“Entrado en la carrera, empezó a marcar pasos largos. Casi como bailarín de ballet clásico. No hablaba nada. Concentración de faquir”
EL NALGUITAS PÍCARAS
Dr. Luis Enrique Alcántar
Valenzuela
La brisa tenue venida del río, extendía su manto enorme y suave para
arropar con calidez el caserío de ese pueblo, ubicado a escasos kilómetros de
la capital sinaloense. Era temprano, muy temprano; no obstante, algunos de los
pobladores con su piedra de amolar en mano/pierna, para hacerlas sonreír ya
afilaban sus caguayanas, hachas y palas, con la firme idea de salir a la
refriega cotidiana.
A esos jornaleros, nadie le estaba dice y dice sus tareas del campo. Sabían
muy bien que tenían que enfilarse al campo, antes de que el sol acariciara con
sus primeros rayos, a la campiña de ese inmenso bajío adornado majestuosamente
con sus habladores paredones de tierra muerta. La verdad, es que arriba de la
mitad de los lugareños, seguían en su sueño profundo, baqueteando a lo lindo y
bonito, con pedos madrugadores incluidos. Ni el canto de los gallos
desmañanados, interrumpía ese dulce y reparador sueño. Pero se sabe que, en los
pueblos, nada de nada es homogéneo. Siempre hay un cabrón que rompe con el
sonsonete de la repetición mareadora.
- ¡Lo tengo que lograr!, chingue a su madre. A como sea, pero lo lograré.
Así lo dijo. Seco y contundente, que hasta al tranquilo tímpano lastimó.
Así como lo comunican los jueces de lo penal al final, en los juicios
judiciales contra el acusado: “Declarado culpable por homicidio doloso”.
Contundente, seco y retumbando en la conciencia, si es que funciona en esas
condiciones.
El Nalguitas Pícaras, se dijo ese ramillete de frases efectistas a sí
mismo. Las expresó con mucho coraje, enjundia y determinación. Desde su
aposento empobrecido se levantó como gato negro caído del techo de tule. En
chinga pues, saltó ágil como un gatleopardo juvenil, y en el mismísimo aire, en
un chischás acomodó cuerpecito y extremidades. Aventándose velozmente algunas
que otras contorsiones, cayó de pie listo y vivaz para hacerse responsable de
lo que haría ese día. Ese catre viejo donde dormía. Con chinches al por mayor.
Mostraba al público su jarcia percudida, roída, de tanto uso, sol y llovidas
que le habían caído. Su dormitorio era un catre contenedor de información.
Sabía tanto del Nalguitas Pícaras; era cuestión de rascarle al catre para que
hablara un poco más de este tipo tan raro y especial. Creo, que solo ese pinche
catre viejo puede darnos pistas de lo que sueña, piensa, teme, ama, y
preocupa…En fin, de todo lo que le rezumba en la cabeza, a cualquier ser
humano, como al mismo Nalguitas.
Y pues mire usted. El Nalguitas Pícaras, lo sabemos; no puede ser la
excepción a la regla, aquí no se cumple eso. Porque es bien sabido cómo, todo
hombre o mujer, siempre traen algo entre la mente que quiere conseguir. A
veces, ni los familiares más cercanos saben lo que se trae entre ceja y ceja
esa persona. Es más, ni los más camaradas se la huelen, aunque apeste, incluso.
El Nalguitas Pícaras, muy a su estilo siguió aderezando y estimulando sus
pensamientos, con el primer toque de esa cannabis,
cultivada clandestinamente en las tierras del bajío, propiedad del señor John
Trapper. Entre los segundos que duraban los primeros quiquiriquíes entonados
por los gallos petacudos, ya tenía en su mano zurda, forjado y encendido el
toque mágico matinal. Sin mucha contemplación griega, le empezó a apretar duro
al carrujo, como si estuviese tocando las puertas del dios Eros. Apareció de
inmediato, en su red neuronal lingüística el siguiente impulso eléctrico, que
el Sr. Broca tradujo así:
-Si Bon Beamon, con el black power
lo hizo en la olimpiada de 1968 aquí en nuestro terruño. Reconozco fue un salto
de longitud endemoniado, 8.90 metros. Voló prácticamente el pinche negrito. Por
eso me pregunto ¿por qué no puedo hacerlo yo? Aunque no esté en unas
olimpiadas. Lo tengo que lograr. Pero el salto mío será de altura. Para eso me
he preparado mucho en el bordo del canalón siete y en las tierras de aluvión
aradas, propiedad del Chamaco. Mis entrenamientos han sido rústicos, salvajes.
