- “Tú ya eres rico,
Martincito, rico en burlas, rico en exámenes reprobados y rico en
mensadas, ¿Pa qué quieres ser más rico?”
MARTINCITO
EN LA TIENDA
Hugo
Esteban Martínez Reyes
El señor de la tienda
recibe a Martincito en su despacho:
- ¿Qué quieres
Martincito?
- Ser el más rico del
mundo, oiga.
El señor de la tienda,
serio, así como un pájaro pico de zapato le respondió:
- Martincito, ya la neta
estoy harto de tus tonterías, aparte de que son puras mensadas.
- Y yo estoy harto de que
usted sea tan amargado conmigo, no le hago nada malo.
- Es que la neta,
Martincito, me caes bien, pero sales con tanta tarugada, cada que te pregunto
qué vas a querer me respondes que "una novia" "un Nintendo"
"una camioneta placosa del año", digo, ¿No te cansas del mismo
chiste? Preguntó el señor de la tienda con una cara de pena ajena, y Martincito
dijo:
- La mera neta es que, sí
es cierto, quiero todo el dinero del mundo, pa´ ser el más rico de todos.
-Tú ya eres rico,
Martincito, rico en burlas, rico en exámenes reprobados y, sobre todo, rico en
mensadas, ¿Pa qué quieres ser más rico?
- Pues para tener mucho
dinero y ser feliz, oiga.
- Pero el dinero no
compra la felicidad Martincito, la felicidad se da y en veces llega sola.
- N’ombre, las papas que
me quiero comprar no llegan solas.
- Eso sí, Martincito, con
dinero baila el perro, entonces quieres una bolsa de papas ¿no?
- No, quiero que por 10
pesos me baile usted.
- ¡Estás loco, tú!, oigan
a éste, ¿pues qué te crees tú o qué?
- ¿No dijo que con dinero
baila el perro?
Enojado, el señor de la
tienda fue por una bolsa de papas y le dijo a Martincito:
- Salen unas papas a la
Martincito.
- ¡Ah canijo!, y... ¿Cómo
son ésas, oiga?
- Así, sin preparar,
fritas y bien saladas.
- No pues ya sabía que
estaba bien sabroso yo.
- ¡Ay, Martincito!,
¡ojalá nunca se te acabe la felicidad!
- Pues coopere y deme mis
papitas,
- Esta bueno pues...
Martincito toma la bolsa
de papitas de la mano del señor de la tienda y muy vivo las aprieta
triturándolas todas y le dice:
- Óigame, óigame... Estas
papitas están todas molidas, cámbiemelas por favor.
- ¡Órale! ¿Y cómo por qué
si tú las aplastaste toditas?
- No es cierto, yo las
tomé y usted me las molió toditas, así como dice usted.
- ¡Ah, cómo serás,
chamaco! Ni modo, se me olvida que eres bien vivo y te aprovechas luego.lueguito,
ahí te van otras...
Esta vez el señor de la
tienda le lanza la bolsa de papas a Martincito, y éste ni siquiera muestra un
poco de reflejos y deja caer la bolsa, y estas otras papas también se fueron a
moler, y el señor de la tienda un poco enfadado dijo:
- Ahora es culpa tuya, no
te vuelvo a dar otra bolsa de papas.
- ¿Y por qué oiga?
- Pues porque no las
cachaste Martincito, ya ni la muelas y se supone que te la tiras de portero en
las retas futboleras de la calle.
- Eso no tiene nada que
ver, me tiene muy extrañado de usted esta actitud oiga.
- ¡Velo! ¡velo!, a ver
con que sermón me sales chantajista de enana estatura.
- Esos modales no se los
conocía a usted, eso de aventarle las cosas a la gente, no sabía que nos
llevábamos así, me extraña y decepciona mucho de usted, pero ni modo, a uno siempre
lo sorprende las impresiones que dejan los demás...
El señor de la tienda se
sintió un poco apenado, y después le dijo a Martincito:
- Perdóname Martincito,
es cierto que no me llevo así contigo, y que esos modales no me los enseño mi
ama, orita voy por otras papas...
- Pero apúrele, que ya no
sé cómo hacerle para enfadarlo y chantajearlo otra vez.
El señor de la tienda,
con la tercera bolsa de papas en la mano, se enojó y le dijo a Martincito:
- ¡Ya ves!, ¡Nomas andas
viendo como fregarme el rato!, tan bien que andaba viendo el mundial de
futbol... ¡Argh!
El señor al quejarse, por
error aplasta las papas que estaban en la bolsa y al verlas, pone una cara de
desesperación y se expresa en sollozos diciendo:
- ¡Todo es tu culpa,
Martincito!
- Órale órale, pero si usted
solito se fregó, y eso nomás por andar de enojón y amargado, pero no pasa nada,
esta vez yo agarro las otras papas y le pago todas las que se molieron.
El señor con un cambio de
humor repentino, y sobre todo feliz le dijo a Martincito:
- ¿De verdad Martincito,
vas a pagarme las otras bolsas de papas?
- Claro oiga, usted y yo
siempre hemos sido cuates, y a los cuates no se les deja abajo.
- Claro, Martincito,
¡Muchas gracias!
- No hay de qué señor,
pa´ eso estamos.
Martincito toma las papas
y se va de la tienda, ya casi en la calle el señor de la tienda le grita a
Martincito:
- ¡Espérate, Martincito!
¿No me ibas a pagar las otras papas?
- Claro que sí, pero
cuando sea rico, por el momento quiero serlo.
- ¿Y luego?
- Pues de momento quiero,
pero no puedo. ¡Ahí se ve señor de la tienda! JAJAJA.
Y Martincito se fue
carcajeándose tras haberse burlado otra vez al señor de la tienda...
Gente como Martincito existe en todos lados, aquellos que reclaman que los tratemos bonitos sin que ellos demuestren algún tipo de respeto, los valores se han dejado de practicar, pero lo peor de todo es que es erróneo obligar a la gente a que los apliquen, deben de nacer del espíritu de la sociedad para mejorar en sí, por ella y para ella; lo único que queda es jalarle las orejas a personas como Martincito por las vivezas que hacen al burlarse de los demás e irse así nada más, sin reparar los daños que hizo, que en esta ocasión no nada más dejó al pobre señor de la tienda con papas menos, sino que también simboliza perdidas en su trabajo del día a día, no sabemos si la está pasando mal y lo que saca de ganancias en la tienda le da para comer apenas. Hay que concientizar y, como dice Martincito, si nos preguntan qué queremos, hay que ser transparentes y decir lo que realmente queremos, sea lo que sea, hay que tenerlo presente, porque del querer al poder hay dos grandes brechas, y… ¿Qué quiere la sociedad? Pues que los valores se vuelvan a presentar en ella.
Comentarios
Estimado Hugo, las historias de Martincito le dan un toque de humor a este Blog y nos recuerdan un poco a la picaresca del Periquillo de Lizardi o el Lazarillo de Tormes, con su moraleja incluida al final del relato.
Felicitaciones, Hugo, y gracias por el humor que tanta falta nos hace.
Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
Saludos