“Hay una tristeza que viene de saber demasiado, de ver el mundo como realmente es. Es la tristeza de entender que la vida no es una gran aventura, sino una serie de pequeños, insignificantes momentos"
“SE
MUERE MUY MAL EN EL SIGLO XXI,
PORQUE
HEMOS PERDIDO LA NOCIÓN
DE QUE
ES ALGO NATURAL”
María Luisa Álvarez Piña
“Vivimos
en un mundo en el que perpetuamente se habla de la crisis de las Humanidades,
en donde se minusvaloran los estudios de literatura, arte o filosofía por su aparente
falta de utilidad”. ¿Qué papel cree usted que tienen las Humanidades, en el
servicio educativo visto desde la calle?
Unos de
los misterios, si se le puede llamar así, ha sido y será para mí la muerte. Desde
luego, que forma parte de un proceso de la vida, naces, te desarrollas y
mueres. Mi curiosidad o inquietud va hacia; cómo se vive en el día a día, qué
tanto se valora la vida para no ponerla en riesgo, qué tanto se cuida en lo
emocional/mental, que tanta importancia le da a lo que consume para mantener un
cuerpo sano, qué tanto mueve la estructura muscular al ejercitar algún deporte,
o bien una sencilla caminata en algún lugar, cercano a su hogar. Qué tanta
prioridad tiene la salud, en un mundo mercantil de consumo con advertencias…
Como
una palabra casi innombrable, está presente día y noche, dentro y fuera de
cualquier lugar; es la calle la más expuesto a encontrarla, al igual que en los
hospitales. Puede sentirse en el bullicio de la ciudad, en las aglomeraciones de
personas, entre la multitud de intenciones, descuidos, desconcentración y
quizás pensamientos equívocos alimentados por intereses particulares donde el
poder de algunos hace renacer lo que un tiempo se sembró, desatándose una ola
gigante de acciones malintencionadas, en medio de una inseguridad en grupos que
salieron de no sé dónde, a confrontarse hacia la calle; mentes enojadas y
carentes de humanidad.
Sin
embargo, las Leyes Constitucionales abrigan entre dicho como un derecho humano,
a la dignidad, a la paz e integridad física y emocional salvaguardar la vida
humana. Vivir en armonía, caminar con gozo de libertar, con la plena seguridad
al favorecer el cuidado de la vida misma, y al mismo tiempo la salud es un
deseo permanente de todo Ser. La salud, que se verá pesarosa en algún momento
dado, puesto que no todo es miel sobre hojuela, ni todo es para siempre; sino
como un proceso natural, como lo define Enric Benito (Mallorca, 1949) dice,
parafraseando a Terencio, que nada de lo humano le es ajeno. Oncólogo al que la
vida acabó llevando por el camino de los cuidados paliativos y el
acompañamiento espiritual, con el propósito de su última publicación: “El
niño que se enfadó con la muerte” (Harper Collins, 2024). Hay que saber del
cuerpo, pero también el alma, los valores, la familia.
En su libro habla sobre la necesidad de recuperar el
valor de la muerte, para los que se van y para los que se quedan. Aunque la
muerte es continuamente utilizada para los fines políticos, estéticos y
sociales, aunque tenemos una relación peculiar con ella. ¿Piensa que seguimos,
como sociedad, negando que la muerte es parte de la vida?
El libro cuenta la historia real de un niño que recibe
una llamada a través de la confrontación con la brutalidad y
el desgarro de una pérdida imprevista, la de su abuelo. Ante este reto, decide
enfrentarse a la muerte y mirarla a los ojos para preguntarle por su sentido y
tratar de quitarle su aparente dureza. Para el Dr. Benito, escribir El
niño que se enfadó con la muerte, ir “uniendo y ordenando una historia con
otra”, ha sido “muy terapéutico”. Son relatos “auténticos”, que surgen “de lo
vivido, no de lecturas o de teorías académicas”, experiencias “que me han
servido para entender qué es el sufrimiento, cuál es el itinerario habitual del
proceso de morir, cómo funcionan el apego, la incertidumbre o el miedo y cómo
podemos ayudar cuando alguien pasa por este trance”.
Porque, como subraya el autor, es en los momentos de
máxima vulnerabilidad cuando se percibe “cómo estamos hechos por dentro, se
desvela nuestra integridad y nuestra dignidad y, en definitiva, nuestra
dimensión sagrada”. Reconoce que puede haber “tristeza o sufrimiento”, pero “si
no huyes y permaneces, sientes aparecer la ternura y la paz”. Por eso, El
niño que se enfadó con la muerte pone a disposición del lector claves
para entender y estar presentes en lo que él llama “el viaje definitivo”: “Para
acompañar bien hay que aprender a domesticar el propio miedo, la angustia y la
tristeza. Lo único que hay que hacer es no interferir, no frenar, no luchar.
Quien está en el momento final de su vida necesita silencio, intimidad,
información honesta, ternura, compañía, paz”.
Cuando
la gente utiliza a los muertos para tirárselos a la cabeza está hablando de su
propia baja categoría moral. Vivimos una confrontación bastante inmadura, y
tanto unos como otros, cuando se acerca el momento de la verdad somos muy
parecidos: en el hecho de muerte nadie saca el carné del partido. La vida va de
otra cosa, y la muerte te da otra madurez humana porque te das cuenta de nadie
es tu enemigo. No es un tema de salud mental, ya que la mente es una pequeña parte
de la consciencia, la salud mental es un concepto, es un problema de
incoherencia con uno mismo.
Vete
leyendo… “Hay una tristeza que viene de saber demasiado, de ver el mundo como
realmente es. Es la tristeza de entender que la vida no es una gran aventura,
sino una serie de pequeños, insignificantes momentos, que el amor no es un
cuento de hadas, sino una emoción frágil y fugaz, que la felicidad no es un
estado permanente, sino una rara y fugaz vista de algo que nunca podremos
sostener. Y sí en se entendimiento, hay una profunda soledad, una sensación de
estar aislado del mundo, de otras personas, de uno mismo”. Virginia Woolf
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