No hay pedo. Lo lograré. Por eso la raza del pueblo me ha visto volar por
encima de las ramas de aguacates, de los troncos de mangos finos de Don Joaquín,
y hasta por encima de las cortantes milpas de Puyango. No importa que se
encabronen los pinches viejitos, porque piensan les ando dando un golpe traidor
a su platanera, aguacates, mangos o elotes. Están pendejos el Chamaco and Company, yo no le hago a eso. Sólo a
la mota; pero pues no ofendo a nadie. Soy un marihuanito civilizado.
El Nalguitas Pícaras, volvió a repetirse a sí mismo, con su voz interior;
pero ahora con más fuerza, contundencia, palabras y azotando fuerte el piso de
tierra con sus tenis superfaros negros, que para variar ya andaban en las últimas
pisadas. El bato calzaba del siete y medio desparramado. Si no entienden esta
medida; no se preocupen más adelante la entenderán. Al golpear con tanta fuerza
el piso de tierra el Nalguitas Pícaras estremecía todo el 1.90 que medía,
incluidas esas sentaderas tan coquetonas que Dios, sus padres y el
entrenamiento constante habían ayudado a esculpir.
Ese día, no sé; pero quizás el Nalguitas Pícaras hizo un conjuro con
algunos duendecillos del monte cercano al monumento. Ahí muy cerquita de las
tierras y huerto del Chamaco. Ahí mero, en el monte de verdes cucas, resecos
guamúchiles, frondosas higuerías y esas grisáceas garras de gato, muy cerca al
obelisco donde cuenta la historia. Justo en ese monte espinoso el general
Antonio Rosales, les pegó una santa chinga de perro bailarín a una bola de
franceses, que armados con no sé qué chingados querían conquistar o sitiar la
capirucha de Sinaloa. Casi nada, mancillar la bella Perla del Humaya. Esos
francesitos, con todo y Napo, sí que estaban bien pendejos.
Pues ese día, entre naturaleza y conjuro con duendecillos, no lo van a
creer, amaneció más temprano que de costumbre, en las húmedas y calurosas
campiñas del histórico pueblo de San Pedro de Rosales. El viento, para variar,
era hasta un poco más fresco que de costumbre. El clima, siempre sabio, se
preparaba para algún acontecimiento. Generaba en automático condiciones
atmosféricas apropiadas para algo, no sé con precisión qué; pero estaba
trabajando muy bien. Las condiciones climáticas estaban ya listas.
Era un día de junio, de por allá de los años setentas del siglo XX. Era un
día de junio caluroso, húmedo, salitroso y de tierra muerta pegajosa en las
pieles curtidas de los pobladores. Ese color y resistencia de la piel se logra
por ese sol bravo de cada verano naciente. La insignia o marca la llevaban los
plebes dueños de las calles que conforman las distintas barriadas de este
pueblo histórico. Toda esa plebada, formada entre el barro, la tierra muerta y
el verde bledal. Cada uno traía la marca de tres anillos de tierra muerta
pegada en su cuerpo: en el cuello/garganta, en la parte superior del doblez de
sus codos, en sus dos arcas/axilas y en la parte anterior del doblez de sus
rodillas. Les valía madres, la portaban con un orgullo cabrón, tal y como
portaban a veces los bártulos los apóstoles descritos en el nuevo testamento.
Así andaban los cabrones plebes, con un orgullo y autoestima que hasta Paulo
Coelho se hubiese sorprendido para ya no escribir tantas chingaderas sobre el
cómo creer en ti y esos rollos mareadores que tiene rato aventándose.
