“Don Felisardo parecía tener todos los años del mundo, pero también, quién sabe por qué, le tenía cariño y un chingo de fe al Germán de aquellos años de principios de los 70”






SI ME VIERA DON FELISARDO

 

José Manuel Frías Sarmiento

 

Germán jugueteó con los tres pistaches de su mano izquierda mientras le daba un suave sorbo al whisky Macallan que sirvió en un corto vaso de Johnnie Walker. Quién sabe por qué, pero le gustaba tomar sus dos whiskies diarios en ese pequeño vaso con la figura grabada y resaltada del Caminante, ¿será porque le recordaba los 10 kilómetros que todos los días caminó del Estero a la Redonda para estudiar su sexto año de primaria? Era como una costumbre, dos caballitos de Macallan, dos cubitos de hielo y el agua mineral del Topo Chico que le cupiera. A veces, cuando el trago se terminaba, también le gustaba jugar con los hielos en el vaso y beberse, luego, los traguitos del hielo diluido. Era una manía, lo más seguro, pero a él eso le agradaba y siempre que podía hacerlo, lo disfrutaba. Como ahora, este miércoles 13 de julio por la tarde, las 4:57 pm, para ser exactos en las que lleva medio trago del primero de los dos que siempre toma. Es como un rito. Pero un rito muy del mundo mundano, dirían los cristianos arrepentidos de la vida disipada que muchos tuvieron antes de ser tocados por Dios y horrorizarse ahora de los desmanes de un pasado muy reciente. Ese pasado que a Germán nunca le ha dejado de la mano, unas veces porque le gusta recordarlo para cuidarse y prevenirse de las malas decisiones que, luego, se trocan en terribles acciones con peores o, por lo menos, engorrosas y culposas consecuencias. Ah, pero en otras ocasiones, a Germán le gusta ir al pasado nemotécnico para revivir situaciones lindas y agradables con personas inolvidables de su niñez. Personas que le moldearon el alma con sus charlas y le llevaron a imaginar un Mundo que él sabía que había, pero que aún no conocía. Como en esta tarde que le da el último sorbo al primero de los dos Macallan que a este miércoles 13 le corresponden por derecho; aunque, quién sabe, tal vez y ahora sean tres, porque Germán acaba de recordar una frase que a Don Felisardo le gustaba mucho repetir cuando, en las noches de los sábados de luna llena, en los que Germán iba para el Estero, platicaban y platicaban sin que el tiempo pareciera, para ellos, transcurrir. Ande, pues, se oyó bonita esa última frase de este primer párrafo de esta historia que apenas les voy a contar.

“Don Felisardo parecía tener todos los años del mundo, pero también, quién sabe por qué, le tenía cariño y un chingo de fe al Germán de aquellos años de principios de los 70”, cuando apenas era un plebillo abitachado que caminaba del Estero a La Redonda para terminar su Sexto Año en la Primaria del rancho en el que nació y del que, después de irse para Pánuco, con breve escala de regreso en La Redonda, arrancaron para El Estero, donde se quedaron para siempre. Muy tempranito agarraba camino y ya casi para salir del rancho, ahí nomás llegando al primer canal lateral de los dos que flanqueaban al Estero, pasando las tierras de Candelo Murrieta, Don Felisardo lo esperaba en la puerta de su casa, con una taza de café en la mano, aguzando sus miopes y cansados ojos, para divisarlo acercarse y, al paso, saludarlo con gusto y decirle que a la noche lo miraba para que le contara lo que en la escuela le había contado su profesor. Y el Germán, quién sabe por qué, sentía afecto y confianza con aquel señor que le aventajaba con varias décadas en edad. Pero así fue siempre con él y sus hermanos en el rancho. Tenía más amistad con los adultos mayores en el billar, en el juego de pelota y en el abarrote que con los chiquillos de las escuelas de La Redonda y de El Estero, con los que casi nunca o muy poco jugó, salvo en las vacaciones que chiroteaban por el monte, en la Loma del Quinto, y por el arroyo donde se echaban clavados en el Tanque del Toleco. Aparte, pues hay que ver que Germán iba de lejos a la escuela, nomás 10 kilómetros se aventaba de este rancho al otro rancho, por eso era que nomás sonaba el fierro de la salida, rápido se agilaba para no llegar noche con su familia en El Estero, porque muchas veces se le oscureció en el camino y, aunque no era miedoso, siempre le volvía el alma al cuerpo al divisar la lucecita acopechada de la casita de palma y vara blanca ripiada con lodo cafecito de la casa de su amigo Don Felisardo. Éste, ahí lo esperaba de regreso para darle la bienvenida y decirle las buenas noches, pero también para acostarse a dormir a gusto, sin el pendiente de que Germán, tan plebillo, anduviera solo por esos rumbos del canal, donde hacía poco Don Marcos Beltrán llegara en una trocona del año, quién sabe de dónde, y sin más ni más hiciera una casota de material de la noche a la mañana. Don Felisardo y el rancho entero murmuraban que Don Marcos y su hijo Belisario, eran narcos, pero eso se comprobó dos años más tarde cuando Chalío se posicionó en la entrada que va para Recoveco y el Carlos y el Javier en la salida para Pericos, por el rumbo del Dique Mariquita. Y así las tres entradas del Estero quedaron aseguradas por gente que movía mucho dinero, pese a que ninguno tenía tierras, ganado o, aunque fuera, una tienda de abarrotes como la del papá de Germán, con la que apenas acompletaban para vivir. El Carlos y el Javier a los tres años pelaron gallo para Guerrero; Don Marcos, antes de irse con su hijo, embarazó y le puso casa a dos jovencitas a cuyos padres les daba mucho gusto tener por yerno a tan distinguido señor. El que perduró en la memoria del Estero fue Chalío que se fue para la frontera cuando se calentó el terreno, y por allá se cuenta que ganó muchos billetes vendiendo lo que a los gringos les gusta comprar por toneladas.

Germán se queda mirando los hielos en el vaso casi vacío, mientras piensa en lo que le decía Don Felisardo, sentados, ellos dos solos, en el patio de pelota, mirándose a los ojos entre el humo azulado del cigarro que fumaba Don Felisardo. Eran unos macuchos de tabaco que venían en unas cajetillas que se llamaban La Conquistadora y en otras La Muralla. Don Felisardo les quitaba un poco de tabaco de una punta, les pasaba la lengua para que se mojara y se pegara el papel en forma de conito, luego lo prendía con un cerillo haciéndole casita con las manos, le daba una larga chupada y le decía muy serio, mientras soltaba el humo lentamente: “Mira, Germán, estudia mucho y ponte muy abusado, aprende mucho m’ijo, porque un día tú serás Gobernador de Sinaloa”.

¡Qué tiempos aquellos, tan lejanos y tan cercanos! Tiempos de polvo por el viento del camino que anticipaba la lluvia que le mojaría, como aquella vez que ni siquiera llegaba al sifón de la compuerta 46 y ya se miraban barruntos negros en el cielo que se empezaba a desmoronar con pequeñas gotas, sobre su cabeza. Germán se puso el impermeable para que no se mojaran sus libros y apresuró el paso, porque de ahí, del sifón al Estero, todavía faltaba un tramo como de tres kilómetros para llegar a su casa, así que le tocó llegar con los guaraches y el pantalón todos enzoquetados de lodo y la ropa más mojada que una mojarra en el agua. ¡Pinches mojarras, qué sabrosas salían del disco lleno de aceite reverberante, doraditas y olorosas, como para arrancar sus lonjas y hacer un taco de tortilla recién hecha en el comal de la hornilla, con su salsita huevona de tomate, cebolla y chilito serrano y empujarla con una cocona de medio litro, que nomás el gas raspaba y burbujeaba en el gaznate, cuando de un solo trago se aventaba un tercio de la botella!

