“Dicen que Sandra nació con el brillo de una muy buena estrella que la salvó de morir antes de nacer”
UNA VIDA CON PROPÓSITO
(Fragmento)
José Manuel Frías Sarmiento
Al primer trago de
agua sintió que se moría. Quiso respirar y sólo jaló una bocanada de agua con
algas sucias y tierra con lodo del cauce del Humaya, revuelta con las frescas
aguas que bajan de Tamazula. Abrió los ojos y, a y través de una densa cortina
de agua, miró las flores blancas que pondrían en su velorio y hasta saboreó la
grasita de los tamales de puerco y el piloncillo del champurrado que darían en
la cena de los tres rosarios del último día de su novenario. Ya se miraba
mirando a través del cristal del cajón de madera pintado de blanco, fabricado
por Lupe Caguamas, el carpintero lazarino del barrio donde ella vivía con Doña
Mary, su madre, que después supo no era su madre, pero a la que siempre quiso
como tal. Sandra se miraba quietecita dentro del cajoncito, con sus ojitos
cerrados, pero mirando todo el bullicio a su alrededor. Miró a sus amigas de la
escuela primaria acercándose a mirarla, más con asombro y curiosidad salpicada
con un poco de temor que, con el dolor de saberla muerta, pues a esa edad las
definiciones todavía no se concretan y la vida es apenas el despuntar de un
largo día cuya aurora se eterniza en las mentes juveniles. Con el segundo trago
de agua revuelta recordó el instante en el que se volcó la frágil lancha en la
que se metieron al río para ver como se besaban Gerardo y Lupita, los hijos de
Doña Lencha y Doña Felipa, que andaban quedando desde hacía ya como quince
días. De un de repente, al pararse todos para ver la orilla que se acercaba, el
peso se fue para el lado profundo del río y todos cayeron en desorden, unos
encima de los otros. Y a Sandra le tocó ir debajo de seis o siete cuerpos que
manoteaban por salir pronto de la corriente que los jalaba para debajo del
Puente Almada, ese que ahora casi pega con el SAM’S, antesitos de la Presa
Derivadora del Humaya.
Sandra nunca supo
cómo es que los demás salieron porque desde que se hundió en el agua, ella sólo
miraba los troncos y las raíces de los árboles sumergidos, que la veían pasar
sin nadar y sin agitar sus brazos con la desesperación que a sus amigos sí les
permitió salir del apacible río que, de pronto, se volvió una amenaza para su
vida. A la joven que se ahogó sí le tocó verla de cerca y eso fue porque para no
morir, aquella se le prendió del cuerpo y la empujó hacia el lecho del río; y
aún así quien falleció fue ella. Y Sandra se salvó. Ante su inminente muerte, la
niña pobre que vivía en la ribera del río, hasta miraba la cara con ojos sin
cejas del carpintero al que todos acudían para que les hiciera azadones y palas
con las que los vecinos sembraban hortalizas y maíz a la vera del río que ahora
la tenía en sus entrañas. La pequeña Sandra le miraba lijar las tablas para
dejarlas lisitas como sus cachetitos, veía caer las gotas de sudor en la tabla
donde reposaría su cabeza y no sintió el asco que los demás sentían cuando
saludaban las manos sudorosas del lazarino al que todos, al morir, acudían para
que les hiciera su ataúd. Como éste que aquella vez hacía, en la imaginación de
esta pequeña de la cual ahora les contaré una historia que pocos han de creer y
muchos van a tildar de mentiras escritas, para resaltar virtudes y bendiciones
que no pensarán coincidibles en una sola vida y en una sola persona. Pero ésta
es la vida de la Doctora Sandra y yo no puedo más que contarla como a ella le
tocó vivirla. Si me la creen, bien y si no también, yo habré cumplido el
compromiso de escribir la historia que Renato y Clarisa me pidieron plasmar,
para dejar constancia de una vida ejemplar, con un propósito encomiable, al que
nada pudo nunca detener. Tal vez no llegue a ser filmada ni gane el Óscar que
Carlos auguró, pero sí puede ser que al leerla los vellos de la piel se les
vuelvan a erizar y los ojos a humedecer, como aquella noche del lunes 26 de
marzo que la doctora, les contó, a grandes rasgos, parte de su vida, en una
cena de amigos en mi casa.
Al leer esta
novela, cuento, relato, biografía, recordarán el sabor de los chiles rellenos
de queso con granos de elote que en esa reunión disfrutamos, gracias a las
manos prodigiosas de Tommy, una fiel amiga de Sandra que también tiene vela en
este entierro, perdón en esta historia que empezó con un mal augurio que navegó
hasta la Presa Derivadora, cuando un motociclista se tiró al Río Culiacán para
salvar a la heroína cuya vida estoy ya casi por contarles. De este joven héroe
nada más sabemos, sólo que pasaba por ahí, miró el revuelo a la orilla del río,
atisbó un bultito que se quiso agarrar de una columna del puente, pero las
manos se le resbalaron en la musgosa lama del cemento y siguió corriente abajo,
flotando entre marañas y tragando los primeros tragos amargos de su apenas
incipiente vida, sin saber que vendrían muchos más. Dicen los que lo vieron,
pues siempre hay uno que dice que estuvo ahí, aunque no haya habido ninguno,
que el motociclista no lo pensó y de un salto dejó su moto y brincó hacia el
agua para caer justo enfrente de la niña que flotaba a la deriva. Cuenta Sandra
que la detuvo con sus piernas y le sacó la cabeza para que respirara, antes de
jalarla para la orilla del río donde quedó un rato toda entumecida y aturdida,
hasta que recuperó las fuerzas y agarró aliento para caminar solita hasta su
casa donde la esperaba Doña Mary, su madre, que más tarde, años después, Sandra
sabría que no lo era pero que, sin serlo, la quiso siempre como si lo fuera.
