que quiero. Será con tu consentimiento o sin él. Podré usar las
palabras o la fuerza. Tú decides.
El corazón de Ara retumbaba en su pecho. Tenía muchas ganas
de llorar. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. El tipo no parecía
estar jugando.
‒Si usted me obliga a hacer algo así desatará una guerra
entre nuestros reinos, ¿eso es lo que quiere?
‒En realidad después de que ocurra lo que quiero, podrás
regresar a tu casa. Si no cuentas a tu padre lo que pasó, no habrá necesidad de
una guerra.
‒Yo diré a mi padre solo la verdad.
‒Entonces la culpable de una guerra serás tú. Pero basta de
palabras.
El joven caminó hacia la muchacha.
‒No se me acerque ‒dijo Ara y echó a correr.
‒Que sea por las malas entonces ‒comentó Jacques y corrió
tras ella.
Ella corrió tanto como pudo, pero en pocos segundos sintió
que el hombre la alcanzó y la tiró al suelo con fuerza y luego cayó sobre ella.
‒Suéltame, ¡auxilio! ‒gritó Ara, en vano.
Entonces sintió un golpe en la cara que la aturdió. Enseguida
se sintió mareada.
‒No te resistas, sé que lo disfrutarás tanto como yo.
‒¡No! ¡No! ‒gritó ella.
El hombre estaba montado sobre ella y le dio otro golpe, más
fuerte que el anterior. Ella sintió cuando le arrancó parte del vestido.
‒No... ‒dijo Ara con una voz débil y miró el rostro depravado
de su atacante, que se acerca a ella para besarla en la boca.
De pronto oyó un rugido y luego un golpe seco. Enseguida oyó
que algo pesado caía sobre la tierra y sintió que su cuerpo se liberaba del
peso que estaba sobre ella.
También sintió que unos brazos fuertes la levantaban
y la cargaban, pero después de eso ya no sintió nada.
Cuando Ara despertó, se dio cuenta que estaba en su recámara
y no supo si había tenido un sueño o si todo había sido realidad.
Comentarios
Andrey, tus relatos alimentan la imaginación que nutre a la Literatura, por eso es que siempre es un deleite leer los cuentos que mandas a este Blog que se luce al presentarlos, para que los demás aprendamos la carpintería literaria que se requiere para construir un relato ameno, interesante y verosímil.
Felicitaciones. José Manuel Frías Sarmiento
Este cuento tiene una ejecución impecable con el uso de figuras. Es un ilustrativo de las advertencias que siempre nos dicen nuestros Padres e ignoramos por pensar que somos mas listos y capaces.
Justamente hoy leía una frase que encaja perfectamente:
"Para el tiempo que te das cuenta que lo que te decía tu Padre era lo correcto, tendrás un hijo/a que te dirá que esta mal"
Excelente Andrey, sigue RIFANDOTELA!!