“¿Cultura para qué? Para todo. Para entender quiénes somos, para educar a nuestros hijos, para transformar nuestras vidas y para adaptarnos a un mundo que cambia constantemente”






CULTURA: LO QUE SOMOS Y COMPARTIMOS

  

Esmeralda Zazueta Campos

 

La cultura no es solo algo que heredamos o que aprendemos con el tiempo; es lo que nos define, lo que compartimos con los demás y lo que nos permite entender quiénes somos. Es como una conversación constante entre lo que hemos sido y lo que queremos ser. Desde mi perspectiva, la cultura va mucho más allá de las tradiciones o el arte: es identidad, es historia y, sobre todo, es la manera en que conectamos con el mundo y con las personas a nuestro alrededor.

A lo largo de mi vida, he estado rodeada de diferentes culturas. Desde que era pequeña, he vivido en algunos estados de México, y eso me ha permitido conocer diferentes formas de ser y de ver la vida. Cada lugar tiene su manera única de hablar, convivir y entender las cosas, y eso ha dejado una huella en mí. La cultura en la que crecí, aunque es parte de mí, es distinta de las que he encontrado en otros lugares. Esa mezcla de experiencias y formas de vida se ha vuelto clave en la persona que soy hoy. Con el tiempo, he llegado a darme cuenta de que mi identidad no se define solo por los lugares donde he vivido, sino por cada interacción y experiencia que he tenido a lo largo de mi camino.

Y es que la cultura, al fin y al cabo, también es eso: una forma de responder a la pregunta “¿quién soy?”. Todos, en algún punto de nuestras vidas, nos preguntamos por nuestra identidad, por lo que nos hace diferentes de los demás y, al mismo tiempo, por lo que nos conecta con otros. Para mí, la cultura es como un puente que une a las personas. Puede ser un puente local, cuando compartimos una tradición familiar o celebramos alguna festividad en nuestra comunidad, pero también se extiende a lo global, porque en un mundo tan interconectado como el de hoy, nuestras costumbres, creencias y formas de vida están influenciadas por culturas que pueden estar a miles de kilómetros de distancia.

Si pienso en mi formación como estudiante de pedagogía y en mi papel como mamá y emprendedora, me doy cuenta de que la cultura está presente en todo lo que hago. En el salón de clases, la cultura no solo influye en cómo enseñan los maestros, sino también en la forma en que nos comunicamos e interactuamos. La comunicación en el aula no es solo dar información; es un intercambio constante donde todos aportamos algo. Cada alumno y maestro trae su propia cultura, y eso afecta cómo vemos el aprendizaje y nuestras relaciones con los demás. Aunque hoy se habla mucho sobre la diversidad cultural en la educación, a menudo no nos damos cuenta de que ya convivimos con ella todos los días. Por ejemplo, en mi salón de clases, he visto cómo algunos alumnos, por sus creencias, a veces tienen diferencias con lo que dice el maestro o con las opiniones de compañeros. A medida que estudio pedagogía, me doy cuenta de que la cultura no solo está en los temas que se enseñan, sino también en los valores y creencias que cada persona lleva al aula. En un salón donde hay diferentes culturas, cada estudiante aporta su propia forma de ver el mundo, lo que enriquece el aprendizaje, pero también puede complicarlo. Para mí, entender la cultura es clave para mejorar la comunicación entre todos.

Yo he aprendido mucho de la multiculturalidad no solo en el aula, sino en la vida cotidiana. En mi salón de belleza, por ejemplo, veo cómo las mujeres que vienen a peinarse o maquillarse tienen distintas ideas sobre lo que es belleza, sobre cómo debe lucir una persona para sentirse bien consigo misma. Y eso también es cultura. Muchas veces me preguntan si sé peinar de una forma particular o si puedo hacer un maquillaje más "a la moda". Pero, ¿qué es estar a la moda? Lo que es moderno y estético en un lugar o para alguien puede no serlo en otro o para otra persona, por ejemplo, la forma de cejas donde a algunas les gustan orgánicas (despeinadas) y a otras no les gustan. La globalización nos ha dado acceso a nuevas tendencias y estilos, pero al mismo tiempo nos ha dejado con una pregunta: ¿hasta qué punto nuestras propias costumbres y creencias son moldeadas por lo que vemos en el resto del mundo?

Pienso en esto cada vez que alguien entra a mi salón buscando un estilo que ha visto en redes sociales o en alguna celebridad internacional. La globalización nos ha permitido adoptar costumbres de otras culturas, pero también ha generado el reto de mantener vivas nuestras propias tradiciones. Muchas de las mujeres que llegan a mi salón buscan verse modernas, pero también quieren mantener un toque tradicional en su apariencia. Esa mezcla de lo global y lo local, de lo moderno y lo tradicional, es un reflejo claro de cómo la cultura está en constante evolución, influenciada tanto por nuestras raíces como por lo que el mundo nos ofrece a través de la tecnología y los medios de comunicación.

Ahí es donde la identidad personal entra en juego. Cada persona es el resultado de una mezcla única de influencias culturales. En mi caso, esa mezcla incluye la crianza en tres estados de México, la influencia de ser madre y también la experiencia de haber emprendido un negocio. Me veo reflejada en cada una de esas facetas de mi vida, y cada una de ellas está profundamente conectada con la cultura.

Desde que soy madre, he comprendido aún más el papel crucial que juega la cultura en la crianza. Mi hijo, como cualquier niño, está en un proceso constante de aprendizaje, no solo en la escuela, sino en casa, en el parque, en las reuniones familiares, en cualquier lugar donde interactúe con otras personas. Lo que aprende sobre quién es, sobre lo que es correcto o incorrecto, sobre lo que significa ser parte de una comunidad, todo eso está moldeado por la cultura. Como mamá, me toca transmitirle esos valores y creencias, pero también me doy cuenta de que él está expuesto a muchas influencias que yo no controlaba cuando era niña. La tecnología y la globalización le han dado acceso a una diversidad de culturas que yo no tuve a su edad. Y eso me hace pensar en la importancia de tener una identidad sólida, pero al mismo tiempo abierta al mundo.

En el fondo, creo que la cultura nos sirve para entendernos a nosotros mismos y a los demás. Sin ella, estaríamos completamente perdidos. Es como un mapa que nos guía en las relaciones con los demás y en cómo nos adaptamos a diferentes situaciones. Por ejemplo, cuando interactúo con otras mamás en la escuela de mi hijo, hay una parte de mí que se siente en casa porque compartimos experiencias y costumbres similares, pero también hay diferencias que nos enriquecen. Cada una trae consigo una historia cultural distinta, y eso hace que la comunicación sea más interesante y, al mismo tiempo, más desafiante.

Pero, además de ser una guía, la cultura también es un impulsor del cambio. A medida que el mundo cambia, nuestra cultura también se transforma, se adapta y evoluciona. En esa evolución, encontramos nuevas formas de ser y de relacionarnos con los demás. En mi caso, la cultura me ha permitido adaptarme a diferentes situaciones y crecer como persona. Me ha enseñado que no hay una sola forma de hacer las cosas, que siempre hay espacio para aprender de los demás y que nuestras diferencias son, en realidad, una fuente de riqueza.

La cultura, entonces, no solo nos define, sino que también nos permite crecer. Nos da las herramientas para conectarnos con los demás, para crear comunidad, para aprender de lo que fuimos y para proyectarnos hacia lo que queremos ser.

¿Cultura para qué? Para todo. Para entender quiénes somos, para relacionarnos con los demás, para educar a nuestros hijos, para transformar nuestras vidas y para adaptarnos a un mundo que cambia constantemente.


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