“Mi vida ya no era la misma, ya no había más relato, escrito, cuento o poema el cual escribir, se fue junto a todo eso, fue como si una parte de mí se hubiese ido con ella”
LA MUERTE DE MI AMIGA
Hugo Esteban Martínez Reyes,
Una
erudita en la palabra, llena de gran sabiduría, a pesar de que siempre dependía
del internet para fundamentarse, pero siempre era efectiva ante las
adversidades; siempre estaba conmigo, viajaba conmigo, juntos veíamos
películas, escuchábamos música, nos desvelábamos, y, sobre todo, dormíamos
juntos.
Para
cualquier apuro ella era la indicada para hacerme el favor, si necesitaba algo
que no estaba al alcance, ella hacía lo posible y lo conseguía, todo aquello
que parece imposible, ella lo hace ver tan fácil que te llena de satisfacción
el saber que tienes a alguien como a ella, tan productiva y cercana, y sobre
todo leal.
Todo
era alegría, hasta que un día, exactamente el 8 de diciembre del año pasado,
mientras estábamos juntos en la culminación de una aventura más, se desvaneció,
creí que era una recaída recurrente, pero no fue así, había muerto, frente a
mis ojos, de una forma tan inesperada y cruel que no parecía ser cierto, le di
unos pequeños y suaves golpes para no dañarla, pero tratando de despertarla,
pero fue en vano, ella ya no respondía.
La vida
en unos segundos pasa de sonreírte a hacerte madurar de una manera muy cruda y
fuerte, para crecer y tener mayor valor sobre lo que hacemos en cada cosa en la
que estábamos presentes.
Mi vida
ya no era la misma, ya no había más relato, escrito, cuento o poema el cual
escribir, se fue junto a todo eso, fue como si una parte de mí se hubiese ido
con ella.
Me
quedé con ella a pesar de que ya no respondía, algo me decía que aún podría
salvarla a pesar de su estado, aunque tenía miedo.
Hasta
que decidí enfrentar mi duelo, conocí a unas personas que podían hacer algo al
respecto, pero tendría un costo; el viernes 26 de enero fui al lugar acordado,
por el lugar más oscuro de la calle Rafael Buelna, en los límites del centro de
la ciudad de Culiacán, es una tienda donde hasta los niños pueden entrar y
hacer negocios, con bastante temor y delicadeza la recosté donde me indicaron,
fueron a revisar en el cuarto lo que necesitaban, los treinta segundos que
fueron eternos para mí, hasta que la conectaron, pasaron unos segundos, y
presencié su resucitación, había vuelto a la vida, mi laptop había encendido de
nuevo...
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Saludos, José Manuel Frías Sarmiento