“Soy Amara, y soy adicta; donde sea, como sea, con o sin motivos, no puedo evitar leer”



 



SOY AMARA, Y SOY ADICTA

 

María Madrid Zazueta

 

Porque lo deseo y puedo compartirlo con ustedes, soy Amara y soy adicta. Desde mi nacimiento he estado rodeada de alboroto familiar, música, grandes comilonas y borracheras. Cuando se me dio a bien nacer, era domingo, había una reunión familiar tipo borrachera dominicales de las que independiente del día, se prolongaban por dos o tres días por delante. Por si eso no fuera suficiente complicación, cayó una tormenta y al inicio del alumbramiento de lo que iba a ser mi nacimiento, se fue la luz. Yo no venía en posición adecuada o me pegué, o mi madre era estrecha, o todo junto, el caso es que la partera no pudo con el paquete y recomendó la atención pronta y urgente de un servicio médico profesional que en ese momento fue complicado encontrar disponible. Así que sin querer nací en la clínica donde nacían los niños ricos y en ese momento tenía el nombre de Maternidad Central. Sin embargo, lo que me parece coincidencia interesante es cómo andaba pegada a mi madre recorriendo las clínicas públicas de la ciudad, al lado de mi padre ahogado en alcohol y mi tía en las mismas condiciones manejando el Volkswagen en el que anduvimos recorriendo las calles que hasta hoy sigue siendo un tipo de terapia que me gusta recorrer a pie.

Provengo de una familia donde todos los eventos, los simples y los complicados, los felices y los desgarradores, todos y cada uno de ellos inician y concluyen con borracheras. Recuerdo con gran nitidez que mi prima Yadi y yo llegamos del preescolar que estaba a dos calles de la casa de mi abuela, entonces los carros escaseaban y el peligro de ser atropellados por un vehículo existía, pero era una remota probabilidad. En mi mente aparecen mi padre y mi tío Pancho junto a mis primos y hermanos reconstruyendo la cocina de lámina de fierro a mi abuela María Sarabia. No sé en qué momento pasaron de empezar el trabajo y concluir en un festejo familiar. Otras veces eran las comidas, como aquel pescado zarandeado que preparó la tía Chagua, o el torete a las brasas que enterraron en el patio y trajo mi tío Felipe. Incluso cuando se reunían para venir a ver a la abuela porque el ‘latido’ o ‘ese acabamiento en el estómago’ que a veces le echaba a perder el día, terminaba en una reunión festiva. No se diga de los velorios o los cumpleaños, del día de las madres, navidad o el santo de algún familiar. Sobre todo, el 15 de agosto que le festejaban a la abuela su día y su cumpleaños.

La casa de mi abuela, si puede nombrarse así, durante muchos años fue un sitio donde llegar a descansar por las noches, donde comer tres veces al día, donde bañarme y ser parte involuntaria de grandes y constantes reuniones familiares. Cuando todos se iban, quedaba mi padre, la vieja consola y la música a todo volumen en la madrugada. Quedaba el coraje, el insomnio, el desespero de concluir y empezar el día con fatiga de horas y horas entre incertidumbre de gritos, bailes, cantos y diferentes confrontaciones por cualquier cosa. Por la forma o el tono que no ajustaba al interlocutor o porque ajustaba de más. A veces, esas discusiones mantenían por meses distanciados a los tíos, y la familia se dividía en bandos o algunos más sensatos se mantenían neutrales hasta que, como siempre, los involucrados entraran en razón y como si todo se hubiera borrado con goma de borrar, de ésa de migajón que parece no dejar ningún rastro, no en ellos, los adultos; pero en mi corazón aún siguen episodios que iniciaron con temor, después con coraje y frustración, luego en ansiedad y depresión.

En esta condición de mi salud mental, he recurrido al medicamento psiquiátrico que ha ayudado a mi cerebro a apagarse durante las noches para empezar el descanso necesario y alimentarme de energía para la llegada de un nuevo día. También me han acompañado psicólogas y psicólogos. Siguiendo el consejo de uno de ellos, escribo mi floreciente interés por leer sobre el alcoholismo y otras adicciones. Esto empezó hace como un mes, cuando en una campaña para la prevención de las adicciones encontré en la mesa de la oficina varias ediciones de un folleto de Mujeres AA y el Libro Grande de AA. Duré viendo estos textos apilados durante varios días, y no me llegaba la determinación por retirarlos de la mesa o de tomar un ejemplar de cada uno para leerlos, si se presentaba la necesidad.

