"Cada gran historia comenzó con una página en blanco", explicó Lucio, "y cada escritor con una idea simple"
EL SECRETO ESCONDIDO EN LAS PÁGINAS EN BLANCO
Giovanna Valeria
Cedillo Vizar
¿Qué harías si descubrieras que las palabras pueden cambiar tu vida? Ésta
es la historia de un pequeño pueblo donde las historias parecían escribirse
solas, en este hermoso pueblo vivía un niño llamado José Eduardo, su vida se
basaba en una serie de comparaciones con aquellos que lo rodeaban, siempre a la
sombra de sus compañeros más brillantes. En su escuela, había un niño que
brillaba más que ninguno, Lucio, un niño de sonrisa contagiosa, cabello lacio y
largo, a Lucio las palabras le fluían como ríos de tinta, formando océanos de
cuentos y poemas.
José Eduardo se sentía como una hoja en blanco en un mundo lleno de libros,
cada tarea de escritura era un recordatorio de su lucha, cada palabra un
esfuerzo, cada punto final un alivio temporal, su miedo a escribir era tan
grande que, incluso, las letras parecían burlarse de él desde el papel.
Un día, mientras José Eduardo contemplaba una página en blanco, Lucio se
sentó a su lado, "¿Qué escribes?", preguntó Lucio con una sonrisa
curiosa. "Nada que valga la pena leer", respondió José Eduardo, con
palabras teñidas de resignación. Lucio miró la página en blanco y luego a José
Eduardo. "Déjame mostrarte algo", dijo, sacando un libro desgastado
de su mochila, era una colección de cuentos de aventuras, de mundos lejanos y
héroes improbables "Cada gran historia comenzó con una página en
blanco", explicó Lucio, "y cada escritor con una idea simple".
Así comenzó la amistad entre el niño que creía que no tenía nada que decir
y el niño cuyas palabras nunca parecían acabarse, Lucio compartió con José
Eduardo el mundo mágico de la literatura, donde los dragones eran derrotados
con espadas de valentía y las estrellas escribían destinos en el cielo
nocturno.
José Eduardo comenzó a leer, primero con vacilación, luego con un hambre
voraz por las palabras que nunca supo que tenía, con cada página, su mundo se
expandía y, con cada historia, su propia voz comenzaba a susurrar en su mente.
Lucio lo alentó a escribir, a poner en papel sus pensamientos más locos y
sus sueños más salvajes; al principio, las palabras de José Eduardo eran
tímidas, escondiéndose entre las sombras de su duda, pero Lucio le enseñó a
jugar con ellas, a darles vida, a dejarlas bailar.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. José Eduardo ya
no veía una hoja en blanco con miedo, sino con posibilidades, había aprendido a
ver el mundo a través de los ojos de un escritor, donde cada momento era una
historia esperando ser contada.
Cuando la escuela anunció un concurso de escritura, Lucio fue el primero en
animar a José Eduardo a participar "Es tu momento", le dijo con una
confianza que José Eduardo deseaba poder sentir.
La noche antes de la fecha límite del concurso, José Eduardo se sentó
frente a su página en blanco, sentía sus piernas temblar del estrés, no se dio
cuenta desde cuando había estado mordiéndose las uñas, el cursor de la
computadora parpadeaba como un faro en un mar oscuro, las palabras parecían
haberlo abandonado y el miedo comenzó a arrastrarse de nuevo en su corazón. La
noche era silenciosa, excepto por el sonido del tic-tac del reloj en la pared,
José Eduardo observaba la pantalla del ordenador con ojos cansados, había
pasado horas tratando de juntar las palabras, pero ninguna parecía encajar,
cuando todo parecía estar perdido no pudo hacer nada más que cerrar los ojos
desesperado, se estaba dando por vencido hasta que recordó las historias que
Lucio le había compartido, las aventuras que lo habían llevado a lugares
desconocidos y emocionantes; pero ahora, con la fecha límite respirándole en la
nuca, todo lo que había aprendido se desvanecía en la bruma de su mente. Justo
cuando estaba a punto de darse por vencido, una frase cruzó su mente, casi como
un susurro “Cada historia comenzó con una página en blanco”. Las palabras de
Lucio resonaron en su cabeza, y de repente, una chispa de inspiración lo
golpeó, recordó la primera vez que había sentido la magia de las palabras, cómo
había imaginado ser uno de esos héroes improbables que tanto había admirado en
los libros.
Con un nuevo sentido de determinación, sus dedos comenzaron a moverse por
el teclado, la historia que escribió no era la que había intentado escribir
antes, no era perfecta, pero era suya, era la historia de un niño que, a pesar
de sus dudas y miedos, encontró su voz en medio del caos, escribió sobre la
lucha interna, sobre la amistad que lo había salvado y sobre el descubrimiento
de que, a veces, las palabras más poderosas son las que vienen desde lo más
profundo de uno mismo.
Al amanecer, José Eduardo miró la pantalla, había terminado, exhausto, pero
satisfecho, guardó el documento y lo envió al concurso, cayó en su cama, sin
saber qué esperar, pero por primera vez en su vida, sintió que había hecho algo
que verdaderamente valía la pena.
Unos días después, durante la asamblea escolar, el director subió al
escenario para anunciar a los ganadores del concurso, José Eduardo estaba
sentado al final de la sala, con el corazón latiendo en sus oídos, escuchó cómo
anunciaban el tercer y segundo lugar y se preparó para felicitar a Lucio o a
otro compañero por su victoria, pero cuando el director mencionó su nombre como
el ganador, José Eduardo sintió que el mundo se detenía. El silencio fue
seguido por aplausos ensordecedores.
Lucio fue el primero en levantarse y aplaudir, con una sonrisa tan amplia
que parecía iluminar toda la sala, con pasos temblorosos, José Eduardo subió al
escenario, el director le entregó un certificado y un pequeño trofeo, pero lo
que realmente le conmovió fue la expresión de orgullo en los rostros de sus
compañeros y maestros.
Después de la ceremonia, Lucio se acercó a él con una enorme sonrisa en su
rostro y le dijo con una sonrisa sincera: “Siempre supe que tenías algo
especial, José Eduardo”, “Solo necesitabas creer en ti mismo”. José Eduardo
miró el trofeo en sus manos y luego a su amigo “No lo habría logrado sin ti,
Lucio, gracias por mostrarme que todos tenemos una historia que contar.”
Desde ese día, José Eduardo nunca volvió a temer una hoja en blanco, empezó
a creer en el mismo y continuó escribiendo, no por los premios, sino porque
había descubierto el poder de las palabras para transformar su mundo y el de
los demás. Y cada vez que se sentaba a escribir, recordaba que, aunque el
camino fuera difícil, siempre había una historia esperando ser contada, si uno
se atrevía a buscarla. Estaba decidido, había encontrado el gran placer de
escribir y no pensaba abandonarlo.
Así, en un pequeño pueblo donde las historias solían escribirse solas, un niño llamado José Eduardo comenzó a escribir las suyas propias, encontrando su voz en el vasto universo de las palabras Y con cada historia que contaba, el mundo se hacía un poco más brillante.
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