“La sensación de pintarme los labios rojos cuando intenté herirme para sacar la rabia, despedazar el papel de regalo… Se me apagan los ojos, la vida y la piel”
LLORAR SIN DOLOR
Dannia Adilene Gutiérrez Moreno
Se sintió como
hundirse a voluntad en el agua helada. Sientes como te cubre y el dolor es lo
bastante fuerte como para hacerte orinar contra tu voluntad. Recuerdo el sonido
del golpe, junto con el miedo que siguió a él. Recuerdo caer sobre el tubo de
acero y como mi cabeza y manos rebotaron sobre el cristal roto. Aun puedo
sentirlo hundirse en mi piel. Los segundos de voluntad que me quedaban me
permitieron arrastrarme contra mi bolsa, pese al dolor, pese a los vidrios,
pese a toda la sangre, saqué el teléfono de mi bolsa y, empapando el cristal de
éste, busqué su nombre en él. Le llamé y te llamé todas las veces que lo pude
hacer. La primera llamada estaba llena de esperanza, pero ésta se fue acabando
con las demás.
Un mensaje llegó a
mi teléfono, un mensaje como los que siempre enviaba cuando estaba molesto: “No
estés molestándome, no quiero contestarte”. La sangre inundó la pantalla, pude
haberla quitado, pero no quise hacerlo, agaché mi cabeza sobre ella con un sólo
pensamiento, el de levantarme y salir de ese autobús, puse mis codos sobre el
suelo ignorando los vidrios que parecían pedazos de cristal tinto.
Yo estaba en ese
charco, yo producía ese charco. Pensaba en lo que haría cuando saliera de allí.
Llegaría a casa, tomaría sus fotos y las quemaría junto con sus cartas, sus
regalos quedarían en el cesto de la basura, desaparecería de mi vida para
siempre, olvidaría que me fui enojada de su casa, olvidaría las cosas horribles
que me dijo, olvidaría que subí a ese autobús porque fue tan cobarde como para
no hacer nada y dejarme ir.
Cuando subí a ese
autobús tenía miedo, dolor y enojo, quería llegar a casa para dormir todo lo
que quedaba del día; quería tantas cosas, pero ya no quiero nada, sólo queda mi
mente divagando ahora, pensando en que mis brazos arden, mis muñecas se sienten
invadidas, el ruido cambia como si no existiera y en mi mente puedo escuchar
como si desde lejos la música viniera. La deje que viniera, ahí es cuando
recordé mi película favorita, por esa canción, donde el hielo cae por todos
lados y la niña comienza a bailar como si nada le importara, nada le doliera;
eso que parecía durar para siempre, allí quería estar yo, bailando, sintiendo
que el tiempo se detiene para mí. Siendo egoísta como nunca en mi vida, sin arrancarme
la piel para parecer más fresca, sin ocultar mis daños para curar el de otros.
Mi mente iba y venía, me sentía volando y luego volvía a sentir mi piel arder,
una y otra vez, no sabía si quería irme o si quería quedarme a averiguar cómo
me desangraría allí.
Voces confusas por
lapsos, imágenes de mi vida se estrellaban en mi mente saliendo y entrando,
flores rojas y hojas verdes. La primera vez que dije adiós para siempre a
alguien que amaba; el olor de la lluvia; la primera vez que probé la miel; la
ansiedad en mis dientes cuando escuchaba un trueno; el miedo a caer una y otra vez
cuando niña de mi bicicleta; la sensación de pintarme los labios rojos cuando
intenté herirme para sacar la rabia, despedazar el papel de regalo… Se me
apagan los ojos, la vida y la piel.
Tengo pequeñas
ráfagas de imágenes en mi mente, de momentos donde sentía que mi felicidad
tocaba un tope. Puedo ver su mirada en la mayoría de ellas, su mirada seria que
parece escarbar mis pensamientos cuando está feliz y entrecierra los ojos como
si fuera un niño, y, al final, está la mirada que más detesto y por la que
estoy aquí, esa mirada llena de ira, como si careciera de un alma. Por alguna
extraña razón, mi cuerpo se agita como si sintiera el peligro venir. Me pide
que corra, pero no lo hago.
Mi cuerpo da un
salto, abro mis ojos y ya no estoy en el autobús. Se ha ido la sangre, pero
continua el dolor. Me siento extraña, como si hubiera sido arrojada a un montón
de pedazos de madera. Todo arde, pesa y duele en exceso. Odio el olor a
hospital, es demasiado limpio, es como la hipocresía de las personas a veces,
se limpian demasiado los pensamientos. Espero a que llegue alguien. Mi vista se
siente tan diferente, es como si todo tuviera calor, como si todo fuera más
brillante. Llegan personas, enfermeras cambian sueros, mueven la cama y puedo
jurar que sus voces me taladran como si quisieran matarme a gritos, su perfume
me quema la nariz y algo en su tacto me arde en la piel. No sé de donde
proviene esto, pero necesito que pare rápido.
Pasan los días y
por mí ser un rostro conocido, es el de mi papá entrando a la habitación. Con
miedo, con angustia, con la cara que jamás deseé provocarle en la vida, toma
mis manos y comienza a llorar; en cualquier momento de mi vida yo hubiera hecho
exactamente lo mismo, pero ahora no podía sentir nada, ni la más mínima muestra
de empatía.
Iba de camino a
casa, papá estaba muy feliz, se puso su camisa verde de nuevo, sonreía y
escuchaba música, compró ese helado de caramelo que tanto le gustaba, siempre
se lo quitaba de la mano y esta vez no sería la excepción; tomé su helado con
trampas, pellizcando sus brazos y lo lamí. Extrañada, no sentí el sabor. Lo lamí
dos veces más. Era como lamer un cristal. No sentía ni siquiera la temperatura
del helado.
Comencé a llorar. Mis manos temblaron. Cuando desperté sentía todo. Todo dolía de manera intensa. Pero, de repente, no puedo conmoverme. Ni siquiera puedo sentir lo helado de algo. Tampoco su sabor. Estoy llorando sin sentir dolor. Estoy llorando por voluntad. Estoy confundida.
Comentarios
Dania, tus cuentos siempre lindan en lo real y lo irreal; pero con ello, logras que pensemos e imaginemos situaciones que acontecen y remueves sentimientos internos que nos sacuden al pensar en los protagonistas como si nosotros fuéramos ellos.
Por eso tu Literatura nos atrapa y a más de alguno de los lectores, dejarás tan confundida como a la narradora de tu relato.
Felicitaciones, José Manuel Frías Sarmiento
Te mando saludos.
En verdad que me tiene sorprendido tú y todos los que forman el blog, ayer precisamente leí un artículo muy interesante sobre la muerte y hoy escribes este que me dejas perplejo. Porque estos relatos ya son para escritores de ligas mayores por lo que te voy a pedir que me felicites a tu maestro, por la forma que conduce a este colectivo, quiero unirme al taller para ver si algún día puedo escribir como ustedes ya que me parece muy interesante.
Me despido enviándote un afectuoso saludo, reitero mis felicitaciones.
ATTE
Dr. Renato Quintero.