La necesidad de leer aparece con mucha frecuencia en mi vida. Porque leo todos los días. Algunos textos son parte de mi formación profesional, espiritual y personal. Otros son eventuales, porque hay textos que aparecen para acompañarme en algún trayecto o como un distractor para que mi mente viaje cuando la realidad no me ajusta o me aprieta. Por ejemplo, cuando me traslado en el autobús y para que se me haga el camino más corto me distraigo leyendo algo, a veces las noticias y artículos que me muestra mi celular. O los cartelones de promociones que veo en las calles durante el traslado.  Mi presentación en una terapia colectiva pudiera ser, Soy Amara, y soy adicta; donde sea, como sea, con o sin motivos, no puedo evitar leer.

Resulta que de aquel montón de folletos y libros de AA empecé a ver que iba bajando el volumen, y me decidí y tomé el folleto de Mujeres AA, lo llevé a mi casa. Lo saqué de mi mochila y me lo llevé al baño para distraerme un rato de descanso y sosiego en esa todavía casa ruidosa, aunque con menos frecuencia. En ese recinto de silencios empecé y terminé de leer todos y cada uno de los testimonios de mujeres que han aceptado que son alcohólicas. Sus historias se parecen a muchas conocidas, aunque no todas tan extremas. No todas las historias de mujeres adictas terminan en alcoholismo, hay quienes sin nunca haber ingerido una copa de alcohol se vuelven codependientes de familiares y cónyuges alcohólicos, o con otro tipo de adicción.

Terminé el folleto con ganas de conocer más sobre el tema, aunque no es la primera vez que leo sobre esto, sí es la primera vez que me asumo como alguien que no sólo tiene familiares con adicciones, sino que yo misma soy una adicta, no sólo codependiente; he sido adicta a un estilo de vida que me ha tenido toda mi vida caminando en círculos sin que me haya percatado cómo he sido capaz de llegar hasta aquí, y terminar un día en la sala de emergencia del Hospital Psiquiátrico. Recuerdo con claridad ese medio día del martes 28 de abril de 2020. Al inicio de la pandemia del COVID 19. Ninguna de las formas que ya había dominado durante más de cuarenta años me sirvieron para mantener la estabilidad mental y la salud física.

Ese folleto de mujeres con problemas para beber me atrapó, sentí que al leer sus historias conocía a muchas de ellas. Algunas también recurrieron a ayuda psiquiátrica, aunque no les sirvió porque durante la atención nunca se asumieron con problemas para beber. Al leer sus historias sentía como si hubiera convivido con ellas y las conociera de toda la vida. O, al menos, hubiera sido testigo presencial de algunos sucesos que relatan. Pero quería saber más, deseaba entender algunos porqués. ¿Por qué estás mujeres perdieron todo, incluso la dignidad por su deseo de beber hasta perder la cordura? ¿Por qué dicen que el alcoholismo es una enfermedad? ¿Por qué la persona no puede controlar su manera de beber? ¿Por qué mi padre nos levantaba en la madrugada para escuchar su música y darnos largas regañadas o hacernos crueles reclamos? ¿Por qué me tocó una familia alcohólica? Este folleto también me despertó la esperanza, sentir que aún dentro del abismo de una adicción, es posible la recuperación, mantenerse sobrio y ser capaz de tomar las riendas de su vida por primera vez conscientes de sus decisiones, consecuencias y retos. Sé desde pequeña que la vida no es fácil; pero también que uno va eligiendo dónde estar. Claro, si uno es capaz de buscar otros horizontes. A mí la lectura me ha permitido trascender, me han despejado los baches en que de cuando en cuando se estaciona mi vida, me han presentado personas que han salido de sus abismos, como aquella primera novela que me prestó mi prima Jovany, “Nacida inocente”, aquella joven que cayó víctima de una secta. ¿Qué puede ser peor que lo que le pasó a ella? Mi situación no es peor que la de ella.

