Crónica en un Campo de Concentración
“Se les encerraba y arrojaban las bolas de Zyklon-B para que murieran; morían en poco después de la inhalación del gas, si bien les iba y si no, la agonía se prolongaba por unos 20 o hasta 30 minutos; los últimos minutos de vida no eran más que dolor”
Zyklon-B
Andrea Berrelleza Altamirano
Así
como le dije a Josh, mi amigo: mi guerra favorita es la Segunda, el Holocausto,
nombre con el que también se conoce. Él se sacó de onda, pero yo sabía que
también tendría él una guerra favorita porque es maestro de Historia en una high
school. -Claro, mi guerra favorita es la de Vietnam -terminó comentándome.
No sé
por qué, pero desde la primera vez que mi maestra en la primaria nos contó
sobre ese suceso, siempre sentí gran interés. He visto muchos documentales sobre
el Holocausto, películas basadas en hechos reales o de historias ficticias,
pero contextualizadas en ese suceso, documentales de los sobrevivientes
contando sus historias trágicas y he visto muchos videos de la época
colorizados, por lo que, en mi opinión, se aprecian mejor las imágenes. No
puedo negar que hay algunos videos que son muy fuertes, como una serie de
videos polacos que grabaron la vida cotidiana en el Ghetto de Varsovia
que vi recientemente que si bien, eran en blanco y negro, las imágenes de uno
de ellos eran tan crudas, que no pude terminar de verlo sin dejar de llorar.
Uno de
los lugares más conocidos que sonó durante ese tiempo y hasta la fecha sigue
siendo un nombre popular es Auschwitz. No sólo es difícil pronunciarlo por su fonética
alemana, sino también por toda la carga histórica y emocional que hay detrás de
ese nombre. Ese nombre le pertenece a uno de los campos de concentración que
hubo durante esa guerra que, si bien, no fue el único, sí fue uno de los más
destacados, pues ahí fue donde murieron más personas, alrededor de 1.1
millones, de los cuales, aproximadamente, un millón eran judíos. Se cree que
sólo se perseguía a los judíos, pero entre las víctimas de los nazis, también
había gitanos, Testigos de Jehová, homosexuales, disidentes y criminales. Al
igual que Auschwitz-Birkenau, Treblinka se encontraba en Polonia, sólo que
ubicada más al norte, cerca de Varsovia..
Auschwitz,
que ahora es un museo, está cerca de una ciudad que se llama Cracovia, ciudad
de la cual nunca había oído mentar; se encuentra al sur de Polonia y
aparentemente no hay mucho qué ver, pero hay que informarse para darse cuenta
que hay bastantes lugares para visitar, entre ellos, Auschwitz-Birkenau, el
cual es un complejo compuesto por tres campos: uno de concentración, uno de
exterminio y uno de trabajo forzado. Fue el que llamó más mi atención, por lo
que decidí ir a visitarlo y estar un poco más cerca de todo lo que había visto
en varios documentales sobre este suceso histórico.
Una
hora hice de la central de autobuses de Cracovia al campo de concentración. Ahí
pagué creo que quince euros para entrar. Ya se me habían pasado las horas para
iniciar con el tour, así que tuve que ir por mi cuenta.
Al
pasar la taquilla, lo primero que vi fue una vereda abierta con césped a los
lados; mucha gente caminando, muchos en grupos, muchos en parejas. Seguí a los
grupos hacia donde se dirigían y, bueno, de pronto pude ver la entrada del
campo, era idéntica a lo que vi decenas de veces en documentales y películas,
en fotos de Internet, no podía creer que justo estaba en las puertas de la
entrada que arriba escribía: arbeit macht frei, la mayor mentira de
todos los tiempos... Aunque para los nazis no era mentira, en realidad ellos
creían que la muerte era una forma de liberar a los judíos del sufrimiento por
ser judíos.
No
puedo negar que sentía emoción por estar en un lugar que ya bien conocía por
medio de Internet y que nunca dejó de ser llamativo, pero también había algo
que no me dejaba sentirme feliz por conocer uno de los lugares que me parecen
más atractivos en este mundo, desde un punto de vista histórico, claro. Algo me
hacía guardar mucho, mucho respeto por el espacio por el que en ese momento
estaba caminando, por lo que estaba leyendo y por los edificios que mis ojos
veían.
