“Las casas olían a buñuelos, se tomaba un sabroso chocolate caliente por las mañanas y un aromático champurrado por las noches”
AQUELLAS
FELICES NAVIDADES
José
Manuel Frías Sarmiento
El mundo, nuestro mundo, ya
no es como cuando éramos plebes de rancho, mostrencos y felices, allá en El Aguaje. La felicidad, en aquellos
tiempos era fácil de conseguir para quienes teníamos tan poco, que lo poco
siempre nos parecía mucho. Un paquete de galletas Marías, una lata de jugo de
manzana, una pistola de cartera negra con tres rollitos de petardos rojos, una
corneta tricolor, un pirulín tan dulce y pegajoso que durábamos horas para
terminarlo de saborear; y para las niñas, las consentidas de la casa, su indestructible
muñeco pelón de plástico tan duro que, para la próxima Navidad, ahí andaba
rodando, tuerto, manco de un brazo o mocho de una pierna. Ah, pero si en casa
de los pobres, la de nosotros pues, había un poco más de dinero, no faltaba un
carrito con redilas de lámina, un pontenis y un apestoso globalón. Eran tiempos
en los que la Navidad se escuchaba en las mañanas con pitos de cornetas, golpes
del pontenis y plebes que pateaban pelotas y corrían felices y contentos, sin
parar. Las casas olían a buñuelos, se tomaba un sabroso chocolate caliente por
las mañanas y un aromático champurrado por las noches; los arbolitos brillaban con
luces multicolores y todos parecíamos disfrutar de vivir una época sin igual. A
ricos y a pobres nos gustaba la Navidad. Aunque no tuviéramos iguales recursos,
el espíritu del Niño Jesús, trabajaba y ponía sonrisas en los rostros y
esperanza en los corazones. Ahora, ya no es, ya no se mira, ya no se siente así
la Navidad.
Los yoyos gruesos y de
cuerda larga, los trompos de madera y punta de clavo filoso, las loterías y los
juegos de té, ya no salen de los empaques brillosos que adornaban el pie del
Árbol de Navidad que, en mi casa, allá en el rancho, era un arbusto de Brasil o
de casiguana adornado con aquellas extensiones de luces rojas, azules, blancas
y amarillas, con foquitos filosos y puntiagudos que picaban los dedos y
enredaban la extensión hasta el punto de no poderla extender por completo, y
así nomás la colgábamos en las ramas del arbolito cortado ese mismo día en la
lomita cercana al arroyo de El Aguaje.
Mi madre, Doña Rosa, que
en octubre cumplió 96 años y Dios nos las conserva muy bien de salud, se
levantaba tempranito para empezar a preparar la masa para los infaltables
buñuelos que, a veces, enriquecía con ralladura de cáscara de naranja, para
darles un tenue pero rico y diferente sabor; las tortillas de harina, aún sin
cocer, las extendía en manteles sobre tarimas para que tomaran la consistencia
adecuada y, al freírlos, salieran del sartén hirviendo de aceite, crujientes,
doraditos y con el añorado sabor de aquellos buñuelos de rancho, que no se
parecen pero para nada a los tan de moda, hoy en la ciudad, buñuelos de aire.
Hasta el azúcar de los buñuelos en El
Aguaje, sabía distinto a los que hoy venden en el Agua Miller, o los que
por Facebook y en las tiendas de las colonias ofrecen doblados como si fueran
moños y empalagosos de miel o de Nutella. Nada que ver ni oler con el aromático
jarabe de panocha cuadrada o el cónico piloncillo con canela y clavo de olor,
en el que los trozos de buñuelos se trocaban en el más exquisito de los
manjares rurales y campiranos.
Esos escenarios navideños
ya no existen más que en la memoria y en el recuerdo de quienes añoramos, con
intensa y prolongada nostalgia, aquellos tiempos de nuestra pobre pero tan
feliz niñez, escuchando los relatos de espantos y aparecidos que, por las
noches, a los adultos les gustaba contar y que a nosotros, plebillos espantados
y temerosos, nos llenaban de miedos imaginarios, pero que ni a fregazos nos
quitaban del grupo en el que tantos fantasmas, mujeres de blanco, manos peludas
y gallinas con pollos deambulaban de uno a otro relato de terror.
