“En esa enramada de mi escuela en El Aguaje, adquirí el gusto por escribir. En esas primeras y rurales experiencias escolares empezó la pasión por contar lo que miro y lo que pienso”
EL GUSTO DE ESCRIBIR
José Manuel Frías Sarmiento
Antes, cuando era
alumno de primaria, en El Aguaje, los profesores nos enseñaban a
escribir con claridad, corrección y precisión. Nos ponían a escribir 100 ó más veces
cada palabra mal escrita; o decenas de enunciados con referencias a los errores
cometidos en las tareas presentadas o en los ejercicios de escritura que, a
diario, realizábamos en el aula. ¡El Aula! Mi aula, en cuarto y quinto grado, fue
una enramada con techo y paredes de vara blanca y ramas de malva tramadas, a un
costado del único salón de ladrillo, en donde un profesor impartía clases a
tres hileras de alumnos sentados en mesabancos dobles, alineados de primero a
tercer grado, que eran los únicos inscritos oficialmente por la Secretaría de
Educación Pública, aunque hubiera niños que anheláramos estudiar. Nosotros, los
de Cuarto, éramos los estudiantes mostrencos, pues ni libros de texto teníamos.
Tampoco mesabancos. Escribíamos sentados en un tablón de madera, como asiento
colectivo, y otro tablón más alto, nos servía para apoyar el cuaderno y
escribir con gusto lo que el profesor José Navia Hernández nos indicaba en los
ratitos que salía del aula de los “grupos oficiales” para, poco a poco, desarrollar
un imaginario ciclo escolar de cuarto grado, con alumnos inscritos en ninguna
parte del amplio organigrama de la SEP.
Éramos alumnos de
la Escuela Rural “Naciones Unidas” y nadie más, fuera del Director y profesor Navia
Hernández, sabía de nuestras inquietudes por aprender, por lo menos, a escribir
bien. Escribíamos sobre las batallas de los héroes mexicanos, sobre las
condiciones climáticas, de la orografía y la composición de la corteza terrestre,
de los cuidados del cuerpo humano y sobre la resolución de problemas y
operaciones aritméticas que, aunque complicadas, nos gustaba resolver. Escribíamos
sobre las lecturas de los libros de español y analizábamos la estructura de las
oraciones gramaticales; me parecían interesantes las desinencias, los prefijos
y, sobre todo, el significado y relación del Sujeto y del Predicado. Aquello de
que el Sujeto es quien habla o realiza la acción y esto de que el Predicado es
lo que se dice o hace el Sujeto, me decían que las personas hablamos y actuamos
y que lo que decimos o hacemos nos sujeta, nos limita y nos amplía los horizontes
en la medida en que nuestro Verbo se torne significativo, y proyecte nuestro pensamiento
hacia el razonamiento y convivencia de las personas y los ambientes en los que
nos desarrollemos, sean escolares o no.
En esa enramada de
mi escuela en El Aguaje, adquirí el gusto
por escribir. En esas primeras y rurales experiencias escolares empezó la
pasión por contar lo que miro y lo que pienso, aunque hacerlo me sujete a una
identidad que no siempre es compartida por los compañeros intelectuales que me
toleran en sus centros de trabajo. Escribo lo que me gusta escribir y digo lo
que siento ganas de decir, aunque con ello me aleje de las becas y de los
beneficios que obtendría si escribiera y hablara de otros asuntos o, al menos,
los abordara de otra manera y, claro que sí, con otra metodología y con otra
intencionalidad; es decir, si escribiera como si no fuese yo quien dijera lo
que escribiere. De hacerlo así, traicionaría a mis maestros de El Aguaje y, más
tarde, de La Campana, quienes al enseñarme las cuestiones gramaticales y despertar
mi sensibilidad literaria, me enseñaron que la escritura cobra sentido cuando
la practicamos para comunicar nuestras ideas y nuestros sentimientos.
Los profesores
José Navia Hernández y Rosendo Noriega Valdez, me enseñaron que el lenguaje
escrito nos abre a los demás, pero al darnos a conocer, también nos acerca y
nos expone a la crítica, al rechazo o a la indiferencia y a la burla de quienes
no les agrada nuestra escritura. Sin embargo, sólo así es interesante escribir:
cuando lo hacemos por el gusto y las ganas de comunicar lo que pensamos de
verdad. De otro modo, lo que prediquemos nos sujetará más que liberarnos.
Comentarios
Yo, ahora, sólo les cuento cómo y en dónde comencé a leer, por el puro gusto de leer. Y, con ello, empecé, también, a aprender.
Saludos, su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Escribir, te libera de pensamientos que no caben en el pecho y mente. Y para mi, se tiene que sacar, para no ahogarme con mis demonios.
Saludos Cordiales.
Hace poco leí una frase que decía : "Lee lo que te gusta para que te guste leer" Que aplica aquí al método que Ud. viene ensenando "Escribe lo que te guste para que te guste escribir". Lo primordial es romper la fricción que existe entre las manos y el teclado.
Bueno por otro lado...
Disfruté mucho ahora su ppresentación del libro. Por fin pude convivir con todas las Plumas Pesadas. Me agrado el ambiente. Le voy a ser sincero , cuando lei el Pescador y La Sirena me quede picochas.Y la meta es llegar a escribir asi. Le mando un saludo.
Ahora escriba y publique en el Blog
Saludos y gracias por leer y comentar
Su amigo José Manuel Frías Sarmiento
Un abrazo desde Los Mochis con mi afecto incrementado.
Adán Apodaca