“Las palabras no sólo nos cuentan historias: las palabras, a veces, nos hacen escribir la nuestra”



 


LA HUELLA DE LA ALFABETIZACIÓN EN LA HISTORIA

 

María Fernanda Ramírez Armenta

 

Imagina por un momento que las palabras son mucho más que simples sonidos o letras escritas. Son puertas que se abren hacia nuevos mundos, son llaves que nos permiten acceder a realidades que antes no podíamos ni imaginar. En cada página, cada palabra escrita, cada letra trazada, se guarda un poder que trasciende el tiempo y el espacio. La historia de la alfabetización no es solo la de aprender a leer y escribir, es la historia de cómo, a través de las palabras, los seres humanos han transformado su manera de entender la vida y de conectar con los demás.

Mucho antes de que hoy en día tomar un libro sea algo tan común, hubo épocas donde leer y escribir no era algo accesible para todos. Solo unos pocos tenían el privilegio de hacerlo, y en muchos casos, las palabras no solo se usaban para comunicar, sino para controlar, para enseñar, para moldear. La llegada de la alfabetización masiva fue un proceso largo y, en muchos aspectos, rebelde.

Pongámonos en los zapatos de aquellos que vivieron en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la historia estaba a punto de cambiar de manera radical. En España, los reformistas borbónicos, conscientes del poder que conllevaba la palabra escrita, decidieron que era hora de transformar la educación. No se trataba solo de hacer que más personas pudieran leer, sino de controlar qué se leía, quién lo leía y qué efectos debía tener ese conocimiento en la sociedad. La alfabetización, en este contexto, no solo se convirtió en una habilidad, sino en una herramienta para reconfigurar el poder.

Las escuelas de primeras letras se transformaron en el epicentro de este proceso. Antes de esto, aprender a leer y escribir era un lujo, algo solo accesible para quienes podían pagar por ello. Sin embargo, la reforma borbónica intentó democratizar el acceso al conocimiento. Para ello, los libros y los materiales de enseñanza se volvieron esenciales. Y no solo cualquier tipo de libros, sino aquellos cuidadosamente seleccionados por la Corona y la Iglesia. En México, a finales del siglo XVIII y durante el XIX, dos libros se convirtieron en los más influyentes en las aulas: El catecismo histórico de Claude Fleury y El amigo de los niños de Joseph Reyre. Ambos tenían un propósito claro: enseñar a leer, pero también transmitir valores, ideologías, y una moral que se quería imponer.

El catecismo de Fleury, por ejemplo, no solo era un texto escrito, sino una herramienta visual, una forma de hacer que los niños conectaran con las historias sagradas a través de ilustraciones. Las imágenes se convertían en un “lenguaje” accesible para quienes no sabían leer, creando una suerte de alfabetización visual que complementaba la palabra escrita. Y El amigo de los niños fue una forma de enseñar a través de las fábulas, usando cuentos que no solo entretenían, sino que tenían lecciones morales, enseñando lo que era correcto y lo que no. Pero no todo se limitaba a esos textos, los niños no solo aprendían a leer y escribir a través de libros religiosos. También tenían en sus manos manuales de aritmética, catecismos doctrinales, e incluso muestras caligráficas. Todos estos materiales formaban un tejido que les permitía no solo dominar la palabra, sino también expresar lo que pensaban y sentían.

Es fascinante pensar en cómo, entre 1786 y 1867, los libros y los métodos de enseñanza se convirtieron en el reflejo de un cambio profundo en la educación y en la sociedad. A partir de 1771, cuando los libros escolares se hicieron obligatorios, y hasta 1867, cuando la Ley Orgánica de Instrucción Pública se instauró en México, el proceso de alfabetización experimentó una transformación radical. Los textos religiosos, con su carga moralizante, fueron lentamente reemplazados por otros enfoques más centrados en la ciencia, la historia y las humanidades, marcando el inicio de una nueva era.

El camino de la alfabetización es también el de las personas que lucharon por aprender, que vieron en las palabras una manera de escapar, de liberarse, de expresar lo que pensaban y soñaban. No se trata solo de libros o de métodos, se trata de la gente que encontró en esas letras, a menudo, un refugio emocional, un medio para conectar consigo misma y con los demás. La historia de aprender a leer y escribir es, al final, la historia de cómo, a través de las palabras, la humanidad ha sido capaz de moldear su realidad, de cambiar su destino. Porque, como sabemos, las palabras no solo nos cuentan historias: las palabras, a veces, nos hacen escribir la nuestra.

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