“A su regreso la familia tendría lo necesario: comida, ropa, techo, medicinas”






"FUERON POR LANA Y VOLVIERON TRASQUILADOS"

 

 

José Manuel Frías Sarmiento

 

Por las colonias, por los ranchos, por los campos agrícolas; por todas partes se extendió el rumor. Al principio, pocos lo creían. Sin embargo, el rumor creció. Como gigantesca ola arrasó con la duda. El hambre, la miseria, el desempleo y el maldito salario mínimo acabaron por inclinar la balanza.

Los incrédulos creyeron. Los olvidados del régimen se aferraron al ardiente clavo que la corrupción ofertaba. Especularon con la suerte. No se perdía nada: aquí o allá, lo mismo daba morirse de hambre. Y se fueron. Unos a Caborca; otros a Hermosillo; los demás a Jalisco o "pá Guadalajara", como decían con el rostro iluminado y la esperanza prendida en sus palabras.

El procedimiento para reclutarlos asustaba por lo simple. No se ocultaban. A plena luz del día amarraban el trato. Los diez mil pesos de adelanto aliviaban el dolor estomacal, las ojeras, el dolor de cabeza y el desguanzamiento que produce el no comer todos los días. Trepados en el camión se despedían de sus familiares. No sabían a dónde iban. Confiados en el contacto enfrentaban al destino. A su regreso la familia tendría lo necesario: comida, ropa, techo, medicinas.

El rumor se hizo verdad. Fueron y vinieron. Los comentarios avivaban la hoguera en cada pecho:

-El José Luis ganó cuarenta y cinco mil pesos en quince días -.  La presuntuosa afirmación empujó a los indecisos: - Sí compa, tá buena la cosa, lo malo es que yo me jui tarde, pues ya casi pá terminar-.

De nuevo se inició el proceso. Los que regresaron se engancharon otra vez y jalaron con ellos a parientes y amigos: - orastá mejor, compa, nos vamos desde agosto y volvemos en diciembre -.

Se palpaba la ilusión en el rostro, en la palabra ansiosa. - Nuay bronca, te dan todo: comida, ropa, cobijas y trescientos mil pesos, cuando termina el jale -. En las esquinas, en los billares, en los expendios de cerveza, el comentario era el mismo: - nos vamos, ¡cómo chingados que no! ya me van a ver cuando llegue en una 4X4 en diciembre -.

Pero mientras, hay esperar que venga el "compita aquél del otro día". Mientras hay que caminar por La Campiña, por Las Cañadas o por donde haya construcciones pa’ echarse un colado y sacar billetes pa’ comer. Otros, menos arriesgados o con mayor desesperación, desistieron y se fueron de braceros, pero la mayoría se quedó a esperar “al compita de la otra vez”, con el pretexto de que ya no costea irse de braceros pues, - tá mejor en la sierra que allá -.

Por las noches y en las tardes se reunían a platicar los nuevos con los que habían vuelto.

-Mire compa, son un chingamadral de hectáreas, todas sembradas de mota de la buena, puro cola de borrego y chicharrón. No crea que chingaderitas desas que sembramos aquí en el rancho. No, allá todo es en grande. Todos los días matan de tres a cuatro vacas y pá la tarde ni señas de ellas. No le digo que somos un chingo, pues".

-No, nuay bronca, hay mucho bato armado vigilando, pá mi que son judiciales; pero quién sabe.

-Tá cabrón, no se crea. No cualquiera aguanta la carrilla. Nos levantan a las cuatro y hay que chambiarle todo el día, pero por esa lana yo lentro a lo que sea. Aquí cuándo los gano. Ay miago viejo echando colados y ni pá comer mialcanza.

Todos atentos. Bebiendo las palabras. Imaginando el sueño de ser ricos. La caguama circula de mano en mano, refrescando la boca seca por la emoción de la fiebre que los consume.

Pero entre que los llaman y ver si se hace la onda, hay que buscar el sustento por otro lado.

Lo curioso es que lo toman como algo natural. Nadie siente temor, ni piensa que es delito lo que se propone. "No chingue, maistro, ¿cómo vaser delito, no ve que todo mundo se da cuenta?

