“Cuando Dios repartió a las amigas, a mí me tocó formarme dos veces”
LAS LAURAS (I)
María
Madrid Zazueta
Cuando
Dios repartió a las amigas, a mí me tocó formarme dos veces. He sido muy
bendecida con muchas; todas, y cada una de ellas, son regalos que enriquecen mi
vida y son mis hermanas por elección. Cada amiga en su momento me ha acompañado
en alguna etapa trascendental. Ninguna se ha ido, todas se van sumando para la eternidad.
Ya no las frecuento como en su momento, pero sí sé de ellas. Esos raros encuentros
siempre son especiales, siempre sentidos y deseados. Así que hablar de las
Lauras de mi vida no es tarea fácil. Sólo puedo decir que en este momento son
mi inspiración. Se me aparecen de la nada en mis recuerdos. Inundan mi mente de
momentos compartidos tan persistentes que necesito escribir la forma y el
momento en que llegaron a mi vida.
Laura
Valencia. A esta Laura la conocí en un curso de capacitación como Instructor
comunitario en el CONAFE, por allá en el verano del año 1994. Entre todas las
mujeres jovencitas que nos capacitábamos, ella sobresalía por ser de las más
altas. Por su cabello rizado y alborotado que a veces peinaba en dos colitas.
Para mí era un faro en el mar de las mujeres, porque solía andar sola para
todas partes. No era apegada a nadie. Aunque compartía ciertos momentos con su
amiga y vecina, luego también mi amiga, Aris. Ambas de La Palma, Navolato.
Aunque Laura nació en la sierra de Badiraguato desde la cual ella vislumbraba
un mundo detrás de aquellos cerros que rodeaban su casa. Las mujeres, no sé por
qué, suelen ir siempre al baño al menos de dos en dos. Laura iba sola a donde
sea. Yo también. Aunque a diferencia de ella, suelo adaptarme a las
circunstancias. Si alguien me invita camino con ella; si no hay nadie, camino
sola.
Uno de
mis recuerdos más recurrentes es la vez que unas compañeras del grupo querían
maquillar a otra compañera de la que sólo recuerdo su nariz aguileña, su pelo
corto y rizado y su complexión baja y algo redonda. No alcanzaban las pinturas
prestadas para terminar la empresa, por eso una de ellas le pide las suyas a
Laura y ella, sin pena y en total uso de sus derechos, dijo - ¿y yo por qué se
las voy a prestar? -. Dejando enmudecidas a todas aquellas generosas acomedidas.
Para mí, fue un encanto conocer a alguien que defendiera de esa forma sus
pertenencias tan personales.
Otro
recuerdo de Laura Valencia que baila en mi memoria es en Cosalá, durante otro verano
de capacitación, ahora para ser capacitadores. Asistimos jóvenes de todo el
estado de Sinaloa. Yo no sé qué tenía ella que nos seducía y de repente nos
destanteaba con cosas inusuales en las que nadie la pillaba, como quedarse dormida
en las sesiones de trabajo académico. Laura abría un libro, lo paraba en la
mesa en la que se recargaba y disfrutaba de siesta en siesta sin que la
coordinadora se diera cuenta. Mientras que a mí cada media hora me mandaba
Teresita a lavarme la cara a ver si se me quitaba el pesado sueño que me
atrapaba en ese calor que desde entonces ya era el mismo insoportable que
decimos que es cada año. Nosotros trabajábamos en un local rentado o prestado
por el municipio, era un tejaban largo, con piso, baños y no sé si eran
lavamanos o una pileta donde me lavaba la cara para despejar el sueño, en el
mero centro del hermoso Cosalá. Creo que era un salón de baile. Yo no sé si fue
allí o en otro lugar al que nos llevaron donde había una piscina donde una nos
cayó una tormenta de las que son tupidas, pero tranquilas, sin truenos ni
relámpagos. ¡Qué cosa más rica estar mojada al doble! Otra tarde, también en el
local de capacitación, empezó a llover. Era el cierre de la capacitación y nos
hicieron un pequeño y sencillo convivio al que llevaron unas bocinas con la que
se arrancó el baile. De todo lo sucedido en ese día, lo que más atesoro es la
visión de Laura bailando sola, pasitos pequeños, suaves, cadenciosos, apenas se
notaba que contoneaba su cuerpo espigado, se tocaba su rizado cabello y dejaba
correr por su torneado y estilizado cuerpo el rocío de la lluvia. Me quedé embelesada
viéndola y sintiendo todo al mismo tiempo, la lluvia, la música, la cadencia de
Laura, la frescura de la tarde, el recuerdo de ella bailando sola. Me pregunto
quién más se percató de esa vivencia que duró algunos dos minutos, pero pervive
en mí desde hace tres décadas.
