“Frías me dijo las palabras que se quedaron mejor grabadas en mi memoria: “eres ese tigre blanco en la UPES” y fue una de las pocas veces que me la creí”
TIGRE BLANCO
Andrea Berrelleza Atamirano
Irónicamente, al
mismo tiempo que reprobé un semestre, la Universidad me publicaba un libro para
mí sola y por mí sola. Una situación que me hizo sentir confundida porque, por
un lado, era una mala estudiante, pero, por otro lado, era una buena aprendiz.
Siempre lo he sido, me gusta aprender cosas, lo disfruto mucho. Pero, también,
fui la estudiante de la que, en dos ocasiones, una cuando cursaba el
bachillerato y luego cuando cursaba la carrera en la UPES, dos maestras que
tuve les advertían a mis amigxs que no se juntaran conmigo porque yo era mala influencia, ¡cuál si fuera una
delincuente! O como si fuera yo responsable de las decisiones que ellxs
tomaran; ellxs me contaron en sus respectivos tiempos y, sinceramente, siempre
me pareció un chiste más que un insulto.
Mi paso por la
UPES (el cual inicié cuando aún no era una institución descentralizada) ha sido
una de las experiencias más importantes de mi vida; significó una transición de
adolescente que tonteaba a una joven que ya podía construir sus propias
aspiraciones y plantearse sus propias metas, aunque al principio no las tuviera
muy claras.
Yo quería egresar
de una Universidad, no de la Normal; estaba bien plebe y mis padres me habían
convencido de formarme en la docencia, aunque, en algún punto, no me sentí
completamente convencida. Luego, me gustó, así estuviera dando patadas de
ahogado durante el primer semestre de la carrera por no comprender las lecturas
de las antologías.
Pronto, nos
comentaron de la tesis; la elaboración de la temida tesis se acercaba y es de
esta experiencia de lo que quiero compartir. Honestamente, después de entender
de qué iba el leer y escribir para atender la carrera, nunca me sentí intimidada
por la tesis, ni por ningún trabajo de esa naturaleza, al contrario, estaba muy
motivada.
Recuerdo que
varias de mis excompañeras de clase se juntaron en equipos para hacer más
ligera esa carga, pero yo no quise; siempre he sido muy celosa de mis
producciones literarias, sobre todo las que conllevan una investigación previa,
aunque hasta entonces no había escrito un trabajo de investigación tan grande,
sólo los ensayos que nos dejaban de tarea. Precisamente, porque la tesis iba a
ser mi primer trabajo de investigación en grande, no quise compartir créditos
con nadie, además de que estar sola me ahorraría disgustos y frustraciones por
las discusiones que hubiera tenido con mis compañeras porque yo ya pensaba en
algo en grande y diferente, cosa que siempre sospeché que mis compañeras no y
que luego comprobé cuando todas empezaron a definir sus proyectos en clases,
aunque yo todavía, para ese momento, seguía perdida en mis pensamientos e
ideas.
Hablar de
innovación educativa me hacía sentir libertad en cuanto a la elección del tema
porque quería, de verdad, innovar con algo. Pero después entendí que la
innovación de la que tanto se hablaba nomás era una carátula, pues cuando hice
mis propuestas, aunque me ayudaron a descartar ideas en función de una elección
segura que me permitiera titularme a tiempo, se me cuestionó y se me hizo
saber que ésos eran temas que sólo me causarían conflictos para encontrar
información y me retrasarían en mi ritmo. Terminé cambiándolo como dos veces
más hasta encontrar uno ya muy masticado para evitar contratiempos y fue ahí
cuando mi motivación para hacerla se fue en picada y reprobé. Tampoco puedo
negar que estaba enfocada haciendo otras cosas: estaba cantando, escribiendo y
haciendo mucho escándalo en la escuela, no supe administrar mi tiempo, además
de que mis prioridades eran todo, menos la tesis.
Mi ánimo y mi
motivación para continuar estudiando estaban por los suelos, pero al ver El titán de los libros con su portada
azulita, con su ISBN y su tiraje de mil ejemplares, me hicieron creer en mí e
intentarlo una vez más.
Al regresar a la
escuela y reincorporarme a un nuevo grupo, iba con la idea de sólo terminar la
carrera y ya. Prioricé la elaboración del documento y puse toda mi energía en
él. Había escogido otro tema, uno nuevo, uno con el que me sentí a gusto, con
el que me sentí en sintonía, además de que iba completamente ad hoc a mi personalidad y mis
conocimientos.
Hice mi
investigación con mucho gusto, me encantaba sentarme frente a la computadora a
leer y leer sobre la música, sobre el lenguaje y sobre el inglés; sabía que
estaba haciendo un buen trabajo y que iban a valer mucho la pena las horas
sentada frente a la pantalla, estaba muy segura que estaba haciendo algo
importante y no sólo cumpliendo un requisito para titularme, hasta había
planeado invitar a todxs lxs alumnxs que cupieran en el auditorio José Antonio
Mercado Machado para exponerles mi trabajo durante la defensa de mi tesis.