Las madres, las esposas, los parientes aceptan la aventura. No hay, en definitiva, responsabilidad alguna. Y es que no es fácil ser responsable cuando se tiene hambre. Desde el escritorio y ante la prensa, pueden algunos funcionarios hablar de honestidad y de sentido del deber social. Pero ¿cómo permanecer ajenos al contubernio que propicia la riqueza de unos pocos ante la miseria de millones? ¿cómo no participar, cuando te llaman ofreciéndote la seguridad casi oficial que otorga la impunidad de trabajar en tan ilícita actividad y a sabiendas de cualquiera. Si esto lo comentan en las calles, en las escuelas, en el mercado y hasta en los camiones ¿por qué no arriesgarte, cuando hemos visto que han regresado con dinero los que se animaron en un principio?

El rumor ya no es tal. Son los hechos los que incitan a correr el riesgo.

Las noches son más largas ante la espera. La vigilia es constante y en cada silbido parecen escuchar la tan esperada señal para reunirse y tomar los camiones que lo llevarán al infierno o al purgatorio, según sea el caso: al primero se irán los que no regresen; al segundo, los que purgando la voluntaria penitencia reciban el cielo aquí en la tierra; materializando en la espléndida paga prometida.

La inquietud los anima. Renovados bríos los revitalizan. Sus cuerpos magros parecen rejuvenecidos. ¡Por fin se les caerá el piojillo; si antes no les cae el chahuistle!

De repente, como suceden los grandes acontecimientos, se corre la voz: "hay que reunirse enfrente de La Central. Están varios transportes esperando. No hay tiempo pá despedidas, el que se anime que le dé un beso a su mujer, o que se venga sin verla, ¡pero ya! porque estos batos no esperan mucho".

Y sin saber a ciencia cierta qué sucede, se ven remontando la sierra de Durango, pasando del calor costeño al frío pinar de las montañas donde la niebla a veces limita la visión más allá de cinco metros.

Ante la extrañeza general, el estado famoso por sus alacranes se queda atrás. A muchos, más les convendría lidiar con los aguijones de estos venenosos animalitos que con los Cuernos de Chivo que allá les apuntarán constantemente.

La pregunta que flota en la atmósfera de cada autobús es la misma; más nadie la expresa. Bien saben que no son dueños de su vida desde que abordaron el camión y aceptaron los diez mil pesos de adelanto. Sin embargo, el pensamiento es, en cierta medida libre: "por qué vamos rumbo a Chihuahua y no a Sonora o a Jalisco, como dijeron los otros?

Algunos van quedando en el trayecto. Entre Ciudad Jiménez y Parral hay una población como Navolato de grande: Valle de Allende se llama. Allí transbordan a una camioneta de redilas que, conducidas a toda velocidad, los llevan a un campamento por un camino de terracería.

Otros siguen el viaje. Los que llegan a Búfalo no imaginan lo que les espera.

Búfalo, Jiménez, municipio del estado de Chihuahua, nombre que ocupara los titulares de la prensa mexicana e internacional, desplazando del nada honroso primer lugar nacional en narcotráfico al Badiraguato de nuestros amores.

Como en todos los centros de operaciones, los recién llegados eran registrados en grandes libretas de pasta gruesa, al tiempo que les entregaban dos cobijas y una cuilta.

Sin protocolo de ninguna especie, sin aclaración alguna sobre salario y condiciones de trabajo, se acomodaban en los galerones, mismos donde laborarían, para dormir lo mejor posible. Otro día, a las cuatro de la mañana empezaba lo que durante largo tiempo fue un rumor.

Tres plantas eléctricas funcionaban desde las tres y media de la mañana, para que trabajaran los miles de desempleados sinaloenses que, al igual que los de Sonora, Durango y tantos más, sucumbieron al señuelo del dinero ¿fácil? acuciados por la necesidad.

Alimentados con frijoles, papas y caldo de res, preparados por improvisados cocineros, sostuvieron un ritmo de trabajo diario de 18 a 20 horas, con intervalos pequeños para ingerir la comida, que no fue tan buena como les contaron. Pero había que comerla. No había de otra.

Unos cortaban la mata. La mayoría la despataba, quitándole la hojita en forma de pata de gallo. Ya sin hojas, quedaba el puro chicharrón, el cual era cortado con tijera por otros. Si algún chicharroncito se caía, que era lo común, no había problema. Había quienes barrían las hojas y chicharrones tirados sobre los hules que tapizaban el suelo de todo el galerón.

Entre dejar limpio el chicharrón y la colita de borrego, cribar lo barrido y empacarlos en cartones de huevo, daban las diez de la noche, hora en que descansaban de la agotadora jornada.

