“A pesar de estas reflexiones y mil más, mi corazón
seguía en deuda conmigo…”
EL QUE SIEMPRE FUI
Octavio Aristeo Angulo Romo
Yo era lo que
nadie quería ser: gordo, introvertido, débil, sensible, tímido, y gay… y además
estaba justo donde nadie quería estar. Vivir una vida como la mía, en ese
entonces, era una pesadilla para cualquiera, sobre todo para mí.
Nací y crecí en un
entorno bastante masculino. Desde temprana edad se me instaló el chip de la
fortaleza característica del hombre. Se me condujo a ser el apoyo que mi mamá
precisaba. Se me dijo, indirectamente, que los hombres tenían prohibido llorar,
pues las debilidades nunca podían demostrarse. Nací y crecí, sí, en un ambiente
lleno de amor, pero un amor condicionado.
Estudié desde
pequeño en escuelas públicas. Los primeros años en mi rancho, y los últimos en
la cabecera municipal. Ahí transcurrieron los mejores y peores años de mi vida,
fue ahí donde pude descubrirme, donde pude entender lo que sentía y llegar a la
conclusión de que yo era diferente.
Tristemente, y
como cualquier estudiante homosexual en ese entonces, sufrí acoso escolar. Aún
conservo frescas un par de escenas que mi corazón guarda con respeto. “Maricón,
mariquita, niña, gorda, devuélvase a su rancho, aquí no aceptamos mujercitas”;
palabras que para bien o para mal, quedaron grabadas en mi memoria. Si por
algún motivo ellos leen esto, quiero que sepan que les ofrezco mi perdón así
ustedes nunca lo hayan pedido, los perdono por mí.
Durante mi estadía
en la escuela secundaria, me fue reforzada la idea del hombre masculino, el
hombre fuerte que es el pilar de cualquier familia y sociedad. El hombre que no
tiene permitido mostrarse humano, el hombre que es casi una estatua: fría,
gris.
Viví en carne
propia la hipocresía de la vida militar (en tercero de secundaria se me
transfirió al cuartel para realizar mi servicio social), las convenientes
formas de manipulación que tiene el poder y el amor obligado hacia Dios, la
patria y la bandera; amor que se camufla detrás de la discriminación y la
ambición de unos pocos que nunca aprendieron el significado de amar.
Salí por fin de
aquel lugar, cursé la preparatoria donde todo fue un poco menos amargo, pero
como todo, también tuve mis ratos de desespero y tristeza; pasaron los años y
me encontré con la vida universitaria, fue una bocanada de aire fresco. Todas
las libertades que empezaba a tener y lo abierto que todo parecía ser, me daba
ilusiones. Era feliz, era muy feliz conmigo, sentía amor por quien yo era…
hasta que me enamoré por primera vez de otro hombre. Ahí supe que lo que sentía
por mí nunca había sido amor.
Mi primera
experiencia amorosa se dio en eso de los 22 años, conocí a quien yo creía sería
mi amor eterno. Empecé a descubrir mi sexualidad, me adentré a la magia de
tomar a alguien de la mano y sucumbí ante lo excitante que era esconderse de
todo el mundo. Pronto esos sentimientos se desvanecieron al darme cuenta que el
mundo estaba repleto de mentiras, que no era posible ser como yo era, y que la
única salida era serlo en secreto. Ahí, el ideal de vida que había construido
en mi cabeza se destrozó y conocí uno de los estados emocionales más tediosos:
la depresión.
Años más tarde, me
topé con otra persona, quien se encargó de presentarme todo aquello que llamaba
“el mundo gay”. Fui a bares gays, comencé a tomar alcohol y descubrí todos los
tipos de personalidades homosexuales que convivían dentro de ese “mundo”.
Personalidades que jugaban a segmentarnos y clasificarnos: el macho, el
afeminado, el inalcanzable, el promiscuo, el santurrón, etc. Adjetivos que aún
nos dividen. Esa persona, como era de esperarse, se fue de mi vida de una
manera tormentosa.