El Nalguitas Pícaras, es producto original de esos barrios, y como todo
niño portó esos tres anillos de mugre negra sólida, de los cuales ya les
platiqué. En ese siglo y día, él tenía 17 años.
Precisamente ayer, 24 de junio, los cumplió. Le hicieron un fiestón en su
casa, de poca madre. Que ya ni me acuerdo, pues precisamente porque no le
hicieron nadita de nada. Pasó el día de su cumpleaños, como pasar de lunes a
martes, sin ruidos y estruendos extraños. El morro ya estaba acostumbrado y no
andaba con lloriqueos de jotito cremita. De esos cuates que hoy son una pinche
plaga temible. En el buen sentido de estas palabras, sin la intención de
ofender a nadie.
Ya estaba listo, para el reto Pepsi. ¡Ah! No, ese fue más adelante. Es
claro que esa mañanita, dejó el catre apestoso en su casa. El nixtamal le
coqueteaba en el molino mohoso, pero este tipejo ahí se quedó como Penélope
esperando a Ulises, para que le diera vuelta al molino como siempre él lo
hacía. Ni un guiño le mereció. De su jefa ni se despidió porque, al modo de la
doña; estaba renegando con el Monito. Porque resulta que el muy recabrón
baquetón, había amanecido de nuevo miado hasta las orejas. Decían las malas
lenguas que el Monito, sufría de frío en la vejiga. Por eso en las noches no le
cortaba el chorro al miado, ni con el mejor sable del mundo lo podía hacer. No
estaba en él. La verdad pobre morrito. Así fuera noche de paz, noche de amor, o
los soles de mayo, mi compa el Monito se orinada, pero machín. No exagero.
Al Nalguitas Pícaras le valió madres, que el Miliky, el Monito, la Cuata,
el Cuate, la Toñita, la Meche, el Pato, la Borrega, el Águila, el Flaco; toda
su tribu completita, se quedara sin las tortillas de maíz para desayunar. Dejó
atrás esas escenas de la vida cotidiana familiar, como se dejan atrás esos
pasados que lo desgracian y atan a uno. Dejó atrás ese pasado que lo limitaba y
se fue casi saltando como un gatleopardo. Pegó un portazo simbólico a su casa,
digo, porque ni para puertas les alcanzaba, y se concentró en calentar su
máquina de esqueleto, músculos, tendones, nervios y articulaciones. Iba, poco a
poco, entrando en calor, además de que le atizó más a su propio calor con el
toque mágico de mota que ya se había puesto en ayunas.
Como alma que se empeña al meritito diablo, el portador de las nalgas
coquetas se enfiló al límpido solar de don Tomás Soto. Le quedaba como a unos
ochocientos metros. Cerquita pues. Ahí en ese predio, bien regado y emparejado,
permanecía por lo regular (mientras no lloviera fuerte) una red de cochibol,
que a la vista de todo mundo se contoneaba; pero en especial ese erotismo
coqueto lo expelía para los ojos de jugadores de voly, apostadores y mirones de
las careadas de cochibol. Era la red de volibol que estaba en esa cancha rural
donde la raza jugaba a ese deporte tan popular. La altura de la erótica red,
fluctuaba entre dos metros y dos metros veinticinco centímetros. Un día antes,
la red la habían colocado a una altura de dos metros con cinco centímetros, ya
que se habían enfrentado dos tercias de mujeres voleibolistas. Una comandada
por la Monchona del Batallón y la otra dirigida por la Ely Vidaño del mismo
pueblo. Pinche careada estuvo tan buena, que el griterío se asemejaba al de un
baile en la pista con Rigo Tovar. Les digo, se gritó a lo pendejo, los
pudientes asistentes tomaron cerveza de cuartito, de esa que llaman pacífico.
La pisteadera estuvo a más no poder, y de la red de voly pues nadie se acordó
de subirla a los dos metros con veinticinco centímetros. Esta altura era
necesaria, porque al día siguiente estaba amarrada una careada entre el Jolis
de la Sinaloa y el Gûico Ibarra. Un dos para dos parejito.