Germán acaricia el vaso del Caminante y sonríe al recordar como los jugadores de pelota y del billar pedían una Cocacola, pero de las botellas viejas, las de vidrio verde, decían los estereños cuando Germán, el plebe de aquellos años, éstos que les cuento en esta historia, despachaba en el abarrote de su padre, el viejón más sabio y respetado de la comarca, dirían los plebes de ahora. Vidrio verde, a lo mejor y aquella raza del rancho tenía razón al exigir el color de la botella, porque ya ven que el vino tinto viene en botellas de color oscuro, disque para que la luz del sol no incida en el sabor del paladar que lo paladea en una copa de vidrio fino. Vidrio, vidrio, vidrio, como el del vaso del Caminante en el que Germán, ahora, un chingo de aguaceros después, disfruta su Macallan Single Malt 25 mientras, quién sabe por qué, se le vino el recuerdo de Don Felisardo a la memoria de cuando, como dijo García Márquez, era feliz e indocumentado. Tan lo era, que una vez, apoyado por su maestro de Sexto Grado en La Redonda, fueron hasta Culiacancito a emborucar a una secretaria con palabras y miraditas coquetas del profesor, para que a sus papeles les hiciera una machicuepa de la que, sin saberlo, el juez firmó con una muy bonita y garabateada rúbrica de verdad, no como las rúbricas de ahora que en las escuelas piden a las maestras para corroborar el avance de sus alumnos. Y así fue como, de cachirul, Germán pudo entrar a la secundaria en Culiacán a la que no pudo entrar derecho, con todo y la recomendación que Víctor Bravo Ahuja, el mero mero Secretario de Educación Federal de aquel tiempo, tan lejano en el calendario y tan presente en la memoria, le diera en una tarjetita ribeteada con la franja tricolor de la Bandera Nacional, para que se inscribiera en la Secundaria que le diera la gana, sin hacer el examen que desde entonces vienen realizando para excluir sin remordimientos, a los plebes ilusionados que, como el Germán aquel del cuento éste que les estoy contando, se vienen del rancho para estudiar y ganarle un tramo a la desigualdad que no le da por emparejar a unos que tienen billetes, con los otros que nomás su inteligencia y ganas de trabajar les sobran para hacer una brecha y emparejarse un poco en esta carrera que nunca terminamos de correr. ¡Chingada madre, no, si bien lo dice mi compa Edén Muñoz, ora que dejó a Calibre 50 para ganar billetes el sólo: “La balanza de la vida nunca quedó nivelada!”. Y eso al Germán aquel del Estero que se apersonó en la Secundaria pegadita a una lomita, le quedó bien clarito cuando las secretarias le dijeron que no lo podían inscribir, aunque trajera la recomendación que trajera, porque de allá arriba, le dijeron, lo iban a rechazar porque ya no tenía la edad para estudiar con ellos, que si quería se metiera en los cursos de la noche, donde creo que daban capacitación a los trabajadores; así le dijeron viéndolo como con risa y disfrutando un chingo el poquito poder que, en esa ocasión, con Germán, no supieron utilizar para mejorar la educación que les daba el sustento para ellas y para sus familias.

¡Ándese pasiando, pues! Allí Germán supo que la maña supera con mucho a las palancas cuando éstas vienen de tan lejos y firmadas más que nada en una simple tarjeta que, con todo y lo bonita que se miraba con la franja tricolor, no alcanzó su poder para que le permitieran entrar en una escuela de provincia, dirían los defeños de por allá. Y por eso es que su profesor de sexto año en La Redonda, el que lo llevó a una escuela de La Lima, para ganar el concurso del mejor alumno de su 24ª Zona Escolar para que luego fuera a Los Pinos y se trajera esa dichosa pero inútil y tarjeteada recomendación, ése que le enseñó lo valioso del conocimiento y el valor de las buenas actitudes, lo llevó entonces a conocer los trucos que te hacen avanzar cuando la burocracia te dice que no se puede y que, niño Germán, con todo y tu esfuerzo ilusionado por aprender…, con todo y tus largas caminatas de 10 kilómetros al día para ganarle a la ignorancia…, te vas derechito y sin escalas para tu rancho, o si quieres quedarte en Culiacán, métete a los cursos de capacitación que ofrecemos en la noche.

Pero Germán, el morrillo de aquel entonces, se metió no a los cursos de capacitación, sino a la mera Dirección para platicar con el Capi Contreras, bueno pues, el Ing. Leobardo Contreras, porque lo de Capi lo sabría luego que ya empezara a estudiar en la Técnica 33. El Señor Director miró al chamaco atrabancado aquél que lo miraba directo a los ojos y que, sin bajar la mirada, le mostraba la rúbrica de Bravo Ahuja y le espetaba en la cara que si acaso esa firma no servía para nada. Que él quería estudiar y que, quién sabe cómo, pero se inscribiría en esa escuela tan bonita y tan llena de conocimientos que luego él seguro que se los contaría a Don Felisardo, los sábados cuando fuera y viniera de Culiacán al Estero, donde vivían él y sus hermanos con sus padres, Doña Rosa y Don José. Ante el alboroto que se armó y que todos escuchaban porque la oficina del Ing. Contreras era muy chiquita, se arrimó el Ing. Atilano y, en su calidad de Subdirector, jaló al enardecido Germán a su contigua oficina y, con voz suave y mirada apacible, le fue tranquilizando, para dejarle claro, igualito que la secretaria, que no lo podían inscribir, ni con la recomendación del mero jefe nacional de ellos, porque si lo inscribían, dirían los de ahora, el sistema lo rechazaría por no cumplir con uno de los requisitos del perfil de ingreso. ¡Ándese, pues, así la cosa ya agarraba color y al Germán le iba quedando bien clarito que con esa raza no conseguiría nada, y muy amable y bien mansito, le agradeció al Ing. Atilano su atención y salió derechito a decirle a su mentor de La Redonda que estaba más que puesto para ir a galanear a la secretaria del juez de Culiacancito y regresar a la Técnica 33 con el sacrosanto requisito del Perfil de Ingreso deseable para estudiar de verdad, como Germán luchaba por hacerlo! Y, al salir, con paso mesurado, ni siquiera volteó la mirada para no ver la cara del Capi Contreras, bueno, pues, el Ing. y Director, Luis Contreras Zambada quien lo miró, quién sabe por qué, con un poco de corajillo y de envidia en la mirada.

Así fue como entró Germán en la ciudad capital, ¡Con un cachirul de doble giro a la mera Secretaría, bueno, más bien a la, en aquel entonces, Dirección de Educación en Sinaloa! Germán sonríe y se toma el resto del último traguito de whisky, lo saborea y piensa, medita y reflexiona en las méndigas maromas que nos da la vida, ¿verdad? Él tuvo que ir a Culiacancito para hacer una machicuepa para estudiar en una escuela federal que no lo quiso inscribir, ni siquiera con la firma de la más alta Autoridad Mexicana en el área educativa. Y ahora, quién sabe cómo ni por qué, Germán está, pero no se siente a gusto, sentado en un sillón ejecutivo, con el vaso ya vacío del Macallan, que ahora toma y antes no, en su mano derecha; les da vueltas a los tres pistaches en su mano izquierda y se regocija con la pinche y magistral jugada de este burlesco destino que ahora le da poder cuando antes ni la puerta le querían abrir una secretaria, un Director y un Subdirector que lo retacharon de bolón pimpón de su flamante y, para Germán, amada y entrañable escuela secundaria; y mírense pues, en este retrato de la vida, los muchos que no se atreven a romper ni el frágil celofán de una voluble y momentánea regla burocrática, el chamaco aquel del rancho del Estero, corrido sin todavía entrar en el sistema oficial, podría ser hoy el Jefe de aquellos que lo rechazaron. No, si tiene tanta razón la cumbia musical que nos remarca con sabroso ritmo tropical que: “La vida es una tómbola, tom tom tómbola”.

