Primer Concurso de Cuento Universitario 13
“¿Dónde estás Número Uno? – decía Joaquín mientras se sentaba en el lugar que debía ser de Natalia”
¿Dónde estás Número Uno?
Dinora Guadalupe Aguirre Maldonado
Número Uno es una chica hermosa, de cabello rizado y pelirrojo, piel clara, usa unas gafas enormes que cubren sus ojos azules y parte de sus mejillas y pecas; sus labios medio carnosos se abren para emanar esa voz tan dulce y quedita que me encanta escuchar. Su estatura es un poco mayor a 1.50 cm. y su cuerpo es el de la típica niña que empieza a atravesar la pubertad. Número Uno se llama Natalia, pero para mí ella es mi Naty en secreto.
Conozco a Número Uno desde hace un año, cuando ambos entramos a la escuela secundaria. El primer día de clases nos topamos por los pasillos de la escuela buscando nuestros nombres en las listas que estaban pegadas en las puertas de cada salón y, por pura coincidencia, estábamos destinados a compartir tres años en la misma aula; lo supe porque justo cuando iba a preguntar su nombre ella abrió la puerta y se metió al salón. Ese día ella me robó el corazón.
No había pasado ni medio minuto y la
primera profesora cruzó por la puerta, colocó su café en el escritorio y se
presentó como Mildred. Dijo que para tener un mejor manejo de la clase nos
ordenaría por número de lista:
– Número Uno, Natalia Aguilar, toma
asiento en la primera silla; número dos, Joaquín Barrera, atrás de su compañera
– dijo Mildred señalando los asientos.
Mi corazón estaba al mil al saber que
Natalia era el nombre de esa chica, pero el saber que yo iría atrás de ella me
hacía sentir mariposas en el estómago:
– Hola Número Uno, mi nombre es Joaquín, vengo
de la escuela Nicolás Contreras, ¿y tú? – expresaba el chico todo tembloroso
con tal de entablar una primera conversación.
– Hola Joaquín, debiste escuchar que me
llamo Natalia, no Número Uno – dijo algo molesta girando a ver a Joaquín y sin
contestar cuál era su escuela de procedencia.
Natalia regresó su mirada hacia la
profesora, mientras me lamenté de no haberla llamado por su nombre y, tratando
de remediar la situación, le escribí en un pedazo de hoja de libreta una nota
que decía lo siguiente: “Discúlpame, sólo quería saludarte. Te invito un
refresco en el receso. Pd: regresa el papelito con tu respuesta”. Con el temor
de que se enojara aún más corrí el riesgo y le toqué el hombro, a lo que
Natalia tomó el papel, lo leyó rápidamente y me lo lanzó al piso. Sin ánimos y
sin más palabras, me rendí y dejé de molestar a Natalia. Y así pasaron el resto
de las clases.
La primera semana a muchos alumnos les
costó socializar con otros compañeros; en primera, porque algunos eran tímidos;
en segunda, porque no encontraban amigos afines; y en tercera, porque muchos procedían
de escuelas en donde sólo estudiaban: o puros varones, o puras féminas; en este
caso, Natalia era una de estas chicas. Ella egresó de un colegio de monjas que
aceptaban sólo niñas y, por ende, su comportamiento antisocial con varones era
más que justificado. Esto lo supe porque nos fuimos presentando con todos los
maestros.
Pasó el tiempo, con más de medio año
transcurrido y la convivencia en las clases eso fue cambiando, pues los
maestros promovían bastante el trabajo colaborativo dentro y fuera del aula.
Fue así que tuve la oportunidad de acercarme un poco más a Natalia.
Un día, ya casi cerrando el ciclo
escolar, en la asignatura de Cívica y Ética, el profesor dejó un trabajo final
en binas, la temática sería a la elección de los alumnos, siempre y cuando
fuera algo que se haya abordado en clase, pero él sería quien organizaría estos
pequeños equipos:
– A ver, por número de lista, uno y dos
hacen equipo; tres y cuatro hacen otro, busquen su pareja los demás de acuerdo
a su número – ordenaba el profesor mientras miraba la lista de asistencia.
Uno y dos, ambos nos miramos fijamente,
cómo diciendo mucho y a la vez nada:
– Seré tu compañera, Número Dos – decía
Natalia mientras sacaba su lengua en señal de burla y mostrando un ligero gesto
de gracia.