El caso es que la red de voly, así amaneció con esa altura 2.05 metros. De
repente, como un espanto, entre el caserío próximo se vio se levantaba una
pinche polvareda por el solar de Don Fonso Liera. La polvareda caminaba junto
con un bulto que corría, se detenía, trotaba y volvía a correr. Era el pinche
Nalguitas Pícaras enfundado con su short azul marino de terlenka, de diseño
original de la modista del pueblo nombrada como la Canucha Chanel Valenzuela.
Era, pues, el Nalguitas Pícaras, quien se enfilaba como alma que empeña el
diablo hacia la cancha de cochibol. El polvo disminuyó un poco y se perfiló la
figura esbelta y bronceada del Nalguitas Pícaras de casi dos metros de alta.
Sin playera se veía el compa imponente, sudando a chorros. Todo ese sudor
salinoso le corría por su pecho delineado, en su espalda amplia no grasosas y
por esas piernas; que hay dios del cielo eran como unos palos de Brasil,
fuertes, marcados y fibrosos que hasta ganas deban de acariciarlas. Y de las
nalgas, pues eso es parte del mismo espectáculo. Bailando éstas al son que les
tocaba el pinche Nalguitas Pícaras.
Entrado en la carrera, empezó a marcar pasos largos. Casi como bailarín de
ballet clásico. No hablaba nada. Concentración de faquir. Cada paso largo era
como un salto de dos metros de longitud. Era tanta la fuerza aplicada en cada
paso, que sus pantorrillas parecían partirse como dos empanadas para arrojar su
piloncillo a la tierra muerta aplanada. Pero no, al despegarse del suelo de
tierra, éstas se destensaban un poco para esperar el nuevo paso. Cada paso
movía toda su negra cabellera y, a veces, parecía que se la succionaría el
cielo con neblina que permanecía como vigilante policiaco. Sus pasos amplios,
los marcó formando una especia de media luna antes de llegar a la red. En un
corto tiempo se enfiló hacia la red con una decisión campeona. La atacó con
toda su fuerza. Con la chueca. La pierna zurda pues, apoyó totalmente y sobre
ésta se impulsó de espaldas para elevarse hacia la red, con un salto tipo Fosfbury Flop. La altura que tomó fue impresionante.
Nunca antes vista en el pueblo. En la ejecución perfecta del salto de altura de
espaldas. Primero pasó su brazo y hombro izquierdo, luego como gatleopardo se
giró ligeramente para acomodar toda su espalda, que ya había superado la altura
de la red. En milésimas de segundo, con la potencia de los músculos de sus
nalgas, las tensó éstas y con esa acción impulsora pudo jalar con una fuerza
inverosímil sus dos piernas, que al unísono vencieron la gravedad, al
desplazarse hacia arriba. Sus largas, garrudas y potentes piernas libraron
también la red y enseguida se operó el descenso triunfal hacia un par de
colchones viejos donde cayó hábilmente sin golpear o traumatizar su cuerpecito.
Esos colchones testigo, los jaló en la madrugada el Gûero Kin, para hacerle un
paro de compas al Nalguitas. En eso habían quedado, un día antes.
El Nalguitas Pícaras, lo había logrado. Pudo saltar por encima de la altura
de la red de cochibol. Con esa hazaña deportiva estaría pasando a la historia
del pueblo de San Pedro, de Navolato, Culiacán y quizás de México. Según
cuentan los más viejos del pueblo, esa proeza nadie la había logrado. Desde
luego, que hay muchas cosas que suceden en ciertos rincones del planeta, que el
mundo nunca sabe que se llevaron a cabo.
El Nalguitas Pícaras, al caer en los colchones viejos, polvorientos y
terregosos, se quedó un ratito viendo hacia el cielo, casi como buscando a la
virgen morena. Hizo una rápida contorsión con su espalda, nalgas y piernas para
incorporarse tal y como lo había hecho hace algunos minutos de su catre viejo.