Y en la tómbola del mundo, lo dice la canción y lo canta Germán muy despacito, yo he tenido mucha suerte. En eso piensa, mientras observa con atenta veneración el retrato de Vasconcelos que adorna la oficina principal de la Secretaría de Educación Pública y Cultura, en la que ahora, pinches vueltas del camino que damos y andamos en esta vida, Germán es, nada más y nada menos, que la figura principal, el Secretario de Educación Pública y Cultura del Estado de Sinaloa. ¡Ándese pasiando, pues, ¡ay nomás para que vayan y digan! como diría El Chiquete, amigo del Markitos Toy’s y primogénito del ahora mandamás de la Normal. No les digo que la vida es canija y al paso de las vueltas al sol, va situando a cada quién con su cada cual; y si no lo quieren creer, pues ahí tienen a este Germán al que parece que nadie quiere recordar que viene de por allá cerca del Tamarindo, La Palma y Vitaruto, por rumbos del Agua Salada, entre los Diques del Agua Fría y el otro al que le dicen Mariquita, ahí nomás donde el Opus hace sus reuniones espirituales para acercarnos cada vez más al Altísimo.

Germán suelta una risita sorda, entre burlona y regocijada, al tiempo que se levanta y camina hacia la Sala de Juntas para ver de cerca y cuadrarse frente al más humano retrato de Benito Juárez que haya visto en su azarosa, intelectual, artística, literaria y ahora, muy reciente, vida política. Lo mira directo a los ojos que se mueven al compás de su movimiento frente a él, como siguiéndolo con la vista para donde sea que él se moviere. Le gusta ese rostro al que Ernesto Ríos le sacara una sonrisa que, como en La Gioconda de Leonardo, no termina de salir, pero se anticipa para que cada quien la saque y la interprete a su manera. Al Ernesto, Germán lo conoció cuando no era tan famoso, pero ya empezaba a despuntar. Un día Germán, quién sabe por qué, se revolvió con unos empresarios a los que ¡Dios es grande y misericordioso!, se les ocurrió que sería interesante que a su edificio le adornara una pintura mural de uno de los buenos pintores que tiene Sinaloa. Germán departía con ellos en calidad de no sé qué estoy haciendo aquí y, mientras lo averiguaba, comía unos ricos y esponjosos panecillos de avellana y mantequilla, unas crujientes y frescas nueces pecanas, trasegadas con un suave y dulce trago de Old Parr importado de Colombia, el Viejo Parr, que tanto alegra la tesitura musical de los vallenatos trovados por los paisanos del Gabo perdido en sus Cien Años de Solitaria escritura de mágicas realidades tomadas de la realidad; esa que se pierde y se vuelve a encontrar, en las parrandas que, de Rafa Escalona hasta Silvestre Dangond, Germán escucha con deleite no bien comprendido por varios de sus amigos que sólo baladitas del Silvio y del Pablo, dicen que les gusta escuchar; hasta que hoy, en estos tiempos de tómbola política, a Germán, quién sabe cómo ni por qué, lo nombraron Secretario de Educación; y ándale que, de repente y sin saber de dónde, le brotaron un friego de amigos que revueltos en ese montón de abrazos y salutaciones no sabe ni quiénes son; bueno, con decirles que hasta La Gota Fría les da por cantar al ritmo del Carlos Vives, nomás por quedar bien con el Chaca de la educación en el estado, aunque la verdad ni creo que sepan algo de la controversia, icónica y musical, del Emiliano Zuleta con Lorenzo Morales en aquella memorable parranda en Urumita: Acordáte Moralito de aquel día / Que estuviste en Urumita / Y no quisiste hacer parranda”. Germán vuelve a sonreír y canta esta primera estrofa mientras camina mirando los retratos de sus antecesores en la galería que él llama del Recuerdo de los Sueños Rotos. Así le dio por llamarla un día, la primera vez que entró a la Secretaría, cuando lo llamaron para darle una quincena de su sueldo, como premio por cada uno de los dos programas que presentó y fueron elegidos para mejorar la educación del magisterio universitario. ¡Quién iba a decir que aquel alto funcionario que le dio los cheques del Premio, sería el mismo que después, quién sabe por qué ni para qué, le iba a entregar en esa misma sala, su nombramiento como Secretario de Educación Pública en todo el estado, pero ahora ya en su calidad de Gobernador! ¡Menudo Premio, le tocaba en esta vida, pues!

Germán mira los rostros inamovibles de cada uno de los que fueron, y ya se fueron, y ya no son, y se queda con cuatro que le llaman la atención, aunque hay otros que, tal vez, sean igual de interesantes, pero a Germán le intrigan estos cuatro. Uno porque fue Secretario en dos ocasiones; otro porque es un científico reconocido; el más joven porque tiene aspecto de chico surfeador, con Doctorado dijeron que en París; y la cuarta, ¡cómo no! porque fue la primera mujer que ocupó esta Secretaría. Qué cosas, no, el mayor de los tres y repetidor en el cargo, es un político de carrera bien cimentada y de largo aliento; el segundo, con aspecto serio y voz grave llena de sabiduría, es experto en ciencias exactas; el tercero, es un politólogo de la nueva hornada, que se mueve en las redes sociales con miradas y expresiones que conectan como bisagra entre una y otra generación; y la cuarta es una inteligente y encantadora mujer que sin los contactos ni la experiencia política del primero, ni los flamantes doctorados de los otros, se les emparejó y rotuló con su nombre, antesitos que ellos, la puerta de la oficina que los otros también llegaron a ocupar, nomás porque pudo, supo y quiso hacerlo. ¡Fíjense bien, gente que sigue leyendo ésta casi verídica historia de un morrito del Estero que tomaba Coca cola de botella de vidrio verde en el patio de volibol de su casa allá en el rancho, y ahora degusta con exigente paladar de mixólogo profesional, un Macallan de los buenos! ¡Fíjense que son cuatro figuras reconocidas en la política, la ciencia y la cultura nacional y local! Y el pobre de Germán no es nada de eso, él viene de El Estero y empezó a mirar el mundo cultural cuando de La Redonda, salió a la capital del país, como un alumno aventajado en el saber escolar y ya. A Germán hasta hace poco, se los digo de verdad, ni lo hacían en los escenarios políticos ni sonaba su nombre en los barullos de la grilla que da vida y existencia a los partidos y a la gente del poder; hasta que una tarde de septiembre, a las 5:25 pm, para mayor precisión, una Tahoe se detuvo frente a su domicilio y lo llamaron a su celular para que saliera a las puertas de su casa, porque el Señor quería platicar con él. ¡Ah, chingao, se dijo para él solito, ¿cuál señor? ¡y si me quieren hacer algo, y si es una extorsión o un secuestro virtual, mejor no salgo, porque a mí por qué o para qué me va a buscar ningún Señor! Pero la voz del celular le dijo: “asómate a la ventana y mira a quién ves que te observa a través de la otra ventana de la camioneta”. Y el Germán, que nomás era un simple profesor, que se asoma y que mira la cara del Funcionario serio aquel que años atrás le entregara dos quincenas de su sueldo, como premio a la inteligencia plasmada en los dos programas sometidos a concurso. Y entonces, como ya lo conocía, salió para entrar en una rifa cuyo premio nunca pensó ni quería ganar, aunque haya muchos otros desolotados y enfebrecidos por ganarlo. Pero a veces la vida te coloca frente a gente a la que resulta difícil y hasta complicado decirles que no. Y éste es el otro asunto que a Germán le hace pedir a su asistente que, por favor, le apoye con otro Macallan Single Malt 25. Pero lo piensa mejor y le dice que no lo haga, que lo preparará él.