Otra compañía que me abrió el mundo de los dolientes, fue la historia de “María”, de Jorge Isaacs, ¿quién estaría peor que esa joven de quince años, que quedó huérfana tan joven, enamorada de su primo con el que creció como hermana por lo que su amor era imposible y, por si fuera poco, era epiléptica? María heredó la epilepsia de su madre. Justo en esa etapa yo conocí muy de cerca lo que es la epilepsia. En un grupo de segundo de secundaria había un muchacho muy bonito de sus facciones, alto y moreno, de cabello rizado, el muchacho de repente caía al piso y empezaba a contorsionarse. A veces se revolcaba, llegaban corriendo los prefectos para sujetarlo y abrirle la boca, ponían un trapo u objeto que el muchacho apretaba con los dientes. Sus ataques me asustaban, me daba tristeza mirar indefenso ante la enfermedad a ese muchacho guapo, serio y agradable, de una boca chiquita y risueña. Ahora me parece que ese muchacho de bonitas facciones es la versión en masculino de María, y en piel morena. Una María de cara redonda, rubia, boca diminuta que antes se apreciaba igual que ahora los labios amplios. Con el referente de la secundaria podía imaginarme a María cuando le daban los ataques, y entonces la medicina daba nulas probabilidades de vida a esos pacientes. A María se le complicó con problemas del corazón. A mí me parece que se enfermó de su corazón, literal, al menos se le debilitó con la distancia impuesta entre ella y su primo Efraín quien estaba en Inglaterra concluyendo sus estudios de medicina; mientras María agoniza en Colombia, en la hacienda de sus tíos. Rodeada de sus amorosas primas, así como yo me he sentido cobijada por algunas de las mías.

Vuelvo al folleto de mujeres AA que terminé para seguir con el libro grande de AA. Este libro inicia con una presentación de la nueva edición en español; incluye las dos ediciones anteriores. Destaca algunos aspectos que AA no hace ni promueve, y que su sistema ha ayudado a personas que se han calificado medicamente imposibles de ser ayudadas. Eso llamó mucho mi atención, saber que muchos de los casos de AA, entre ellos los fundadores, han sido declarados desahuciados por la ciencia médica. Aún continúo leyendo los testimonios. Lo que me ha llamado la atención en especial es el identificar a Dios, o Fuerza Superior, como el medio para lograr la recuperación. Para mí, la existencia de Dios marca un sentido para mi vida. Mi abuela me acercó a la Iglesia, y yo me he encargado de encontrar a Dios. Por gusto e interés le he dado varias vueltas de lectura a la Biblia completa. De hecho, es una de mis lecturas frecuentes desde los quince años. Aunque he de confesar que muchas veces he sentido a Dios con todo su amor en un paisaje que me envuelve como en los grandes desniveles y despeñaderos de la sierra mexicana. En la fuerza poderosa del mar, en la calidez que me invade de ternura con la luz tenue del sol que me abraza. Los detalles de la vida reflejan la existencia y cualidades de Dios, como dijo el apóstol Pablo a los cristianos de Roma, ‘Dios está entre ellos manifiesto, porque Dios se lo ha puesto de manifiesto. Porque las cualidades invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad, de modo que ellos son inexcusables”. Sempiterno, eterno, infinito, sin principio y sin fin; aunque mi corazón y mi mente no comprenden la dimensión de estos conceptos en mi finita humanidad, aceptarlo me da esperanza, paz, consuelo. Yo no me explico la vida por mera casualidad.

Y en esta vida, voy en la etapa de aceptar la condición del alcoholismo como parte de una situación fisiológica; pero no convencida. Llena de dudas, llena de frustración y con ganas de tirar una carga que siento desde la infancia, no termino de creer que el alcoholismo es una enfermedad. No me parece algo que las personas no elijan tener, como no pueden elegir tener un tumor u otro tipo de problema físico. Voy en la parte de entender que hay predisposiciones, patrones sociales; no me alcanzan las evidencias para convencerme que el alcoholismo es similar a la tuberculosis, el cáncer, el lupus u otra enfermedad. Y digo que no lo acepto, puede que sea verdad, pero siento en la profundidad de mi alma que no lo puedo aceptar.

