"Las abuelas son unos panes de Dios, unos encantos, unos dulces empalagosos”.
EL PATIO DE MI ABUELA TOLA
Adán Lorenzo Apodaca Félix

Las abuelas están en todas partes, en la poesía es posible encontrarlas, siempre he
pensado que la multicitada Tía Chofi, aparecida recurrentemente en los poemas de Jaime Sabines, en realidad es su abuela. En la Música, no sólo Gabilondo Soler nos las recrea cuando pide a la abuelita que tome las llaves para que enseñe su ropero; también el Nano español, Joan Manuel Serrat la cita en una canción llamada “La abuelita de Kundera”. En menor proporción, las abuelas están también en la pintura. En suma, las abuelas están presentes en la vida tuya, en la nuestra y en la de todos. Lo referenciado en abundancia sobre las abuelas, no imposibilita para escribir sobre mi abuela. Su nombre: Eustolia Fierro Nolasco, para nosotros los nietos, simplemente era: “La Tola”.
Genera muchos recuerdos la Tola. En este breve escrito, queremos dar cuenta de los combates diarios que se suscitaban entre el patio y la Tola en su obsesionado afán aséptico. Situemos estos acontecimientos en Charay, por allá por los años setenta del siglo pasado, temporalidad en la cual la infancia se hacía presente en nuestra corporeidad. El patio inmenso, en complicidad con el viento pueblerino, se encargaba de depositar sobre su superficie toda clase de objetos, bolsas de papel, ramas secas, hojas de árboles, huesos de animales traídos por los perros, un carrito, una canica olvidada por nosotros, una pelota; quedaban en el patio, también, objetos que en este tiempo son difíciles de imaginar que existían como trompos y baleros, dispositivos lúdicos motivos de nuestra felicidad en la época ya descrita. Todos esos objetos amanecían como en una miscelánea de feria sobre el patio de la casa de la Tola.
Los pleitos de nuestra abuela con su patio, empezaban temprano. Como a las ocho de la mañana de todos los días, el patio aliado en complicidad con el sol radiante parecía decirle cada mañana, “mira Tola cómo estoy”. Nuestra abuela se asomaba por la ventana de madera y dirigiendo su mirada hacía la esquina en donde estaba la escoba, también murmuraba amenazante, “mira como amaneciste, ahorita vas a ver”. Esa amenaza-advertencia se cumplía una vez que nos daba de desayunar, nos alistaba para irnos a la escuela y sacaba la jaula con el perico al sol.
De esa forma empezaba su trajinar, levantando aquí, quemando acá, renegando por esto y por lo otro, hora y media después, poco antes del mediodía, el patio quedaba reluciente, coronaba la Tola su tarea echando unos jumatazos de agua sobre el aseado patio, esa labor de limpieza culminada era su orgullo, presunción aumentada con los elogios de la Beatriz, la Teresa y la Angelita, sus vecinas de toda la vida, quienes a manera de saludo expresaban: “Mira que regadito Tola está tu patio”. “Qué limpiecito está el patio Tola” o simplemente, “Madrugaste Tola”.
Fueron muchos años de esa constante batalla, lid que sólo era interrumpida cuando la Tola se enfermaba o cuando las “equipatas” de algún diciembre le ayudaban con sus lluvias y cancelaban los afanes de ambos. Uno de tener objetos diversos sobre su superficie y la otra de barrerlos.
Hoy, a tantos años de distancia, cómo añoramos ser de nuevo testigos de esas batallas, queremos decir que ni el patio ni la protagonista de este relato existen, la abuela Tola hace diez años que desapareció de este mundo, situación que recordamos con tono nostálgico y a punto de soltar el llanto, el patio, por su parte, se ha modificado con construcciones para los demás nietos que, por circunstancias de la vida, no pudieron hacer casa en otros espacios y se lo repartieron.
Qué bueno que tenemos memoria para acordarnos de la abuela y de su patio, con este escrito y nuestro recuerdo los hemos subido al cineasta del subconsciente, para tenerlos presentes cuando queramos ordenar los recuerdos del pueblo y de su gente, tal como dicen Milán Kundera y Alberto Cortez.
Comentarios
Esos patios grandes y tersos por las barridas y los jumatazos es un escenario que el cemento sepultó no sólo en la orografía, sino en el corazón de una sociedad que pierde, sin percatarse, el alma de la convivencia alegre, tranquila y sosegada de las comunidades sinaloenses
Cada que se escribe a través de la memoria, una se conecta y las emociones afloran, vibran. Y como dice la obra de Gabriel García Márquez, Vivir para contarla.
María Luisa
Saludos
Gracias.
Un saludo afectuoso desde Los Mochis para todos y todas.
Adán Apodaca
Su relato golpea a los recuerdos personales y luego éstos, dicen los que saben: son reconfigurados/resignificados para traerlos al presente con otra historia que puede agregar/quitar detalles pero conserva el hecho general y emotivo. Hay cada abuela, con mimos y tratos preferenciales a sus nietos; pero los críos casi no lo notan. Coincido, muchas historias de nosotros y de los demás están hilvanadas con hilos y cruces donde están siempre las abuelas: Va para mi Nana Canucha (Cándida) y mi Nana Calina (Ceferina). La primera buena para la cocina y la bailada. La segunda, buena para las pisteadas, los barullos, y los balazos. Así con ellas.
Saludos.
TAMBIÉN VAYA UN SALUDO AFECTUOSO PARA EL MAESTRO FRIAS QUE SE CODEA CON ESCRITORES SINALOENSES Y NACIONALES PORQUE TAMBIÉN SE LE DA EL ARTE DE ESCRIBIR,PERO SOBRE TODO HACER QUE OTROS ESCRIBAN BAJO SU TUTELA,