“Se es maestro, pero también espejos de los maestros que son los libros y en ellos un sinfín de historias que conectan con la fantasía que no está lejana de la realidad”



 



UN MAESTRO A FINALES DEL SIGLO V A. C.

(El Sr. Mifflin)

 

María Luisa Álvarez Piña

 

Mientras leo un párrafo que habla de una biblioteca ambulante, en el siglo V a. C. Viene a mi mente un recuerdo de niñez; una carreta repleta y pesada por historias escritas, tirado por un asno un Sr. Mayor entre 50-60 años de edad la dirige. Quién sabe de dónde vendría, nunca pregunté. Él recorría las calles polvorientas de aquel pueblo del norte que me vio crecer; alzaba la voz gruesa al decir: ¡libros, revistas, periódicos, comics, novelas que compren! De niña, mis padres no eran lectores, pero la vecina gustaba de la lectura; compraba novelas compaginado en blanco y negro, con más imágenes de personajes que diálogos entre amor, desamor, dudas, crímenes una historia romántica con drama entre el bien y el mal, con un beso enamorado final feliz. Cristina terminaba de leer la novela; yo, ansiosa, esperaba impaciente, bajo la sombra de aquel árbol y una cerca de púas que dividía la casa de mis padres y de Cristina, la vecina. Entonces surgía la voz a distancia corta: ¡Licha! ¡Quieres leer la novela!  Con un grito que ahogaba pecho y garganta por la emoción y gusto decía: ¡Siiiií!  ¡Dije que Si!  Así fue el paso de lecturas de algunas novelas y comic que ambulaban por aquellas calles lejanas de grandes y pequeñas bibliotecas. Novelas y comic que llegaría a mis manos. El Sr. de la carreta de cuyo nombre nunca supe, se fue, con el tiempo, a otros lugares ofreciendo historias a leer por quien gustara de ello.

En la biblioteca ambulante en el siglo V a.C. un maestro enseña con orgullo al famoso héroes Heracles sus estantes repletos de libros de Homero, Hesíodo, los trágicos y los historiadores: “Coge cualquier libro que te guste y luego léelo; hazlo con calma, mira los títulos”. Fueron viajeros quien nutrieron de manuscritos la Biblioteca de Alejandría; mercaderes de tinta de papel, quienes empujaron las ideas con rueda por la Ruta de Seda; vendedores ambulantes de libros usados, quienes se instalaban en posadas y en ferias después de recorrer grandes distancias cargadas con baúles, cajas voluminosas y tenderetes de quita y pon. Depende de la geografía los que mantiene viva la vieja costumbre de los libros trotamundos. 

La librería ambulante, de Chistopher Morley relata esa existencia nómada. En los Estados Unidos, en los años veinte del pasado siglo, el Sr. Mifflin recorre el mundo rural norteamericano en un extraño carruaje con aspecto de tranvía tirado por un caballo blanco. Cuando levanta las cubiertas laterales, resulta que el alargado vagón es un puesto de libros. Durante mucho tiempo el Sr. Mifflin había ejercido de maestro en una escuela rural, por razones de salud decidió irse a vivir al campo. Construye con su propia mano su carromato al que le bautiza como “Parnaso ambulante”, Mifflin se considera un predicador de los caminos, llamado a divulgar el evangelio de los buenos libros. Cuando le vende libros a alguien, no solamente les está vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le está vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche… añade la escritora Vallejo.

Se es maestro, pero también espejos de los maestros que son los libros y en ellos un sinfín de historias que conectan con la fantasía que no está lejana de la realidad, es decir, las relaciones que establecemos en el día a día, de quienes nos encontramos en la calle, en un consultorio, en la sala de espera de algún lugar, en un funeral, en la ruta de un bus, en grupos de trabajo, de agregados en plataformas digitales, en miradas de extraños que encontramos al caminar, en la compañía de una mascota, en recorridos lejanos que la edad  reflejó, en las experiencias de viajes, en anhelos, en los planes infortunios, en la fragilidad de un recién nacido, en el caos, en la extrañez que no se va, en el silencio voluntario, en las expectativas, en la toma de un café, en la búsqueda, en escritorio, en fotografías de familiares que ya no están, en la atención de una plática que no es tuya entre dos personas, con pensamiento repetido vive el hoy.

Leo para encontrarse un poquito con la libertad, con el intento de ser. El Maestro, el Sr. Mifflin, el Sr. de la carreta, Cristina. En aquel tiempo de niñez leer novelas románticas en color blanco y negro, que ahora encuentro en algunos puestos de revistas a orillas de banquetas del centro de la ciudad o a un costado de la entrada del hospital de ISSSTE. Me parece que somos maestros y espejos toda la vida.


Comentarios

Estimado José Manuel, gracias por compartir las ideas que surgen cuando se da lectura y un párrafo me lleva a otros espacios, a la memoria de la niñez. La lectura, me conecta a realidades de ayer y hoy.

Saludos cordiales a todos los que conforman este Maravilloso Blog.
Marité Ibarra dijo…
Qué bonito escrito Ma. Luisa, es interesante ver cómo se vendían libros en el pasado y cómo surgen las grandes Bibliotecas y saber lo de tu vecina es un dato relevante también!! Saludos!!
Estimada Marité, gracias por su comentario y sobre todo por darse el tiempo de leer. Sabe Marité? que la invención de los libros, me parece que en libros de textos de los alumnos, estudiantes deberían plasmarse como parte del conocimiento y de la cultura histórica que nos da identidad, ¿cómo surge la palabra escrita? el trayecto del mismo … para ahora tener a la mano el lenguaje escrito compaginado.

Saludos a todos los que conforman este Blog, Maravilloso… que recobra vida gracias a JMFS

Marité Ibarra dijo…
Totalmente de acuerdo, es la historia del conocimiento mismo y todos en las escuelas aprendemos de los libros...

Entradas más populares de este blog