“Cada enero se volvía más agobiante y silencioso, había menos personas en la mesa y menos abrazos por dar”
LA NOSTALGIA DE OTOÑO
Kenia Yamileth Ortiz Leal
Las
tardes de otoño son las más nostálgicas, me hacen revivir aquellos momentos cuando
fui feliz. No quiere decir que ahora soy un alma triste sin felicidad alguna,
sin embargo, las tardes de otoño en mi niñez eran increíbles. Aquella sencillez
e ingenuidad que caracteriza a cualquier niño era lo que me dejaba ver al mundo
con ojos de amor y dulzura, sin siquiera preocuparme por cuando llegaría el
verano.
Hoy las
cosas son diferentes, la nostalgia que de vez en cuando se ve más como
melancolía y la tristeza que se convierte en un enojo profundo, son los
sentimientos que rigen mis días. De vez en cuando, en mis días más tristes y
desolados, me aseguro de traer al presente esos momentos de dicha y
tranquilidad, me permito volver a vivir todo lo que en su momento me generó una
paz tan grande como el amor que le tengo a otoño.
En
vísperas navideñas mi corazón se apachurra, se hace pequeño, se me sale del
cuerpo. Puedo recordar a mis seres queridos reunidos, hablando en voz alta y un
tanto exaltados, creía que estaban tan felices que necesitaban gritarse para
poder demostrar que estaban bien, pero me equivocaba, no era felicidad, era un
cumulo de rencor, odio y muchas ataduras del pasado que traían al presente cada
navidad, como si la reunión navideña los corrompiese y quisieran sacar todo lo
que en el año no pudieron.
Mis inicios de año cada vez se volvían más solitarios y amargos, estaba dejando de ser una niña y comenzaba a ver el mundo tal cual es y no como mi imaginación quería que fuese. Cada enero se volvía más agobiante y silencioso, había menos personas en la mesa y menos abrazos por dar. El terror de no saber que me esperaría por lo que resta del año me consumía, al punto de hacerme mil ideas sobre los escenarios más terroríficos y catastróficos que podían pasarme. Y aunque nunca pasaban, el miedo ahí estaba.
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