Pero esa ya es otra parte del relato de la vida de una doctora que apenas
empiezo por contarles. Será mejor, que no anticipemos vísperas y que, como Jack
El Descuartizador, mejor me vaya yo por partes.
Dicen que Sandra
nació con el brillo de una muy buena estrella que la salvó de morir antes de
nacer; cuando su madre, la verdadera, no Doña Mary, quiso abortarla cuando
apenas era una célula generosa que luchaba por crecer y desarrollarse como un
pequeño ser humano, reposando en el plácido vientre del cual una comadrona
quiso sacarla para interrumpir la obra que Dios para ella tenía y tiene aún
encomendada. Una obra humana que permitió que Sandra, treinta años después, ya
convertida en doctora, le salvara la vida a esa partera empírica y desalmada
que por casi media hora intentó descuartizarla en trocitos y jalarla con unos
ganchos oxidados para que su madre no sufriera la vergüenza de tenerla como
hija. ¡Qué cosas, no, intentar matar a quien más tarde la curó para que no
muriera! Es decir, que si la comadrona hubiera logrado que la mamá de Sandra
abortara, tampoco la malvada partera estuviera hoy con vida. Tan mala fue la
madre que la detestó sin nacer, como la comadrona que intentó, sin poder,
abortar la vida de la Sandra que ahora todos conocemos y no dejamos de admirar,
aunque muchos, por desgracia los más cercanos a su vida y a sus afectos, sigan
abusando de su generosidad y haciendo escarnio de su bondad. Como Don Chuy.
Pero a este viejito mejor lo dejamos para el final, pues episodios mejores
tiene la doctora en su vida, aunque, déjenme decirles que al principio Chuy Beltrán
parecía un hombre de bien y un enamorado cabal; Doña Mary nunca le creyó y, en
vano, advirtió a Sandra de la doble cara del amor que a su corazón parecía
tocar la puerta por segunda ocasión. Y ella se dejó querer, para después sufrir
por ese amor al que sólo alimentaba el interés.
***
Sandra vivió su
niñez a la vera del río, muy cerca, pero alejada de la ciudad, oculta entre
matorrales y maizales sembrados por sus vecinos. Por una vereda salía para la
Obregón y se comunicaban con la ciudad y con el mundo; en cinco minutos ya
estaba en la calle principal de Culiacán y de ahí enfilaba para donde la vida
le llevara. Primero, ya grandecita, caminó por varios años a la Escuela de
Medicina de la UAS y, luego, al Hospital Civil para aprender de verdad lo que
sus profesores en las aulas se afanaron por enseñarle y ella gozaba con
aprender para luego, como un moderno y femenino Don Quijote, abrazar la empresa
de ayudar a todo el que lo necesitare, ya fuera una persona, un animalito
tirado en la calle o los advedenizos que, al mirar su bondad, se prendían como
sanguijuelas para parasitar de su generosidad. Ésa es la Doctora Sandra, un
ejemplo de bondad que a muchos nos cuesta comprender, no por lo admirable que
ella suela ser, sino por el oportunismo de quienes abusan de su bondad. Pero
dejemos a un lado a los gandallas y empecemos a contar la dramática y divertida
historia de una Madre Teresa Sinaloense.
Continuará…
Comentarios
Estimados lectores, les presento un fragmento de una historia que hace tiempo quiero empezar y terminar de contar; por ahora nada más les cuento un cachito para ver si mis próximos alumnos en el Taller lo leen y sienten la necesidad o el gusto de contar un cachito de la vida que les ha tocado vivir, así nomás como se acuerden de ella.
Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
A ver si los próximos alumnos leen y sienta la necesidad. La invitación estará mientras haya personas apasionadas por dar la oportunidad al otro sea estudiante o profesional en servicio. Descubrir, redescubrir o al menos intentar contar historias breves; experiencias vividas o ajenas con tintes de realidad "Un cachito de la vida".
Cuánto cachito de vida hay por escribir y disfrutar.
Dentro y fuera del contexto escolar, segura muy buenas historias donde el sentido del humor aparece para el lector en algún fragmento y de ahí más el disfrute, tal como lo menciona Frías: como Jack El Descuartizador, mejor me vaya yo por partes:) :) :)
Entre los diversos géneros literarios hay de todo un poco. Se encuentra sin buscar lo que te da placer (humor) literario, desde luego, no se está en pleito con la seriedad.
Copio y pego en la memoria de mis quehaceres docentes y va pa' mis alumnos.
P.D. Espero el Continuará...
Recibe un cordial saludo Maestro Frías.
Este Blog y su despistado coordinador se atercan, más que la propia realidad en conseguir que otros más se disfruten de esa inenarrable dicha del espíritu humano y social.
Gracias por leernos y por atreverte a comentar, porque hasta los propios amigos y cómplices escritores del principio lo han dejado ya de hacer.
Saludos, tu amigo, José Manuel Frías Sarmiento