El
lugar es como un pequeño complejo de edificios que tienen un acabado de
ladrillo, con ventanas con marcos de madera y techos con caída parecida a la de
dos aguas, parece como si cada edificio fuera una casa, sin embargo, lejos de
una cómoda casa con habitaciones, baño y cocina, sólo tenían literas de madera
en las que los presos se hacinaban al momento de dormir. No todos los edificios
están abiertos al público, pero los que están, son suficientes para entender
mejor dicho evento.
Por los
caminos entre los edificios, cual, si fueran calles de terracería, adornan las
orillas los distinguidos y altos álamos que, en la época que fui, estaba
pelones, pues el otoño que empezó ya los había deshojado. Entré a varias de las
barracas; para entrar había de subir unos escalones, pues las puertas están un
poco arriba sobre el nivel de la tierra (en algunas, no en todas); pude ver,
entre muchas otras cosas, fotografías de los presos sacadas de la base de datos
del campo, unos maniquíes con la ropa a rayas que usaban. En una sala situada
en el segundo piso de una de las barracas, cuyo número no recuerdo, las paredes
estaban tapizadas; desde lejos, parecía como una especie de patrón decorativo
sobre la pared, pero acercándose, podía apreciarse que eran letras de un tamaño
de fuente muy pequeño y que articulaban los nombres de las personas que fueron
asesinadas en el campo, eran miles, puedo asegurarlo.
Pude
ver, en otras barracas, una vitrina con cientos de lentes, otra con maletas,
otra con zapatos, otra me pareció escalofriante, pues era una vitrina de pared
a pared (unos diez metros por unos dos de fondo) en la que de lejos se veía
algo oscuro, pero al acercarse se podía distinguir que eran trenzas de cabello,
todo ese montón de materia era cabello de las que fueron prisioneras y decía en
el cuadro informativo que no era todo el cabello de todas las prisioneras, aún
hacía falta mucho, pero no se había podido recuperar.
Una de
las barracas más crueles era el Bloque 10, pues ahí era donde se llevaban a
cabo los experimentos “médicos” que, en el nombre de la ciencia, abusaron,
sobre todo, de muchas prisioneras, con el pretexto de avanzar en dicha
disciplina. Josef Mengele fue el encargado de esa área y su nombre es recordado
como el del médico que inyectó químicos distintos, entre ellos, radiación, a
las mujeres con el fin de esterilizarlas, químicos que fueron proveídos por la
empresa Bayer.
Había,
sin embargo, la barraca más temida de todas: el Bloque 11. Era ése el edificio
más mortífero del campo ya que ahí, en un sótano en donde había unas pequeñas
habitaciones de quizás dos por dos, en donde encerraban a los presos, se
construyó lo que fue el predecesor de la cámara de gas del campo. Ahí
ingresaron con engaños cientos de judíos, gitanos y soviéticos a los cuales se
les encerraba y arrojaban las bolas de Zyklon-B para que murieran; morían en
poco después de la inhalación del gas, si bien les iba y si no, la agonía se
prolongaba por unos 20 o hasta 30 minutos; los últimos minutos de vida no eran
más que dolor. Eran unos gránulos compactados en esferas, las cuales, al hacer
contacto con el aire, liberaban los gases venenosos que, luego, se impregnaban
en los pulmones de quienes lo respiraban.
Zyklon-B
es el nombre con el que se patentó el ácido prúsico (cianuro) que se utilizaba
en las cámaras de gas de varios (si no es que de todos) los campos de
concentración. Fue en septiembre de 1941 cuando, por primera vez, se hizo
práctica de esta forma de exterminio con este producto a modo de experimento.
La Solución Final, como la Schutzstaffel (la SS) le llamó a la
operación de exterminio con cianuro, tuvo éxito, así que, a partir de entonces,
comenzó a ser una práctica continua por la cual, alrededor de dos mil personas,
morían diariamente.
En uno
de los bloques, creo que el once, igualmente, en el segundo piso, hay una
exposición de las latas de este veneno que se utilizaron para las cámaras de
gas, hay decenas de ellas tras el cristal donde se exponen, unas encima de
otras, oxidadas y viejas; fue cuando vi esa vitrina cuando me conciencié
verdaderamente sobre del Holocausto y entendí que todas esas películas y
documentales que había visto, no sólo están tras las pantallas, sino que hay
lugares en el mundo, hay personas en el mundo que atestiguaron este hecho
porque realmente sucedió y no fue hace mucho ni tampoco sucedió muy lejos.
