¡SERAFÍN, SERAFÍN ME COME LA PERRA… SERAF…!
Adán Lorenzo Apodaca Félix
Cuando se trata el
tema de la inteligencia animal, como en
otros tópicos de la vida, las opiniones tienden a polarizarse, René Descartes
puede ser el autor de una maldición referida a este asunto, el sabio matemático
sostuvo la idea de que los animales carecen de conciencia y que, por lo tanto, no tienen mente, y los actos que realizan son de seres autómatas; sin embargo,
en contraposición a esa postura, los
estudiosos actuales del tema, sostienen tesis contrarias, ello señalan
que algunos animales poseen inteligencia y memoria, incluso, mencionan y lanzan provocaciones respecto a las
inteligencias múltiples en animales, al estilo de Howard Gardner.
Mientras la
discusión continúa, les queremos referir un acto de inteligencia de un animal,
esto sucedió por supuesto en el pueblo de Charay, ahí suceden cosas que si uno
las cuenta en otros espacios, se prestan mucho a considerarlas como mentiras,
el relato que ahora les presentamos, bordea la verdad y la mentira, pero como
dicen los cazadores, “esto sí es absolutamente cierto”. Es verdad que los
animales hablan, en el caso que nos ocupa, es el de un perico que había sido
bajado de los álamos, a la orilla del río Fuerte por Serafín Ruiz Pacheco (El Maistro
Sera), el animal estuvo expuesto a la influencia verbal de la numerosa familia
que formaron don Serafín Ruiz (Don Toto) y Doña Ofelia Pacheco (Doña Fela),
pero quién se encargaba de darle sus lecciones de español era Serafín.
El animal, después
de estar en cautiverio y de repetir palabras que su afanoso propietario se
empeñaba en hacerle pronunciar, pronto, se hizo de un respetable vocabulario,
el estribillo de la radio 65, fue uno de los primeros que se aprendió, aquel
que decía, ”sesentaicinco, sesentaicinco, la que le gusta a usted”,
“sesentaicinco, sesentaicinco, la que le gusta a usted”, repetía el ave día y
noche aquella cantinela, después, se aprendió las entradas a la novela del
bandido de la sierra del Huajuco, Porfirio Cadena, El ojo de vidrio; el nombre
de la radionovela, “Alicia una flor en el pantano”, también era repetido por el
noble y educado animal.
En un acto de muy
buena fe, su dueño, Serafín Ruiz, lo sacó de la jaula, como ya era un animal
que entendía, le daba recomendaciones que el perico tomaba muy en cuenta, que
no empezara a gritar muy temprano, que no ensuciara con sus excrementos la sala
de la casa, entre otras que recurrentemente le hacía su propietario.
Como sucede hasta
con los niños que se están criando, el animal de pronto salía al patio a
convivir con los humanos, pero también lo hacía con guajolotes, gallinas y
gallos que eran muy propios de criar en el pueblo en aquellos años, como los
seres humanos, el animal fue agarrando confianza y de pronto, hacía algunas
incursiones para afuera del patio familiar.
Serafín, ante los
tanteos de alejamiento continuos, fue haciendo recomendaciones muy precisas y
preocupantes, como se le hacen a todo ser humano, “no te vayas para allá”,
“cuídate de los carros”, “cuidado con las bicicletas”, pero la recomendación
más en serio que le hacía su dueño, es que tuviera cuidado con la perra de Doña
Brígidita Velázquez, esa era una perra muy osada, no respetaba hornillas en las
que había ollas con manteca de puerco, comales en los que quedaban restos de
tortillas, sentenciaba Serafín: “Dios guarde que te vaya a encontrar por ahí
ese animal, ya nunca más te vamos a volver a ver”, vociferaba muy triste el
propietario del perico.
Una tarde de
julio, cuando arrecia el calor en esta parte de la geografía sinaloense, la
siesta se prolongó más de lo debido, en esa extensión mórfica, los moradores de
la casa en la cual vivía desde hace algunos años el perico, no se percataron
que éste se alejó más de lo debido, el animal, no percibió que detrás de unos
arbustos de una planta llamaba cutabaro, estaba agazapada la temible perra de
doña Brigidita Velázquez, el can dejó que el perico siguiera buscando eso que
buscan las aves en el suelo, lo dejó incrustarse más entre los arbustos, cuando
consideró que era el momento propicio, atacó y logró de un tarascón llevarse al
perico a su hocico, el ave sorprendida sólo alcanzaba a llamar a su dueño,
“Serafín, Serafín me come la perra”, “Serafín, Serafín me come la perra”, las
dos primeras expresiones, impulsadas por la sorpresa y el miedo fueron muy
vigorosas, las dos últimas, fueron pronunciadas entre un montón de plumas
verdes que se desprendían del cuerpo del ave, una vez más, la perra osada de
doña Brigidita Velázquez había hecho de la suyas.
Comentarios
Saludos y gracias por ser la luz en una semioscuridad cultural.
Su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Felicito de nuevo al Dr. Adán, por ese tiempo de la escritura por recordarnos, que aunque algunos lo crean así: en esta vida no está dicho todo.
Salud y Vida.
El perico que escuche mi rancho, es mal hablados, mal educados y como dicen algunos humanos eres el ejemplo para tus hijos; así el perico al escuchar repite. Inteligencia.
Saludos. Le envió un fuerte abrazo desde Culiacán hasta Los Mochis.
Un abrazo con mi afecto incrementado desde Los Mochis.
Adán Apodaca
Adán Apodaca
Adán Apodaca
Gracias compañera Álvarez por sus inteligentes comentarios, son de verdad motivantes para seguirle el paso al tal Frías. Que bueno que le gustó ese texto del perico de Serafín, seguramente en las historias de los pueblos hay muchas de pericos. Un abrazo desde Los Mochis hasta Culiacán con mi afecto incrementado.
Adán Apodaca