– No me queda de otra, Uno – expresó Joaquín
poniendo los ojos en blanco y sonriendo en forma de broma, pues más que
molestarle le agradaba la idea.
Tendríamos casi un mes para elaborar el
trabajo final, lo suficiente para que nos conociéramos un poco más fuera de
clase, ya que deberíamos de dedicarle más tiempo a esa actividad. Entre mañanas
y tardes juntos, comenzamos una linda amistad, aunque para mí se convertiría en
la idea de ser más que amigos; en muchas ocasiones la llegué a sorprender con
pequeños detalles, los que estaban a mi alcance: golosinas, refrescos e,
incluso, le ayudaba con su mochila al salir de clases. Con tal de ver a Natalia
más tiempo, le pedía de favor alargar las horas que le dedicábamos al trabajo
final con el pretexto de tener urgencia por terminar. Por otra parte, Natalia
no me lo decía, pero sé que ella gustosa aceptaba, aunque ponía trabas, sólo
para fingir que me comenzaba a ver con otros ojos, lo sé porque María su amiga
me lo dijo. Sabía que en su casa no le darían permiso de tener un novio a esa
edad y menos a mí.
Finalmente se cerró el ciclo escolar,
entregamos el trabajo final y nos tuvimos que despedir porque por una temporada
no nos veríamos, pues haría un viaje con mis padres a la Rivera Maya. La
travesía duraría casi todas las vacaciones, por lo que verme con Natalia sería
imposible. Ambos prometimos escribirnos mediante correos electrónicos y
contarnos cómo la estábamos pasando en vacaciones. Nos despedimos, nos
abrazamos y nos dimos un beso en las mejillas, mientras se me hacía un nudo en
el estómago. Esa vez estuve a punto de confesarle mis sentimientos hacia ella,
pero preferí esperar a mi regreso para invitarle un helado en el parque que
está cerca de la secundaria, ahí sería el momento perfecto.
Durante todo el trayecto del viaje
familiar les escribía correos y ella me contestaba a los pocos minutos. Me dijo
que su familia no había planeado unas vacaciones, que quizá en algunos días
irían de paseo a una feria en un pueblito cercano, pero no era seguro. Cómo
supe que ella estaría en su casa todo ese tiempo decidí pedirles a mis padres
que en cada pueblito que visitáramos compremos un recuerdito para llevárselo a
Natalia y dárselo cuando la viera, posiblemente en esa cita en el parque comiendo
helados, para que sepa que siempre pensé en ella. Aunque esto último no se lo
conté a mis padres. Entre los recuerditos estaban: un llavero en forma de
tortuga, unos corales que recogí del mar, y algunas artesanías.
Faltaban pocos días para que iniciara
el siguiente ciclo escolar, y yo estaba más que desesperado porque terminara el
viaje; por primera vez desee que acabara, siempre rogaba para que las
vacaciones fueran eternas, en cambio está vez no era así. Aún faltaba visitar
Tulum para por fin regresar a la Cuidad de las Gardenias. Mientras el recorrido
terminaba le escribía a Natalia, pero esta vez no contestaba. Supuse que quizá
sí habían ido de paseo, así que no me desesperé y di tiempo a su respuesta.
Llegamos a Tulum de noche, ya cansado por el trayecto me dispuse a dormir.
Al siguiente día en cuanto desperté
brinqué de la cama buscando mi computadora; abrí el correo y no había ningún
mensaje. Me sentí un poco triste, pero supuse que estaría ocupada y disfrutando
los últimos días de la libertad escolar; sólo le dejé un nuevo mensaje para
saludarla y me fui a desayunar con mis papás. Apenas terminamos y de nuevo
chequé el correo, y nada. Leí y leí los mensajes anteriores que le había
escrito pensando que pude haberle dicho algo que la molestara, pero no noté
nada que pudiera haberla ofendido. Le escribí pidiéndole disculpas, por si
acaso, todo con tal de que me contestara. Ese día me arrepentí por no tener el
contacto de su amiga María, quizá ella me pudiera decir qué pasaba, como no lo
tenía debía esperar. Esa espera se convirtió en el resto de días de vacaciones,
y lo que más quería era verla, preguntarle porqué ya no me escribió.
