“Todos los días, desde que comencé la universidad, me he cuestionado si vale la pena seguir, si valdrá la pena terminar, si encontraré mi vocación sobre la marcha”.
CUESTIÓN DE PASIÓN
Karla Naomi Camacho Sandoval
¿Para qué nos educamos? Preguntó
el Rector al comenzar su discurso y aunque el mismo contestó la pregunta, me
quedé pensando en ella, en qué respuesta le doy yo a esa pregunta ¿para qué me
estoy educando? Tal vez para algún día estar al frente de un auditorio
presentando el libro que acabo de publicar o recibiendo el halago de todos los
presentes, tal vez para ser reconocida en mi campo de trabajo o para darme el
lujo de escribir por gusto y no por necesidad. No, ninguna de las opciones
anteriores es una respuesta para mí.
Para mi fortuna o infortuna he
estado presente en todos los eventos del Maestro Frías desde que me da clases y
algo que me ha quedado bastante presente, además de su historia de vida, es la
estrecha relación que encuentra entre escribir y educarse. Leer lo entiendo, no
hay mejor puerta para la educación que la lectura, pero tener un gran bagaje
literario no te asegura la habilidad o siquiera el gusto por escribir y,
personalmente, ése es mi caso.
Soy una traga libros, me gusta
leer y leer, tanto que no me tomo el tiempo de saborear el contenido de los
libros, tanto que siento la necesidad de comprar un libro nuevo cada semana,
soy lectora compulsiva más que reflexiva, claro que de nada me sirve leer si no
comprendo, reflexiono y me adueño del contenido, pero ésa es mi realidad y no
puedo desistir ante lo que no puedo controlar.
Que el procrastinar, el posponer,
el esperar la inspiración no nos va a llevar a ningún logro nos dijo el maestro
Rogelio, vaya, se oye bastante bonito y alentador, pues tiene razón. Pero ¿Qué
pasa si de verdad escribir no es lo tuyo? ¿está mal no querer escribir? ¿qué
pasa si no lo disfruto? Me cuestiono si me estoy negando algo al no hacerlo.
Me gusta leer novelas o a grandes
filosos, letras que me hagan imaginar o cuestionarme, que puedan saciar mi
hiperactividad mental; en mi cabeza, diario creo cientos de historias de mi
realidad o de lo que quisiera que fuera, pero mágicamente se desvanecen al
tratar de plasmarlas, es como si me quedara en blanco, nada sale de mis manos y
nada se plasma en el papel.
Es una penitencia realizar las
tareas cuando son de temas que no me atraen, es decir, la mayoría del tiempo.
Escucho el trabajo de mis compañeros y me pregunto ¿por qué no pensé en eso?
Porque no me llama la atención y no me esfuerzo, tal vez, ése es el porqué.
Tiempo, leer y escribir requieren
tiempo, algo que es un lujo en mi día a día, desde el semestre pasado estoy
leyendo El Principito y es hora que no salgo de las primeras diez páginas.
Divido mi día entre la escuela y el trabajo y eso me está consumiendo. Escuché
de un maestro, un día, “no puedes estudiar y trabajar, tarde o temprano, alguno
de los dos tendrás que sacrificar”. Es una realidad bastante injusta pues no
puedo estudiar sin dinero, sin trabajo no tengo dinero, he ahí la paradoja de
la situación, trabajo porque quiero estudiar, sin embargo, si trabajo no tengo
tiempo para estudiar.
Hay personas que
nacen con un don para la escritura, otras lo desarrollan por pasión o como un
medio de comunicación; estar en ese auditorio escuchando a compañeros de, más o
menos, mi edad, compartir sus escritos, sus pensamientos, sus miedos, sus
sueños y sus vivencias me dejo una espinita, me dejó pensando en por qué no soy
yo la que estoy ahí. Llegué a una conclusión que me hizo bastante sentido,
pasión, un sentimiento del que carezco o aún no ha despertado en mí.
Veo a los maestros
que en el auditorio se encuentran y no logro visualizarme como uno de ellos, he
fantaseado con serlo, tal vez, en alguno de mis más remotos sueños. Me
encuentro en un debate conmigo misma desde hace un tiempo, en verdad. ¿Me gusta
mi carrera? Tal vez, pero no me encanta, no siento esa emoción que irradian mis
compañeras cuando hablan sobre la docencia. Todos los días, desde que comencé
la universidad, me he cuestionado si vale la pena seguir, si valdrá la pena
terminar, si encontraré mi vocación sobre la marcha. Me gusta pensar que si
terminé en la UPES, aun sin saber de su existencia, fue o es por algo, que
tengo un propósito aquí o que lo descubriré estando aquí.
De pequeña, gritaba a
los cuatro vientos que mi futuro sería como maestra, me hacía ilusión o,
simplemente, era ignorante de mi realidad; conforme fui creciendo me hice
consciente de mi falta de habilidades, de vocación o de pasión y cuando llegó
el momento de escoger una carrera profesional no tuve nada en mente. No me
gusta nada en especial. No soy buena en nada en especial y no aspiro a nada en
especial. Tomar un año sabático o los que necesitara para encontrar mi vocación
no era una opción, no para mi madre, así fue como terminé en la UPES, así y con
la influencia de una maestra de preparatoria quien estudio, precisamente, en
UPES y me dijo que veía en mi gran potencial para ser una educadora, el cual
hasta la fecha sigo buscando, preguntándome dónde lo escondo, pues vaya que lo
hice muy bien ya que es hora que aún no logro encontrarlo.
Pasión, esa es la
respuesta que le doy a la mayoría de mis interrogantes, sin ella no disfruto de
mi día a día, no disfruto de mis clases y, ciertamente, no las comprendo o no
me interesa hacerlo. Hay materias sobre las cuales me siento increíblemente
atraída ya sea por su contenido o por el maestro que da la clase, ¿qué sé sobre
ciencia y sociedad o sobre estadística? Son materias tan poco memorables o
interesantes para mí que nada recuerdo de ellas; sin embargo, si hablo sobre
teorías pedagógicas vienen a mi mente esas fichas tan predecibles del Maestro
Abelardo, sus diapositivas subrayadas y su clásico cuestionario, un maestro tan
apegado a la escuela tradicional que es sorprendente que, justamente él, sea
una de mis pequeñas inspiraciones a seguir en este camino. Un maestro tan
educado, culto y recto que no necesita contarnos sobre sus logros académicos en
cada una de sus clases para inspirarnos, pues su sola presencia lo hace.
Tal vez, la falta de
pasión sea la respuesta a mi poco interés; tal vez, sólo sea una excusa, sin
embargo, seguiré en el camino, no tengo un destino fijo. Disfrutaré del viaje y
tomaré los aprendizajes que en el camino se me presenten.
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Saludos, José Manuel Frías Sarmiento