“Aprovechaba mejor mi existencia en los planos del sueño; era más feliz dormido”



 



EL PROMETEO MODERNO

 

Yazmín Lares Salazar

 

Hoy desperté por el canto de un ave fuera de mi ventana. No sé qué hora era, pero debió de haber sido muy temprano, pues sentí la luz del sol suavemente acariciando mi rostro y la miré trepar lentamente sobre la pared corroída.

Apático, me di la vuelta y cerré los ojos. El ave trinó aún más, como si mi indiferencia le hiriera, pero hice caso omiso. Ya había yo renunciado a los simples placeres y bellezas en la vida; para mí no eran más que distracciones y recordatorios de las cosas que no podía poseer.

El colchón crujió bajo mi peso. Un ambiente gélido invadió la habitación poco a poco hasta que lo sentí en los huesos. En las paredes miserables de mi prisión no había lugar para nada bueno. Ciertamente no desde que me había permitido existir dentro de ella, y para mí era la prueba de que nada bueno podía habitar en su interior.

Podía escuchar a las personas caminando, a los carros y autobuses pasar por las calles, a las risas melódicas de los niños. Todas, señales de una vida lejana; una vida a la que yo ya no formaba parte.

Aprovechaba mejor mi existencia en los planos del sueño; era más feliz dormido.

En el dulce mar de la inconsciencia donde nada podía alcanzarme. Donde solo tenía que cerrar los ojos y desaparecer. El lugar donde las sombras de años atrás no me seguían y donde podía ver cosas que ningún humano creería; donde mi existencia no era una herida abierta, sino la pus que supuraba de ella.

Pero cruelmente mi sueño no es eterno y, a las horas, mi cuerpo se levanta, se desenvuelve de las sábanas y camina alrededor de la habitación. Ojos cansados miran alrededor de las viejas paredes; la alfombra desgastada casi parece ofender a mis pies desnudos. No hay nada que valga la pena aquí: objetos sin valor alguno, tal vez lo tuvieron antes, pero ahora son simples reliquias coleccionando polvo en una esquina; fotografías con rostros que ya no puedo recordar, instrumentos que mis manos no pueden tocar, libros cuyas palabras no me pueden dar cobijo.

Mi cuerpo anémico da vueltas; mis pasos ya no tienen rumbo. Son nacidos de una vieja rutina, no por confort o placer. Esas palabras no existen en mi limitado vocabulario. No, mis acciones son conducidas por el simple instinto animal. No soy más que un viejo lobo dando vueltas en su recinto, sin dientes y manso. Los años me han pasado y no han sido benevolentes conmigo, y yo… me he deslizado en una vana existencia, en la que nadie me extraña y no he dejado nada memorable detrás de mi persona. Mi aislamiento es una trampa autoimpuesta, la perfecta y suave manta que me cubre de la detestable interacción social.

Mis pies se detienen frente a la ventana. El sol ya se está metiendo y los colores del cielo se diluyen en suaves matices. De lejos puedo vislumbrar la silueta de las personas que se alejan como partículas de polvo que desaparecen en un parpadeo, como si nunca hubiesen existido. En este mundo frío y vasto solo existo yo.

Mi mano sin gobernar se alza; trata de alcanzar el vidrio empañado de mi ventana, pero se rinde y cae. Doy unos cuantos pasos hacia atrás y vuelvo a la vieja cama.

Me recuesto, pero esta vez no concilio el sueño. Dios no es tan misericordioso conmigo. De la puerta entreabierta del baño, el sonido de las gotas cayendo se cuela a la habitación. Plop, plop, plop.

Las viejas tuberías hacen un ruido; tal vez es un crujido o un chillido. No estoy seguro de ello, ni tampoco me importa saberlo. En mi habitación no entra el deseo de conocer nada, ni siquiera los objetos en ella. No hay mucho: un baño, una ducha que a veces se usa, una vieja cama, un librero, un escritorio con basura apilada, cosas sentimentales que no tienen valor, la ventana y, en el fondo del mausoleo a una vieja vida, estoy yo. Objeto olvidado, en ruinas… ya casi seco.

Por fin mis ojos se cierran y me deslizo lejos de aquí, en la deseada oscuridad y calma. La conciencia cesa y da lugar al simple letargo. El dulce respiro que me permite alejarme de todo, olvidarme de que soy tan insignificante como las manchas que corroen la pared de mi habitación.

Comentarios

Anónimo dijo…
Muy profundo y existencialista su relato compañera Lares, la felicito por lo agudo y sensible de sus comentarios. Le mando un abrazo y mi felicitación desde Los Mochis Sinaloa.
Marité Ibarra dijo…
Yazmín hola!! Tu texto me hace pensar más en alguien deprimido que enfermo o viejo. Cuando se pierde la ilusión de vivir, ya es muy difícil disfrutar de las pequeñas cosas maravillosas como la luz matinal y los sonidos del exterior como el canto de un ave. Describes bien los sentimientos contenidos.
Te mando un gran saludo compañera
GILBERTO MORENO dijo…
Señorita Yazmín, déjeme decirle que escribe usted muy bonito, aunque el escrito se componga de trémulos atardeceres, nostalgias y depresión, transmite con lujo de detalle el sentimiento de desolación y la crisis existencial. Hermosa manera de escribir . Saludos.

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