El último domingo por la noche, antes
de entrar a clases aun checaba el correo, sin embargo, nunca encontré noticias
de Natalia. El lunes por la mañana llegué temprano a la escuela, 45 minutos
antes; busqué el nuevo salón en el que estaríamos, y aunque no llegaba nadie,
tomé mi lugar y aparté el de ella, el Número Uno, puse mi mochila para que
nadie más se lo ganara.
Se me hizo eterno el tiempo, llegó la
hora de empezar las clases y ella aun no llegaba. Busqué a María con la mirada,
pero tampoco estaba. Pasaron muchas ideas locas por mi mente; llegué a pensar
que se había cambiado de escuela o de ciudad; que estaba enferma; o que
simplemente se había demorado. En cambio, nunca llegó. Se acabaron las clases,
tomé mi mochila y me fui a casa. A estas alturas no sabía si preocuparme o
dejarlo pasar, muy en el fondo sabía que ella no me dejaría así sin avisar; no
era su novio todavía, pero la quería como si lo fuera.
Todo cambió el día siguiente,
nuevamente su silla vacía. Esto ya no era normal, Naty es muy responsable,
nunca falta, al menos no sin avisar. Con la mirada perdida y ni siquiera
poniendo atención a la clase, observaba por la ventana hacia la entrada de la
escuela, y pude ver a dos señores que me eran familiares: eran los papás de
Naty. Me levanté rápidamente de mi silla, pero el regaño del profesor me
regresó de golpe al asiento.
De pronto miré entrar a María al salón,
lucía diferente, estaba más delgada, con el rostro decaído y muy seria. De
inmediato escribí una nota: “María, ¿dónde está Natalia?”, hice bolita el papel
y lo lancé, a María le golpeó la cabeza, pero ella se quedó sin reaccionar. Lo
que pasó es que el profesor me llamó la atención y me mandó a dirección para
recibir un castigo por estar alterando el orden en clase. Sinceramente no me
preocupaba el castigo, me levanté y me fui a la oficina del Director.
Al entrar a dirección, me dijo la
secretaria que debía esperar, ya que el director estaba atendiendo a unos
padres de familia. Yo perdido en mi mundo, nunca caí en cuenta que eran los
papás de Naty quienes estaban dentro, sólo escuché unas voces desesperadas que
pedían compasión al Director. Se abrió la puerta y noté que ambos papás
salieron abrazados y cuando iba a preguntar por su hija el director me ordenó
que pasara, era mi turno para recibir un correctivo: limpiar toda la basura de
las canchas. No tuve tiempo de alcanzar a los señores padres de Natalia, porque
el prefecto me llevó a cumplir mi deber. Sentía mucha tristeza, algo en el
corazón me decía que al volver al salón nada sería igual.
Al terminar mi tarea, sudando y con la
cara quemada por el sol que abrasaba, me reincorporé al salón faltando una hora
para terminar las clases, pero estaba vacío, así como mis correos, así como mis
días sin Natalia.
– ¿Dónde estás Número Uno? – decía Joaquín
mientras se sentaba en el lugar que debía ser de Natalia.
Llorando, derrotado y sin pena que mis
amigos y compañeros me vieran, tomé mi mochila y salí del salón; quedé frío,
paralizado, mudo y sin aliento al ver un papel pegado a un lado de la puerta:
“Se busca, ¿la has visto?” y una foto de Natalia que cubría casi toda la hoja.
Mi mundo se vino abajo, pude escuchar a mi corazón partirse en mil pedazos. Sin
Uno no hay Dos.
Hoy estoy en busca de ella, aunque me
ha costado iniciar cada día desde su desaparición tratando de entender cómo es
que una niña de 13 años no puede ir al parque con su amiga a comprar un helado
porque puede nunca más volver. Me duele pensar que lo que para mí era una cita
perfecta, para ella fue una cita llena de miedo y agonía. Lo que eran
recuerditos para ella pasaron a ser recuerdos para mí.
Estoy en busca de mi primer amor, no de
la misma forma que lo buscan otros chicos, sino de aquel amor que ambos
queríamos ser.
Comentarios
Saludos y te felicito por tu relato. José Manuel Frías Sarmiento
Saludos.
Gracias por ese viaje al pasado.
Gilberto Moreno
Creo que es la realidad supera a la ficción, justo como lo comenta maestro Frías.
Nuevamente gracias🥰
EN SENTIDO QUE LE DAMOS A LOS NUMEROS EN NUESTRAS EMOCIONES TINEN OTRA VERSIÓN HUMANA A VECES CRUEL.
SALUDOS