“¿Qué puedo hacer, estoy perdida? Me repito, una y otra vez, que moriré aquí. Para hacerme a la idea, recuerdo cada tramo de mi vida como si los tuviera grabado en mi mente”








CALDO DE HUMANOS


 

Dania Adilene Gutiérrez Moreno

 

Yo pensaba que, para escapar de tus problemas, tenías que irte muchos kilómetros lejos de donde estás. Conforme fui creciendo me di cuenta que no era así. Puedes encontrar un confortable lugar en tu mente o en un escondite. Estaba recostada sobre tierra y césped frío y húmedo, mirando al cielo, era azul, con nubes, pero también se miraba cuarteado por las ramas de los altos árboles, sólo faltaban los ángeles pelirrojos con arpas, como la pintura que está en la sala de mi casa. Era, de alguna manera, un viaje. Mis pies se sentían pesados y, aunque me dolían de tanto caminar en círculos, me sentía cómoda allí, lejos de todo lo que me atormentaba y me perseguía. Habían pasado tres días, mi agua se había acabado y ya me había comido todo lo que traje conmigo cuando escapé; también me comí unas pequeñas moras que encontré en los arbustos, pero eso no me mantendría viva.

¿Qué puedo hacer, estoy perdida? Me repito, una y otra vez, que moriré aquí. Para hacerme a la idea, recuerdo cada tramo de mi vida como si los tuviera grabado en mi mente. Mi primer recuerdo es estar en una cocina enorme, con paredes anaranjadas, estufa negra y muebles de madera, el suelo era color verde oscuro y la mesa era enorme y cuadrada; recuerdo estar parada en la cocina y comenzar a caminar hacia el fondo de una casa, en la cual entre más entro más oscura se ve. Es curioso cómo, siendo mi primer recuerdo, ni siquiera sé dónde estaba. Vivo en un lugar pequeño donde todo mundo conoce a todo mundo. Cuando yo tenía 5 años, mamá solía cocinar pasteles y venderlos a los vecinos, así que yo siempre entré a todas las casas, por el simple hecho de que siempre me quedaba jugando con los niños de allí. Y ninguna cocina es como esa en la que estuve. Primero pensaba que no era parte de mi imaginación, pero después cuando entré a la escuela y me hice amiga de casi la mayoría de los niños, en charlas nos dimos cuenta de que todos tenemos algún recuerdo así. Todos recuerdan haber estado en algún lugar que no es de aquí. Nunca hemos salido de este pueblo, ni siquiera cuando nacimos. En otras partes, las personas mayores salen a checarse con algún doctor, pero aquí no, ellos vienen acá, todo viene hacia aquí, pero nada ni nadie sale de aquí.

Recuerdo que los domingos todos los adultos se reunían en una casa donde planeaban las situaciones del pueblo y, como norma principal, nosotros teníamos que jugar en un patio a 5 metros de la casa. Nadie podía asomarse fuera. Era muy extraño. En ese lugar los mismos papás nos daban clases, los doctores que venían nos revisaban en silencio y le pasaban cualquier información sólo a los adultos, las tiendas eran manejadas por las mismas personas de allí. Cuando fui creciendo, me aburrían los juegos típicos del lugar, los libros del lugar eran tan aburridos, todo era lo mismo, viví mucho tiempo atascada en lo mismo, estaba harta. Un día, en la Feria de Primavera, en la cual vendían bocadillos y había distintas charlas, yo estaba sentada, aburrida, con la mente en blanco y puse mis ojos cerca del panteón de la ciudad. Nunca le había puesto atención a lo vacío que estaba, a pesar de que en la escuela cuentan historias que está ahí desde hace más de 800 años. Es un panteón muy vacío para todos esos años. Al día siguiente fui al panteón y estaba desolado, gris, olía a viejo, miré que las lápidas no tenían fechas, sólo algunos nombres, apenas visibles y reconocibles.

