“No creo ver más un patio así tan lleno de colores con rosales, mucho menos esa amistad tan bonita como la de mi madre y la vecina, porque su competencia sólo era por los rosales”
LA AMISTAD DE COLORES
Flor Dalicia Núñez Lizárraga
Desde
pequeña hasta el día de hoy tengo unos recuerdos tan marcados unos bonitos
otros no tanto, pero solían gustarme mucho las rosas, sea cuál sea su color. Años
atrás, solía mirar los patios de mi madre y mi vecina de al lado: tenían
rosales de diferentes colores y, entre recuerdos muy vagos, se miraba como si
estuvieran siempre compitiendo por ver a quien se le miraba más hermoso el
patio o quien tenía sus rosales más bonitos. Yo enamorada, admiraba una y otra
vez esos patios tan llenos de colores en los cuales nunca faltaba una abeja,
una chuparrosa o un cigarrón que, en mi infancia, así nombrábamos a las libélulas.
En ese entonces me hubiese gustado tener una cámara fotográfica y poder
compartir todos esos colores, texturas y variedades, tanto de rosales, flores e
insectos.
Mi
madre competía. pero tanto a mí como a mis hermanos nos tocaba regarlas, o muy
temprano o muy noche; de vez en cuando cortaba una, o de la vecina o de mi
madre, y jugaba a cortar pétalo por pétalo al (me quiere no me quiere) con ese
niño que me gustaba.
De vez
en cuando me llevaba un dedo pinchado, pues los rosales tienen espinas y como
estaban muy pegada una de la otra, cuando me subía arriba de la casa se miraba
como una alfombra de flores, tenían muy poquita separación y si las observabas
con ese amor con el que ellas las cuidaban y les hablaban, tal vez te puedas
imaginar la hermosa imagen de la cual hablo.
Con el
paso de los años, la vecina enfermó y no pasó mucho tiempo en irse de este
mundo y, lamentablemente, con ella sus flores pues, a pesar de que su hija las
cuidara y regaba, empezaron a secarse, al parecer sus flores se fueron también
con ella. Yo pensaba que su rivalidad por tener el patio más hermoso las había hecho
enemigas, pero creo que me equivoqué pues mi madre estuvo triste por días, de
vez en cuando la miré llorar al revisar sus Rosales. Era una simple competencia,
pero era una competencia amistosa y tranquila, pensé que ellas se habían hecho
enemigas pues, en ocasiones, su comportamiento era egocéntrica y cuando querían
algo de la otra amable, con el paso del tiempo mi madre siguió con sus flores
pero ya no con ese mismo amor el cual ella les daba, crecí y me volví yo una
ama de casa que también tenía el gusto por las plantas; al visitar a mi madre
siempre le pedía un podo porque yo también quería tener un patio lleno de
colores, pero la respuesta al pedir esos podos era no, sin querer dije un día
molesta, un día de éstos se te van a secar todos por egoísta. No le tomé
importancia al comentario que hice, pues era más grande mi enfado por no tener
lo que pedía. Dejé de visitar a mi madre por un mes. Para que se me olvidara mi
berrinche, luego visité a mi madre y lo primero que miré fue un patio vacío y a
mi madre con cara de gusto de verme, pero, a la vez, enojada pues me culpó de haber
echado el ojo a sus plantas. No me pude enojar, todo lo contrario, me entristeció
no ver su mundo de colores, ya había perdido la vista tan hermosa que tenía la
vecina y ahora la de ella. Mi madre aseguró que tenía esa manera de ser, que ya
había pasado eso de echar el ojo; yo considero que fue el desinterés que poco a
poco ella empezó a perder por su patio,
yo no entendía como a mí no podía darme un podo y con la vecina se intercambiaban
podos, pues se trataba de tener la variedad posibles de colores que rosa, roja,
amarilla combinada entre blanco, rosa y amarillito, ella le llamaban (payaso,
tenía girasoles en su temporada, variaban los tamaños de las flores, el patio
de la vecina era en la pura entrada pero vertical y el patio de mi madre era en
la pura entrada pero horizontal y mucho más pequeño. Ella, cada tanto tiempo, ponía
un polvo gris para que los mochomos no se comieran sus flores.
Mi
madre prefirió coleccionar plantas que no fueran rosales pues su amiga ya no
estaba ya no había un motivo para compartir y comparar su patio, decidí comprar
un rosal rosa y por más dedicación que le puse a su cuidado empezaba a secarse;
tal vez, sólo debo ser espectadora. Se lo regalé a mi vecina, una señora mayor
que tiene un patio hermoso, pero con plantas que no tienen que ver con rosales.
Después de meses, miré ese rosal grande y bonito, debo confesar que no me he
animado a tener un rosal, prefiero regalárselos a mi vecina visitarla y
mirarlas flores.
No creo
ver más un patio así tan lleno de colores con rosales, mucho menos esa amistad tan
bonita como la de mi madre y la vecina, porque su competencia sólo era por los
rosales; sin embargo, cada que se podía, se echaban la mano cuando se podía; en
otro tipo de problemas que se les presentarán, por el cerco que dividía las
casas se comunicaban sin pisar la casa de ninguna de las dos, hasta solían
tomar café
y platicar pero siempre de por medio un cerco de alambre.
Comentarios
Excelente texto. felicidades, lo disfruté mucho.
Saludos, su amigo Gilberto Moreno.