“Cosas de la vida Mariana, cantaba el buen Alberto Cortez"
LA METAMORFOSIS
Adán Lorenzo Apodaca Félix
Entraron trabajosamente al restaurant, unos minutos antes, al bajarse del automóvil, las dos mujeres se coordinaron esfuerzos para sostenerlo casi en peso, las féminas eran una señora mayor y otra de mediana edad, por momentos parecía que se escapaba de los brazos femeninos que difícilmente lo aprehendían. Trastabilló unos pasos por la banqueta, siempre asido por los brazos de la señora como de setenta años, su esposa supongo, y una mujer de aproximadamente cincuenta, su hija, también lo supongo, esas suposiciones son generadas porque nunca se habían visto por esos rumbos de la ciudad.
Decíamos
que entraron trabajosamente al restaurant, se batalló un poco para entreabrir
la puerta y que por ahí pudiera penetrar la débil figura del protagonista
principal de este relato, penetraron al recinto, estaban ocupadas sólo dos
mesas de seis, en una mesa estaba una pareja de treinta años de casados, los
delataba en ese tiempo de unión marital, las pocas palabras que se dirigían el
uno a la otra y viceversa; en otra mesa estaba un profesor universitario, se
sabía que era profesor por la pila de cuatro libros en una esquina de la mesa y
los trabajos de los alumnos a los que revisaba y ponía notas evaluativas, pero
volvamos al motivo de este relato, el señor que trabajosamente entró al
restaurant del brazo de las damas ya
descritas, se sentó por fin en una de las mesas del fondo del
establecimiento, una vez instalado ahí, de forma balbuceante ordenó un café
americano, después de instalado, la señora mayor, que supuse era la esposa,
salió a comprar unas donas azucaradas para su esposo, eso también lo supongo,
la mujer de cincuenta años salió también para acomodar el carro que como en la
canción “ Caballo loco” de Jairo, quedó mal estacionado, el caso es que lo
dejaron solo, la consabida recomendación, “ahorita venimos, no tardamos”, fue
proferida por una de las mujeres, con la
anuencia de la otra, la recomendación fue emitida con evidentes signos
lingüísticos y corporales de preocupación.
Lo
dejaron solo y operó como por magia la metamorfosis, el hombre al que definimos como casi desvalido y necesitado de
asistencia se transformó, sacó un teléfono celular de su bolsillo y empezó a
hablar en un tono enérgico y claro, pausado y meloso, por el tono de la voz y
la posición de alerta en la que hablaba, se intuía que parlaba con una dama, le
preguntó cómo había estado, cómo estaban los niños y que si cuándo regresaba de
donde andaba, fue más allá al preguntar que si cuándo había posibilidades de
verla, tenía dos opciones le comentó y acompañó al dos separando los dedos
índice y medio de su mano izquierda para
ser más enfático, aunque la dama de la conversación no lo viera, la primera
dijo, cuando fuera a cobrar su cheque a la delegación de los jubilados, la
segunda, cuando fuera al principio de mes por las medicinas al ISSSTE,
apresurado pero claro, le pidió una cuenta para hacerle una transferencia y le
dijo que ya tenía parte del
enganche de su camioneta, “así quedamos
entonces”, ésas fueron en apariencia las últimas palabras que profirió el
hombre que suponemos que era profesor por las cuestiones de la delegación
sindical y las medicinas en el ISSSTE, “así quedamos”, volvió a repetir cuando las mujeres que lo
acompañaban irrumpieron en el restaurant de nuevo, una con una bolsa de donas
azucaradas y la otra con el llavero en mano, quejándose de que no podía encontrar un estacionamiento para su
coche.
El
hombre del relato que determinamos que era profesor, volvió a su condición de
indefensión anterior, temblaba para empinarse la taza de café y en esas
batallas se chorreó su camisa azul con los movimientos fallidos que realizó para
ingerir la bebida, la esposa y la hija
ya para no suponer nada, le limpiaron con unas toallitas húmedas las comisura
de los labios, también le dieron unos tallones a la camisa azul manchada, le
dijeron ambas que tuviera precaución y que en lo sucesivo, ellas podía ayudarle
con el café y el desayuno, cuestión a la que accedió el profesor con un
movimiento afirmativo de su cabeza.
De esta forma trascurrió el tiempo del desayuno, las mujeres, la esposa y la hija, satisfechas por su colaboración en la ingesta alimenticia del profesor, y él, con una sonrisa de felicidad, el hombre, el profesor, estaba feliz por el acuerdo hecho con la dama de la conversación, y las mujeres, la esposa y la hija, porque creían haber hecho la buena obra del día, llevar a desayunar a su familiar. Cosas de la vida Mariana, cantaba el buen Alberto Cortez.
Comentarios
Le mando un afectuoso saludo