“¿Qué pasa en Culiacán? ¿Qué pasa en Culiacán? ¡Noooooooooo! Otra versión más de la crónica anunciada de un culiacanazito o culiacanazo”




 


Lágrima Caliente

 


Dr. Luis Enrique Alcántar Valenzuela

Agosto de 2024.

 

Los encuentros con los destinos, sean estos humanos o naturales; no son casuales. Es más, en estas nuestras vidas sociales, casi nada es casual. Todo está conectado con todo. Dijera aquella madre epistemóloga intuitiva “todo está junto con pegado”. Como no deseo dar una visión exagerada, en torno a los destinos humanos. Por eso uso la expresión “casi”. Digo, una cosa elemental. Al ser los días, cada uno diferentes entre sí, se puede derivar que el rocío matinal, la misma tonalidad de los rayos del sol, son diferentes cada día. De hecho, así lo es, porque los elementos de la atmósfera inmediata que nos envuelve, como la matrix protectora/alimentadora, nunca de los nunca está quieta, siempre está en caos. Por tanto, no es que pase otra mañana más, y ya; sino que, más bien es el encuentro con otra mañana más. Sí una más, pero una mañana diferente a las anteriores. En caso de no creer usted, pues pregunten al Monito López y lo sabrán.

El Monito López apareció de nuevo, como esa alma trotadora que lo es, en el pavimento de las calles del caliente Culiacán. Presto como era su costumbre, para hacer su pequeño trote matutino. Tal y como se lo indicaban los cánones de los nichos de la salud física, tan de moda y penetrante hoy en estos tiempos. Donde la comida y todo lo difundido para la salud se brinda en abundancia, pero no a bajos costos. Este personaje citadino, reanudaba su trote lento, semanas después, de haberse recuperado de una pequeña lesión en el quinto metatarsiano de su pie derecho. Sabido ya por ustedes, es la historicidad acumulada de una vieja fractura juvenil. Bien, pues el clima Culichi, al cual se enfrentaba esa húmeda mañana la delgadez del Monito López, algo tenía. Las amplias fosas nasales del Monito, husmeaban algo. Empezaban a sudar, cual conejo fuera de su madriguera segura. Él No sabía con precisión, pero el ambiente matinal pesaba a rareza. Algo así como el estrés acumulado, al no poder resolver ciertos conflictos en la vida diaria.

El Monito López, con sus grandes poros nasales, sus ojazos y sus finos oídos que se manda, de volada empezó a notar algo raro en el ambiente citadino de Culichi Town. Eran ya como las 5:30 de la mañana. No, más exacto, las 5:27 am. El Monito López aparece en ese gran parque boscoso, de grandes dimensiones. Ya no en el típico escenario del canalón 7, ¿lo recuerdan?

Al ingresar a las inmediaciones del parque del deporte y la recreación popular, captó de inmediato que las luces de los arbotantes, parecían como luces moribundas de aquellas discoteques ochenteras. Esas luces, no iluminaban las rúas amplias del parque, por donde la raza, que se la da de Usain Bolt y de Eliud Kipchogue, salía casi todas las mañanas a trotar, a estirar, hacer jogging, caminar y también hacerle al loco un poquito.

No lo van a creer, ante los oídos del Monito, se escuchaban cantar cientos de gallos petacones, con el kikikiriquí, típico. Esa onomatopeya del despertar natural sonaba en exceso, era demasiada y aparte como nerviosa. - ¿Pues que tendrán los pinches gallos? –, se preguntó el Monito en su pensar interior. En tanto, medio aflojerado empezaba a dar sus primeros trotes con resoplidos, salidos éstos de sus amplios poros de la nariz, como si de verdad ya llevara como 5 kilómetros de intenso recorrido.