Germán se come uno de los tres pistaches del Valle Central de California que tomó de la bolsa que le trajo una profesora en su reciente viaje a los Estados Unidos. Bonita la bolsita de 1,350 gramos, verdecitos y con poca sal los pistachos crujientes y sabrosos que saborea cuando se toma sus dos whiskies el ahora flamante Secretario y hace unos pocos años, un esforzado y atento profesor que conversaba mucho con sus alumnos. Camina y mira otra vez al Juárez de Ernesto Ríos, y se acuerda de las muchas veces que le visitó en Mazatlán para verlo trabajar en los avances del Mural de cerámica del Mazatlan International Center, el Centro de Convenciones de los profes de la Sección 27, que parece que ya lo vendieron en un montón de millones a un empresario, dicen que ligado a una familia de apellido político muy reconocido en Escuinapa. A Germán le gustaba, y le gusta todavía, mirar el cuerpo arquitectónico y el concepto histórico-cultural del mural que muestra el arribo de Cortés, el venado simbólico de Mazatlán, el alborozo de la fauna marina endémica del Golfo de California o Mar de Cortés, y la encantadora sirena que alza sus brazos para recibir a los rubios barbados que llegan del otro mundo. Le agrada la composición de diversos materiales para pintar la creación de un Mundo Nuevo, que mezcló lo bueno y lo malo de los que llegaban con los que ya estaban aquí. Le gustaba platicar con él y que le contara de sus proyectos para Colombia, Cuba y otros países a los que Ernesto quería llevar su arte pictórico. Y sonríe cuando recuerda que ahí fue la primera y única vez que le llamaron Señorito. Resulta que una vez que llegó al estacionamiento del MIC, habilitado como taller muralista, a buscar a Ernesto, lo atendió una joven colombiana que formaba parte del equipo de pintores que ayudaban al Maestro al construir el mural. Ella le saludó con “Un, buena tarde, ¿en qué le puedo ayudar?”. Germán, al ver que no estaba Ernesto, le pidió el favor de decirle que volvería más tarde, y ella coqueta y sonriente, le respondió: “Sí señorito, yo le digo al Maestro que su merced lo vino a buscar”.

Germán toma la botella de Macallan, la destapa y pone dos caballitos en su vaso corto del Caminante. La vuelve a tapar y destapa la del Topo Chico y llena el vaso de agua mineral burbujeante, hasta casi tapar los dos cubitos de hielo club gourmet que un día, allá en su escuela cuando era profesor, Max un auxiliar de intendencia que antes fue barman en el Mochomos, le recomendó y que ahora no deja siempre de utilizar. Toma el vaso con la mano derecha y los dos pistaches que le quedan en la izquierda, y recuerda la primera vez que entró a su despacho como Secretario de Educación. Entró solo, después del barullo y de los brindis necesarios y propios de la ocasión. Entró cuando ya casi todos se habían ido y estaban solamente él y sus dos asistentes, un licenciado en informática y nuevas tecnologías que se las sabe de todas todas, Alex se llama; y una joven comunicóloga que descifra y anticipa los sentires y los pensares de los presentes con un vistazo, por breve que éste sea, Miriam es su nombre. Ambos han estado con él desde el inicio y ambos sospechan que con él se irán de ese despacho y de la misma Secretaría, porque a ellos Germán los trajo de otra parte. Son, como Germán, casi ajenos a esta forma de ser que les tocó vivir. Y por eso es que anticipan que el Jefe se irá por otro camino distinto al que marca el rumbo a la Gubernatura.

Pero ahora Germán está solo en su despacho. Solo, como casi siempre se ha sentido, al sentir que algunos otros del Gabinete, y de la misma Secretaría, no comulgan con sus ideas que andan siempre animadas con un Pensamiento Lateral, muy poco favorecido en estos procelosos rumbos de la política, la institucional y la que de verdad se juega cuando, sonrientes por encima, se avientan bolas bajo la mesa. Germán apenas y prueba su whisky, al ladear el vaso en sus labios y añora los tiempos en los que saboreaba el sabor de las Victoria, junto con las Ultras y los Tecates rojos, cantando y bailando La boda del huitlacoche, con el acordeón de Miguel Mascareño y puesta hoy de moda con la versión de Carín León.

Germán toma un pequeño sorbo al segundo trago de este día miércoles 13 de julio por la tarde, así como para que no se le acabe mientras piensa en la decisión que está a punto de tomar, y que es la razón de su desazón entre los meandros de esta Secretaría en la que aquel alto funcionario de aquella Tahoe lo vino a colocar, sin que a él le hubiera pasado alguna méndiga vez por la cabeza, la peregrina idea de ser miembro del Gabinete de un Gobierno Estatal, ¡Mucho menos ser el primero en la lista de posibles sucesores, como ahora lo ponen a la cabeza de los tres que puntean en el ánimo del Señor! Ire, digo yo, dice Germán para sus adentros, como si se lo dijera a Don Felisardo, allá en el taste de volibol enfrente de su casa en El Estero, en aquellas apacibles noches de luna llena en que los dos, un plebillo y un viejillo, platicaban y platicaban sin diferencias de edad, porque la distancia de años se borraba con el interés y el gusto de los dos por conversar y hacerse una grata compañía; ire, pues, continua en su soliloquio interno, mirando los ojitos entrecerrados y miopes de su viejo amigo Don Felisardo, yo lo que de verdad anhelo es ir al dren que sale del canalón a tirar unos anzuelos para sacar unos bagres de unos cinco kilos para cortarlos en medallones y comérnoslos bien fritos, como aquellos que usted una vez sacó y nos los comimos en su casa, ¿se acuerda? Pero Don Felisardo no está en esta olorosa y pulcra oficina en la que se habla de casi todo, pero pura chingada se habla casi nunca de educación. Aquí se discuten problemas laborales, asignación y reparto de plazas, ajustes de conceptos, vacaciones, años sabáticos, pagos de bonos y propuestas de cambios a la zona sur para jubilarse con un mayor monto de pensión; también, cómo de qué no, se discuten los puestos que a cada quien le corresponden y los que no, también, hasta esta filtración del nombre de Germán en los periódicos como el puntero en la lista de los casi seguros precandidatos para la grande; y la cosa está caliente, porque falta muy poco para que se defina, entre los que deciden, quién será el bueno de verdad.

Germán prueba otra vez su whisky y su cara se ilumina porque se acuerda que, una vez, como al medio año de estar como Secretario, le llegó un correo de un profesor que decía no manejar cuentas de Facebook ni de wathsapp, le decía que le escribía a la dirección de correo electrónico que Germán ponía como referencia en la columna que cada semana publicaba en un periódico local, desde antes de ser Secretario de Educación, y que lo invitaba un día, cuando tuviera tiempo, para que fuera y los visitara en su plantel; que a él, al desconocido profesor, le daría mucho gusto verlo por allá, y que si acaso tenía tiempo, le hiciera el favor de comentar un libro que, con su dinero, había pagado y publicado, porque, según decían, no era académico y ni en su escuela ni en la Secretaría, antes de Germán, le habían querido apoyar para editarlo y publicarlo. Germán leyó el correo y, en ese mismo instante, le respondió al desconocido pero valiente profesor que se atrevió a escribirle al alto Funcionario Estatal de Educación. Le recordó al Germán aquel de la técnica 33, cuando se metió de colado a la Dirección del Ing. Contreras a reclamar su derecho a estudiar. Pero este indocumentado profesor, tenía algo que Germán quería mirar y escuchar de frente, por eso le escribió y le dijo que el lunes próximo, a las siete de la tarde-noche lo esperaba en su despacho para que le platicara un poco más de su escuela y de sus alumnos. En diez minutos, Germán recibió otro correo del mismo profesor, en el que le decía que su esposa y su hija le mandaban felicitar por el gesto de atender el correo de un simple profesor, con premura, con atención y con cierta diligencia. Le escribió, con prudente alborozo, y le dijo que cuando recibió su respuesta estaba en la cocina-sala-comedor de su pequeña casa, platicando con su esposa, que cocinaba mientras el revisaba tareas de sus alumnos en su vieja y lenta computadora que sacó fiada en la Coppel de la Soriana del City Club. Y que los tres, su esposa, su hija y él, estaban asombrados de su respuesta y de su pronta invitación. Y a Germán, tal sinceridad y candor, le desarmó y se preparó para recibir como se merecía a tan distinguido invitado a su Despacho. Y el lunes de la cita, él mismo abrió la puerta al profesor del correo y a las otras dos personas que le acompañaban. Uno era el Director de la escuela del profesor y al otro, no lo ubicaba muy bien, pero le parecía gente del Sindicato, ya ven que todos ellos hablan como igual y se mueven y miran como clonados a los movimientos, gestos y pausas del Líder en turno.