En El Aguaje poco se cantaban los villancicos y muy de vez en cuando
se oía reír el ¡Jo Jo Jo! de Santaclós, pero a todos nos llenaba de ilusión que
el mítico personaje nos trajera los regalos que, con esperanza, pero con resignada
resignación, le pedíamos en cada Navidad. Que no se cantaran Villancicos, no
quiere decir que no hubiera el jolgorio natural de la Navidad, pues había
bailecitos pequeños, alumbrados con cachimbas de tractolina y amenizados con tocadiscos
de pilas Ray- o- Vac; pequeños tocadiscos que desplazaban a los otros que
utilizaban discos de 78 revoluciones, por unos más ligeros de apenas 45
revoluciones, cuando ni en sueños imaginábamos que ambos dejarían de existir
para dar paso a las nanotecnologías musicales de las USB y de las bocinitas
ligadas al internet, en un rancho en el que ni siquiera asomaba la punta
ninguno de los cables de alta tensión que hoy llevan energía eléctrica por allá.
Las fogatas nocturnas
eran otro de los alicientes de la Navidad de antaño; un montón de leños
ardiendo, con flamas iluminando los rostros alegres y platicadores, a la vez
que irradiaban el calor a los cuerpos y espíritus reunidos para departir y
convivir en armonía verdadera, era una escena que, por desdicha, ya no se mira
ni siquiera allá en esos ranchos de nuestra niñez, en los que las pavesas de
las brasas llenaban de ceniza las historias del Niño Dios que una Noche Buena, hace
más de Dos Mil Años, bajó a la Tierra para salvarnos del Pecado Original
cometido por Adán y Eva; después que el Paraíso dejó de serlo por acciones mal
intencionadas que, por desgracia, todavía se siguen cometiendo en este Mundo
que, cada vez más, se aleja de la cordialidad humana y nos convierte a unos en
defensores de los malos actos realizados por los otros. Estamos, en medio de
tanta zozobra existencial, como en espera no ya de los regalos materiales,
pobres o fastuosos, sino en espera del mayor regalo que puede ser la Seguridad
familiar y la Estabilidad personal que hemos perdido por los que se obstinan en
arrebatar a los otros, lo que, con esfuerzo, con cariño y con ética social
hemos logrado construir.
Ya no creemos casi en
nada de lo que antes alegraba nuestras vidas, ahora los niños piden regalos que
a sus padres les cuesta mucho comprar para tenerlos contentos; y, entonces, se
endrogan para conseguir el celular, los tenis, la ropa de marca, o los viajes y fiestas fuera del presupuesto
familiar, sin que a los hijos e hijas parezca importarles un comino la angustia
y el desatino de sus padres para que Santa Claus les traiga su Feliz Navidad, y
el 25 verlos alborozados y aburridos, romper las envolturas, tomar la foto para
el Feis, el video para el Reel en el Instagram y luego ponerse a pensar qué más
les pueden pedir a sus agobiados y manipulables papás.
Sí señor, la Navidad ya
no es lo que antes fue. Ni miro padres interesados porque vuelva a serlo. Todos
parecen andar con premura, acuciados por una incesante rapidez que les impide
pensar con serenidad y saborear con deleite los escasos instantes de paz y de
felicidad que estas fechas deberían de significar. Pero no es así. Tengas o no
tengas, el rumbo es igual; porque, aunque no se viva con las mismas penurias
económicas, en lo moral, familiar y social, en lo esencial, en lo que nos da
carácter de humanos, todo es igual; ahora prima la individualidad enajenante de
una comunicación social tergiversada en estados
con historias que desaparecen o dejan de significar en cuanto se miran, para
pensar en cuál es la siguiente o en cómo superar la de la amiga que ya les
supera en miles likes y emojis mudos
que todos los piensan comunicativos; tal vez lo sean en su aspecto gráfico e icónico,
más no en el auténtico sentimiento personal. Ya no hay música de rondallas con
los clásicos y tiernos villancicos navideños, ya ni siquiera Rodolfo el reno, cantado por los
tremendos Tigres del Norte, llama la atención como para tocarlo a todo volumen
en la Tacoma o en la bocina de la posada, ¡vamos, ya ni las méndigas posadas
son las que antes fueron!
