“¿Qué prefieres, ocio por moda temporal o capital cultural que te acompañará por siempre?”




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¿QUÉ PREFIERES?

 

Alma Jacqueline Olea Félix

 

Qué contrastante resulta detenerse a reflexionar el estilo de vida que llevaron nuestros padres en su juventud, con el estilo de vida que nosotros los jóvenes llevamos hoy en día. Ellos no nacieron ni vivieron su niñez y adolescencia acompañados de internet, redes sociales, computadoras, celulares y tablets, si acaso había radio y televisión en casas de aquellas familias que contaban con un poco más de lo básico y aquellos con buena posición económica. Mi mamá nació en la ciudad y en su casa sí había radio y televisión, pero en la casa de mi papá, quien nació en un rancho y se crio con 9 hermanos, no.

Mis padres jugaban horas en la calle con sus vecinos, iban a la escuela caminando, aunque se tratara de largas distancias, compraban libros y acudían de forma recurrente a bibliotecas.

Es por ello que me resulta verdaderamente interesante su estilo de vida y me es imposible no resaltar lo distinto que es al mío. Pues yo, que si bien no nací rodeada de tecnología, sí he crecido con ella. Recuerdo que entre los 8 y 9 años de edad ya tenía un teléfono celular con acceso a internet. Claro que en esta comparación se ven implicados factores de cambio social, geográficos, económicos, etc. Pero aun así, es grande el contraste que hay.

Esta breve introducción sobre el estilo de vida de mis padres y el mío, es para abrir paso al tema del que quiero comunicar hoy: el capital cultural.  Concepto que escuché por primera vez hace unos cuantos meses en la universidad y que hasta el día de hoy empiezo a conocer y definir como el conjunto de conocimientos, habilidades, aptitudes y comportamientos que posee una persona a base de la experiencia, a partir de la socialización con familiares, amigos, compañeros, maestros, etc., y que lo importante de tener bienes culturales es compartirlos.

Hace días, en clase con el maestro Frías, leímos y nos cuestionamos sobre el capital cultural de nosotros los jóvenes y me fue muy fácil decir que ver “tik toks” formaba parte del capital cultural de ahora, y pareciera una tontería, pero si nos detenemos a observar el estilo de vida de los niños y jóvenes en la actualidad, encontraremos horas y horas dedicadas al ocio.

Los niños de primaria, en su mayoría, tienen fácil acceso a dispositivos digitales, por ende, a redes sociales también. Ni que decir de los jóvenes de secundaria, preparatoria y universidad. Internet, para muchos, se ha vuelto una necesidad básica. Hoy en día aterra el no tener celular y acceso a internet y no tanto por no poder comunicarnos con nuestro círculo social. Los jóvenes nos preocupamos por siempre estar en línea, por entender los nuevos memes, saber si ya salió la canción de nuestro artista favorito, si tal influencer ya subió videos, si ya incrementaron nuestros seguidores en Instagram y más cosas por el estilo. Y debo confesar que escribir lo anterior me da un poco de pena, pero es la realidad, dependemos tanto de un celular, ¡estamos enajenados a él!

Dedicamos muchísimo tiempo de nuestro día a un dispositivo móvil y no precisamente para cultivarnos. Pocas veces he escuchado que jóvenes dediquen su tiempo libre a explorar bibliotecas, museos e instituciones educativas o culturales, mucho menos a leer libros o escribir cuentos y poemas.  Eso ha quedado atrás y no precisamente por las transformaciones sociales. Sé que no se necesita acudir a la biblioteca para leer, hoy está la practicidad de dar unos cuantos clics en nuestro dispositivo para descargar cuantos libros queramos. Pero el problema es que no queremos hacerlo. Tenemos un gran y rápido acceso a información, lo cual sería maravilloso si todos lo manejáramos correctamente, pero eso pocas veces sucede.

Preferimos navegar horas en redes sociales que dedicar 20 minutos a leer unas cuantas páginas de un libro. Podrán decir que en el ocio también se lee y escribe, y es cierto, pero sabemos que no lo hacemos con la intención de cultivarnos. El vocabulario de las generaciones de ahora se actualiza constantemente, modificamos las palabras para ahorrar tiempo y estar en tendencia, un ejemplo, son: “Ntp”, “Tqm”, “Ps”, “Q haces”, “Ss”, “Dm”, etc. Escribimos utilizando estas abreviaturas y nos olvidamos de la ortografía, lo cual se refleja negativamente en otras actividades, una de ellas el realizar trabajos y tareas.

Hoy en día no sabemos de palabras agudas, graves y esdrújulas, no sabemos de tildes ni pronombres y lo alarmante es que ni eso, siendo tan básico, nos preocupa.