Incluso, descubrí una nueva pasión: la lingüística. Sin embargo, me volví a
quedar: pausé mi trabajo antes de terminar el cuarto y último capítulo (lo dejé
empezado), quedé a un pelo de terminar el trabajo completo. Nos graduamos y,
luego, el trabajo.
En ese punto, me
desmotivé otra vez y dejé en pausa mi tesis por desidia; ya tenía mi plaza,
estaba trabajando cantando, estaba viviendo con mi expareja, nos íbamos de
viaje… se me hizo como hasta innecesario seguirle dando, aunque cada vez que
veía el documento en la computadora, sentía remordimiento. Así fueron cuatro
años de mi vida. Claro que no era un tormento diario, pero sí era algo que
pesaba en mis hombros.
Luego, la
pandemia. Sé que la pandemia fue un suceso lamentable y, para muchxs, trágico,
pero para mí fue un momento que necesitaba y no lo sabía. La pausa en las
labores diarias y la ralentización del ritmo de vida que llevaba me ayudaron a
relajarme y volver a enfocarme en terminar y sacar ese pendiente que tenía
desde el 2017; estaba de home office,
no podía viajar, había recién terminado con mi expareja… es decir, tenía todo
el tiempo del mundo, no había excusas. La maestra Teresita Juárez fue quien me
apoyó como asesora de tesis y me motivó para terminar ese documento.
Finalmente, pasó al departamento de titulación y lo aprobaron.
Cuando lo recogí
de la imprenta, lloré de felicidad: al fin tenía mi primer trabajo de
investigación formal impreso y empastado; con un total de 214 páginas,
incluyendo anexos y apéndice y cinco páginas de sólo referencias
bibliográficas, mi tesis estaba hecha, nomás me faltaba exponerla.
Disfruté mucho
escribirla, buscar fuentes y leer para reclutar o descartar información,
disfruté nutrirme de nuevos conocimientos porque, obviamente, yo también estaba
aprendiendo cosas nuevas a la par que las explicaba de manera escrita. No me
costó mucho saber qué iba a decir en mi defensa de tesis, lo entendía
exactamente. Pero, cuando estaba haciendo mis diapositivas, como eran más de
treinta, me dieron pa atrás. Me dijeron que debían ser sólo quince y eso me
hizo entrar en pánico porque ya eran las 19:00, aproximadamente, y tenía hasta
las 21:00 o 22:00 para entregarlas corregidas; en menos de tres horas debía
resumir lo ya resumido a la mitad del espacio. Recuerdo que me estresé tanto me
tomé un break de veinte minutos para llorar y hacer corajes, vociferar y odiar
al mundo y mi vida, pero, luego, regresé a la mesa y empecé a trabajar y lo
terminé. Al día siguiente, me dieron luz verde.
Era febrero del
2021 y la única cosa que lamenté ese día fue que, por la pandemia, no fue una
defensa de tesis presencial, sino en línea y yo, desde que definí mi tema,
había querido invitar público académico para compartirles mi trabajo. Recuerdo
que me habían dicho que sería sólo media hora de tiempo para explicar todo el
tema, pero se me concedieron quince minutos más porque, verdaderamente, todo el
tiempo estuve exponiendo mi trabajo sin titubeos y sin lagunas. Estaba muy
emocionada porque me encantaba hablar de mi trabajo con mis amigxs y en ese
momento lo estaba haciendo con mis sinodales; lo hice de la misma manera, pero
con un vocabulario más técnico y con más datos en mano.
Al finalizar, durante
el tiempo de las preguntas, recibí mucha y muy buena retroalimentación y una
aprobación por unanimidad, pero fueron las palabras que Mi buen amigo y maestro
Frías me dijo las que se quedaron mejor grabadas en mi memoria: “eres ese tigre
blanco en la UPES” y fue una de las pocas veces que me la creí.
Por eso a mí me
gustaría compartir con otrxs alumnxs universitarixs que siempre vale la pena
cuando una idea nace en el pensamiento y asoma su potencial mediante su
persistencia en él. Sólo hay que ponerle pies y cabeza y empezar a darle forma;
eso la convertirá en un punto de partida para una nueva búsqueda investigativa;
sobre todo, cuando es una idea que apunta a la innovación, ésas son las que no
se olvidan y quizás hasta nuevas pasiones podrían ser descubiertas. Las ideas
son a prueba de balas y si las cultivamos, no hay más futuro que su cosecha.
Comentarios
Estimada Andrea, siempre fuiste el Tigre Blanco en la UPES, por eso es que te detuvieron un semestre, por no entender el color de tu lenguaje ni el intenso brillo de tu escritura. No todos, claro, porque hubo algunos que identificaron tu linaje y apoyaron tu creatividad, de ahí nació El titán de los libros, un libro al cual la UPES debiera de presumir un poco más, junto con el de La metamorfosis del lector, en el cual tienes, también, tres interesantes relatos.
Saludos, un abrazo. Tu amigo, José Manuel Frías Sarmiento