Había algo extraño, que todos estábamos dejando pasar, durante estos once-catorce años, desde que tengo recuerdo, todos tenemos las mismas edades, nunca hemos conocido a los hermanos de nuestros papás, no tenemos hermanos, ni abuelos, nada, sólo ellos. No lo sé, siento que algo aquí no está bien. Trabajé esa idea en mi mente por meses, hasta que llegó la temporada de lluvia, ya estaba pensado que me volvía loca, pero entonces me enfermé, mamá y papá fueron a la reunión, yo me quedé en cama, estaba muerta de aburrimiento, miraba las paredes esperando que algo pasara, algo que me distrajera, pero, como a las dos horas, decidí levantarme, estaba cansada de estar tirada en la cama, me fui a la cocina, tenía hambre, mi alacena era color menta y el piso de madera oscura, mamá siempre tenía un montón de galletas que ella hacía, pero las guardaba en el mueble de arriba, por suerte este año crecí más y ahora creo que puedo alcanzarlo, salté dos veces, tres veces, casi alcanzaba el plato, al quinto salto mi pie se atoró en un agujero en el suelo, por un momento pensé que había roto el piso, pero no, sólo moví una tabla que estaba despegada; ummm, era curioso, porque debajo de ella había madera, pero más clara, pensé en que quizá podría haber más galletas allí abajo, sólo estaba pensando con mi estómago en ese momento, mamá siempre hace muchas, pero nunca se dónde acaban… toqué las demás tablas, también estaban sueltas, algo en mí quería volver a la cama, porque presentía muy en el fondo, que algo extraño estaba allí; pero no me importó y continué quitando las tablas, cuando quité todas las tablas flojas, me di cuenta que en la tabla que estaba abajo, había un picaporte, a lo que creo que podía abrirse, lo tomé y le di la vuelta, todo estaba oscuro. Fui por una de las velas de mi cuarto y la acerqué, había escaleras hacia abajo, por Dios, mi curiosidad estaba al borde, caminé con cuidado mientras bajaba, el lugar se volvía más extraño, las paredes comenzaban a volverse de piedra enlamada; pero cuando bajé por completo, como si mi alma se saliera de mi cuerpo, y corriera hacia arriba, mis piernas falsearon ante el susto y la sorpresa, allí había cuchillos enormes y gruesos, como con los que cortaban árboles, ¿pero, que hacían ahí? Esos cuchillos sólo se usan cuando alguna casa se daña y hay que repararla; también había ganchos afilados, ropa ensangrentada y, lo peor, huesos por todos lados. No entendía lo que sucedía, pero al darme la vuelta todo tuvo sentido, en el fondo, en un pizarrón, miré unos escritos en los cuales explicaban como abrir un cuerpo, mencionaban una edad para hacerlo, era la misma que todos teníamos aquí; y había algo más terrible, explicaban cómo cocinarlo. Toda mi vida he comido vegetales cocidos, nada que tenga latidos, y cocinar personas me pareció algo asqueroso. Subí corriendo las escaleras, dejando caer la vela entre mi miedo y mi prisa, puse las tablas en su lugar y corrí a mi cama, me eché todas las cobijas encima mientras lloraba.

¿Qué estaba pasando? Aquí jamás matamos animales, nada que respire. No tiene sentido nada. Intenté dormir, pero no podía dejar de oler la sangre seca en los cuchillos, en las paredes, la receta, todo era horrible, no podía estar quieta, mordía mi cabello, mis uñas, todo. Entonces bajé de mi cama y caminé hacia el cuarto de mamá y papá, buscando protección, quizá ellos tampoco sabían de ello, iría contarles. Abrí la puerta despacio, muy despacio, jamás había entrado a su habitación en toda mi vida, estaba prohibido, inclusive en la escuela nos han enseñado eso. Gateé hasta la cama, las sabanas eran azul cielo, tenían dos baúles cerrados con enormes candados, ropa colgada en las paredes, las paredes eran color blanco; sentía miedo de que me castigaran, pero tenía mucho miedo y no quería estar sola. Me levanté para mirarlos, pero no eran ellos, sus caras eran distintas, eran cafés, viscosas, sin nariz, con bocas enormes y dientes salidos. Junto a la cama, en una mesita, estaban las caras de mis papás, ellos no eran mis papás, cualquier cosa que fueran no eran las personas que conocía. Gateé lo más lento posible hacia la puerta, para salir de su cuarto y volver al mío. Ahora sólo quería estar lejos de ellos.

Al fin entendí todo, por qué jamás podíamos entrar a su cuarto, por qué jamás sonreían como yo y mis amigos. No éramos como ellos, quién sabe por qué estamos con ellos. Ahora el recuerdo tiene bastante sentido, pero estoy atrapada aquí, sin saber nada. Mientras pensaba y pensaba, mis ojos se sentían pesados, de repente caí en un profundo sueño. Cuando abrí los ojos seguía en mi habitación acostada, pero llena de compresas calientes, entonces miré a mamá, o lo que sea que fuera ese monstruo, sentada frente a mi cama, mirándome, como si me quisiera, como si yo fuera la luz de su vida. Sacó un termómetro y me tomó la temperatura, me sonrió y se fue. Yo no iría a la escuela hoy, ni siquiera pude comer bocado, me daba miedo que estuviera envenenado. Ella dijo que debía estar muy enferma como para no tener hambre. Ese día mamá salió y papá se quedó en casa, se encerró en su cuarto y me dijo que para nada del mundo entrara, pero ya no podía ser obediente, todo era una mentira, había abierto los ojos, durante muchos años nos los mantuvieron cerrados, pero no para mí, quería averiguar que querían de nosotros. Durante todo ese rato, estuve sentada junto a la puerta de su habitación esperando a que durmiera. Cuando escuché los ronquidos, fui por un clavo de uno de los cuadros de mi cuarto y perforé la puerta hasta hacer un agujero, por él podría ver qué hacían cuando se encerraban.