Sentí ganas de llorar por el impacto de lucidez que a veces trastoca la
conciencia y nos permite entender enteramente la gravedad de un hecho. De ahí,
todo lo que vi después me conmovió mucho más.
Fuera
del Bloque 11, en el patio entre éste y el Bloque 10, hay un muro gris, el cual
funcionaba para los fusilamientos de los presos. Ahí eran puestos de pie, no
recuerdo si decía que viendo al frente o hacia el muro, pero, desde unos metros
de distancia se les disparaba, dejándolos morir ahí, cual si fueran cualquier
cosa.
Un poco
más tarde, después de haber estado en otras áreas, regresé a la zona del Bloque
11, pero esta vez no estaban permitiendo el paso pues había unos hombres ahí
muy trajeados que estaban llevando unos arreglos de flores; resulta que dos o
tres veces a la semana se ponen arreglos de flores en el muro ése como una
forma de honrar la memoria de quienes fallecieron ahí. Entonces, me puse a
pensar: ¿para qué les ponen flores? No sirven de nada, más de mantener vivo el
recuerdo y sí, podría ser que eso sensibilice a las personas que visitan el
lugar, pero ese mensaje no llega a quienes de verdad necesitan ser
sensibilizados, tal como los grupos radicales de las diferentes partes del mundo,
como el Ku Klux Klan, los simpatizantes con el neonazismo y con los grupos de
ultraderecha, o cualquiera que crea en la supremacía racial (aunque nieguen ser
de esa naturaleza).
Tampoco
sirve para reparar lo que ya pasó, tal como lo fue esa guerra. Si bien, dicen
que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla y
para eso se enseñan eventos históricos de ésta índole (como las bombas atómicas
de Hiroshima y Nagasaki, producto de esta misma guerra), parece ser que no
sirve de mucho, ya que el tráfico de armas y su producción sigue siendo un
negocio vigente.
Había
un espacio que me interesaba mucho ir a ver: el crematorio. Para llegar ahí,
había que caminar algunos metros desde el área del complejo de barracas y pasar
por un pasillo que a los lados estaba rodeado de cercas que, en su tiempo,
estaban electrificadas. Una vez pasando el pasillo, el espacio que sigue es
abierto y parecido a áreas verdes, mas no tengo la certeza de que así se haya
visto por allá en los cuarentas. Fue caminar unos cinco minutos, más o menos,
cuando miré en medio del césped y de unas ruinas de otros edificios que quizás
estuvieron ahí antes, un letrero en el que indica la dirección de la cámara de
gas y el crematorio; era seguir derecho; un poco después, se gira a la derecha
y ahí se ven unas escaleras que llevan hacia abajo, algo como un sótano en
medio del campo verde.
No creí
que estaba entrando a la cámara: era como una habitación totalmente gris, se
veía abandonado, las paredes desgastadas por el tiempo, como descarapeladas,
uno que otro foco en el techo alumbraban el espacio, pero mantenía una
iluminación tenue, quizás para no dañar el espacio o quizás para mantener ese
ambiente tenebroso, aunque, si removemos el respaldo histórico, ese lugar sólo
se veía como un sótano de un edificio en obra negra abandonado. Me acerqué a
las paredes para comprobar algo que he visto muchas veces en Internet y temía
que fuera cierto y lo fue: había marcas de arañazos en ellas, miles de personas
habían arañado las paredes como signo de dolor, de desesperación o de miedo,
mientras se ahogaban en cianuro en forma de gas.
Justo
en medio de la pared del lado derecho, había una pequeña puerta, la cual
conducía inmediatamente al crematorio. Había cuatro hornos en parejas,
literalmente se veían como los que hacen de piedra para hornear pan, sólo que
éstos tenían una longitud más larga para que cupiera un cuerpo humano completo.
Justo frente a los hornos, había unos rieles que eran los que direccionaban la
camilla en la que se postraban los cuerpos, todo con tal de facilitar el empuje
y el jale de las camillas para meterlas y sacarlas de los hornos.