Germán los invitó a sentarse, les ofreció café y les dijo que ojalá y les gustara porque tenía uno de Especialidad tostado en Guadalajara, pero con granos de Veracruz, incluso, les dijo, “Porque me cayó tan bien este profesor que se atrevió a escribirme y a invitarme a su escuela, les compartiré una taza de un Nepente Edición Especial con granos de Hidalgo, que me acaban de mandar”. Se los sirvió y aún humeante y mirando de frente, a los ojos, pero con afecto, le dijo al profesor, salido de quién sabe dónde, “Mira, querido maestro, me da mucho gusto que me hayas invitado a tu escuela, y es por eso que estamos conversando ahora, aquí en esta oficina, porque, te lo digo de verdad y ¡aún no salgo del gusto y del asombro!, eres el primero y el único que me ha invitado a ir a su escuela; ni directores, sin agraviar al presente, ni dirigentes sindicales, con la venia del Señor Delegado, me han invitado a ir a sus escuelas, simplemente para conocerla y platicar un rato, por el puro gusto y convivir de a deveras, con los profesores y trabajadores del plantel; porque a mí me gusta platicar con los alumnos, pues eso es lo que hacía cuando, hace poco todavía, era un profesor como tú que anhelaba que las Autoridades voltearan la mirada y nos acercaran para conocernos de verdad y no sólo para la fotografía que daría cuenta del gesto cariñoso y afectivo”. Así le dijo, con acendrado acento en las palabras y con cierta humedad en la mirada, a través del humo que del Café Nepente se elevaba, como buscando mezclarse con aquel humo azuloso de aquellos cigarros Conquistadora que tanto le gustaba fumar a Don Felisardo. ¡Ay, Don Felis, si usted viera en los bretes que ando por hacerle caso y ponerme a estudiar mucho para servir y ayudar un poquito a la gente! Y es que, mire, no es tan fácil mover las ayudas entre las marañas que se atraviesan entre los decires y los haceres, pues. ¡Es tanto el rezago intelectual! No digo el académico ni el escolar, porque con ésos ahí vamos empujando la carreta para la siembra, yo digo lo intelectual, Don Felisardo, el Pensamiento Lateral que a cada rato lo botan de sus discursos, cuando éste les cuela, a fuerzas o por descuido, aunque sea una palabrita de reflexión argumentada con la realidad real que se vive en las escuelas. ¡Ay, Don Felis, cómo y cuánto quisiera implementar como estrategia didáctica, como recurso educativo, las charlas que usted y yo nos aventábamos todos los sábados en la noche, sin esquemas ni formatos de los POA, sin lecturas en los CTA, pero con el calor humano de quien escucha al que quiere hablar para compartir su saber y su sentir con el otro que le responde, como diría Newton, con la misma intensidad y en sentido contrario, el bendito Diálogo Pedagógico que tanto se palabrea en los cursos y reuniones y que tan poco se busca y se propicia en los pasillos y en las aulas escolares. ¡Ay, Don Felisardo, si usted ahora me viera, tal vez ni me conociera!

Germán sacude el pensamiento y escucha las propuestas culturales que le plantea el profesor cuando el Director y el delegado sindical le dan chance de hablar, porque ellos, aunque llegaron con él sin previo aviso, también quieren llevar agua a su molino y conseguir dinero para mejoras a la escuela y beneficios para los trabajadores. El profesor, de manera sutil, les ataja despacito y enrumba la charla hacia cambios sencillos pero importantes para que las escuelas vuelvan a ser los centros de convivencia y desarrollo educativo, social y cultural que antes, en los tiempos de Germán y de él, fueron. A Germán le agrada la suave firmeza de la plática de aquél desconocido profesor que le parece tan conocido, quizá por recordar que así ha sido él en estos enredos de la política magisterial en la que, con mano suave, ha cambiado el rumbo de pláticas ociosas o mal interesadas, para situar la reflexión y el análisis en lo medular de la plática, como en ésta que, dos horas después, concluye con un grato sabor; y así se lo hace saber al profesor al levantarse para despedirlos. Y ya en la puerta, le toca el hombro y le dice: "Mira, imagino la escena, tu esposa en la cocina preparando la cena, tu hija atenta a la plática y tú contando emocionado que un Secretario te respondió un correo; nomás por eso me decidí a invitarte a esta reunión, porque eso es lo que necesita con urgencia la educación: recuperar los espacios familiares y conectarlos a la escuela, para generar sinergias armoniosas, humanistas y productivas".

A Germán estos gratos recuerdos le sirven para afianzar un poco más la decisión que le ronda desde hace días y que le piden, sin decírselo de frente, tome ya de una buena vez. Pero si algo aprendió con las charlas con Don Felisardo es que hay que ser paciente en los grandes momentos de la vida, como en éste en el que Germán siente que corre un inminente riesgo de ser el bueno de los tres punteros en el ánimo del Señor. Lo siente porque conoce los códigos visibles, pero casi nunca mencionados que marcan el destino de los que anhelan ser y de otros, muy pocos, por cierto, que, como sucede con Germán, sienten que aceptar la candidatura no es lo mejor que a su vida les puede suceder. El dilema es conciliar la sencillez de la vida que vivió antes de vivir como vive ahora, lleno de vivencias que lo distancian de lo que siempre fue y hoy, como Secretario, parece ya no ser, y menos lo será si lo eligen entre los tres. ¡Ay, Don Felisardo, mejor ni hubiera dicho tantas veces en tantas noches de plenilunio, esa chingada frase de que "Un día tú serás Gobernador"! Pinche lengua de sapo, Don Felis. Méndigo Mantra que me arropa y me atrapa para que sea lo que, tal vez pueda y me guste, pero que no quiero ser. Porque la raza, cuando cambias de posición, te mira distinto y se comportan tan diferente que ya no atinas a verlos como son en realidad.  Por eso, Don Felisardo, es que pienso tanto en sus palabras que están a punto de cumplirse; y eso me llena de gozo y de una suave y nostálgica remembranza de su mirada tierna y amorosamente protectora, con la que anticipó este momento en el que, al igual que los otros dos, pero con distinta expectativa, espero que suene el celular del Señor, para decirme lo que ya otros decidieron para mi futuro. Un futuro que pudiere ser beneficioso para la gente de los ranchos como Usted, Don Felisardo, si la raza que manda con el que manda se detuvieran a platicar todos los días, o los fines de semana, como lo hacíamos con tanto gusto y con tanta alegría Usted y yo en aquellas apacibles, pero inquietas noches del rancho en El Estero. Esas noches de charlas que, por años, han orientado mi pensamiento y acción con rectitud y honestidad educativa, pero que ahora, en esta encrucijada política, añoro, siento, pienso y aseguró que una palabra suya, una mirada sabia tras la estela del humo azuloso de su cigarro de torcer, me daría meridiana claridad para responder a la llamada que ya casi me hará el Señor para comunicarme su decisión. 