Con la agilidad y destreza combinadas del gato y leopardo, pudo hacerlo de
nuevo. Enderezó su cuerpecito, estiro sus largos brazos y piernas, para luego
como galán de fotonovela acomodarse su lacia cabellera con los dedos de sus
manos. Presto ya para reanudar la marcha hacia quien sabe dónde.
No lo voy a negar. Hubo algunos testigos presenciales del impresionante
salto del Nalguitas Pícaras. Uno de ellos fue el Mudo Chiquete, quien de
inmediato se le acercó para decirle.
-Pinche Nalguitas estás bien pesado cabrón. Que yo sepa, mi ése, nadie ha
brincado una red de volibol, a como lo hiciste tú. Se ve que las nalgas que
tienes, no sólo son pícaras; sino saltonas jajajajajajaja.
El Nalguitas Pícaras se le quedó viendo al Mudo. Mientras se quitaba la
tierra muerta de su piel y se retiraba un poco el sudor de su frente. Le siguió
viendo y se sonrió.
-No, pinche Mudo, lo que tú no sabes cabrón, es que el secreto de mi salto,
está no en mis piernas, ni en mis nalgas; sino en el par de dedos gordos que me
mando en los pies. Hace mucho tiempo, Jandín, el de la Paula, me dijo ese
secreto. “Mira Nalguitas, te mandas unos dedotes gordos de poca madre en tus
pies, si te entrenas puedes ser un buen saltador, de ti depende”. Le hice caso,
me entrené y pues con el toque de mota que me aventé, pues me di más valor. Y
sí, lo logré. Era lo que traía entre ceja y ceja desde hace varios meses. Nos
vemos pinche Mudo. Te bañas cabrón. Ahí nos vemos porque tengo que ir a molerle
el nixtamal a mi amá. Tú sabes cómo son las jefas de uno.
Agarró camino, pero en sentido contrario a su casa. Se le notaba realizado
en su hazaña. Ahora sí, la gente del pueblo hablaría más del Nalguitas Pícaras,
pero no de lo que se ve rápido en él, sino de aquello que permanece oculto a la
vista de los demás. Aquello que no se capta inmediatamente como potencial
diferenciador de la persona, a veces hasta la misma persona tarda en definirlo.
En su búsqueda tardará, pero al final lo encontrará.
Comentarios
Estimado amigo, Dr. Luis Enrique Alcántar Valenzuela, la picaresca es la joya del habla sinaloense, y a todo le hallamos forma y luego luego lo bautizamos; como al compa de su relato, El Nalguitas Picaras, gran atleta desconocido que lucha por cumplir su sueño, y lo consigue para gloria suya y de nadie más. Hay tantos valores, talentos y habilidades desperdigadas por estos lares, que sólo sus relatos y los del Colectivo de Escritores de este Blog, pueden sacar a flote, aunque los certificados no nos lean o, a hurtadillas, digan que puras pendejadas se nos ocurren para escribir. En fin…
Amigo y compinche de lecturas y escrituras marginales, le felicito por su relato. Un abrazo, su compa, JM, El Tal Frías S.
cultura.
Y qué bueno que el Nalguitas Pícaras no se encajó un resorte del colchón todo oxidado, por tanta madera. Le mando un abrazo fuerte y sincero.
Con este relato, se va conformando lo que sería una estupenda antología de relatos del Dr. Alcántar. Cuyas historias, como "el nalguitas pícaras" recuperan lo anónimo, vivo y cotidiano.
Singular personaje, directo a la clasificación olímpica de Tokio. Jajaja.
Como toda buena microhistoria (con el permiso de los historiadores) permite analizar y apreciar las costumbres, ideas, e historia de los pueblos (de lo local a lo mundial)
Gracias por regalarnos esta experiencia de lectura tan viva. Saludos profesor.
María Teresa V.T.
Excelente narrativa, lo felicito y quiero comentarle que siempre leo con interés sus producciones.
Un abrazo con mi afecto incrementado desde Los Mochis.
Adán Apodaca
Saludos mi estimado amigo
De verdad, valoro su tiempo dedicado a este texto. Salud en la Familia, abrazos.