Laura
siempre me llevaba un mes, un año, por delante en tomar las decisiones
existenciales. Es esa etapa yo no tenía claro qué quería hacer. Ingresé al
CONAFE porque quería la beca para estudiar Terapia física en el CONALEP. Pero cuando
terminé el año de servicio social descontinuaron la carrera, y entonces ya no
supe qué carrera estudiar y me quedé nueve años en el servicio social educando
a población infantil y adolescente en los campos agrícola y parte serrana del
estado. Laura estuvo ocho. Sería en el tercer año cuando decidió estudiar corte
y confección. Me platicaba con tanta emoción lo que aprendía y me mostraba lo
que hacía, que luego me inscribí yo también en el STASE. Pero no la hice. Como
cuatro años más tarde, Laura me habló de lo que estaba aprendiendo en la UPN,
de las lecturas que leía de los autores que explicaban lo que nosotros ya
hacíamos en la práctica educativa; de nuevo su emoción me impregnó y al año
siguiente me inscribí en la universidad, misma en la que hice la maestría.
Desde hace más de quince años hasta me mantengo de ella, sólo que ahora es
UPES.
Salí
del CONAFE y me faltaban dos años de beca. Ya había terminado la licenciatura
en educación. Otra vez no sabía qué hacer. Entonces Laura me habló de un Diplomado
que estaba tomando en el entonces Instituto Humanista de Sinaloa, llamado
Aprendiendo a vivir. Me contó un poco de las sesiones, de lo que leía, de lo
que estaba aprendiendo de ella misma que también me cautivó. Además, el
instituto me quedaba a unas cuadras de la casa. Yo no sé por qué fue Laura la
que se enteró primero. Este colegio de ricos me abrió muchos recovecos de mi
vida. Yo ya había tomado terapia psicológica grupal desde los 18 años; pero
esta vez era más consciente de mi responsabilidad para aprovechar esas
sesiones, literalmente valían oro. Me dieron varias lecturas muy interesantes, nos
trajeron a asesores nacionales e internacionales; cuando había necesidad se nos
canalizaba a una sesión privada; eso sí, con sus respectivos $500 por delante;
que, en esos años, y ahora mismo, un salario mínimo no los puede pagar. Terminé
el diplomado muy agradecida por la aventura de conocer cómo me podía conocer.
También muy enojada por las cosas de mi vida que entendí me habían dañado y que
luego nadie me dijo cómo debía afrontar. Salí de ese instituto y ya no quise
volver. Todavía me quedaba un año de beca que no hallaba cómo ni dónde gastar.
Por primera vez decidí qué hacer sin que Laura me lo presentara, y eso fueron
los dos cursos de fotografía libre que tomé en la escuela de fotografía de la
UAS. Desde entonces, para mí, mis fotos son un arte, y olvídense de pedirme que
les tome fotos de cualquier situación. No me gustan las selfies y detesto que
me hablen para tomar fotos modelando. Me gusta capturar los momentos, los
detalles que captan mi atención…, es un arte por el que siento mucho respeto y
guardo con mucho celo para mí propia colección de fotos.
Laura
se casó, tuvo sus hijas. Le di clases a la segunda, mi hermosa e inteligente y
vivaz, Ángela. Luego tuvo gemelos. Ella hace poco terminó su maestría, y sólo
en eso le he ganado en algo. A la fecha
ella ya sabe hacer pinturas artísticas y tomó clases de flamenco, del que yo
vivo apasionada. Actualmente, estamos en espera de acordar con Maribel, otra
grande y entrañable amiga del CONAFE, la huida de Culiacán y de nuestra vida de
amas de casa y trabajadoras, para irnos a vaguear, ojalá, a una ruta del vino
en el Valle de California.
