“Las escuelas están como edificios en ruinas, en un año no ha pasado ninguna actividad de asepsia por sus patios y paredes”






LA RESTAURACIÓN EDUCATIVA Y LA OPORTUNIDAD DE HACER OTRA ESCUELA

 

Adán Lorenzo Apodaca Félix

 

Cuando yo era pequeño, porque como dice Serrat en el homenaje a la Lola Flores La Faraona, yo también fui algún día pequeño; pues cuando yo era pequeño, eran muy frecuentes en aquél tiempo la venida de los ciclones o chubascos, así les decíamos a esos meteoros para los cuales la Real Academia de la Lengua tiene sus definiciones, aunque para nuestro infantil pensamiento, eran sinónimos. Algunas de estas inclemencias llegaban con una enorme fuerza devastadora arrancando todo a su paso. Pues, decía, cuando yo era pequeño y se anunciaba un ciclón o chubasco, que. interrogaciones aparte, nunca he podido entender por qué casi todos llegan y llegaban por las noches y en las madrugadas, la abuela Tola era la encargada de diseñar la logística para la seguridad de todos los moradores de la casa familiar: mandaba llenar varios baldes con agua, tapar los palos de la leña con una lona para que el agua no los humedeciera, tener listos cerillos y velas; además, nos ordenaba atrancar puertas y ventanas. Había que estar preparados y sería verdad o mentira, pero siempre nos contaba de aquel año en el cual, un ciclón se llevó la carpa del cine de los húngaros que estaban apostados en el pueblo.

No dejaban de ser tiempos extremadamente tensos, ésos del paso del ciclón, días previos se anunciaba en la radio con mucha seriedad la proximidad del meteoro, le daba mucha solemnidad al evento el hecho de que los locutores interrumpían la transmisión para dar los pormenores del desplazamiento del meteoro y emitir las recomendaciones respectivas, esa misma seriedad con la cual los trabajadores del micrófono anunciaban el hecho se transmitía al público radioescucha, pero donde la noticia adquiría mayor dramatismo era cuando pasaba de boca en boca entre los vecinos del pueblo, que allá en Nayarit arrancó una casa entera, que allá por Jalisco hizo volar a unas vacas con todo y becerros y que en Sonora, volteó a un trailer cerca de Guaymas, ésos y otros eran los rumores que acompañaban a la inminente llegada de los  ciclones o chubascos. Expresiones lingüísticas que hacían que se sembrara mucho miedo.

Pues, como iba diciendo, mi abuela Tola nos resguardaba en uno de los cuartos más seguros de la casa que, generalmente, era de cuatro por cuatro metros, ese cuarto del fondo nos servía de fortaleza para protegernos, ahí estábamos hechos “bola” yo y mis hermanos, oyendo silbar el viento, con más miedo que cuando vimos aquella película, “Hasta el viento tiene miedo”, con Maricruz Olivier en el cine de los húngaros. Ahí estábamos horrorizados, el refugio era un cuarto de adobe con piso y techo de tierra, ese cuarto no se goteaba y era el más seguro, desde ese lugar oíamos “aullar” el viento, callados, temerosos y expectantes, esperando que amaneciera y terminara esa larga noche de horror, la abuela, de vez en cuando, se asomaba para saber que estábamos bien

Por allá, como a las cuatro o cinco  de la mañana, lográbamos dormir algunos minutos u horas; cuando despertábamos, la abuela nos levantaba y nos pedía que la ayudáramos a realizar “el recuento de los daños”, la tonalidad familiar era que parece que volvíamos a nacer en nuestra casa y el pueblo a reinventarse, al abrir aquella famosa ventana por la que ordenaba su mundo la abuela, el panorama era desolador, “parece que pasaron los apaches”, decía la abuela con un tono de  desaliento y resignación; era ése y los que venían, días pesados, por el número grande  de actividades que debíamos realizar para la complicada restauración.

Las láminas negras o de aluminio con las que se daba forma al tejaban estaban en los solares contiguos, había que ir a sacarlas de los escombros de la casa vecina; el tendedero también estaba en la calle con la ropa hecha bola y llena de lodo; los limones del limonero hacían una mancha entre verde y amarilla en el suelo. Los árboles, la mayoría de ellos, estaban arrancados del suelo con todo y raíz; las hornillas del patio estaban desechas; las plantas del jardín estaban destruidas; los baldes y otros artefactos estaban regados por el patio lodoso. Era un desastre la casa, ésa era la mañana al amanecer del otro día después del paso del ciclón o chubasco.

Dejando momentáneamente de lado esos comentarios pueblerinos, pido, amables lectores, que nos situemos en la realidad actual; una realidad marcada para siempre por la crisis sanitaria que nos ha llenado también de miedo; y, por ese ejercicio consuetudinario del raciocinio, traslademos esas reflexiones al espacio educativo y establezcamos algún nivel de comparación, de cómo está el sistema educativo mexicano con la situación descrita con el paso de los ciclones o chubascos, como los llamábamos en los tiempos descritos líneas atrás.

