“Hay algo casi filosófico en la sensación de conducir: vas avanzando, mirando el camino, pero también mirando dentro de ti”



 



EL CAMINO TAMBIÉN ENSEÑA A QUIEN LO CONDUCE

 

Celeste Giselle Quintero Plata

 

Aprender a manejar no fue sólo aprender a mover un carro. Fue, sin darme cuenta, una lección sobre mí misma, sobre el control, el miedo y la paciencia.

Al principio todo parecía fácil, ves a la gente manejando y piensas: “sólo es girar el volante y avanzar”. Pero cuando me senté por primera vez al frente, entendí que no se trataba sólo de eso, era tener el poder de mover algo más grande que yo y, al mismo tiempo, la responsabilidad de no perder el control.

Las primeras veces fueron un caos. Las manos sudadas, los nervios, la mezcla entre querer hacerlo bien y no saber cómo. A veces me frustraba porque el carro se apagaba, porque me decían “suelta el clutch despacio”, y yo lo soltaba con miedo o con prisa.

Pero poco a poco comprendí que todo en la vida funciona igual: si haces las cosas con miedo, se detienen; si lo haces con prisa, se descontrolan. El punto está en el equilibrio. Manejar me enseñó a observar. A entender que cada movimiento tiene consecuencia, que una simple distracción puede cambiar la dirección de todo. Y también me enseñó a confiar, a escuchar esa calma interna que te dice “sí puedes, sólo respira”. Hay algo casi filosófico en la sensación de conducir: vas avanzando, mirando el camino, pero también mirando dentro de ti.

El espejo retrovisor te recuerda que no puedes borrar lo que dejas atrás, pero que tampoco puedes quedarte viendo ahí demasiado tiempo, porque podrías chocar con lo que viene. El retrovisor es la memoria; el parabrisas, el futuro.

Y entre una y otra cosa, estás tú: intentando no desviarte, aprendiendo a frenar cuando toca, y a acelerar cuando ya es momento de avanzar. Ahora entiendo que manejar no era sólo una habilidad práctica, sino una metáfora de la vida. Aprendes, fallas, te asustas, te detienes… y luego, sin darte cuenta, ya vas más lejos de lo que imaginaba.

Comentarios

Marité Ibarra dijo…
Hola Celeste!!! Una buena analogía entre el control de la vida y manejar un auto. Tomar un volante no es cualquier cosa, es mucha responsabilidad, está envuelta la vida de uno y la de los demás!!!
Me dio gusto leerte compañera.
Saludos!!!
GILBERTO MORENO dijo…
muy buena analogía de la vida, la cual efectivamente es un camino y que hay que saber andar en este instrumento material llamado cuerpo, al cual hay que aprender a maneja, cual vehículo, saber cuando arrancarlo, cuando frenarlo, cuando acelerar, y tomar las dificultades del camino con cuidado. Esas curva, eso baches. Unas veces caminos sin salida, o sin retorno. Otras veces sin camino. Saludos. muy interesante. Tu amigo, Gilberto Moreno

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