Al día siguiente, cuando ya había anochecido, ellos se fueron a dormir a su habitación, yo salí de mi cuarto muy lentamente y me puse en la puerta, observe, ellos estaban quitándose la máscara, dejando sus inhumanos y asquerosos rostros expuestos, no podía compararlos con algo que alguna vez haya visto, no tenían labios, sus dientes se miraban, no tenían nariz, y sus ojos quedaban casi de fuera, sus dedos tenían pedazos de piel y en algunas partes se miraban sus huesos, era horrible; entonces comenzaron a hablar, me horrorizaba, nos querían comer, nos harían caldo, tenían una lista donde estaban los nombres de todos nosotros, nuestro peso y altura, se darían un festín, tuve que taparme la boca para no gritar. Me fui gateando por la cocina, en ella había cajas con muchas verduras, de seguro eran parte de la comida que seríamos. Corrí a mi cuarto, tenía que decirles a todos para intentar hacer algo, escapar, ¿pero a dónde? recordé que también teníamos prohibido pasar del bosque, porque allí había animales que nos comerían; pero ahora sé que los que en realidad nos van a comer son ellos.

Esperé a que amaneciera, me levanté para ir a la escuela, ella se sorprendió mucho de no tener que levantarme ella misma, me sirvió desayuno, verduras cocidas y arroz, apenas comí, sólo para disimular. Ese día, el camino a la escuela fue largo, apenas y crucé palabras con ella, todos los adultos salían de sus casas para llevar a sus hijos, no podía mirarlos igual. Me imaginaba como se podían mirar debajo de sus máscaras tan bien hechas, sus dedos estaban cubiertos con guantes negros, ahora sé por qué, antes jamás lo había notado, al llegar todos estaban tan sonrientes y felices; ellos no tenían idea de lo que se venía, intenté contarles, pero todos se enojaron conmigo, me tomaron como una loca, ¿por qué era tan difícil creerlo? Ese día la maestra, una de ellas, suspendió la clase, para hacer un festín de carnes, jamás habíamos comido carne, al principio todos estaban muy extrañados, pero lo aceptaron inmediatamente, devoraban la comida a montones, me negué a comer y ella insistía como si la vida girara entorno de eso; por supuesto, quería engordarnos para que estuviéramos más deliciosos, pero me rehusé.

Todo ese rato estuve pensando en cómo escaparía de allí, a la salida, me apresuré a llenar mi termo de agua, tomé algunas frutas cocidas y me escondí de ella, que venía por mí. Corrí muy lejos hasta el bosque, no miré hacia atrás, no quería, sabía que si miraba ella vendría detrás de mí y me alcanzaría. Corrí hasta que mis piernas se doblaron del dolor, para ese entonces ya estaba muy lejos. Dormí un rato, caminé más lejos y más lejos, intentando encontrar una salida de ese horrible lugar. Acabé con toda mi comida, casi por completo con el agua, pero tampoco me quedaban esperanzas de salir de allí. Moriría allí, pero al menos estaba segura en el bosque, sola, con mi única compañía, que era mi propia voz en mi cabeza, Ése era el único lugar seguro allí, mi Mente. Me refugié en mí misma, segura, sola, en un bosque en el que me refugiaba como si fuera un enorme castillo. El cielo me miraba con sus enormes nubes y las ramas de los árboles me saludaban. Nada entraría allí, ni nadie. No me comerían, ni a mí ni a mi mente. Moriría, tal vez, pero mi mente podría viajar en paz, sabiendo que me salvé de aquellos monstruos. No fui un caldo de humanos.

Comentarios


Dania Adilene, en definitiva, hemos de reconocer tu talento y esperar tus entregas narrativas en este Blog que se enriquece con tus relatos, llenos de literatura creativa que nos hace re-crear la historia al tiempo que la leemos.

¿Qué más emoción que descubrir en cada línea la magia de las palabras que nos llevan a otros planos de una realidad que podría no ser la ficción que se narra, ¿Por qué si no, pensemos en las atrocidades que hoy y siempre se han cometido en los intersticios de una sociedad que los solapa?

Felicitaciones. José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Bravo! Excelente Adilene! Sin duda un talento y nos lo ha demostrado por su consistencia. Y porque cada texto que entrega sin duda lleva su huella impresa , un buen desarrollo con mucha creatividad. Un gusto leerte, sorprenderme y aprender de tus escritos.
Anónimo dijo…
Si duda alguna que su creatividad y su manera de narra marca una persona hecha y derecha de un estilo único.
Alma Beltrán

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