Y si en la Familia se ha
desvanecido la navideña ilusión, pensaríamos, algunos ilusos educadores, en el
nicho cultural por excelencia que redimiría esa estulticia y recobraría la
tradición para volver a los tiempos felices que a los profesores les tocó
vivir. Sí, pues, hablo de la Escuela, de la Universidad y de las Instituciones
Formadoras de Docentes, éstas últimas, junto con las escuelas de educación
básica, deberían de ser el último reducto cultural para detener y resarcir el
deterioro de tan bellos y educativos tiempos de aquellas navidades que a
nosotros alguien propició que disfrutáramos. Pero no, tampoco es así. Y no
siendo así, la batalla y la guerra por completo, empezamos a perder.
Y no sólo no son los
tiempos iguales, sino que a las personas les cuesta hablar de la Navidad, no ya
del Niño Dios convertido en Hombre, sino simple y sencillamente, en el Espíritu
Navideño, que nos concita a reunirnos, a convivir en alegre tertulia fraterna
para cantar y bailar por el puro gusto de estar con la gente que sentimos nos
quiere y a quienes nosotros queremos de verdad. Pero no, no es del todo así. Ya
las familias no se reúnen, y si lo hacen afloran los rencores y las chifletas
dichas como en broma que calan por lo dicho y por el tonito en el que se dice.
La bronca empieza desde que se escoge el lugar de la reunión “familiar”. Cada
quien sabe a lo que me refiero y, por ello, me salto la descripción. Luego
viene el menú y la aportación que a cada quien le corresponde dar. Que si una
es vegana, que si el otro es carnívoro, que si aquella nomás quiere lasagna porque
presume que le sale muy bien, que si al otro le vale queso lo que sirvan pero
que se coma con tortilla y no con los méndigos cuernitos del walmart… Todos
sabemos, porque lo hemos vivido, las trifulcas y las caras serias en las
reuniones de Navidad y de Fin de Año, cuando son varias las familias de
hermanos que intervienen en la organización y en la toma de decisiones para tan
esperado y temido convivio familiar. Si eres un plebillo ni te das cuenta, si
estás en la adolescencia tampoco lo sufres, porque a las 12 pelas gallo con tus
compas o a la casa de tu novia. Pero si eres padre o madre que cuida la “unión
familiar” establecida por los abuelos, sabes bien de lo que hablo y seguro, en
este momento, estás en esos aprietos de quedar bien a fuerzas.
Pero, ¿por qué si somos
pobres batallamos menos para disfrutar la Navidad? ¿Por qué si tenemos tan poco
lo gozamos más? ¿Será por eso? ¿Por las pocas opciones que tenemos para escoger
y decidir que nuestra voluntad se pliega a lo que hay, sin respingos absurdos y
enconados? Y, entonces, cabe una observación que va muy bien con el origen
primigenio de la fecha y del hecho que se festeja. Entre más pobre es la casa y
menos cuantiosas sean las viandas, como que se disfruta y agradece más la
comida y la compañía. ¿No se han dado cuenta que algunos de los que más tienen,
a veces, regatean más los estipendios para hacer de esa noche la más linda,
amena y memorable de las reuniones familiares? ¿No le regatearon, acaso, los
pudientes de aquella época, a la Virgen María y al Señor San José, un albergue
para que naciera Jesús? Y pareciera que tanto el regateo por apoyar
económicamente, como el distanciamiento en el afecto y la cordialidad humana, siguen
impidiendo que hagamos de la Navidad un momento especial para convivir en
familia, para hacer de estas fechas unos momentos de paz y de hermandad, esa paz
que las balas y los insultos, junto con los desprecios, destruyen hoy con tanta
facilidad o con tanta cotidianeidad el Mensaje de Amor que aquel niñito, en
aquel pesebre humilde trajera, con su sola presencia, para todo el mundo.
