“Quería entenderlo, pero no pensaba quedármelo. ¿Cruel? Tal vez. Pero ésa era mi verdad. Yo lo sabía. Él no. Y ése fue el problema”
LA CAZADORA DE AVES
Miriam Yoselín Espinoza Félix
Estaba
recostada sobre mi cama cuando lo vi por primera vez. Posado sobre una rama, al
otro lado de la ventana, un pájaro azul me observaba. No cantaba, no volaba,
sólo estaba ahí, viéndome fijamente. Me fue imposible no advertir su mirada
penetrante. Y claro que me llenó de intriga: ¿por qué me ve tanto? ¿Estará
buscando algo? Pasaron unos segundos y se fue volando. Tan misterioso como
llegó, desapareció de un segundo a otro. Pero no acabó ahí.
En los días
siguientes, el pájaro regresó, siempre a la misma hora. Esa parecía ser su
nueva rutina: llegaba, me miraba un rato y se iba. Con el tiempo, comencé a
topármelo en más lugares. Nuestras miradas se cruzaban por momentos, pero no
creía que me estuviera siguiendo. Sólo coincidíamos.
Pasó el tiempo. Él me seguía mirando y mi nueva intriga era: si sabía que le gustaba verme,
¿por qué no se acercaba? ¿Por qué no me decía algo? Un día reuní el valor y le
hablé. Para mi sorpresa, no estaba tan loca: me respondió. Parecía que sólo
esperaba ese pequeño impulso, porque desde entonces no se despegó de mí.
Comenzamos a hablar todos los días. Era mi primera conversación al despertar y
la última antes de dormir.
Los problemas
comenzaron cuando, yo, siendo cazadora de aves, me di cuenta de que esta vez no
era diferente. Desde el inicio no lo quería. Sólo me intrigaba la fascinación
que parecía tener conmigo. Quería entenderlo, pero no pensaba quedármelo.
¿Cruel? Tal vez. Pero esa era mi verdad. Yo lo sabía. Él no. Y ése fue el
problema.
Agregamos algo
nuevo a nuestra rutina: todos los jueves a las 2 de la tarde compartíamos un
café y hablábamos. Él se emocionaba desde horas antes. Sabía que los jueves
eran nuestros. Su emoción se notaba en su pequeño rostro, pero yo no sentía más
que ese primer impulso de curiosidad. Con el paso de las semanas, su afecto por
mí crecía, pero yo no se lo decía. ¿Cómo hacerlo sin parecer egoísta? Yo había
tomado su tiempo. Lo estaba haciendo mío. Su emoción era real, su fascinación
por mí también. Todo en él quería pertenecerme. Pero yo sólo buscaba esa
sensación de que algo, alguien, quería estar junto a mí. Aunque supiera que lo
que sentía no iba más allá de disfrutar sentirme especial.
Y, sin embargo,
no podía dejar de tratarlo. Por momentos, incluso, sentía que algo en mí estaba
cambiando. Era irónico que alguien que se dedicaba a cazar aves un día
terminara enamorándose de una.
Poco después,
él comenzó a presionarme. Ya no le bastaba con un día a la semana. Quería más.
Quería saber todo sobre mí, a todas horas. Se volvió posesivo. Sin querer, yo
misma le había abierto la puerta al que ahora sería mi cazador. La oveja
perseguía al lobo, y yo no sabía cómo salir de ese círculo vicioso.
No sabía qué
era más tóxico: haber comenzado este juego sabiendo lo que él sentía, o que, al
final del día, me gustaba. Me gustaba saber que alguien estaba pendiente de mí.
Aunque supiera que no estaba bien, su atención era embriagadora.
Decidí seguir
el juego. Si quería cazar al ave, debía dejar que creyera que él era quien me
estaba acorralando. Comencé a encontrarlo más seguido, pero llegó un punto en
el que el juego me sobrepasó. La angustia se volvió real. Había caído en su
trampa. Me había acostumbrado tanto a su presencia que los días que no aparecía
por mi ventana me sentía vacía. Ahora era yo quien esperaba con ansias su
llegada. Él me había hecho suya, cuando yo pensé que era al revés. Y ya no
sabía cómo salir de ahí. Era como una droga.
Sin querer,
comencé a depender de su atención. La cazadora de aves se había convertido en
la presa.
Pasó el tiempo.
Un día, por fin, lo solté. Sabía que no me hacía bien, que no era lo que quería
para mi futuro. Pero cada noche, al acostarme, seguía mirando de reojo hacia la
ventana, que dejaba abierta, con la pequeña esperanza de que, al volver la
vista, él estuviera ahí, como la primera vez: observándome en silencio, sin
cantar, sin volar.
Pasaron los
meses. Pasó un año. Y justo cuando creí que esta tonta historia del pájaro y su
cazadora había llegado a su fin… apareció. Pero ya no a través de mi ventana.
Esta vez lo vi postrado en otro árbol, mirando a la nada.
Lo pensé mucho.
Cuánto me había costado dejarlo ir. Y ahora que lo tenía otra vez frente a mí,
volvió ese impulso de hablarle. Como la primera vez. Pero algo era diferente:
ya no era él quien me miraba. Ahora era yo la que lo observaba, desde lejos,
sin hablar, sin volar. Comencé a regresar todos los días, sólo para mirarlo. Y,
sin darme cuenta, la cazadora de aves se había convertido en un pájaro azul.
Comentarios
Saludo, felicitaciones y ojalá, ustedes como los demás se animen a comentar.
Mtro. José Manuel Frías Sarmiento
Me gustaría comenzar expresando mi más sincero agradecimiento por publicar mis escritos en su blog y por las palabras tan amables y motivadoras que ha compartido sobre mi trabajo. Es un honor para mí que haya reconocido el potencial de mis relatos y me haya brindado la oportunidad de compartirlos con su audiencia.
Me siento especialmente agradecida por la oportunidad de compartir mis historias con otros lectores y escritores, y comprendo la importancia de interactuar con la comunidad literaria. Me comprometo a hacer un esfuerzo por comentar y participar más activamente en el blog, no solo para seguir publicando mis trabajos, sino también para apoyar y aprender de otros escritores.
Muchas gracias nuevamente por su apoyo y reconocimiento.
Atentamente,
Miriam Yoselín
Felicitaciones
Te felicito y espero seguir leyendo tus escritos.
Te mando un afectuoso saludo.
Felicidades por tam bonito escrito!!
Seguimos en contacto!! Saludos!!