Quizá es mi deseo que nace, pero puedo controlar; este profundo y camuflajeado deseo de cobrar las facturas que yo he pagado por el alcoholismo de los demás me impide cancelar la deuda que siento, aunque no estoy segura, de qué me deben. Siento que esa adicción de mis padres, tíos, primos y hermanos me quitó la infancia antes de tiempo.  Que me robó noches de sueños, que me cargó con sentimientos de culpa y la encomienda de cuidar a quienes debieron prodigarme sus cuidados. Yo he leído a grandes alcohólicos como Allan Poe, y lo he podido entender. Yo puedo entender a través de sus cuentos y su poema de El cuervo; por extraño que parezca, siento que entiendo el alma de ese escritor. Su gran y profunda tristeza. Es, junto con Horacio Quiroga, el único que me ha atraído con sus extraños cuentos de amor, misterio y locura. Como sus ángeles extraños lo han rondado, Poe para mí me ha rondado y acompañado en tardes de absoluta soledad en medio de un mar de gente. Me ha arrullado la imaginación con una infinita ternura la imagen de ese hombre que, a través de sus relatos extraordinarios y mi lectura silenciosa, nos hemos acompañado en ésta, a veces, desconcertante melancolía; tan profunda y fría. Como neblinas que cierran el horizonte y obligan a ir más despacio, aunque desees pasar el tramo lo antes posible. Así es la ansiedad, es como un momento a ciegas dentro de un túnel ante el que sientes la exasperante necesidad de cruzar a toda prisa. Neblinas frías, como imagino son muchos días y noches en un Londres donde nunca he estado, o en Boston donde nació éste, mi estimado y auto-incomprendido escritor.

Elena Garro fumaba demasiado. ¿Por qué? No lo sé, nunca he entendido ese hábito; me siento incapaz de entender la razón de aspirar y exhalar humo, ni siquiera son como los kreteks de la Indonesia donde, según la película La chica de los cigarros, que narra el genocidio por cuestiones políticas en ese país entre 1965 y 1967, se destaca la competencia por la preparación de la salsa con el más delicioso sabor y olor de los kreteks o cigarros más vendidos. Aunque, las consecuencias no se dejan de sentir cuando el famoso empresario es víctima de su adicción. Pero, ¿Elena, por qué? Me parece que también tomaba, no lo sé; lo sospecho. Y me culpo porque nunca ninguno de sus libros me ha hecho pensar en esa Elena perseguida, exiliada y expulsada de la intelectualidad mexicana después del 2 de octubre del 68. Sus historias representan a mujeres solitarias, enamoradas, pero sutilmente fuertes. Ella con su altura, con su presencia imponente, teniendo un alma tan temerosa, no las puedo conciliar. Elena, en Primer amor me describió con el temor de aquel chico alemán capturado como prisionero de guerra para hacer trabajo forzado en alguna costa de Francia que quedó al terminar la Segunda Guerra Mundial; ese chico vivió tan desdichado que, cuando sintió la ternura del amor, tuvo un miedo incomprensible. Sufría al sentir la felicidad porque nunca la había sentido y no sabía qué hacer ante esas emociones nuevas e impensables hasta entonces. Cuando uno ama es feliz. Dios es amor, y Dios es feliz. Así que si un sentimiento produce dolor puede ser cualquier cosa, menos amor.  Elena retrata mi alma en el alma de un joven sensible a pesar de que fue formado para desensibilizarse. De eso también habla la serie La luz que no puedes ver, donde también el escenario es una playa francesa dominada por los alemanes a unos días de llegar el ejército estadounidense. Retratos donde aparecen los cigarros, el alcohol, la enfermedad y la luz que da la lectura. A través de la lectura de capítulos de la novela de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino, una chica ciega que leía la novela en braille compartía los códigos de los franceses para que la fuerza área estadounidense tuviera las coordenadas de dónde atacar a los soldados alemanes.  

Voy a la mitad de la lectura del ‘libro grande’ de AA, y ya me encontré otro libro sobre las adicciones. Resulta que llegué a un puesto donde muchos jóvenes se pasaban libros envueltos en un papel con dibujos y una leyenda, el papel tenía cinta adhesiva y también un mecate con el nombre del negocio CITA A CIEGAS CON UN LIBRO. La atracción está en que el cliente no sabe qué libro es, lo escoge porque se identifica o le atrae la leyenda, uno de los tres que compré decía ‘No hay nada mejor que la vida…”, y los tres puntos suspensivos del final me acompañaron por varias horas hasta que llegué a la casa, o la casa de la abuela, aunque ella ya no está en casa. Solté el mecate con desespero, y delicadamente quité la cinta para cuidar el papel que envolvía mi libro escogido ‘a ciegas’. “Libérese de las adicciones” (David Simon y Deepak Chopra).