Al pasar el
tiempo, elegí un tipo de personalidad de esas que había conocido. Me comprometí
a serle fiel a eso. Me compré ropa nueva y bajé de peso. Dejé crecer mi barba y
pasaba horas en el espejo antes de salir, con el único propósito de ser visto.
Para mi sorpresa, funcionó, la gente me veía, por fin me veían.
Comencé a cultivar
seguidores en redes sociales. Todo esto con un único propósito: alimentar mi
ego con cada foto, cada comentario, y cada like. Se convirtió un vicio el poder
conquistar a cualquiera y cuando quisiera, hasta que, por tercera vez, me
decepcioné. Esta vez de mí mismo. Los seres humanos no son objetos, me enseñó
el camino, y he de confesar, ¡qué duro fue estrellarme!
Después de estos
casi 5 años de vivencias, entré en conflicto. Comencé a odiar todos los
estereotipos y personalidades que había conocido. Incluso la mía. El ideal de
amor para mí, había dejado de existir. Renuncié a lo que creía era el amor y
desgraciadamente, me dejé de querer. Dejé de invertir tiempo en mí.
Luego de una infancia
feliz pero reprimida, una educación en la que era más un prisionero que un
estudiante, los comentarios de algunos familiares que no paraban y varias
decepciones amorosas: me odié. Renuncié a lo que creía era el amor y
desgraciadamente, me dejé de querer.
Hace poco menos de
un año conocí al hombre que rompería todos mis esquemas y tumbaría todos mis
muros. Al que en verdad amo y con quien tengo un proyecto de vida. En esta
relación aprendí lo que es de verdad la vida, los matices y contrastes que van
con ella.
He conocido
lugares memorables y he descubierto todos los miedos en mí. Pero lo más
importante, logré entender que el amor sí existe, pero que no está por ahí,
esperando a ser encontrado, sino que debe ser construido. Y que, para poder
encontrar amor, primero hay que ser amor.
A pesar de estas reflexiones y mil más, mi corazón
seguía en deuda conmigo…
Un domingo, de
esos en los que se piensa más de lo que se respira, luego de interminables
sesiones de reflexión en las que siempre concluía que yo no quería seguir
siendo gay, me detuve a pensar en mi familia. Esas personas que nos impone la
vida como medio de aprendizaje.
Inmediatamente,
vinieron a mi cabeza los recuerdos más hermosos con dos mujeres que amo
muchísimo en este mundo: mi abuelita y una tía. Y después de horas y horas de
reflexión pude entender cómo ellas que, en mi infancia, reforzaron en mi cabeza
la idea del hombre masculino, y que hasta el día de hoy me siguen mirando con
el mismo brillo en sus ojos. Continúan animándome a luchar por mis sueños y
amando como antes (o incluso más).
Mi tía, una mujer
que me acogió en sus brazos desde que pesaba 2 miserables kilos. Ella, a pesar
de su ideal de familia normal; ella, a pesar de su poca capacidad para
entenderme; ella me amó.
Mi abuela, una
mujer de 80 años, contrariando su temple y genio adusto. Ella, con ganas de no
manchar el nombre de la familia y mantener siempre el orden; ella, liberando
todos sus miedos y reproches; ella, quien ha luchado hasta el último aliento
para que nadie me haga daño; ella, quien gritó a los cuatro vientos que estaba
orgullosa de mí; ella, sin duda, alguna me amó.
