“Todos reían. Parecían felices. Mamá, yo también quiero ser feliz”



 



¡MAMÁ, YA NO QUIERO IR A LA ESCUELA!

 

Itzel Guadalupe Espinoza Gaxiola

 

Lo he decidido, mamá, ya no quiero ir a la escuela. Todos los días me dices que debo prepararme y estudiar para algún día llegar a ser una mujer hecha y derecha, pero yo no sé qué quiero en esta vida. En el primer día de clases, la maestra nos preguntó a cada uno lo que nos gustaría ser cuando seamos grandes, todos respondían: doctor, abogado, chef, bailarina, cantante y otros más; pero yo no supe qué responder, todas las miradas estaban sobre mí y cuando la maestra me gritó por no hablar, ellos comenzaron a reírse y a señalarme. ¿Por qué se reían de mí, mamá? La maestra se enojó tanto que me mandó al "rincón de los burros" durante toda la clase, me dijo que si yo no venía a estudiar no la hiciera perder su tiempo. Yo me sentí tan triste que mantuve mi cabeza gacha y me quedé calladita, como tú siempre me dices que debo hacer para no molestar a la gente, pero no quitó su cara enojada nunca y mis compañeros no dejaron de reírse de mí en todo el día.

Mamá, ¿Acaso hice algo mal? A todos los demás niños les sonreía y los felicitaba cuando hablaban en clase, pero a mí siempre me volteaba la cara y usaba ese tono de voz para repetir lo que decía; calaba siempre mis oídos, pero hacía reír mucho a mis compañeros. Era muy estricta, más que tú cuando me obligabas a limpiar la casa o cuando, muy de vez en cuando, me ayudabas con mis tareas, aquellas que nunca me salían bien y la maestra tachaba con su pluma roja una equis grandota de esquina a esquina en mi cuaderno.

Recuerdo que te enojabas mucho por eso, decías que debía poner más atención en clase para aprender. ¡Pero yo si ponía atención! Y mucha, te lo puedo jurar. Las cosas que la maestra decía yo las sabía, incluso, levantaba mi mano cuando quería participar, pero mi lengua traicionera se trababa y de nuevo todos mis compañeros se reían de mí. Dejé de intentar participar para que no se burlaran más, sin embargo, la maestra, todos los días sin falta, me pedía participación y también no dejaba de decir que era muy lenta y perezosa. ¿Soy eso, mamá? Yo no quiero ser así.

Me duele la cabeza cada que pienso que debo ir a la escuela. Mi estómago se revuelve al punto de querer vomitar. Mis manos comienzan a temblar y tengo el impulso de llevarlas a mi boca para morder mis uñas. Mis dedos están llenos de padrastros. Mis brazos tienen algunos arañazos involuntarios y han comenzado a salirme algunos granitos rojos en las palmas de mis manos y en mis muslos. Mamá, no sé qué es esto, pero si la escuela es la culpable, ya no quiero ir más.

Recuerdo cuando no me creíste la excusa de que estaba enferma por quinta vez en la semana, te enojaste mucho y yo sólo lloraba quedito, aun así, me llevaste a la escuela, hablaste a solas con la maestra por un buen rato. ¿Qué fue lo que hablaron? Ese misterio aún me persigue al día de hoy, pero lo que si tengo muy presente fue que, desde aquel momento, ocurrió lo que siempre pedía a Diosito cada que me levantaba para ir a clases: ser invisible. Aunque no fue exactamente eso, más bien, la maestra dejó de exigirme que hablara más, aún mantenía su cara enojada, pero al menos ya no me gritaba. Eso por un momento me hizo sentir bien, pensé que entonces ya sería bueno ir a la escuela.

Estaba equivocada, las burlas de mis compañeros nunca pararon. En clase me arrojaban bolitas de papel a la cabeza. Intenté que parará eso sentándome hasta atrás, pero nunca fue impedimento para ellos. Sus ojos aún podían verme, sus palabras hirientes llegaban a mis oídos y me golpeaban directo al corazón: "tonta" "fea" "es tan burra que no sabe ni hablar". Era lo que solía escuchar. La maestra también veía y escuchaba, estaba segura de eso, más nunca hizo nada cuando los acusaba, entonces dejé de hacerlo. Intenté hacer amigos, muchos, como me dijiste, pero los niños salían corriendo lejos de mí, las niñas siempre recogían sus juguetes cuando me acercaba en los recesos, así que dejé de intentarlo. Me iba a una pequeña banca desgastada a comer mi lonche, me gustaba porque desde ahí podía ver a los niños correr mientras se atrapaban unos a otros, también veía como las niñas jugaban con sus muñecas o cualquier otro juguete que llevaran. Todos reían. Parecían felices. Mamá, yo también quiero ser feliz.