El asunto, Don Felisardo, no es que me diga que soy el bueno, la cuestión es ¿para qué quieren ellos que yo sea "el bueno"; pues ya sabemos que esta gente no da paso en falso y menos sin huarache? Y esa carcoma, Don Felis, tiene rato que no me deja dormir a gusto, como lo hacíamos en el rancho, sin cuidarnos las espaldas ni pensar en las truculencias del mañana que, para nosotros, siempre fue promisorio, a pesar, o a lo mejor por eso, de la pobreza que vivíamos. Iré, yo sé que me escogerá porque ya ve cómo estuvo dura la pandemia, ¡ah, y el Señor Vio que regresamos a las clases presenciales en orden y sin problemas y que, aparte, las clases a distancia por Internet, las resolvimos muy bien y de buenas maneras; y eso al Gober lo puso muy en alto. Y mire, Don Felis, eso me apalanca, pero también me detiene, pues hallar colaboradores con buenas políticas y con firmes y honestas convicciones en la grilla que se desata en un cambio de gobierno, es más difícil que hacer que un huevón trabaje. Y eso no me deja descansar y me tiene tan tenso que ya tengo una maraña de nudos en la nuca, la espalda y la cintura, de tanto pensar y pensar qué le diré al Señor cuando me llame.

Y es que no se crea que todo fue pura miel sobre hojuelas en este feo asunto del Covid-19, Don Felisardo, también hubo roces, porque mi sugerencia fue no volver de golpe y a ellos les apuraba hacerlo de una vez para mostrar que tenían controlada una maldita pandemia que, dos años después, no termina por irse. Por eso me estreso, porque, así como creyeron controlar la Crisis Educativa derivada de la Contingencia Sanitaria, ellos piensan que me controlarán a mí, creen que dominarán mis pensares y dirigirán mis haceres, al pensar que a mí, como a muchos en estos niveles, solamente me mueve el ascenso en la política. Y la bronca, Don Felis, va a ser cuando responda esa llamada que ya se están tardando en hacer. ¿Y por qué hablo en plural si todos creen que el Señor decide solito y su alma?  Pues porque no es así. Él también se tarda porque necesita cuadrar con los que de verdad mandan y que son quienes no están seguros, supongo yo, de que el próximo sea uno que no saben de verdad cómo es. Porque si algo aprendí de Usted es a no venderme tan fácil y a matizar las emociones con un velo de inteligente humildad, como usted lo hacía cuando me preguntaba todo lo que ya sabía, nomás para interesarme en lo que la vida me presentaría después en momentos cruciales, cómo éste que ahora me presenta con unos que no se presentan pero que controlan los hilos de la madeja que otros piensan que uno solo desenreda. Ande, pues, ¿ya vio que aquel morrito de El Estero aprendió bien su lección? Y es que siempre, querido viejo, siempre que la vida me arrincona y me tiene en tres y dos, recuerdo sus ojos entrecerrados mirándome a través del humo azuloso de su cigarro Conquistadora, siempre antes de tomar una decisión tan importante como ésta que ahora quieren que tome, siempre digo en broma, pero con toda la pinche seriedad del mundo: ¡Hijuelachingada, si me viera Don Felisardo! Y siempre lo dije fachoseando con la plebada cuando algo me salía bien, o cuando me tomaba unas Pacífico o un caballito de Reserva de la Familia; porque siempre que me iba bien o me sentía a toda madre, su recuerdo y sus palabras estaban a mi lado recordándome que para caminar lejos y en alto hay que andar ligero y pisar parejo. Pero ahora, en estos momentos en los que no sé bien qué chingados hacer, es cuando de verdad quisiera que me mirara con su mirada miope que traspasaba mis pensamientos, para que me diga qué decirle al jefe que les diga a los de arriba cuando me digan que, quién sabe por qué ni para qué, quieren ellos que yo sea el bueno. Y aquí, con el último trago del segundo Macallan digo con el más profundo y sincero latido de mi corazón: ¡Chingadísima madre, si me viera Don Felisardo!!!

Germán se talla los ojos con la mano izquierda, como para borrar los recuerdos o aclarar mejor las ideas, mientras apura de un sorbo el trago dorado del vaso del Caminante. Se queda pensando en el Culiacanazo y piensa qué haría si se repitiera ese acoso a la ciudad. Destapa el Macallan y vierte un caballito doble en el pequeño vaso con la figura grabada del Johnnie Walker, el Caminante de paso estilizado y atuendo entre dandy y jockey de carreras importantes, que tanto le gusta ver y tocar al saborear sus dos whiskies diarios. Sabe que él no se podría quedar sin hacer nada mientras la ciudad es tomada por todos saben quién, aunque en aparente contrasentido se les pida que no hagan nada. Germán sabe que no se quedaría sentado en la silla del mandamás viendo pasar la balacera en su ciudad, como la miraba pasar en las películas del cine ambulante que su padre llevaba en un troque viejo de La Vainilla a Capirato, Jesús María y muchos otros ranchos de Sinaloa. "¡Mucho balazo, trompada, acción y misterio!", gritaba Don José por la bocina RCA Victor, la del perrito, cuando ponía su Carpa de manta percudida y animaba a la gente para que entrara a ver sus películas de texanos agarrándose a balazos. Pero de ese tiempo ya llovió y esas historias ya son viejas; los calibre .50 que tronaron en octubre de hace poco no hacían su ruido en la pantalla y las pipas con gasolina eran y quemaban de verdad, no como la lumbre falsa del cine de Don José en la que El Santo, el Enmascarado de Plata, salvaba a las rubias de la hoguera de las Brujas. Esas llamas en los puentes y frente al City Club sí quemaban y no estaban El Santo ni Blue Demond para salvar a la gente del peligro de una o muchas balas perdidas. 

Germán agrega los dos cubos de hielo gourmet y echa un vistazo al recuerdo de aquellas noches en las que su padre y sus hermanos salían a buscar tochis y conejos para comerlos asados en las brasas de la hornilla o guisados con verdura por Doña Rosa, que los preparaba tan o más sabrosos que las iguanotas amarillas que le encargaba a los leñadores que, muy tempranito, salían para Chinitos y Terreros y regresaban oscureciendo con el troque lleno de cargas de leña y las tres o cuatro iguanas que Doña Rosita les encargaba para fortalecer las defensas de sus hijos, para quitarles lo encanijado y crecieran fuertes y con la mente clara y razonadora, lista para tomar decisiones importantes, como ésta que a Germán, ahora, le perturba tanto; porque con ese recuerdo de su padre caminando en la noche por el monte, recuerda también que, a veces y sin saber por qué, le entraba un desasosiego de que ya no regresara a casa y ese pensar a él y a su madre les dejaba con un susirio en el pecho que no les dejaba dormir, hasta que oían ladrar a los perros y el motor de la Dodge 68 que se entraba por la puerta del cerco del mezquite de la entrada, junto a la casa de Doña Teodula Esparza, la mamá de la Cuata y la Juanona. Y con esos pensamientos, Germán piensa en Las Rastreadoras, en su imparable búsqueda y en el peligro diario de noches y mañanas, buscando lo que nadie les ayuda a encontrar, acompañadas sólo con su amor de madre y sus resignados anhelos de justicia, que les animan para continuar revisando cualquier suela de tenis descolorida que se parezca a la última que vieron en el pie de su hijo, ese trozo de su corazón que, un día, una noche, salió o se lo llevaron para ya nunca volver. Y esos recuerdos, tan presentes en la vida real actual, hacen pensar a Germán que no es, de verdad, el bueno para gobernar una región más turbia que la Transparente contada por Fuentes, cuando Germán apenas abría los ojos a esta realidad que ahora le lástima tanto que, a veces, quisiera cerrarlos para siempre. Se queda prendido en los recuerdos y se acuerda que su padre, cada fin de mes, surtía su tienda de abarrotes comprando 13 ó 15 mil pesos de mercancía con Los Olivas del Mercadito Rafael Buelna, en Culiacán, y éstos se lo llevaban en una camionetota de doble rodado hasta El Estero, sin el temor de que los asaltaran como lo harían hoy apenas dejarán la México 15 y agarraran el canalón después del Limón de los Ramos. 