En este año que ha pasado, en materia educativa eso es lo que estoy seguro habrá en el regreso a clases: un aspecto desolado y triste, como en los días posteriores al arribo de los ciclones al norte de Sinaloa. La pandemia nos ha hecho que estemos en esa situación de desastre, un desastre que tardará muchos años en arreglarse, tal como nos sucedía con la llegada de los ciclones al pueblo y a la casa paterna.

En esas condiciones está el Sistema Educativo Mexicano, la pandemia lo ha colocado en condición desastrosa; si bien se han usado o puesto en práctica numerosas acciones para paliar los efectos negativos de esa circunstancia, han sido más los efectos negativos de la misma. Las escuelas están como edificios en ruinas, en un año no ha pasado ninguna actividad de asepsia por sus patios y paredes; los baños están en condiciones desastrosas; la hierba ha crecido en sus perímetros, en algunos casos las cercas están caídas; eso es en lo exterior, en lo interior existe poco compromiso de los actores educativos con la escuela.

Como en los tiempos de los ciclones en el pueblo, en aquel tiempo batallábamos incluso años para recuperarnos de los desastres que había caudado el meteoro, lo mismo creemos que sucederá en el país con el aspecto educativo, restaurarlo llevará mucho tiempo, volverlo a la normalidad creo que será imposible; sucederá lo que pasaba con los ejercicios restauradores posterior a los ciclones, no todos colaborábamos de la misma forma, lo mismo pasará en lo educativo, no todos los actores educacionales van a colaborar en este ejercicio restaurativo de la misma manera, la desidia y el desinterés creo que se harán presentes en muchos de esos actores señalados.

¿Cómo se restaurarán los dos años casi perdidos? Ha surgido en la literatura especializada, el concepto de “pobreza en los aprendizajes”, para referirse a la precariedad de los saberes que están adquiriendo los discentes por las máquinas y demás dispositivos; en este maremágnum, una cosa es real, a los alumnos le hace falta ese anclaje con la realidad para que contrasten, validen y practiquen lo aprendido en los salones de clases. En el recuento de los daños, creo que no hay fórmulas matemáticas para hacer ese cálculo dañino con la precisión que se requiere y, por lo tanto, nuestro sistema educativo adolecerá de calidad o lo que digan los “expertos” en educación que le falta.

Lo he sostenido en otros escritos, estamos ante la oportunidad histórica para hacer un cambio en el modelo educativo mexicano; cierto, nos va a costar mucho trabajo por las condiciones en las que lo ha dejado este obligado receso, no podemos volver a las escuelas a hacer lo que tradicional y rutinariamente estábamos haciendo, aquello con los resultados ya sabidos; creo que es tiempo de asumir con plena conciencia el rol tan importante que tenemos los docentes en este país, si lo ejercemos con  compromiso y con responsabilidad, el gremio magisterial pasará a la historia como aquel que contribuyó en el cambio de rumbo de la educación mexicana. No seamos sólo testigos morales de los acontecimientos educativos restaurativos en este país, asumamos un rol protagónico de primer orden. Creo que vale la pena. A cien años de la creación de la Secretaría de Educación Pública, hagamos otra escuela.

 

 


Comentarios

Estimado Dr. Adán Apodaca, los ciclones que arrasan con todo, nos dan la oportunidad de reconstruir, como Usted lo dice, desde abajo y arrejuntando lo que por ahí nos quedó, tirado o mal parado. Y sí, coincido con su relato, hay mucho descuido en los planteles educativos y hay mucho por hacer, antes de volver a clases presenciales; pero, vuelvo a coincidir con su relato, se podría aprovechar para poner los horcones de otra forma y ripiar las paredes con otro barro. Talento y conocimiento hay.

Saludos de su amigo José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Estimado Dr Adan , empezando empezando no hay duda que Ud es un perron para la transmision de ideas . Una de las formas mas faciles de transmitir informacion del mundo abstracto al concreto es mediante historias con un punto bien formado secuencialmente y aqui muy habilmente nos ha llevado mediante su texto para sacar provecho de esta "problematica" y darle vuelta con otros ojos. Le mando un saludo.
LEA-V dijo…
Mi estimado Dr. Adán Lorenzo. Bello texto, construído con saberes, que por lo regular desprecian las ortodoxias intelectuales y academicistas. Excelente su símil, con las desgracias de los chubascos/ciclones y en este caso la Pandemia, con sus desastres en el Sistema Educativo Nacional. Igual, coincido en su planteamiento y la sugerencia de aprovechar esta condición anormal.

Felicito al Dr. Apodaca, como siempre.
Agradezco en demasía los comentarios vertidos por el maestro Frías, el Ingeniero Tolosa y el Dr. Alcántar, son de verdad muy motivantes sus palabras escritas para seguirle el Rollo al "Frías".
Un abrazo desde Los Mochis con mi afecto incrementado.
Adán Apodaca

Entradas más populares de este blog