Estimado
lector, si ha llegado aquí, le felicito y me felicito por capturar su atención
unos minutos. Mi otra Laura, por el momento quedará pendiente. Este texto se ha
hecho más largo de lo que esperaba, y ni siquiera he compartido nada del
trabajo pedagógico realizado hombro a hombro con Laura; de nuestras pláticas de
pasillo y de café tan sustanciosas que ahora me recuerdan mis pláticas con
Frías. No les he contado de cómo admiro a Laura haciendo tortillas de harina
con las puras manos; de los ratos en las loncherías cuando descansábamos del
trabajo en la oficina. De las sesiones que Laura presidió como coordinadora y
de las que me heredó a Daniel Cassany; de las escritoras que me compartió como
Isabel Allende, Ángeles Mastretta y Marcela Serrano. Me falta tanto que contar
de las noches de orfandad en hoteles y moteles donde nos podía acomodar el
CONAFE mientras cumplíamos nuestro servicio y capacitación en pueblos,
comunidades, ciudades y costas de casi toda esta hermosa tierra sinaloense,
incluyendo también a Chihuahua, Nayarit y Zacatecas; la primera visita a la
Ciudad de México y nuestra estancia en el ex convento de San Cayetano, en el
Estado de Toluca donde empecé y terminé un texto de más de cuarenta páginas que
eran cartas escritas para mi otra Laura. Laura Bojórquez. Mi otra Laura a la
que espero en breve poderles presentar.
Comentarios
Saludos, tu amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Bueno María me gusta este tipo de texto por que así conocemos más a la escritora, sus vivencias, su formación, su personalidad, sus gustos, etc y así entramos en más familiaridad.
Contar con amigos siempre es muy importante, se necesitan en muchos aspectos pues somos seres vivos que necesitamos y establecemos interacciones sociales.
Estaremos esperando la segunda o quizá la tercera continuación de tus relatos sobre tus amigas Lauras.
Seguimos leyéndonos.
Te mando un gran abrazo!
Qué risa y qué pena recordar lo de las pinturas. Créeme que ya soy más solidaria, comparto con más facilidad y socializo un poquito más, aunque sigo disfrutando de estar conmigo misma, de estar en calma y en silencio. Bueno… a veces no paro de platicar, y hay una personita que desea que permanezca en silencio al menos por un instante. Luego te cuento quién.
Ah, déjame contarte: el baile aún habita en mí, pero solo en los rincones sagrados de mi casa, en el pasillo de la cocina o frente al espejo… ¡Ah, el sueño! Basta con rozar la almohada para caer rendida en brazos de Morfeo, donde ningún poder terrenal logra sacarme con facilidad.
Me encanta poder ver, a través de tus palabras, que puedo inspirar o motivar a alguien a emprender una nueva experiencia. Pero lo que más toca mi corazón fue darme cuenta de cómo, en un momento, ambas definimos nuestros propios caminos. Qué bonito es sentirme tu compañera de viaje, y aún más, ser testigo de que en algún momento todos encontramos nuestro propio rumbo: ese que nos hace sentir auténticos y, finalmente, en paz con nosotros mismos.
Celebro lo vivido contigo y doy gracias por la oportunidad que nos da la vida de cruzar nuestros caminos y seguir creciendo. Te mando un abrazo, y quedo a la espera de un nuevo reencuentro... y qué mejor que en ese viaje de chicas, como el de los personajes de Marcela Serrano, donde la amistad —como la nuestra— trasciende el tiempo y la distancia, alimentando nuestras almas para la eternidad.
Sin embargo, quedan “pendiente” lo que no se llevó. Por la razones que sabes; el flamenco y terapia física.
Narrar nos libera de un tubo digestivo que acapara todo.
Saludos, cuídate! Te envío un fuerte abrazo
La felicito por este hermoso relato de vida y espero la segunda parte.
Saludos