Fue ese
momento preciso en el que no soporté más y solté las únicas lágrimas que
rodaron por mi cara durante esa visita. Me pareció demasiado que se haya
llegado al punto de bañar en veneno e incinerar los cuerpos de seres humanos
como si no valieran nada, como si fueran basura. No entiendo cómo pudo suceder
algo como el Holocausto y atentar contra la vida de millones de personas de la
manera como lo hicieron los nazis.
Regresé
a esa zona del complejo de edificios de ladrillos. El día que hacía era
soleado, aunque ya estaba cerca de caer la noche. No huele a nada. Yo tenía esa
duda de si en el campo en general o si en algún lugar específico habría algún
olor en particular, pero no. No hay olor alguno ni en la cámara de gas, ni en
el crematorio, ni en los sótanos, ni en ninguna barraca. Al contrario, fuera de
los edificios puede respirarse aire limpio. Se sentía mucha paz; el sol, el
aire fresco, el viento que soplaba, el silencio general en el lugar, me
llenaban de paz, pero al entrar en alguna de las barracas, tal vez impulsado
por el conocimiento de la historia pasada de esos edificios, se sentía una
pesadez en el ambiente y he aprendido a distinguir esa sensación porque es un
drenante de energía y termina uno muy cansado. Terminé exhausta.
Pude
apreciar el sol que ya estaba más cerca de ocultarse, aunque era temprano, algo
como casi las cinco de la tarde, pero era época de otoño y por aquellos lares,
los días en otoño y, sobre todo, en invierno son muy cortos. Ya no iría a
Birkenau, pues ya era tarde, yo ya estaba muy cansada y para ir, tenía que
tomar un bus fuera de Auschwitz I y que todavía tarda quince minutos más en
llegar. No quería que me anocheciera (aunque fuera temprano) porque iba sola,
estaba lejos del Airbnb y, además, ya había quedado de ir a cenar con Chris y
Moe a las siete en punto y todavía tenía que tomar carretera por una hora más.
Salí
del museo por la misma puerta por donde entré y me dirigí a la parada del
autobús para ver que ya estaba ahí y me apuré a subirme y en cuanto comenzó a
moverme, caí dormida hasta que estuvimos cerca de llegar a la central.
Ahora
creo entender mejor esa vergüenza histórica que se les enseña en las escuelas a
los niños alemanes, entiendo porque no se ve bien tener banderas de su país en
sus casas, pues es un tabú ser patriota, sólo es tolerable cuando hay juegos de
fútbol para demostrar el apoyo al equipo. Entendí que son hechos que no deben
ser olvidados ni por ellos ni por nadie en el mundo, aunque realmente sí los
olviden porque las guerras continúan.
Me
perturba también cuando se usa el término feminazi tan a la ligera para
demeritar la rebelión sobre la ideología patriarcal, pero eso no ofende a ninguna
persona simpatizante con el feminismo, sino que es una burla y una falta de
respeto a los millones de personas que fueron exterminadas durante esa época y
lejos de verse como personas ingeniosas, sólo exponen su falta de conocimiento
y empatía hacia la memoria de todos aquellos que sufrieron. También, hoy toman
más valor todas aquellas obras que de las que he aprendido más sobre el
Holocausto, entre documentales y películas que he visto y artículos que he
leído; es echar una mirada a lo que creemos tan ficticio y tan lejano para
darnos cuenta que es tan real como nuestra existencia y tan cercano como que
estamos en el mismo mundo. Y, a pesar de intentarlo, todavía no puedo
comprender muy bien cómo fue que una ideología tan radical llegó al poder de esa
manera; digo, sé que todo fue a partir del carisma del señor del bigotito, pero
me resulta muy difícil entender por qué nadie se cuestionaba los hechos, aunque
se sabe que la población en general desconocía que pasaban estas cosas tan
inhumanas, pues todo siempre se habló con mentiras y engaños.
Yo creo
que, además de conocer la historia, se debe siempre cuestionar todo para evitar
que esos sucesos se repitan; la observación, el análisis y el cuestionamiento,
son tres elementos que no deberían falta en las prácticas sociales comunes, sin
embargo, también entiendo que es muy fácil dominar a las masas cuando se les da
el soma del que ya habló Huxley, así nomás es cuestión de vigilar que
sigamos dormidos y nadie pregunte nada.
Comentarios
Saludos y gracias por esta maravillosa crónica.
Tu amigo, José Manuel Frías Sarmiento