Si me quedo quietecita y callada como siempre me dices ¿Mejorará esto? A las personas parece desesperarles cuando hablo. Siempre me piden alzar la voz, que deje de tartamudear y que los vea a los ojos, también que deje de mover las manos y los pies. Cuando la maestra notó mis lápices y plumas mordidas, no dudó en exponerlo a todo el salón para que se burlaran. He recibido muchos castigos por no pasar a leer o exponer en clase y perdí la cuenta de los bailables en los que no he participado, por el miedo que me genera estar en la mirada de los demás, la forma en la que me juzgan, pueden ver mis errores y las burlas que seguro recibiré, me persiguen como monstruos entre la oscuridad que tratan de comerme en mis pesadillas. No quiero ser comida por ellos así que me camufló entre su propia oscuridad, porque recibir mil castigos es mejor que enfrentarlos. Lo siento mamá, no soy esa niña valiente que siempre repites que sea.

Y si, aun escuchando todo esto, no aceptas que deje de ir a la escuela, te pido de favor que reces conmigo a Dios, para que pueda tener amigos, que la maestra sea buena como lo es con los demás y, sobre todo, para que pueda ser feliz.

 

Levanté la mirada de aquel papel observando al público. Entre la multitud encontré aquel rostro envejecido por el tiempo y mirada penetrante. Esa misma mirada que me atormentó por años en mis pesadillas ya no se encontraba presente, en cambio, la lástima estaba presente en todo su esplendor, a decir verdad, no estaba sorprendida.

—Esta carta que hoy les leo, nunca llegó a manos de mi madre. Aquel lunes, por la noche, un desgraciado le arrebató la vida mucho antes de llegar a despedirme de ella. Se llevó una parte de mi vida y corazón. A partir de ese momento era sólo una Niña tímida de 9 años contra el mundo. Luché todos estos años para que las promesas que le hice a mi madre en aquellos tiempos se cumplieran. Hoy puedo decir: ¡Lo he logrado! Vencí a los monstruos en mi cabeza. Salí de la esquina oscura que me mantenía alejada de mis sueños. Fue duro y difícil, pero aquí estoy. Espero que, si existe algo más allá de la vida, mi madre me vea desde allá y esté orgullosa de lo que ahora es su hija.

La ola de aplausos se escuchó por todo el auditorio. Antes de bajarme del escenario volteé a ver a mi maestra de primaria, aquella que en su momento fue parte de la tormenta que era mi vida. La representación de que el mundo era difícil y no podría agradarle ni complacer a cualquiera, tal vez no debería agradecerle por cómo me hizo sentir con sus acciones pasadas, pero ahora ya no es más que el recuerdo de que la vida no acaba ni termina por unos malos momentos. Verla me hace saber que, a pesar de todo lo que tuve que vivir, hoy está superado.

Soy otra persona muy diferente a lo que fui en primaria, pero aquella chiquilla que no podía formular ninguna palabra frente a más de dos personas, aún es parte de mí y me hizo ser quien soy hoy en día: la mujer que se dirige a más de 300 personas en un auditorio gigante. Y soy aún más, ahora soy capaz de enfrentar aquella mujer que de tonta no la bajaba.

—Gracias.

Le sonreía y, por primera vez, después de largos años, su sonrisa se dirigió hacía mí. Aunque mi mamá ya no está presente para presenciar este momento, espero que desde allá arriba pueda ver que, a pesar de que nunca dejé de asistir a la escuela, su hija ahora es feliz.

 

Comentarios


Itzel, me gusta tu relato, me atrapa la carta póstuma a un ser tan querido como lo es la Madre. Creo que esa comunicación con los padres, aunque fuere epístolas, debe de reanudarse para fortalecer la unidad Familiar que es, ya lo sabemos desde la educación básica, la base de la sociedad.
Me agrada leer una historia de superación y de colaboración, al compartir su carta con los demás.
Saludos, te felicito, José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Buenísimo estimada Itzel. Es una redacción estupenda y maravillosa. Yo creo que si este texto se reparte en todas las escuelas, mínimo de México, haría bastante eco en los estudiantes y concientización en los directivos. Muchas Felicidades, es un texto muy emotivo. Te felicito.
Itzel, buena historia que se supera ante las propias emociones aflictivas, que son muy válidas si sabemos sobrepasarlas para el bien mismo.

Saludos
Itzel siempre hace grandes textos, siempre se presta muy reflexiva ante el drama en la vida real, y hoy nos lo plasma en un texto, ojalá y siga así, porque siempre es muy amena cuando comunica algo por el estilo, sé que escribe mucho sobre esto, y espero que tenga muy abierta esa brecha creativa, la cual también está en la apertura de la crítica y reflexión en los distintos temas de problemáticas sociales y educativos.
En conclusión, le quedo bien bonito.
zeel!° dijo…
Muchas gracias por sus comentarios, me llena de alegría que mi texto fue de su agrado, lo que se cuenta dentro de la carta hacía la madre es un pedazo de vida que muchos jovenes han vivido o similar a eso y sentí la necesidad de contarlo, junto a un pequeño vistazo de que pese a estas adversidades hay toda una vida a futuro, con dedicación y perseverancia pueden superarse. Saludos
Itzel Espinoza

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