Por eso, en estos
convulsos tiempos de mortal pandemia, en estos momentos en los que no podemos
abrazarnos con la calidez de hace poco, valdría mucho la pena hacer un esfuerzo
por querernos y mirarnos como hermanos. Porque, por desdicha, en varias
familias, hay quienes miran con mayor afecto y cariño a otros que no son de su
sangre, pero que los quieren más y mejor que sus propios hermanos. Y no es que no haya amigos leales y dignos de
ser queridos, todos, por fortuna, contamos con esa presencia que tanto nos
consuela y nos alegra la vida, como la de unos pocos amigos de verdad, que casi
los vemos y sentimos como si fueren nuestros hermanos; a despecho de los hermanos
de verdad que miran con resentimiento y con envidia al desear lo que a su
hermano Dios y su talento les proveyó. Estamos en un mundo en el que ya nada es
seguro ni para siempre. Ni el dinero, ni los puestos, ni la misma vida que
muchos creen tener asegurada.
Por eso digo ¿Qué tal si, por un momento, por una noche, por una semana, volvemos a ser los niños de antes que corrían con sus hermanos montados en un palo de escoba que semejaba el más brioso corcel? Aquellos plebillos de El Aguaje que disfrutaban de las tortillas, recién salidas del comal, desbaratadas y revueltas en mantequilla calientita, antes del desayuno con frijoles refritos y queso derretido. ¿Qué tal y regresamos al pasado para hacernos bola alrededor de la mesa y comer los buñuelos azucarados o desbaratados en el jarabe que nuestra madre nos preparaba? ¡Qué tal si a nuestros hijos les compramos carritos de madera y les enseñamos a hacer teléfonos con botes y piolas de cáñamo, para que se comuniquen de verdad y dejen de simular conversaciones en celulares que solamente los alejan de su propia familia? ¡Qué tal si en las escuelas volvemos a las posadas de verdad, con los cantos de los acompañantes de la Virgen pidiendo un lugar para pernoctar y los cantos de rechazo de los caseros, para luego, todos en comunión, darle de palos a la piñata de los pecados y de las tentaciones, hasta romperla con la fe ciega de la devoción por el amor del Niño convertido en Dios, que bajó del Cielo para redimirnos de tantas acciones y pensamientos negativos que albergan nuestros corazones? ¿Qué tal y le damos una oportunidad a la Paz, al Amor y a la Solidaridad? ¿Qué tal y volvemos a ser felices como lo fuimos antes? Aunque sea por unas horas nada más.
Comentarios
Estimados lectores, estamos en vísperas de celebrar un año más de que naciera el Niño Jesús. Debiera, por eso nada más, de ser una fecha para festejar con alegría junto a todos los seres humanos de la Tierra. Y más grande sería la fiesta si la disfrutáramos en familia, como lo hacíamos antes, cuando éramos pequeños y nuestros padres se afanaban porque, por lo menos ese día, sintiéramos que todos nos querían de verdad. Y nosotros devolvíamos incrementado el cariño que el amor del cobijo familiar a todos nos era prodigado, en cada buñuelo degustado, en cada regalo recibido y en cada uno de los abrazos que nos eran dados con un cariño sincero de verdad.
La nostalgia nos invade y el recuerdo vuela en retroceso, como para desandar los caminos que nos han robado esa felicidad que hoy, a partir de hoy, cada quien podemos recuperar prodigándola a quienes comparten su vida con nosotros.
Por eso, queridos amigos, deseo que tengan y propicien una muy Feliz Navidad y que sus corazones recuperen el sosiego para superar los tiempos tan difíciles que hoy nos toca vivir, distanciados, enmascarados y en reclusión.
