“La filosofía de la educación está impregnada de preguntas profundas como: ¿Qué significa enseñar? ¿Qué significa aprender? ¿Cómo se construye el conocimiento?
FILOSOFÍA
DE LA EDUCACIÓN
Miryan
Sinnai López Cabrera
Soy una estudiante que apenas comienza a entender el vasto universo de la pedagogía, ese espacio donde se cruzan ideas que intentan comprender cómo formamos, enseñamos y aprendemos. La filosofía de la educación, que ahora se me presenta como un mar de pensamientos y posibilidades, es el reflejo de nuestras creencias, deseos y ansiedades sobre el futuro, sobre lo que somos y lo que podríamos llegar a ser. Y al comenzar este viaje, descubro que la educación no es sólo una herramienta, sino un proceso que da forma tanto al individuo como a la sociedad.
La filosofía de la
educación no es una única corriente que se pueda encerrar en una caja. Es una mezcla
de pensamientos que nacen de las inquietudes humanas sobre la enseñanza. Está
impregnada de preguntas profundas como: ¿qué significa enseñar?, ¿qué significa
aprender?, ¿y cómo se construye el conocimiento? Esas preguntas, tan sencillas
y tan complejas a la vez, son las que nos impulsan a reflexionar sobre el papel
del maestro, del alumno y, sobre todo, del entorno. Porque al final, la
educación no es sólo una cuestión de aulas, libros o exámenes. Es un proceso
que nace de la interacción entre el ser humano y su entorno.
A medida que leo
sobre los filósofos que han marcado la historia de la educación, como Sócrates,
Rousseau, Dewey, y Freire, empiezo a entender que todos ellos han buscado una
forma de liberar al individuo. Pero no una liberación superficial, no una libertad
vacía, sino una libertad profunda que surge del entendimiento, de la conciencia
de uno mismo y del mundo. Para Sócrates, el conocimiento verdadero no era el
que se impartía, sino el que el estudiante descubría por sí mismo a través del
diálogo. En cambio, Rousseau hablaba de una educación natural, que permitiera
al niño crecer libremente, sin las ataduras de las convenciones sociales.
Dewey, por su parte, insistió en una educación activa y participativa, donde
los estudiantes no fueran receptores pasivos, sino agentes activos de su propio
aprendizaje.
Lo que me parece
interesante de cada uno de estos pensadores es que todos coinciden en un punto:
la educación debe ser un proceso de liberación. No en el sentido de escapar de
la realidad, sino de aprender a verla, entenderla y transformarla. La filosofía
de la educación, entonces, no debe ser una receta rígida, sino un horizonte en
constante movimiento. Es una reflexión continua, porque la sociedad cambia, las
necesidades cambian, y, por lo tanto, la educación también debe cambiar. Como
el agua de un río que siempre fluye, siempre se adapta, pero nunca pierde su
esencia.
Pero, al mismo
tiempo, hay algo muy humano en esta reflexión. Porque enseñar y aprender son
actos profundamente humanos, llenos de emociones, dudas y certezas. No se puede
separar la pedagogía de la vida misma. La educación no es sólo un acto de
transmisión de conocimiento; es una oportunidad para redescubrirnos. La
filosofía de la educación debe permitirnos cuestionarnos no sólo sobre lo que
enseñamos, sino también sobre lo que queremos ser, sobre cómo imaginamos el
mundo. Es un espejo que refleja nuestras expectativas y nuestras tensiones. Un
espejo que a veces nos muestra lo que somos y, otras veces, lo que aún no hemos
llegado a ser.
Por último, esta
reflexión me lleva a pensar que la filosofía de la educación no debe ser algo
que se quede sólo en los libros. Debe ser una conversación constante entre los
maestros, los alumnos, y la sociedad. Es un diálogo en el que todos somos
maestros y todos somos aprendices. El verdadero desafío de la educación es
permitir que esa conversación nunca termine, que siga fluyendo, que siga
abriendo caminos, porque es a través de esa reflexión continua que la educación
se convierte en un verdadero acto de transformación. Y, tal vez, sólo tal vez,
al final del camino, descubramos que el aprendizaje más grande es el de
aprender a vivir en comunidad, con todo lo que eso implica.
Este trabajo no es
sólo una tarea académica, es un recordatorio de lo que significa ser parte de
una generación que, más que nunca, tiene la responsabilidad de repensar la
educación, de darle un nuevo rostro, un rostro que no se quede en lo
superficial, sino que busque algo más profundo. Algo que nos permita ser libres
y, al mismo tiempo, estar conectados con los demás, con el mundo, con el
futuro. Porque si algo tiene la filosofía de la educación, es que siempre nos
invita a cuestionar, a pensar más allá, a ser mejores, no sólo como individuos,
sino como humanidad.
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