“La promesa no había sido un simple susurro al oído, sino un juramento silencioso sellado con un apretón de manos”
UN AÑO PARA CUMPLIR
Maira Francisca Ayón Cervantes
El sol
caía a plomo en el rancho, el aire, denso y cargado de recuerdos, me envolvía,
mientras veía una fotografía de mi padre. El sol poniente pintaba el cielo con
tonos rojizos, creando un escenario dramático para el momento. En mis manos, un
puñado de tierra seca, un símbolo tangible de la promesa que estaba a punto de
cumplirse. Falta sólo un año. Un año para graduarme. Un año para honrar el
pacto silencioso hecho bajo las estrellas, un pacto con mi padre adoptivo, un
hombre que me dio todo, un hombre que ahora sólo existe en mis recuerdos, en la
fotografía que veo cuando voy de visita a casa de mi mama.
Han
pasado ya muchos años desde que le prometí a mi papá, antes de que la
enfermedad se lo llevara, que me convertiría en profesional. La promesa no
había sido un simple susurro al oído, sino un juramento silencioso sellado con
un apretón de manos, bajo la inmensidad del cielo estrellado. Una noche fría,
una de esas noches en las que las estrellas parecen acercarse a la tierra,
susurrando secretos al viento. En ese momento, yo apenas una adolescente,
miraba a mi padre, un hombre curtido por el sol y el trabajo en el campo, sus
manos callosas pero llenas de ternura. Él, con su mirada profunda y penetrante,
me había hablado de sus sueños, de sus esperanzas para mi futuro, de la
importancia de la educación, de la necesidad de superarse. Me había hablado de
su propia vida, de sus sacrificios, de sus limitaciones, de su anhelo de que yo
tuviera una vida mejor, una vida llena de oportunidades que él no había tenido.
Y entonces, con una mezcla de orgullo y esperanza en sus ojos, me había
propuesto un pacto, un compromiso tácito: convertirme en una profesional.
No fue
una imposición, sino una invitación a un viaje conjunto, una meta compartida
que nos uniría más allá de la sangre. Yo, con la inocencia y la fe propias de
la adolescencia, había aceptado con entusiasmo, con la promesa tácita de llevar
a cabo esa misión. Nos estrechamos las manos, un apretón firme y cálido que
selló el pacto, un pacto que trascendía las palabras, un pacto que se grabó en
nuestros corazones. No hubo necesidad de palabras rimbombantes, ni de
juramentos solemnes. La promesa resonaba en el silencio de la noche, en la
inmensidad del cielo estrellado, en la mirada profunda y cariñosa de mi padre. Era
una promesa de amor, de gratitud, de perseverancia.
Inicialmente,
mi incapacidad para cumplir la promesa causó un profundo sentimiento de culpa y
remordimiento. El peso de haber incumplido mi palabra a mi padre me agobiaba,
especialmente considerando el significado especial de esa promesa para ambos.
Me sentía defraudada conmigo misma y con la memoria de mi padre, experimentando
un profundo sentimiento de fracaso. Esta carga emocional me acompañó durante
mucho tiempo, nublando mi perspectiva y dificultando mi avance. Sin embargo,
este sentimiento de culpa, lejos de paralizarme, se convirtió en un catalizador
para buscar un nuevo camino que me permitiera, de alguna manera, honrar la
promesa y la memoria de mi padre.
Ahora,
a un año de mi graduación, esa promesa se cernía sobre mí como una estrella
guía, un faro en la oscuridad. No ha sido un camino fácil. La vida me ha
presentado obstáculos inesperados, me había desviado de mi rumbo inicial, me
había obligado a tomar decisiones difíciles. Pero la promesa a mi padre,
grabada a fuego en su corazón, me ha mantenido en pie, impulsándome a seguir
adelante, a perseguir mi sueño, aunque es a través de un camino diferente al
que inicialmente había planeado. Falta un año. Un año para cumplir la promesa,
para honrar la memoria de mi padre, para agradecerle, con todo mi ser, el amor
incondicional que me hizo ser quien soy. Un año para convertir ese puñado de
tierra seca en un símbolo de fertilidad, de crecimiento, de un futuro
prometedor. Un año para demostrar que la promesa hecha bajo las estrellas, a un
año de cumplirse, se convertirá en una realidad tangible, un testimonio de
amor, perseverancia, y gratitud.
Expreso mi eterna gratitud por el amor, la guía y la dedicación que me brindaste en vida, incluso sin compartir lazos sanguíneos. Serás siempre un padre excepcional en mi memoria, gracias por ser mi padre, descansa en paz.

Comentarios
Te felicito, te admiro y te reconozco como hij y como escritura
Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
Ojalá leas los comentarios y pronto decidas responderlos o tan solo agradecerlos, y de esta manera poder tener un acercamiento entre escritor y lector y no queden los comentarios escritos en el aire.
Te mando un gran saludo!!