Todos hacían esfuerzos por continuar. Los miles de pesos prometidos los proveían de fuerzas que ignoraban poseer. Además, el que no trabajara ya sabía a lo que se tiraba, y "pos mejor le sigo ¿no?

Varios camiones llegaban y se marchaban a diario vigilados por modernas armas. Nadie osó jamás preguntar el destino ni el nombre de sus dueños.

Para todos era bueno así. Hay algunos que comentan hoy: que si les pagaran la mitad de lo que les deben, se enrolaban, en otra cuerda por similar destino.

Cuando ya pocas hectáreas quedaban por limpiar, empezaron a notar algo extraño. Un presentimiento los inquietaba. Hasta que una noche encendieron las plantas eléctricas a la una de la mañana y un vigilante pasó gritando: "¡arriba, con mochilas y cobijas, que ay vienen los guachos!".

Las órdenes eran apresuradas y dispersas: "que se alejen unos kilómetros del campamento, que esperen órdenes, que se vayan por el río".

Y a correr. Juntos o separados. En grupos de veinte o quince. Durmiendo a la intemperie, bebiendo aguas estancadas y aguantando el hambre. Con la angustia en el pecho y el miedo recorriendo la espina dorsal. Sin preocuparse por el caído, por el anciano, o el compañero enfermo que no pudo cruzar el río. Lo que importa es alejarse. Sin rumbo fijo, pero lejos de los hombres de verde.

Muchos ranchos y pueblitos los vieron pasar. Barbudos, sucios, con la mirada suspicaz y el gesto receloso. Sorteando los retenes y ocultándose de los helicópteros y patrullas militares. Hasta que, por fin, cooperando entre sí, o de trampa en los cargueros, enfilaban rumbo a su destino.

Malolientes, cansados, defraudados. Con un creciente y oculto rencor. Felices de volver, sí, pero con el sueño roto, con la ilusión hecha pedazos y con la realidad esperándolos; más cruel que cuando se fueron, porque ahora la última esperanza de abandonar la miseria y de mitigar su desconsuelo, aunque no fuera legal ni duradera, les era arrebatada en el instante mismo en que pensaron conseguirla.


Comentarios


Estimados lectores-escritores de un Blog que muchos miran y leen, aquí les traigo otro relato con sabor a tiempos de antes. Aunque la pobreza siga campante por los campos y colonias sinaloenses, empujando a muchos a involucrarse en actividades que pongan en riesgo su vida, su seguridad y a su familia.

José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Es tooodo! Así es, casi casi si ayer fue del punto de vista de los mercenarios ahora es del punto de vista de los obreros.

Tsss "se pasa de lanza" diría la plebada. Que mas le puedo decir? Ya le he dicho el Master Frías, la Leyenda Frías, La Pluma pesada de Sinaloa, que no sepa para escribir relatos bien, bien perrones. (Se me antoja agregarle la Pluma Picara en alusión al relato de nuestro amigazo el Dr Luis Enrique "Nalguitas Picaras" jaja)

Le mando un fuerte abrazo.
Estimado amigo Marcelo, agradezco su comentario y también que mis escrituras mostrencas le agraden y le sirvan de distracción. Esos dos textos salieron de una realidad que se cuenta, se canta y se mira, y yo nomás la cuento para dejarla en el Blog y puedan leerla los amigos que se animen a visitarnos.
Gracias por leernos y por sus comentarios
Saludos, su amigo, José Manuel
Marcelo Tolosa dijo…
Perfecto. Amigo Jose Manuel, ya dijo. Acuerdese que no nomas son de distraccion. Siempre que leo estoy tomando notas. Acrecentando mi arsenal literario. Le mando saludos.
Maestro Frías en su relato está "retratada" la realidad de la pobreza sinaloense, efectivamente como usted bien lo detalla, "en aquellos tiempos" todos los caminos conducían al "Búfalo", lugar de donde surgieron mitos que alimentaron a la sociedad mexicana de esa época, uno de ellos aquel que sostenía que el dueño de esos cultivos decía que no le tumbaran las plantas y ayudaba a pagar la deuda externa y eterna. Usted nos sitúa con su texto en la realidad de muchas familias sinaloenses. También de ese tiempo, Unos parientes de mi madre se sentían muy orgullosos de trabajar para "Rafail".
Un saludo desde Los Mochis con mi afecto incrementado.
Adán Apodaca

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