“¿Qué hace que algo trascienda realmente? ¿Qué convierte una pintura en un símbolo universal, un libro en una religión literaria o una canción en un himno generacional?”
TRASCENDER, ASCENDER Y DESCENDER
Ian Báez Palazuelos
Trascender es, según mi perrita, llamada Mora, que
algo sea importante a través del tiempo, que los años no desgasten su
relevancia, y sea un modelo para lo que está por venir.
Cuando algo se vuelve lo suficientemente importante
para convertirse en el estándar, creo que podemos decir que ha trascendido,
¿no? Digo, el estándar del horror cósmico siempre fue y será Howard Phillips
Lovecraft, escritor aclamado por sus novelas que a día de hoy inspiran
películas, series, libros y ficciones más allá de los sueños húmedos de
cualquier escritor de pacotilla, como lo es su servidor.
Pero, ¿qué hace que algo trascienda realmente? ¿Qué
convierte una pintura en un símbolo universal, un libro en una religión
literaria o una canción en un himno generacional?
Mucha gente dice que es el talento. Yo digo que no. El
talento es apenas la base: una piedra bonita sin pulir. Lo que hace trascender
algo es la chispa —ese accidente afortunado donde una idea se cruza con el
tiempo exacto y el público correcto. Nadie sabía que la Mona Lisa sería
famosa hasta que alguien la robó en 1911. Antes de eso, era solo una señora con
una sonrisa sospechosamente ambigua. Fue el robo el que la volvió una leyenda.
Ironías de la historia: trascendió porque desapareció.
Lo mismo pasa con las ideas. A veces una idea no
trasciende porque sea buena, sino porque es necesaria. Lovecraft no inventó el
miedo, pero le dio forma a una época donde el ser humano se sentía pequeño ante
un universo gigantesco y desconocido. La Mona Lisa, en cambio,
trascendió porque representa justo lo contrario: el misterio de lo humano
frente a un mundo que cree tener todas las respuestas.
Quizás trascender no sea permanecer, sino seguir
incomodando. Las cosas que trascienden son las que no cierran del todo. Las que
se quedan zumbando en la cabeza como una mosca invisible. Hay cuadros perfectos
que no recordamos, canciones técnicamente impecables que olvidamos en dos días.
Pero esa nota que desafina, esa palabra fuera de lugar, esa
sonrisa que no sabes si es burla o ternura... eso se queda.
Yo creo que lo trascendente no se elige. Pasa. Es como
enamorarse: sucede porque sí, y sólo el tiempo decide si era amor o una
confusión poética. Algunos quieren trascender a la fuerza, y lo único que
logran es llenar de polvo sus propias estatuas antes de morir.
A veces pienso que lo que realmente trasciende no es
la obra, sino el sentimiento que deja colgando. No recordamos cada palabra de
un libro, pero sí cómo nos hizo sentir. Y ese eco, esa emoción suspendida, es
más fuerte que cualquier argumento. Por eso, quizás, las obras más
trascendentes no son las más pulidas, sino las más honestas.
La honestidad, aunque suene cliché, es peligrosa. Es
admitir que no sabes, que fallas, que sangras. Por eso no todos trascienden: la
mayoría escribe, pinta o canta con miedo de mostrarse de verdad. Pero los que
lo hacen —los que abren la herida y la ponen en la mesa, esos logran algo más
grande que la fama: logran sobrevivirse.
Hay quienes trascienden por grandeza, y quienes lo
hacen por desgracia. Algunos dejan templos, otros dejan ruinas, pero ambos
quedan en la historia. Quizá porque la trascendencia no distingue entre santos
y pecadores. Basta con dejar una huella profunda, aunque sea con las uñas.
También pienso que trascender es un acto de ego, pero
uno noble. Es querer ser escuchado más allá del olvido. No hay nada de malo en
eso: todos tememos desaparecer. Incluso los que dicen no importarle. Todos
queremos que alguien, en algún rincón del futuro, pronuncie nuestro nombre y
diga: “este tipo entendió algo que los demás no”.
Claro que también está el otro extremo: los que
intentan trascender fabricando grandeza, como quien monta un escenario para su
propio funeral. Esos son los que más rápido se olvidan. Porque el público
siempre nota cuando le mienten. Lo auténtico, en cambio, puede ser torpe, puede
ser feo, pero resiste.
Y si lo pensamos bien, trascender también tiene algo
de castigo. Quedar atado eternamente a una obra o a una idea, condenado a
repetirla por los siglos. Nadie piensa en eso. Nadie imagina a Van Gogh harto
de sus girasoles o a Edgar Alan Poe cansado de que todo el mundo lo asocie con
cuervos. Pero así es: la inmortalidad tiene su costo.
Quizás por eso me gusta más la idea de ascender o
descender. Ascender es dejar algo atrás, soltar el peso de lo que fuiste.
Descender, en cambio, es hundirte con dignidad en el barro de tu tiempo,
aceptar que eres parte de él. Trascender está sobrevalorado; yo solo quiero
llegar al punto en que mis palabras tengan un lugar donde caer.
Y si algo me enseñó Mora —además de morder los zapatos
más caros—, es que las cosas que realmente importan no buscan trascender. Una
perrita no escribe historia, pero deja huellas en la tierra. Nadie las ve, pero
ahí están, marcando su paso. Tal vez esa sea la forma más honesta de
permanecer: no queriendo hacerlo.
Quizás el secreto esté en vivir tan intensamente el
presente que no te importe el futuro, y entonces, sin darte cuenta, termines trascendiendo
por accidente. Como esas canciones que alguien escribió en una servilleta de
bar sin imaginar que un siglo después la seguirían cantando desconocidos
borrachos.
Así que, si algún día me preguntan cómo trascender,
responderé lo mismo que Mora cuando la llamo y no viene: “no se trata de
llegar, se trata de oler bien el camino”.
Y si no llego a trascender, al menos espero que Mora sí lo haga, que algún día un libro empiece con la frase:
"Según la perrita de
Ian, el humano fue una buena inspiración."
Y quién sabe, tal vez al final trascender sea sólo una
palabra elegante para no admitir que tenemos miedo de desaparecer.

Comentarios
Algunos se vuelven inmortales y traspasan los tiempos con sus narraciones, sus poemas o sus pinturas, esculturas y edificios. Otros viven y su palabra resuena en ls templos de todas las religiones.... Pero muchos sólo viven... por vivir, y así, como lo canta Edén Muñoz: "Vivir por vivir no es vida"
Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
Ian disfruté la lectura de este tema el cual no me había tocado leerlo desde tu propia perspectiva.
A su vez, aprovecho para dejarte un gran saludo.