“¿Qué estaba haciendo ahí?” me seguía preguntando. ¿Dónde están sus padres? ¿Seguirá estudiando? ¿Sabrá que este tipo de trabajos no son para siempre?”
LA PRINCESA
Andrea
Berrelleza
Tras hacer una inversión de un poco más de diez mil pesos en zapatillas,
decidimos, por fin, promovernos para sacar la inversión y las ganancias. Esos
pares que habíamos comprado tenían compradoras muy específicas, por lo tanto,
ya sabíamos hacia dónde dirigirnos para empezar a vender.
Llegamos al primero de los tables que nos recomendaron acercarnos a
vender; debo decir que de los cuatro que visitamos, en dos hicimos buenas
ventas esa primera noche. Las bailarinas resultaron ser buenas clientas: hacen
compras grandes y muchas pagan a tiempo; aunque siempre hay quienes nos
advierten de otras: -A ésa de ahí no le vendas porque es bien transera y mala
paga-, me advirtió una sobre otra la primera vez que fui al club.
Esas noches que visitamos por primera vez los cuatros establecimientos, iba
muy nerviosa, no sabía qué me hallaría ahí, nunca había ido a un teibol en mi
vida, entonces no sabía con qué tipo de personas podría encontrarme.
Como la experiencia fue satisfactoria, decidimos seguir invirtiendo mi
socia y yo en más pares de zapatillas, incluso, ya empezábamos a vender
lencería también. Ya habían pasado meses, ya nos habíamos establecido en tres
teibol diferentes a los del inicio, fue en donde mejor nos fue: las muchachas
que eran nuestras clientas eran muy cumplidas con los abonos, así que nos
decidimos que ésos tres serían nuestros puntos de venta fijos.
Claro estaba que los productos que les vendíamos eran todos para ser usados
en sus oficios de teiboleras, pues los modelos de zapatillas que teníamos eran
demasiado exóticos como para ir al parque o a la plaza con ellas, en
apariencia… Digo, finalmente, cada quien es libre de decidir qué usar para ir a
tal o cual lugar.
Una cara nueva apareció entre las que ya conocía. La vi una noche que fui a
recoger unos abonos. Era la chica nueva, una teibolera recién egresada del gym,
lista para amenizar con sus bailes exóticos frente al tubo. No interactué con
ella, iba sólo a recoger el dinero. En realidad, aunque las veces que voy a
venderles mercancía se da la oportunidad de interactuar un poco más con ellas,
prefiero limitarme a ser vendedora solamente, no quiero hacer ningún tipo de
amistad con ellas, y no es que las discrimine por su oficio, no me importa
mucho qué hagan y cómo ganen dinero, pero no son el tipo de personas que quiero
cerca de mí… sin dejar de ser personas, eso sí.
Noches después regresamos con más mercancía para ellas; ya llevábamos hasta
maquillaje para ofrecerles y fue eso lo que más vendimos. Fue esa noche cuando
conocí a la fulanita nueva. Chavita, chiquita se veía; no pude evitar
compararla con mi hija, aunque esta chica se veía un poco mayor que mi hija. No
muy bonita, pero cuerpazo que tenía la chamaca.
-¿Éstas en cuánto las tienes?- me preguntó mientras chequeaba un par de
zapatillas rosas. Le di el precio; se las puso para medírselas y comenzó a
caminar en círculos pequeños cual modelo sobre pasarela alrededor del cuarto en
el que estábamos las quince mujeres, entre bailarinas, mi socia y yo.
-¡Se te ven bien bonitas!- le dijo una.
-¿Verdad? Me encantan, me siento como una princesa- respondió la nueva.
Nunca había sentido algo similar: sentí mucha ternura por ella. Era una niña
todavía, ¿qué estaba haciendo ahí? Tenía muchas ganas de preguntarle cuántos
años tenía, a ciegas, podía decir que 18, la vi tan joven que sólo pensaba en
el mínimo de edad, aún era una niña.
“¿Qué estaba haciendo ahí?” me seguía preguntando. Una pregunta tras otra:
¿dónde están sus padres? ¿Seguirá estudiando? ¿Sabrá que este tipo de trabajos
no son para siempre? Por primera vez pensé en una locura: quería sacarla de
trabajar de ese lugar. Claro estaba que no lo haría, imposible involucrarme así
con alguien que ni siquiera conozco. -Quiero estas- me dijo muy segura, orgullosa
de haber encontrado esas zapatillas rosas de princesa. Le pregunté su
nombre para anotarlo en mi libreta y dárselas a crédito… y no me quedé con las
ganas:
-¿Cuántos años tienes?- le pregunté, ya me estaba matando.
-Diecinueve… los cumplí en enero pasado- dijo como justificando que era
legal para ella estar laborando en ese lugar.
-¿Y qué haces trabajando aquí?- volví a preguntar con todo el riesgo de que
me mandara a la chingada.
-Tengo una bebé de tres años y, pues, tengo que trabajar- respondió. ¿Una
niña de tres años? Obvio, ése había sido embarazo adolescente.
-Pero, ¿por qué aquí?
-Porque aquí es donde más deja. Ya trabajé en el súper, en restaurantes y,
la neta, ningún lugar deja tanto como aquí-. Ya no quise preguntarle más;
sentía que no podía con mi cara de enfado porque no podía entender que ella no
entendiera que hay mejores soluciones que irse a trabajar a un téibol.
Anotadas quedaron sus zapatillas con su tacón de veintitantos centímetros con los que ella se sentía una princesa. No podía dejar de imaginar a mi hija en esa situación, antes de eso, haría lo que fuera para ayudarla para que no estuviera ahí. También pensé que la madre no quiso ayudarla, hay muchos padres que corren a sus hijas de sus casas cuando se embarazan jóvenes; pensé que quizás tampoco tenían las condiciones para ayudarla… Cualquiera que fuera el caso, no quise preguntar más. Tenía que seguir haciendo mis cobros; estaba buscando a la zutanita y resulta que la mujer estaba trepada en el regazo de un viejo y allá me habían mandado con ella a cobrarle, ¡claro que no iba a ir a hacerla de mal tercio! Pensé regresar después, quizás, rompiendo mi código de no involucrarme con ellas de ninguna manera, pudiera hacerle más preguntas a la princesa.
Comentarios
Andrea, La Princesa de tu cuento, por desgracia se repite por miles a lo largo y ancho del país; y, siendo lamentable la razón por la que las jovencitas y maduras, trabajen en los teibols, es más terrible aún si se considera que muchas de ellas son producto de trata de blancas o de tráfico de humanos. Niñas y muchachas que son arrancadas de sus hogares, al salir de su casa, de su trabajo, de la escuela o de lugares de fiesta, para que otros lucren con su dolor y con la angustia de sus familias, al no saber de ellas y pensar, todos los días, en lo peor. Ese dolor que lacera a la Humanidad. Y también es triste cuando la necesidad y la pobreza las empujan a esos lugares.
Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
Adaena Quevedo
Saludos.