¡Feliz Navidad a todos los que nos leen, a los que nos comentan… y a los que no, también!
Su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Gracias por su lectura y por su comentario.
Un abrazo y mis amplios deseos para que disfrute la próxima Navidad.
Su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Así es. Sin duda estos últimos dos años nos han abierto los ojos. No hay tiempo que perder, porque sabemos lo frágil que es la vida y lo rápido que se va. Entonces, habrá que agradecer, disfrutar y apreciar con el simple hecho de estar vivos y poder gozar a los que nos rodean. No se pide mas.
La mando un saludo y FELIZ NAVIDAD a toda su FAMILIA. Que la pasen muy bien.
Feliz Navidad y que el próximo 2022 te convierta en una exitosa escritora universitaria. José Manuel Frías Sarmiento
INGENIERO TOLOSA, ser empático es una virtud que los humanos deberíamos de cultivar hasta que la paz y la armonía fueran el rasgo distintivo de la sociedad.
Me da gusto que mi relato le sea coincidente y le reafirme la decisión de buscar la paz y el afecto entre los que poblamos este planeta. Un abrazo y FELIZ NAVIDAD para Usted y la gente que le quiere. Su amigo José Manuel Frías Sarmiento
Niños de nuevo, la invitación a hermandad que nos acobija, no solamente en tiempo de Navidad. A querernos, intentar abrazarnos uno mismo, reconocer al dar infinitas gracias por Ser y estar. Por agradecer TODO. Lo bueno y no tan bueno.
Al Blog Cuento y relatos por la gran oportunidad de permitir que la lectura y escritura sea un majestuoso encuentro entre personas encantadoras que se da el valioso tiempo de leer y comentar. Eh ahí, Frías Sarmiento parte la alegría que nos envuelve para reflexionar, valorar, y sobre todo silenciarse con mente, cuerpo y espíritu ante los hechos ocurridos por el bicho que llegó sin avisar, transmutándose.
Maestro José Manuel, La Navidad seguirá siendo, a como la vivió. Similar a la vivida por Usted. Gracias por dejarme transportar y vivirla como: ¿y qué tal si nos volvemos niños ...? ¡Claro que yes!
¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo! Para todos.
Gracias! Le envío el cálido abrazo estimado José Manuel.
Y estas fechas son idóneas Para comenzar con esa nueva actitud
Feliz Navidad. Tu amigo José Manuel Frías Sarmiento
Saludos y sepa que se le extraña en el afecto y en el Blog
¡Feliz Navidad!
Un abrazo, su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Te deseo una feliz navidad y próspero año nuevo, aunque con la pandemia no creo que ese buen deseo cristalice.
Tu amigo Profr. SAPIENS
Me encanto leerlo, me trajo tantos recuerdos de mi infancia la emoción con la que esperaba aquellas navidades poner el pino con los foquitos puntiagudos, por los regalos aunque fuera juego de te, una muñeca, no importaba ni el tamaño del regalo, ni el presio, sin duda lo mejor era compartir en familia esa fecha tan importante. Saludos
Muchas gracias por compartir sus historias y cuentos. Que tenga una muy feliz Navidad, en compañía de su familia.
Maestro yo deseo que esta navidad y próximo año nuevo sea feliz y tenga salud junto con su familia, ese es el regalo más codiciado, el que no tiene precio y el que yo deseo para usted y los suyos... un gran abrazo
Laura escribir es otra forma de vivir y de recordar lo bonito y bueno de la vida. Y me da mucho gusto compartir escenarios con personas como ustedes a las que también les apasiona leer y escribir
Saludos y una Feliz Navidad
Su amigo José Manuel Frías Sarmiento
Me identifico mucho con sus forma de escribir y la intención que le imprime a su inspiración.
Somos de la vieja escuela, de las viejas costumbres, de otros tiempos que, ojala el sistema educativo en Mexico diera prioridad al rescate de los valores basados en el amor al prójimo.
Saludos Cordiales Maestr Frías.
Su amigo, Gilberto Moreno.