“En esta era digital, debemos recordar siempre la importancia de escuchar y dar espacio a los demás, porque, al final del día, todos buscamos ser vistos y comprendidos”




 



El Poder de Comunicar en la Era Digital

  

Esmeralda Zazueta Campos

  

Recuerdo mi infancia, cuando la comunicación era un arte que se practicaba en persona. Salía a jugar con mis amigos al vecindario y teníamos conversaciones sinceras, llenas de risas y complicidad. Si quería compartir algo emocionante, como un nuevo juego o una anécdota graciosa, tenía que buscar el momento adecuado, esperando que mis amigos estuvieran en casa o que nos encontráramos en el parque del barrio. Las cartas y los teléfonos fijos eran herramientas que, aunque útiles, no podían igualar la inmediatez de un encuentro cara a cara. La comunicación era, de alguna manera, más pura y auténtica, aunque también más limitada.

Con el paso del tiempo, el mundo ha cambiado drásticamente. La llegada de la tecnología ha transformado la manera en que nos comunicamos y nos expresamos. Hoy, todos llevamos en nuestros bolsillos dispositivos que nos permiten conectarnos al instante con personas de cualquier parte del mundo. Es increíble pensar en cómo una simple publicación en redes sociales puede llegar a miles, si no es que millones, de personas en cuestión de segundos. Esta revolución ha abierto un abanico de posibilidades que antes eran inimaginables. Ahora no sólo somos consumidores de contenido; también somos creadores. Hoy en día cualquiera puede convertirse en artista, fotógrafo o narrador de historias con sólo un toque en la pantalla de su teléfono.

He visto a jóvenes, incluso a mi propio hijo, experimentar con la música y la fotografía utilizando aplicaciones sencillas. Recuerdo un día en el que se emocionó al editar un video de sus juegos con sus primas y cómo el resultado final lo llenó de orgullo. La creatividad, que antes podía estar reservada para unos pocos afortunados, ahora fluye en todas direcciones y todos podemos ser parte de ella. Cada vez que veo a mi hijo grabar un momento divertido y luego compartirlo con sus primas, siento una mezcla de nostalgia y alegría. Pues esta generación tiene acceso a herramientas que nos permiten expresar nuestras ideas y emociones de una manera que antes era casi imposible de imaginar.

Sin embargo, al leer “Los placeres activos de expresar y comunicar” de James Lull, me hizo reflexionar sobre la dualidad de esta era digital. La idea de que la comunicación no sólo es una herramienta, sino una forma de conexión humana, resuena profundamente en mí. A veces, sin darme cuenta me siento abrumada por la constante necesidad de estar conectada. Las redes sociales, los correos electrónicos y los mensajes instantáneos pueden hacer que uno se sienta como un malabarista, tratando de equilibrar tantas interacciones que, al final, se pierde de vista lo esencial: la autenticidad en nuestras relaciones.

Es curioso pensar que, aunque estamos más conectados que nunca, la calidad de esas conexiones puede verse comprometida. A menudo, me pregunto si realmente escuchamos a los demás o si sólo estamos esperando nuestro turno para hablar. Recuerdo un día en una reunión familiar, donde todos estábamos en la misma habitación, pero cada uno tenía la cabeza hacia abajo, perdidos en nuestros teléfonos. Aquella imagen me hizo reflexionar sobre cómo, a veces, olvidamos mirar a nuestro alrededor y conectar con las personas que nos importan. El mensaje de Lull me lleva a cuestionar si hemos convertido la comunicación en una mera transacción, en lugar de un intercambio significativo.

A pesar de esta sobrecarga de información y la presión de estar siempre disponibles, la comunicación sigue siendo fundamental para nuestras vidas. En el texto, Lull menciona la importancia de encontrar placer en la expresión, y eso resuena con mi experiencia cuando subo fotos de mis trabajos a las redes sociales. Cada vez que comparto la imagen de un maquillaje o peinado que realicé, siento una satisfacción inmensa. Es como si, a través de esas fotos, pudiera mostrar no sólo mi habilidad, sino también la confianza y la alegría de mis clientas. Ver cómo sus rostros brillan en esas imágenes y recibir comentarios positivos de otros es una manera de conectar con un público más amplio. Esa interacción, aunque sea virtual, transforma un simple servicio en una celebración de la belleza y la autoexpresión, y tiene un valor incalculable para mí.

Otro ejemplo, es cuando escribo relatos y los veo compartidos en el Blog del Maestro Frías y en la página de la Universidad, me siento igualmente plena. Escribir me permite dar forma a mis ideas y conectar con otros de una manera más profunda. Cada historia es como abrir una ventana al mundo y mostrar mis pensamientos, mis sueños y mis inquietudes. La conexión que se establece, aunque sea a través de una pantalla, es enriquecedora y me permite ver el poder de las palabras en acción. En ambos casos, ya sea a través de imágenes o relatos, encuentro una forma de expresión que no sólo me llena, sino que también invita a otros a unirse a mi viaje.

Además, el concepto de “open sourcing” en la comunicación es algo emocionante. Imaginar un mundo donde cada uno de nosotros contribuye al conocimiento colectivo, compartiendo experiencias y perspectivas, me parece esperanzador. En mis clases en la universidad, algunas veces he tenido la suerte de experimentar esto en acción. Mis compañeros y yo intercambiamos ideas, reflexiones y recursos, creando un ambiente colaborativo donde cada voz cuenta. En este sentido, el aprendizaje se convierte en un acto colectivo, donde el aporte de cada uno enriquece la experiencia de todos. La idea de colaborar y construir juntos es un poderoso recordatorio de que la comunicación es más que sólo hablar; se trata de construir puentes entre las personas.

Pero al mismo tiempo, debo reconocer que este cambio hacia lo digital trae consigo desafíos. La cantidad de información disponible puede ser abrumadora, y la lucha constante por la atención puede hacer que la autenticidad se diluya. En lo personal he tenido que aprender a gestionar mi tiempo en línea, a establecer límites para poder disfrutar de momentos sin distracciones. Hace un tiempo, decidí que ciertas horas del día serían para desconectarme de las redes y centrarme en mis relaciones en persona. Esta decisión ha resultado liberadora. He descubierto que compartir momentos con mi hijo o, simplemente, sentarme con una taza de café, leer unos minutos y tener una conversación sincera con una amiga, puede ser más gratificante que cualquier “me gusta” que pueda recibir en línea.

El mensaje de James Lull sobre la importancia de la comunicación me lleva a reflexionar sobre cómo quiero seguir compartiendo y navegando en este mundo digital. Me queda claro que debemos equilibrar, mientras continuamos explorando y experimentando con las herramientas que la tecnología nos ofrece, debemos aprender a valorar y fomentar las relaciones personales. Porque la verdadera esencia de la comunicación radica en la conexión humana, un arte que, a pesar de la tecnología, nunca perderá su valor.

A medida que nos adentramos en esta era digital, debemos recordar siempre la importancia de escuchar y dar espacio a los demás, porque, al final del día, todos buscamos ser vistos y comprendidos.


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