Germán hace un friego de años que no anda por esos rumbos monitoreados por jóvenes que manejan veloces motocicletas con la mano izquierda, mientras con la derecha sostienen el radio satelital que lleva el aviso a la montaña sobre quién pasa y a quién atoran en el camino.

Germán suspira profundo y vierte un largo chorro dorado de Macallan en el vaso del Caminante y vuelve a pensar que así, en las condiciones que imperan en el estado, está cuesta arriba aceptar la propuesta que, en pocos minutos, le harán por el celular, por más que con su negativa sienta que traiciona la premonición de Don Felisardo que soñaba y declaraba que Germán, el plebillo inteligente y curioso del Estero, un día, sería Gobernador. Y no es que no quiera ser, es que no quiere serlo como él sabe que ellos quieren que lo sea. Llena el pequeño vaso con Topo Chico y mira las burbujas que revuelven y oxigenan el whisky, así como él siente bullir la sangre y los pensamientos en lucha tenaz con el sentimiento de fallarle a su amigo Don Felisardo. Ojalá y de verdad me viera, Don Felis, para que, con una larga chupada a su Conquistadora, viera el futuro político y me aconsejara qué decirle al Señor cuando él me diga lo que le dijeron los que no termina de consultar. Porque a huevo que está bien cabrona la discusión entre él, que quiere que yo sea, y ellos que no terminan de convencerse de que yo soy quien les convenga para tomar las riendas del poder, porque saben o intuyen que yo sí, de verdad, las tomaría. Germán sabe que el Señor vacila también porque no está muy seguro de poder controlarlo cuando le suceda en el cargo; y lo sabe porque varias veces ha querido imponerle actividades y no ha logrado que Germán las asuma porque van en contra de sus principios. Ya lo ha dicho al resto del Gabinete y por eso es que le tiene aprecio, aun contracorriente de sus asesores o del propio Secretario de Gobierno a quien Germán nunca le ha caído bien, y menos ahora que siente que lo relega al segundo lugar de los tres que puntean para la Gubernatura; el Señor les ha dicho que a Germán lo deja suelto para que trabaje a su modo, una porque sabe que aunque hace lo que quiere siempre lo hace bien y a tiempo; y otra porque si algo no le gusta o no lo quiere hacer, simplemente, no lo hará y se lo dirá de frente y de inmediato, porque a Germán no le ata el amor al puesto, ya ven que hubo de rogarle un rato para que aceptara la Secretaría de Educación y eso fue porque a Germán le apasiona la cultura y lo educativo. Por eso es que el Señor se aterca y se detiene en proponerlo para que lo nombren Candidato, porque duda en que Germán acepte que lo manden o le quieran imponer voluntades y acciones contrarias a sus principios y valores. Y eso es lo que tiene atrancada esta decisión que no termina de llegar por el teléfono, pues ni Germán, ni el Señor ni Aquellos saben cómo ni qué rumbo tomará esta historia que ya, queridos lectores, estoy a punto de cerrar. Nomás falta que suene el pinche celular. 

Y entre que llega la llamada y se toma la decisión, Germán se queda prendido en el recuerdo de aquellas mañanas frías en las que él y sus hermanos madrugaban al terreno para arrancar las matas de frijol, antes de que se calentaran con el sol y se desgranara la vaina con los jalones fuertes que tenían que darles para sacarlas de un tirón; se queda muy serio y hasta sonríe con melancolía cuando se acuerda que en Culiacán ni se gastaba los 60 pesos que agarraba de la caja del abarrote, porque pensaba que no era justo que él disfrutará de más cuando los que se fregaban para ganar el dinero se chingaban lindo y bonito allá en el rancho. Está seguro que la honestidad que ahora le mete barullo en la decisión que, en minutos, ha de tomar, cuando suene el celular, le viene de aquella primera y única vez que su padre, Don José, le dijo, muy serio y con voz firme para que lo entendiera de una vez, cuando se vino a estudiar la secundaria: "Agarra lo que necesites para tus gastos semanales en Culiacán y guarda siempre contigo una reserva por si algo se te llega a ofrecer, no te digo cuánto agarres, nomás te digo que cuando se acabe el dinero en esa caja, se acaba para todos ". Y eso a Germán le quedó tan grabado que no entiende cómo esa lección no puede ser ética diaria y cotidiana que rija la conducta de todos los que sirven en un puesto, y más y con mayor razón si es el de mayor jerarquía.

Germán se acuerda que, en la primaria, antes de irse a la escuela, tenía que dejar barrido el piso del abarrote y del billar y acomodadas y con hielo cuatro cajas de refrescos surtidos en la hielera de madera y cartera que la Cocacola le regaló a su padre. Y los fines de semana había que moler milo y quebrantar maíz para darle comida a los cochis y lavar las llantas del chiquero y ponerles agua limpia dos veces al día; y si tenía tiempo, y si no tenía pues había que buscarlo para que hubiera, partir una carga de leña verde para que se secara en la semana, puesta al sol y estuviera lista para que Doña Rosa cocinara la rica moronga de la sangre que sacaban de los cochis que su padre mataba de tres picahielazos en el corazón para no derramar la sangre y aprovecharla cuando, sobre una gruesa y amplia mesa de madera construida por él, destazaba con destreza el cochi cuino que luego harían chilorio y chicharrones y del cual sacarían tres latas de manteca de 18 kilos. Germán sacude la cabeza y piensa qué la violencia que conoció en su niñez no se compara con la que impera en el estado que ahora quisiera, pero la piensa mucho en decidirse a gobernar, si acaso acepta la decisión que, por teléfono, en unos minutos, le habrán de confirmar. 

Los pensamientos le llegan con inusitada y lenta rapidez, mientras da un pequeño sorbo a su whisky y saca de su escritorio una carta que hace rato terminó de escribir para el Señor. Sólo falta firmarla y estaba a punto de hacerlo cuando, por la tardanza de la llamada, le llegaron estos recuerdos que con la dulzura de sus Macallan le aclaran mucho su decisión. Y ahora está con la Mont Blanc en la mano izquierda, el vaso del Caminante casi medio en su mano derecha y todos los sentidos atentos a la música del IPhone que no termina por sonar. 

Germán se acuerda de aquella tarde que mataron a Chico Pérez en la casa de la Chala. Hasta su casa, pasando el arroyo por el rumbo de Doña Elena, se oyeron tres disparos que no se perdieron en el aire, como los otros que tiraban oyendo a Los Alegres de Terán en el tocadiscos que tocaba desde la madrugada. El Felillos detuvo el taco en la mesa de billar, ya casi para meter el 15 en la buchaca, y dijo "esos balazos fueron de muerte". El Tebolo, que ya casi perdía la jugada, se quedó muy serio y dijo: "Sí, es cierto, porque hasta los perros dejaron de ladrar". Y en eso se oyó el grito de Doña Ricarda que alcanzó a ver, sin poderlo impedir, como Chon Burgos, sin saber por qué, mataba a su hijo Chico Pérez, el dueño de la tranvía La Olivia. Ésa fue la muerte que Germán conoció de niño en El Estero y no recuerda que, por años, se oyera hablar de asesinatos y desaparecidos en la cantidad y frecuencia como acontecen hoy en todas partes. Eso le inquieta y le instiga para no aceptar la propuesta que anticipa le harán, pues no sabe cuántos resortes rebotarían si esta violencia él intentara contener. Y él sabe muy bien que, de membrete, será mejor no estar. Por eso la pluma juega en su mano, entre que suena y no suena el celular.

