“Respiro / Mis pulmones suplican atosigándose de oxígeno / estoy viva / sigo viva / por un fragmento de segundo abro mis ojos, miro la luna”
HUELE
A SAL
Mía
Estefanía Beltrán Beltrán
Yo trato.
Trato cada mañana de no ser la hija
enojada,
la hermana deprimida,
la amiga indiferente.
Trato de que mi mente se quede aquí.
De mantenerla ocupada todo el
tiempo.
Ocupada en cualquier detalle,
cualquier estupidez.
E intentó nadar cada día.
Tratando de convencerme de que soy
algo más que la tristeza en que me ahogo,
algo más que el deseo de correr,
de irme a un lugar donde nadie me
conozca.
Y lo hago bien;
preocupada por proyectos,
por peleas estúpidas,
con la mente en dolores ajenos que a
mí alma no le corresponden,
y me mantengo ocupada lo suficiente
para olvidar ese deseo de irme,
me mantengo a flote.
Pero llega la noche.
Acostada en mi propia habitación
fría,
en compañía de un desorden que no se como
empezó.
La soledad,
el silencio,
la oscuridad, me hacen guardia
y solo entonces la tristeza regresa.
Una mano negra aprieta impasible el
corazón que habita en mi pecho,
y aunque sé que estoy respirando,
que nada de esto es real,
me falta el aire,
y siento que me ahogo como esa
noche,
y aunque trate de nadar,
el agua entra en mis pulmones
y siento que comienzo a quemarme por
dentro,
pataleo pero jamás dejo de hundirme,
mi boca se abre e intento gritar,
pedir ayuda,
pero solo recibo agua salada.
Mis brazos jalan hacia arriba
y casi puedo sentir esa mano
aflojando la presión sobre mi corazón,
no sé nadar,
pero sigo jalando,
puedo sentir el aire en la punta de
mis dedos,
y con un último impulso lo consigo;
estoy fuera.
Respiro.
Mis pulmones suplican atosigándose
de oxígeno,
estoy viva,
sigo viva,
por un fragmento de segundo abro mis
ojos, miro la luna.
Y las olas arrasan conmigo.
Vuelvo a perder el control, no
sabemos nadar me recuerda mi cuerpo, vuelvo a perderme en el agua, y esa mano
que me había soltado aprieta una vez más ese resquebrajado corazón, siento como
se rompe, se desmorona como arena, mis pulmones se queman, ese último soplo de
aire se me va.
Y tocó fondo.
No hay más que negrura, un mar rojo,
sin luna que le ilumine, sin fauna que le habite.
Escucho mi alarma a un lado de mi,
como todas las mañanas, y conscientemente la aplazó, así me preocuparé por lo
tarde que se me ha hecho hoy para salir de casa.
Vuelve a sonar; debo dejar la cama.
Me miró en el espejo, despeinada,
ojerosa, como si estuviera aquí, solo que aún sigo en el agua.
Es tarde, abajo gritan.
Es tarde, pero mi cuerpo no se
mueve.
Mis dedos tocan mi reflejo, parte de
ellos desaparece.
Está frío, huele a sal, a mar, a soledad.
Huele a mi.
Pertenezco ahí.
Abrazada por las olas me hago
chiquita y me fundo en el agua, como un pez.

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