“En un parpadeo, ya estábamos cayendo en picada por el barranco, arrasando con piedras y árboles a nuestro paso”
PUNTO DE QUIEBRE
Elsa Carolina García Carrillo
Éste
pareciera un día cualquiera, bueno, tan cualquiera como podía ser un día
después de una fiesta de locos. No había dormido nada. Tal vez mis ojeras
pronunciadas y mis ojos rojos me delataban, pero que importaba, esos son los
efectos de combinar alcohol, algo de marihuana y nada de dormir.
Apenas
eran las 10 de la mañana. La casa estaba hecha un asco. Había unos dormidos en
el suelo, otros dándose un baño y algunos poniendo la cocina patas arriba buscando
algo de comer. Yo sabía que el refrigerador y todos los estantes estaban vacíos,
por lo que invité a uno de mis amigos a la tienda para comprar algo de comer y
algún suero para hidratarnos.
No
tardamos mucho, el pueblo es chico y nunca hay filas en la tienda. De vuelta a
la casa conseguí dormir un par de horas, para luego darme una ducha y
prepararme para la siguiente fiesta. Esta vez no sería en mi casa, sino en la
pista de avionetas, a tan sólo unos 15 minutos en auto; era la fiesta más
importante del año, había música de banda, corridas de caballos, apuestas y
mucho alcohol.
Toda la
fiesta transcurrió entre bebidas, gritos eufóricos cada que iniciaba una carrera
y toparse con un conocido a cada paso. Me la estaba pasando muy bien. Apenas
estaba anocheciendo y me encontraba platicando con algunos conocidos, cuando de
repente todos se quedaron en silencio viendo hacia la entrada, donde llegaba
una camioneta del año blanca y con los vidrios polarizados.
Me
quedé expectante, esperando a que se bajara el dueño de la camioneta, aunque no
entendía por qué todos murmuraban, si sólo era Libardo, un muchacho del rancho,
el bato es bien compa, claro, sé de sus problemas: sus ataques de ira o de
pánico, no era ningún secreto para nadie, pues ya en un par de ocasiones se
había puesto mal en algunas fiestas, pero igual seguía sin entender por qué
todo mundo lo miraba de reojo o, simplemente, se volteaban al otro lado.
Para
mí, él seguía siendo el mismo, al menos, a simple vista, eso parecía, así que
me acerqué para saludarlo, me reconoció y me sonrió mientras nos saludamos.
Platicamos durante horas y bebimos demasiado, a decir verdad, hasta que dijo
que tenía algo que hacer y se fue.
Ya la
noche se había hecho presente y la gente empezaba a dejar vacía la pista, pues
no había iluminación y uno de los extremos de la pista era un barranco, por lo
que mezclar ebrios, oscuridad y un barranco no es buena idea, así que lo más
conveniente era llevar la fiesta a la plazuela del pueblo.
Así
seguimos tomando y escuchando la banda hasta el amanecer, típico de esta
fiesta. Ya eran las 8 ó 9 de la mañana y me encontraba con un grupo de amigos, me
dispuse a despedirme cuando de la nada llego Libardo en su camioneta y me
invitó a dar la vuelta, y yo accedí.
Al cabo
de unos minutos llegamos hasta la pista de la noche anterior y nos detuvimos en
el extremo opuesto al barranco. Yo estaba muy cansado, sentía los párpados
pesados y de verdad estaba luchando para no quedarme dormido ahí mismo, cuando
Libardo empezó a hablar y dijo:
“Sabes,
Raúl, es extraño pasar de ser el alma de la fiesta a ser el bicho raro, al que
todos miran de reojo, no había cruzado palabra con nadie en una fiesta hace
meses, hasta anoche que tú me dirigiste la palabra, entonces lo entendí, entendí
que si he de morirme hoy, tú, siendo mi único amigo, el único que no le tiene
miedo al loco del rancho, debe acompañarme, que dices ¿volamos?”
Yo no
entendía a lo que se refería, a decir verdad, no había volteado a ver su rostro
hasta ese momento, su miraba estaba perdida y su piel casi sin ningún color
aparente, era como ver a un fantasma, sus manos estaban agarradas con fuerza al
volante; ni siquiera me dio tiempo de preguntar a qué se refería con eso de que
moriría hoy, y que yo debía acompañarlo. ¿Y qué carajo era eso de ¿volamos?
Apenas
logré abrir la boca para preguntarle cuando Libardo metió el acelerador a fondo
mientras gritaba “¡Vamos a volar, nos vamos a matar!” Y así, en un parpadeo, ya
estábamos cayendo en picada por el barranco, arrasando con piedras y árboles a
nuestro paso, yo me aferre con todas mis fuerzas al tablero de la camioneta,
mientras veía con horror pedazos de ella volar y sentía pequeños cristales
clavarse en mis brazos, hasta que al fin llegamos al fondo del barranco y todo
se volvió negro.
No sé
cuánto tiempo pasó. Desperté en una camilla del hospital, con un brazo
fracturado y múltiples rasguños en mi cara, recordaba lo que había pasado, casi
como un sueño. La enfermera entró y me informó que mi familia había llegado por
mí, que había pasado toda la noche en observación y que podía irme ya que no
presentaba daños graves, antes de que siguiese con su discurso, me atreví a
preguntar por Libardo, quien según la enfermera se encontraba en otra
habitación con algunas fracturas en las costillas y brazos, pero se encontraba
estable.
Han pasado
los años, aún me estremezco al recordar aquel día, aún agradezco a Dios, al
destino, a lo que sea por estar vivo. De Libardo, no he sabido mucho, lo último
que oí es que va a terapia y toma miles de antidepresivos, me ha pedido muchas
disculpas, le dije que lo perdono, aunque no deseo verlo nunca más.
No voy
a decir que he dejado las fiestas, pero ahora las tomo con mayor
responsabilidad y debo decir que no he estado en una hasta el amanecer desde
aquel día, digamos que esto me enseñó a tener límites. Estuve con Libardo en su
punto de quiebre y de cierto modo, yo llegué a ese punto también, pero quiero
creer que fue de manera positiva.
Comentarios
Carolina, tus relatos siempre nos alegran o nos ponen a pensar. Desde aquel primer texto, De rancho y sin sombrero, ya mostrabas tu vena literaria. Ahora con esta breve historia de fiesta y disipación entre los jóvenes, nos presentas una viñeta de lo peligroso que resulta combinar alcohol en exceso, con desvelos y malas compañías. Tu protagonista se salvó y logró razonar a partir del Punto de quiebre, pero a cuántos más la vida se les quebró en ese parpadear mientras volaban sobre el barranco.
Saludos, Carolina. Y te felicito por tu escritura. José Manuel Frías Sarmiento
Buen relato que nos advierte de los peligros de ser un poco irresponsables con nuestros habitas y amistades.
Al inicio pensé que se trata de Ud, y dije "Ah que brava" Pero ya vi de que se trataba.
Te mando un saludo, espero leer mas, me encanta leer y descubrir diferentes formas de redactar y sin duda la tuya me genera muchas ideas y me pone a pensar.
Te mando un saludo Elsa Carolina!
Gracias por regalarnos parte de tus mundos y talentos. Sigue adelante Elsa Carolina.
Salud en la Familia. Salud para tí.