Entre la oscuridad moribunda que pintaba a una de las amplias avenidas principales del parque deportivo, divisó a un amigo de baja estatura. Quien vestía una entallada playera tipo polo, de esas Hugo Boss –desde luego pirata-, color azul cielo de la pobreza. Ese individuo, portaba, no un short deportivo, sino un short recortado, derivado en reciclaje, de un viejo pantalón de vestir color café descolorido. Seguro su doña, conocedora de economía y modas populares, se lo diseñó. El amigo caminaba con una parsimonia envidiable. En sus manos, el Monito le alcanzó a ver un yogurt Lala de fresa, que iba tomando a traguitos y en ayunas. Y en la mano zurda, portaba un machete de taspana color plata resplandeciente. -Buenos días-, por su lateral izquierdo le espetó el Monito al amigo. Porque es hasta educado, ahí donde lo ven. El señor del yogurt le contestó -buenos días señor-, y de inmediato, casi como el Chat GPT 3.5, le amplió la conversación -…oiga amigo, usted no vaya a correr como hace ratito un señor, que se fue en chinga, porque me vio un machete en la mano zurda. Jajajajaja-. Soltó la risa a pecho abierto, que hizo eco hasta el campito de futbol y la misma alberca que vivía su silencio y calma de ese amanecer. -Oiga no la chingue soy el veladuermes del parque. Esos (- ¿quiénes? -) no buscan veladores, nooo. Ellos buscan otra cosa. Por cierto, usted siga no se agüite; pero el diré algo, como a las 3:30 de la madrugada grande, entraron como 12 camionetas bien placozas, hasta allá arriba del cerro. Estuvieron un rato, y salieron quemando llanta. Le digo, ellos no buscan veladores (ni trotadores se dijo el Monito). El amigo salió bueno para la información del momento. Por eso les digo que el Monito López, que ya empezaba a sudar y a echar el bofe, se dio cuenta de algo raro. Que algo extraño pasaba en Culichi Town. Siguió trotando el Monito. Sus pantorrillas y muslos empezaban a tensarse, cual cadenas que remolcan un objeto pesado. Con sus amplios poros nasales, empezó a resoplar más fuerte, señalar que agarraba ritmo. Descargó por sus ya blandengues nalgas, para no desentonar, uno que otro gas matutino, por eso del relax. Al Monito, nadie lo hacía pato. Seguía notando cosas extrañas en el ambiente. Captó de inmediato, que no había casi carros estacionados en los laterales de las tres anchas avenidas del parque. En un conteo rápido, estableció que eran 4. -Cuatro mugrosos carros, pues si no es domingo, no son vacaciones de semana santa, no es feriado-. De nuevo se dijo, como forma de regaño de una madre a su crío ingobernable -qué chingados pasa en Culiacán-. Una vez que dejó atrás al señor de los machetes, de inmediato contabilizó a la raza que caminaba esa mañana. Por lo regular, siempre se encontraba como con unas cincuenta personas en su trayecto de ida, y de regreso al doble de personas. Ahora nada. Parecía que se los había tragado la tierra. Contó como unas 10 personas, nada más. Increíble. No lo podía creer, en los pensamientos caóticos que en ese momento ya empezaban a dominar la psique del Monito, la cual iniciaba a ser irrigada por los neurotransmisores de la alegría. Pero no, a esa alegría interna la sepultaba de inmediato aquel ambiente enrarecido que provenía de su realidad próxima.

Como una epifanía, de esas que describe magistralmente Haruki Murakami en sus novelas, se le iluminó su cabeza/mente. Enseguida se dice el Monito López así mismo, -…qué estúpido fui. Me desconecté de las malditas redes sociales y no leí el mensaje del Indio, que me lo mandó ayer tarde. Mientras yo estaba clavado viendo La Casa de los Famosos y la serie de las Divas, encabezada por Lucía Méndez. Creo que me pasé de la lanza-. De inmediato abrió su viejo Nokia y zas, a leer se ha dicho. El Indio era un viejo amigo suyo del pueblo, que era otro de los locos, que según se la dan de atletas. Pero cuando el Indio hablaba, ya se han de imaginar ustedes.

“Qué pasa ahorita en Culiacán. Por qué otra vez gente corriendo. Ciudadanos desesperados. ¿Por qué? Nadie sabe a ciencia cierta. Benditas redes sociales. ¡Noooo!, malditas redes sociales, que pintan de amarillismo la mente social del culichi. Una señora pelos rizados, en el camellón central, en la prolongación de la avenida Álvaro Obregón, corre sobre el césped crecido. Casi grita pidiendo auxilio, nadie la pela, los demás transeúntes andan como asustados, pero en modo zombis. Sus ojos buscaban a alguien que no encontró. Llevaba unas cuantas tortillas de maíz en sus manos, que apretaba sin saber. ¡Qué chingados pasa en Culiacán! Alcancé a escuchar una voz de fuerte admiración, de un automovilista, que pasó en zumba por el carril izquierdo de la avenida principal. Captaba a un tumulto de jóvenes, de una prepa de la UAS, sin control alguno. Se amontonan en la parada del camión urbano, a un costado de templo guadalupano de la Lomita. No se les ve, ni escucha, que recen un Padre Nuestro o ya de perdida un Ave María. Tampoco se observa que volteen al cielo, en búsqueda de la cruz que figura en lo más alto de esta iglesia emblemática de Culiacán. Ellos miran para que los salve, del caos reinante, hacia el horizonte sur de la Obregón, para que llegue un camión de pasajeros Huizaches o un Buenos Aires. No importa que la música la traiga a todo volumen, pero que nos salve, imploraban los movimientos nerviosos de los muchachos. Con la música que sea –de los jhonnys, un mix de cumbias, de Chalino Sánchez, de Peso Pluma-, pero que nos lleve, que los libere de este tormento en lo que se ha convertido el corazón de esta nerviosa ciudad. Nada, no hay camiones. Pues ¿qué pasa en Culiacán? Llora otra vez la ciudad. Ahora ni llueve, para decir que se confunde su llanto con la lluvia de la tormenta. Qué pasa en Culiacán. Las calles, hoy parecen como agencias de venta de carros, que los exhiben en simultáneo. Hay una muchedumbre de marcas, colores, modelos. Carros atravesados. Señoras, impecablemente maquilladas y lasiadas en su cabello, desesperadas en sus BMW del año. Juniors en sus Mercedes, queriendo volar por encima de un tsuru. Carros repartidores del Panamá, que llevan pasteles para las ansiedades Culichis en explosión mayúscula. Trocas de agricultores, como en fuera de lugar. Muchos úbers haciendo su agosto. Y mira, nada es casualidad, corre el mes de agosto. En fin. Todo este gran espectáculo de cofres y chirridos de llantas, de autos de lujo que chocan sin cesar con los autos populares, que son más rápidos y hábiles para avanzar en los carriles nerviosos de Culiacán. ¿Qué pasa en Culiacán?, ¿qué pasa en Culiacán? ¡Noooooooooo! Otra versión más de la crónica anunciada de un culiacanazito o culiacanazo, pero por minutos elevado al primer jueves negro, al jueves de guerra, al segundo culiacanazo. No lo sé, pero ni los sabios de las notas periodísticas han podido descifrar lo que pasa en Culiacán. Salgo de aquel edificio de la burocracia estatal. Escucho, junto con otro colega: pumm, pumm, pumm...-esos son balazos, aguas..., cuídese-, con voz nerviosa lo despido y me adentro a la psicosis nerviosa de la ciudad. Mi ciudad. Nuestra ciudad. Aquella nuestra ciudad.”