En la carta, le agradece al Señor la confianza y la libertad de acción para ejercer el cargo y resolver la crisis educativa por la pandemia y los roces políticos con el nuevo dirigente sindical al inicio de su gestión; en ambas situaciones tuvo que ver la sensibilidad ranchera, franca y directa, de Germán; y para llegar a buenos acuerdos con la sección sindical, jugó a su favor el haber sido profesor del profe que ahora manda a miles profesores con absoluta y tremenda autoridad. Germán pudo conectar y hacer sinergia con los padres, maestros y dirigentes porque el polvo del barrio lo trae pegado en los zapatos desde que a punta de huarache iba y venía de El Estero a la Redonda para estudiar tanto que un día, como le decía Don Felisardo, pudiera llegar a "ser Gobernador de Sinaloa". Esa premisa de su viejo amigo le alentó por un tiempo y luego la olvidó para ocuparse en atender y dar solución a los pequeños, pero importantes momentos de la vida escolar en el estado que hasta este instante le tocará presidir, de una u otra manera y por una u otra razón, según firme la Carta o atienda el celular que el Señor ya empezó a marcar.

Hay mucho en juego en esta decisión y los caminos se pueden bifurcar si firma la carta o responde el celular, pero así es la vida de agradable, interesante y veleidosa, te ofrece oportunidades, pero te apremia por decisiones que, a veces, como ahora, te resistes a tomar. Y a Germán, en este momento, le cuesta decidir porque el destino, la seguridad, salud, educación y el trabajo de miles de sus paisanos resentirían el resultado de una buena rúbrica o una distinta respuesta a la que esperan al llamar. 

Germán duda, sueña, piensa y aterriza con los pies bien puestos en el terreno en el que se mueven sus ideas y las de quienes piensan manejarlo, sin saber que, de ponerlo en el lugar en el que ellos quieren, el sería la mano que pintaría las coordenadas, como lo cantan Kanales y El Fantasma en Los Cuervos. Escuchando ese Corrido le entraron las dudas al Señor sobre la libertad que Germán defendería en su casi probable nueva posición. Estaban en un cumpleaños de un amigo cercano de los dos, en un rancho particular que se llama Casi El Paraíso, y el amigo contrató al de Cosalá y al de Las Cañas para que cantarán sus corridos. Y en un ínter de la Banda Culiacancito, que mantenía el ambiente musical de la fiesta para bailar, Germán le pidió a Kanales que, por favor, cantara Los Cuervos, en dueto con El Fantasma. El Señor, al oír el nombre de la canción aguzó los oídos porque su olfato político le advirtió que la canción tenía mensaje, pedida por quién la pidió y en el lugar y el momento preciso en el que la pidió. Estaban, después de un caballito extra añejo Reserva de la Familia, comentando los pormenores del perfil del inminente candidato, y por eso estaban ahí, para apalabrar el apoyo del cumpleañero, en efectivo para la campaña y con votos para la elección, en la próxima contienda electoral. Y como en el tablero político todo gesto exige una correcta y contextualizada interpretación, el Señor puso atención a la postura de Germán en cada estrofa cantada por aquel par de representantes del regional sinaloense musical. Escuchó el corrido completito y hasta le hubiera gustado lo que decía, si no estuviera por decidirse una complicada candidatura; por eso escribió en una servilleta, para analizarlos más tarde, tres versos de la segunda mitad de la tercera estrofa, en la que casi adivina que se la dedica a él, a sabiendas que le hará una propuesta que a Germán no le agradará del todo aceptar; y es que más clarita ni el agua destilada, porque el méndigo corrido dice textualmente:

“No prometas más de lo que puedas /

Su respeto se le debe /

Al que sabe decir que no”.

Y si eso le puso a pensar, le caló un poco la sonrisa de Germán en los últimos versos compuestos por Kanales y cantados por El Fantasma:

"En la tabla de ajedrez tengo los peones/

yo fui pieza en la jugada, /

pero ya soy jugador/

soy la mano que pinta las coordenadas/

soy mucho y a la vez nada /

saquen esa conclusión".

Al terminar el corrido, Germán dijo: ¡Qué chulada de corrido, verdad de Dios!, luego levantó su caballito y tomó de un golpe su tequila mirando a los ojos al Señor, a quien le rebotaba el código político cifrado en los últimos versos, pues no le quedaba muy claro eso de

“Soy la mano que pinta las coordenadas /

Soy mucho y a la vez nada /

Saquen esa conclusión”.

Pinche Germán, pensó, siempre con sus enigmas literarios y sus mensajes políticos entreverados que tan gordos les caen a los demás Secretarios del Gabinete; pero con lo que dice en este corrido más vale poner y tener cuidado porque Germán siempre ha sido directo conmigo y ahora, con estos versos, queda más que deletreada la conclusión que nos pide sacar y tomar en cuenta. Como que con “Soy la mano que pinta las coordenadas” anticipaba que aceptaría la designación, pero que no se dejaría manejar y que él pintaría la raya que nadie ni siquiera debería de atreverse a pasar. Y con “Soy mucho y a la vez nada / Saquen esa conclusión”, dejaba en claro que, de querer acotar su mandato, declinaría la propuesta política y seguiría su rumbo en la jugada como peón y jugador, pero libre y soñador, como cuando iba y venía de El Estero a la Redonda para dar pasos rumbo a la meta que su amigo Don Felisardo le vaticinó y que ahora casi estaba por cumplir. Casi pero no apenitas. Y en ese casi es que se concentra la esencia de este relato que ya casi les termino de contar. 

Germán limpia y borra todos los recuerdos de un solo golpe, con el último trago de Macallan que se acaba de servir, ya no sabe si el tercero o el cuarto, lo mismo da, porque al final de este relato, cuando firme o responda la llamada, su vida cambiará, también, de golpe. Borra todos los recuerdos, pero no del todo, porque la mirada y las palabras de Don Felisardo permanecen e inspiran el trazo de la tinta o el tono de las palabras para esa respuesta que, tantas páginas después, por fin parece que vamos a descifrar. Evoca el pensamiento, fija sus ojos en las pupilas de Don Felisardo, como de plebillo lo hiciera, hace mucho tiempo, allá en el rancho, cuando en las noches de luna llena platicaban sin parar; mueve la mano y los hielos en el Macallan. Suspira profundo, piensa en los Once Ríos que riegan, alimentan y limpian los Dieciocho Municipios, deja el vaso del Caminante en la mesa, toma la carta para leerla por última vez, agarra la Mont Blanc que le compró su esposa en Santa Mónica cuando le comentó la decisión que habría de tomar, se le humedece la mirada, se atempera el ritmo del corazón… piensa en el camino que hubo de andar para escribir en esta carta lo que con su puño y letra ya empezó a firmar.

Y, en ese momento, suena el celular…

 

 

 

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Estimados amigos, apreciables lectores de este pobrecito y desbalagado Blog de sueños y esperanzas, de miradas atentas y furtivas que no encuentran ojos que los lean, oídos que las escuchen y palabras que los comenten, les entrego, de nuevo, Si me viera Don Felisardo, un cuento escrito el año pasado y publicado al principio de este 2023 que ya casi se nos va.

Lo entrego a su criterio para que, al calor de las tertulias familiares y del relax decembrino, nos hagan el favor de leerlo con calma, de releerlo también, y de escribir sus impresiones, a favor y en contra, para mejorarlo y hacerlo más leíble, más comprensible y llegador a las nuevas generaciones de lectores digitales, metaversinos y chatgepetianos.

Saludos y espero, de verdad, todos sus comentarios.
Un abrazo, su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
GILBERTO MORENO dijo…
Como siempre mi café se llena de letras y de historias plasmadas con tantya nitidéz como la mejor serie de Netflix..Los personajes pinterscos llenos de realismo. Es un deleite mi cafe con sus letras Maestreo Frías, me podra faltar azucar y aun así es café. Pero sin una buena historia no se disfruta igual...
Saludos Maestro Frías,
Su amigo y asiduo lector...Gilberto Moreno

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