“Uno agarró por la chirimilla al cochi y, apretándole el hocico para que no
hiciera ruido, lo mataron. Una vez muerto ensartaron al cochi en el asador”
DESPEDIDA DE SOLTERO
Rogelio Humberto Elizalde Beltrán
Corría el año 1982, era el mes de noviembre y yo me casaría en diciembre de
ese mismo año. Una condición que mis padres habían expuesto desde que ingresé a
la carrera profesional, era que no podía casarme hasta haber culminado la
carrera. Así sucedió, me gradué un diciembre del año 1982, mis padres y mi
novia asistieron a mi graduación en la ciudad de Mexicali, la cual se realizó
unos días antes del día de la boda, misma que se llevaría a cabo en el rancho
que lleva el nombre de La Ilama, perteneciente al municipio de Angostura.
En noviembre del año ya mencionado, nos casamos por el civil y en ese mismo
mes, como era costumbre en el rancho, se realizó la despedida de soltera, en la
Casa Ejidal, de quien por la ley ya era legítimamente mi esposa. Ese mismo día
por la noche, todos los muchachos del rancho y otros amigos de ejidos cercanos,
nos pusimos de acuerdo para realizar, a la vez, mi despedida de soltero. Meses
antes, cuando había venido de vacaciones en verano, uno de mis amigos prometió
que pondría un cochi para tal ocasión, así que llegado el día recordamos la promesa
y preguntamos por el Jaimío, el cual también era originario del rancho, pero
vivía en Culiacán. La cuestión era que el Jaimío no había venido al rancho ese
día, seguramente recordando la promesa que tiempo atrás había hecho, la cual no
tenía intenciones de cumplir.
Estando todos reunidos en el puente del rancho, bebiendo cerveza,
escuchando música y platicando, alguien dijo: “Yo pienso que hay que ir por ese
cochi que prometió el Jaimío, yo sé dónde está el chiquero en la casa de la Maruja
(su mamá)”. Así que dos o tres amigos fueron por el cochi, entre ellos mi
cuñado Yaco. Al cabo de unos minutos llegaron con el animal a donde estábamos
la bola reunidos. Era un cochi de tamaño mediano. Mi cuñado Yaco venía enlodado
del pantalón por haberse metido al chiquero a sacar el animal. Los hijos del
síndico, Hugo y el Chiqui inmediatamente se fueron a su casa, previendo que ese
robo del cochi iba a tener consecuencias otro día, y siendo los hijos del
síndico, lo menos que querían era meterse en problemas. En cambio, mi cuñado
Abel, hijo del matancero del rancho, fue por un cuchillo y un asador, donde se ensarta
la carne para asar. Uno agarró por la chirimilla al cochi y, apretándole el
hocico para que no hiciera ruido, lo mataron. Una vez muerto ensartaron al cochi
en el asador.
Era todo un acontecimiento lo que estaba sucediendo, todos reían por la
gracia de haber ido por el cochi aunque el Jaimío no hubiera estado presente
ese día. La cuestión ahora era dónde se iba a cocinar el animal. Cerca de donde
nos encontrábamos había una casa sola que tenía en la parte de atrás un tambo
de doscientos litros, el cual se había acondicionado como hornillo, mismo que consideraron
podía servir para cocer el cochi. Encendieron el fuego, y luego de un rato,
había muchas brasas para poner el asador con el animal ensartado en el mismo.
Recuerdo que cuando colocaron al cochi en el hornillo, las patas salían de los
bordes del tambo, por lo que esa parte no podría cocerse. Entre risas y
platicas se cocinó el animal, el cual como ya se anticipaba por la premura y
condiciones, no tendría un cocimiento adecuado. Efectivamente, así fue. Sacaron
al cochi del fuego y chancochado empezaron a arrancarle partes para comerlo. No
había tortillas, ni salsa, ni otra cosa que pudiera aderezar lo que se iba a
comer. Realmente el cochi no tenía el cocimiento adecuado, lo cual no fue
impedimento para que se le fueran cortando partes y comerlo tal cual se
encontraba.
Así transcurrieron las horas, comentando sobre la hazaña del cochi esa
noche. Como a las cuatro o cinco de la mañana se acabó el festejo, nos
despedimos entre risas y cada quien se fue a su casa a dormir. Otro día muy temprano,
mi cuñado Abel y yo nos fuimos a Costa Azul, un campo pesquero de Angostura,
para traer a mis papás al rancho, ya que hacía algunos meses se había ido a
vivir allá, donde tenían una casita, con el propósito de aprovechar la
temporada de pesca para vender ropa, refrescos, dulces, entre otras cosas.
El caso es que cuando regresamos al rancho, ya se había suscitado el
problema que se anticipaba la noche anterior. La Maruja había ido con el
síndico a poner la queja de que le habían robado un cochi. Dicen que el síndico
empezó a juntar uno por uno, a todos lo que había participado en el evento. La Maruja
afirmaba que uno de los que habían robado el cochi era mi cuñado Yaco porque
había dejado pintadas las huellas de sus rodillas en el lodo del chiquero. Como
mi cuñado era un hombre obeso, por eso dijo la Maruja: “Dejó pintadas sus
rodillonas el Yaquito en el chiquero”.
La cosa fue que el síndico se dirigió a casa de mis suegros a poner la
queja de que el Yaco se había robado el cochi. Yo lamento haberme perdido de
todo ese acontecimiento por haber estado fuera del rancho en ese momento. Dicen
que cuando llegaron a casa de mis suegros y les expusieron la situación, mi
suegro se sonrió por lo ocurrido; para él era un acontecimiento lleno de gracia
lo que se había hecho con motivo de la despedida de soltero.
Mi suegro le dijo al síndico: “No hay problema, dile a la Maruja que venga
a escoger uno de los cochis que tengo en el chiquero. Cuando la Maruja se hizo
presente, fueron al chiquero y los plebes cuentan que escogió un cochi más
grande que el que le habían robado la noche anterior.
De esta manera quedó saldada la deuda, pero no faltó quien dijera: “Tanto
alboroto que hizo la Maruja y la que salió ganando final mente fue ella”.
A los días el Jaimío vino al rancho y al enterarse de lo sucedido se rio a carcajadas y dijo que no había podido venir porque tuvo pendientes que resolver ese día. Así se cierra esta anécdota de mis días ya próximos a la boda, la cual se realizó un día 26 de diciembre, del año 1982.
Comentarios
Estimado Rogelio, las aventuras de nuestra juventud son inocuas comparadas con las que ahora realizan muchos jóvenes de hoy, hombres y mujeres. Por supuesto que no se alaba ni de justifica el robo de un pobre cochi, pero se entiende que, al final de cuentas, eran tonteras que sólo dañaron al pobre animalito, cuya carne ni siquiera supieron disfrutar, porque ése es el otro aspecto de las malas acciones, ni siquiera te dan tiempo de gozarlas como cuando actuamos con rectitud y honorabilidad. Pero, en lo literario, qué bien que ya sueltas la pluma y el pensamiento.
Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
¡Felicidades!
Alma Beltrán
Al leerlo me transporto a esos gratos momentos en que he escuchado de viva voz sus anécdotas, como esta, varias.
Su calidad humana y su sapiencia permiten que en un suspiro escriba amplios párrafos, sin duda, gratificantes a la vista.
Gracias por ser ejemplo e inspiración para quienes creemos que la escritura es un tesoro maravilloso.