Al leer el mensaje de su compa el Indio, al Monito López, se le asomó una lágrima caliente en su ojo izquierdo. Era el anuncio inminente, de que ese clima raro, captado esa mañana, para mal o para bien empezaba a descifrarse. Para evadir un poco la realidad, no usó drogas. De puro coraje le dijo al coquero del parque -…hey loco, dame un pinche coco, pero con mucha salsa guacamaya y un chingo de limón-. El coquero en un dos por tres, le preparó aquel manjar sinaloense. El Monito lo tomó con sus dos manitas huesudas y le dijo con voz seria –ahí me lo anotas en el hielo para mañana-. El coquero, se sonrió mostrando su amplia dentadura –ya vas Barrabás- y le guiñó de compas el ojo derecho. Caminó sacado de onda. Pensó ante la nota del Indio y el clima captado. -Espero despertar bien de esta realidad que ya se me impuso como destino cruel y no solicitado para que llegara-. El Monito López cerró su trote, y con cierto nivel de desespero le entró al coco, aquella rara mañana del mes de agosto.

Comentarios

Estimado Dr. Luis Enrique, leí y me deleité con esa su prosa que, nadie de sus iguales en la intelectualidad, creerían fuera suya si no es que le conocieran desde hace tiempo. Sus personajes, poco a poco, irán creando una clicka culichi-sinaloense, como los monos-personajes del Rius, para explicar con enjundia y claridad las cosas raras que por acá nos pasan.
Mire, a mí me quién sabe qué que nadie en las esferas intelectuales académicas se detengan para analizar estos extraños y dolorosos sucesos que nos apresan los cuerpos en las casas y atenazan las gargantas, en un silencio que duele de verdad.
Por eso es bueno que el Monito salga, mire, se asombre y diga lo que ve.
Saludos, su amigo, JM, El Tal Frías S
LEA-V dijo…
Buen día mi estimado maestro y amigo de varios más, José Manuel el Tal Frías Sarmiento. Acompañándonos a través de las narrativas literarias, que ahora sí, nos guste o no, en verdad pueden ser vitales. Salvarnos la vida, del suicidio, de la agonía, tristeza,.angustias. Espero de verdad que las distintas narrativas nos auxilien a peliar lo que sentimos y vemos. De mi parte, va de nuevo ese abrazo pero de veldá, dijera el baboceador del Debate. Salud y vida,✌🏼☮️
Anónimo dijo…
Buenos días, profesor. Le reconozco habilidades de escritor. Lo que puede leerse es una narrativa fresca, propia de la gente de nuestra región. Un abrazo 🤗
Anónimo dijo…
Saludos Maestro , muy buena narrativa.
Anónimo dijo…
Excelente relato del monito López de ese día por la mañana Doctor Luis, confesarle que me sacó una buena carcajada sobre todo cuando comentó lo del relax jeje...lo saludo con afecto,un abrazo a la distancia.
Anónimo dijo…
Por cierto felicitarlo ya que maneja de forma excelsa la pluma Doctor Luis Enrique.
Anónimo dijo…
Querido Luis Enrique. Felicidades por tu relato y gracias por dejarme asomar a tu tierra
Anónimo dijo…
Mi estimado, profesor. Su estilo narrativo es genuino. Admiro la capacidad fotográfica que tiene para retratar el sentir colectivo de Culiacán. La voz de un personaje popular como “monito” es el vehículo para la reflexión del acontecer lamentablemente que padecemos.

El fragmento donde monito confiesa estar distraído con programas de televisión, como la casa de los famosos, mi hizo recordar las críticas de Bradbury a los sistemas de entretenimiento norteamericanos. Cuyo objetivo es mantener la pasividad de las masas frente a los problemas sociales.

Este y anteriores textos de su autoría bien podrían convertirse en una compilación de textos del Culiacán contemporáneo.

Héctor Armando Morán V. Le saludo con afecto.

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