Nuestro capital cultural no está lleno de pensamiento lateral, no está compuesto solo por conocimiento en ciencias, filosofía, literatura y más arte, pues una gran parte corresponde a información sobre las tendencias en redes sociales. Estamos enterados de la moda y tendencias que crean los “influencers”, pero no de los teóricos importantes y sus aportaciones en materia de educación, pedagogía, psicología, matemáticas, etc.

Leer y escribir está en los últimos lugares de la lista por hacer en nuestro tiempo libre. Y es preocupante que prefiramos pasar tanto tiempo en redes sociales que pocas veces aportan productividad a nuestras vidas. Incluso, nos da flojera asistir a la escuela y en ocasiones, renegamos, pero para chatear, dar like, ver tik toks, reels, jugar videojuegos o  salir de paseo con los familiares y amigos, no. Nos dejamos llevar por aquello que nos brinda felicidad al instante y que no requiera mayor esfuerzo.

Hoy queremos tener el celular más nuevo, la computadora de marca reconocida, esos tenis de diseñador, tener más seguidores en las redes, ir a ese restaurante que todos recomiendan, pero no queremos tener la respuesta en clase, saber quién realizó grandes aportes a la sociedad, saber leer y escribir correctamente. Hay quienes sí lo queremos, pero ahora que lo pienso, es a medias, no lo suficiente para actuar. Es fácil soñar con todo lo bueno y bonito de esta vida, pero para obtenerlo hay que esforzarse, lo difícil es el proceso y muchos queremos saltar ese paso.

El capital cultural no es una prioridad para los jóvenes, no hay una necesidad por añadir bienes culturales a nuestro acervo, no hay curiosidad por aprender aquello que te hace crecer intelectualmente. Estamos en la era de la tecnología, con un enorme acceso a información, con innumerables plataformas, aplicaciones y sitios web que si utilizáramos con fines de aprendizaje, seríamos imparables, pero ¿cómo hacemos reaccionar a las nuevas generaciones? ¿cómo sacar de su zona de confort a esa gran parte de la población que prefiere estar perdiendo el tiempo en sus dispositivos móviles? ¿Cómo les creamos ese hábito por leer y escribir? ¿cómo sembramos esas ganas de aprender? ¿cómo nos convencemos?

Sin duda, la escuela tiene un papel fundamental en este desafío, los maestros tienen una difícil tarea; que sus alumnos aprendan a aprender y que lo raro, extraño o fuera de lo común que consideran el dedicar tiempo a actividades productivas, se llene de cotidianidad. Necesitamos sembrar ganas de aprender, que se vuelva una necesidad y nunca pueda cubrirse.

Ahora somos muy jóvenes, pero el día de mañana o pasado que se presenten las oportunidades laborales, académicas o personales, ¿realmente estaremos preparados para ello? ¿contaremos con el capital cultural suficiente para estar donde queremos estar?

Con todo lo anterior no quiero resaltar solo lo negativo del estilo de vida que los jóvenes llevamos, porque es necesario distraerse, tomarse el tiempo para divertirse con las actividades que cada quien prefiera, es totalmente válido, está bien y yo disfruto hacerlo, pero se necesita tener un balance; fusionar ese tiempo libre con el interés de aprender. Es necesario resaltar con qué propósito realizamos las actividades, cuánto tiempo les dedicamos y qué nos dejan.

Siempre he reconocido que mis abuelos, padres, tíos, maestros y amigos (personas mayores a mí) son muy inteligentes, que tienen respuesta para todo y conocen a muchísimos personajes importantes, por lo que he me cuestionado cómo lo han aprendido y ahora que me encuentro escribiendo, entiendo que es precisamente por su estilo de vida, por cómo vivieron su niñez y juventud, por esos hábitos que han practicado desde siempre. El asistir con esas ganas de aprender a la escuela, yendo a bibliotecas a hacer tareas, leyendo revistas y libros por gusto. Simplemente aprovechando los recursos que tenían y dedicándole más tiempo a aquello que los cultivara.

Es momento de decidir a qué le dedicaremos más tiempo de nuestra vida. ¿Qué prefieres, ocio por moda temporal o capital cultural que te acompañará por siempre?

 

Comentarios


Alma Jacqueline, en verdad que contrasta mucho la forma de vivir la niñez y la juventud de ambas generaciones. Unos con todo para agilizar y enriquecer su aprendizaje y conocimiento y otros, como nosotros, con casi todo en contra para satisfacer nuestra curiosidad y nuestra necesidad y ganas de aprender.

Pero estas reflexiones nos alientan en que no todo está perdido y que aún podemos revertir la insidia de tanta basura tecnológica en las redes.

Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
Anónimo dijo…
Por increíble que parezca la distintas maneras de aprender pues ambas son válidas ya que nuestros tiempos han cambiado, también viví parte de los tiempos de tus familiares ya adultos y estraño lo que ya no hacemos, a pesar de que la tecnología está avanzando aceleradamente no podemos quedarnos atrás pues tenemos que aprender avanzar al ritmo de cada tiempo...
Alma Beltrán

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