Entré y hojeé este libro sin poder ignorar la impresión que me deja la coincidente relación del tema con mi búsqueda de respuestas a mis preguntas, a mis ganas de dejar de una buena vez las cargas de otros que no termino por soltar. Este libro menciona el sistema de AA y cuestiona la forma de ver las adicciones como una esencia de la que nunca se es capaz de desprender por cuenta propia, refuta de AA lo que llama el énfasis que se da a la impotencia personal. Cuestiona el hecho que un adicto se considere víctima toda la vida de una enfermedad incurable. Y en esto me siento complacida; más aún no me confío del contenido. Aunque Chopra es un exitoso vendedor de libros y conferencias o como sea que se denominen sus intervenciones, yo soy una desconfiada innata de quien hace de la espiritualidad un negocio, y no conozco el programa del señor, de su centro; de nuevo, sólo me lo dice un sexto sentido de quien ha leído a Carlos Cuauhtémoc, Pablo Cohelo, entre otros que me han gustado hasta que me dejaron de gustar. Así que, incapaz de entender del todo mi apremiante interés por descifrar el no sé qué que busco entre las páginas de estos textos, me mantengo tranquila; si acaso, inquieta por la recurrente necesidad de una nueva historia en Netflix, antes de dormir. Me declaro prematuramente una adicta a la lectura; o quizá, más bien, es que leer ha sido mi refugio.

 

Comentarios

Estimada y querida María, tremendo Relato de Vida nos regalas hoy. Este Blog se regocija con la posibilidad de compartir Trozos Literarios tan profundos, claros y enriquecedores como fragmentos de una biografía que nos explican, a los demás y a nosotros mismos, al poner en Literatura la Vida que vivimos.
¡Por eso insisto en que las Licenciaturas relacionadas con la Educación y la Pedagogía, deberían de tener espacios reales y sustentables, con apoyo Institucional para que los académicos, alumnos, administrativos y profesores, expresaran sus emociones y desplegaran sus talentos creativos! Eso ayudaría un Mundo al Humanismo Mexicano que ahora promueve la Nueva Escuela Mexicana. Tal vez, surgiría un nuevo Laberinto de la Soledad, como el de Paz o recrearíamos Las buenas conciencias, de Fuentes.

Por mientras, este Blog se afana, contracorriente, en seguir abriendo surco en la espesura intelectual que brilla por ratitos, negándose a morir.

¡Oye, y si un día, hubiera un encuentro de Escritores de toda la UPES!
¡Qué chingón, verdad! Tenemos talento, creadores y textos de sobra para hacerlo

Saludos, un abrazo y felicitaciones por tremendo Texto.
Tu amigo, José Manuel Frías Sarmiento
GILBERTO MORENO dijo…
Mari, que gusto leerte de nuevo, disfruto la nitidéz de tus palabras como una pelicula de capulina o clavillazo..
Sin duda hay mucho talento en les escritores de este blog.
No me canso de felicitar al Master Frias, así como a todos los que ponen su granito de letras en la arenas literarias del pensamiento humano.
Saludos.
María Porcella dijo…
Estimado y querido maestro, y amigo, Frías, la literatura ha sido en la vida de muchas personas algo que hemos adquirido a través de la educación escolar, y ha sido para toda la vida. Si bien, gran parte de lo que he leído está fuera de las paredes de la escuela, gracias a esta es que adquirí la capacidad para leer, y a la par de los cursos para asimilar conocimientos generales básicos, a finales de los años 70 la escuela me acercó los primeros acervos de literatura en ese delgado libro de Español Lecturas. A partir de allí la lectura ha sido un refugio y una constante compañía. Mi madre y mi bisabuela inculcaron el gusto por los relatos y los cuentos, que más tarde continúo la escuela. Un suceso asombroso fue cuando conocí que las palabras impresas también podían ser de creación propia, a partir de allí se desarrolló otro aliado. Más que una capacidad, para mí han sido salvavidas, refugios, formas en las que a veces llego a los corazones de otras personas y que por un maravilloso milagro les infunde el deseo de compartir sus pensares y sentires, o al menos de sentir que en esta basta humanidad estamos acompañados por escritores que han pasado situaciones similares o peores, o que nos dan esperanza para continuar el trayecto que nos falta por recorrer.
Será un gusto participar en ese encuentro que siempre me nutre. Tanto los compañeros del colectivo con el que empecé, como los nuevos talentos que se han ido integrando desde dentro y fuera de la UPES, han sido también mis maestros, confidentes y refugios.

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