Me pregunté a mí
mismo, cómo ellas habían logrado desprender lo que llevaban en sus cabezas hace
tanto tiempo. Cómo ellas habían logrado tumbar el miedo al rechazo. Cómo ellas
habían logrado sentir amor por mí, si ni siquiera yo lo hacía. Ese día entendí
el poder transformador del amor y decidí hacerle honor a eso por el resto de mi
vida. Y en ese proceso estoy…
Te preguntarás el
por qué no menciono a mis padres entre esos seres que más amo en este mundo,
creerás que no los amo, pero no es así, déjame decirte que los amo con todo mi
loco y rebelde corazón, y que ellos son mi mayor tesoro en este mundo… y
entonces ¿Por qué no aparecen en mi texto? ¿Por qué no mencionarlos?... y es
que ellos no lo saben, no saben que soy gay… al menos no por mi cuenta, al
menos no hasta el día de hoy, o hasta que lean este texto que escribí para
ellos…
Y es que sí, les
escribí esto para que sepan que estoy muy bien, agradecido por la vida que
ahora tengo, orgulloso de vivirla. Quería hacerles saber a los dos que son lo
más importante que tengo y que, a pesar de las veces que estuvimos enojados,
siempre prevalece y perdura el amor incondicional de padres a hijo y viceversa.
En estas líneas sólo
pretendo que me conozcan un poco más y, si bien pensé un montón de veces en
hablar, nunca supe encontrar el momento ni las palabras para hacerlo en
persona. Durante un tiempo dudé si hacerlo o no, si realmente valía la pena.
Llegué a la conclusión de que sí y éste me pareció el mejor modo de hacerlo,
para evitar interrupciones que en un diálogo habría inevitablemente y para
poder dejar bien claro todo. Se trata de aclarar dudas que muchas veces deben
haber tenido.
Cuando era muy
chico (aproximadamente 10-12 años) supe cómo iba a ser mi vida y sinceramente
no me gustó. En mi adolescencia y juventud, tuve miedo, vergüenza, dolor y un
montón de cosas para nada lindas. No pude en ese entonces conciliar mis ideales
y tampoco podía imaginar cómo sería crecer proyectando una vida feliz porque
sentía que una vida feliz no era posible para mí.
Pensé muchas veces
en el porqué, le pregunté a Dios por qué me tocaba esto en mi vida y llegué a
pensar que era un castigo divino, pero sin saber el motivo de semejante
castigo. Así crecí y, a medida que esto sucedía, veía que cada vez era más
intenso: en lugar de desaparecer de mi vida (como todas las noches pedía), se
iba incrementando más y más. Busqué a quien contarle, alguien con quien hablar,
pero no supe encontrarlo. Cecí espantado y temeroso tratando de evitar a toda
costa la vida que me tocaba vivir, busqué evadir la realidad y elegí una vida
vertiginosa y autodestructiva. Lo que siempre me rescató fue el haber tenido
una infancia muy feliz, reprimida pero feliz, y eso se lo debo a ustedes.
Mucho tiempo
busqué responsables y no los encontré, porque no había a quien responsabilizar,
era simplemente la vida que me tocaba vivir. Me dejé llevar por los prejuicios
y opiniones erradas, al punto de no dudar de su validez, yo había nacido errado
y me las tendría que arreglar para tapar todo eso. En ese plan, estaba el de
armar una vida paralela que tapara la verdadera, y para eso necesitaba
conseguir alguna chica que la hiciera de mí novia y que capaz se casara algún
día conmigo, entonces estaba todo solucionado. Bueno, no pude elegir a nadie
para darle una vida tan miserable, no iba de ninguna manera a usar a nadie de
ese modo, lo único que hubiera logrado hubiese sido multiplicar mi infelicidad.
Fui muy afortunado
en dar con Gloria (mi psicóloga), ella pudo poner en orden mi cabeza y mis
ideas, también supo eliminar de mi mente todas esas ideas equivocadas respecto
a mi vida, la vida que me tocó vivir. Me enseñó que valía, y mucho, que no era
ni más ni menos que nadie y que ni en pedo había nacido errado. La
homosexualidad no es una enfermedad, ni una patología, sólo es una condición
que no se elige (algunos dicen que sí, pero no fue mi caso). Hubo mucho tiempo
que, si bien a veces parece como perdido, para mí fue tiempo ganado porque
logré fortalecerme muchísimo con todo lo que tuve que superar. Lo más
destacable fue dejar de vivir la vida que los demás dicen que es la que uno
tiene que vivir, y vivir mi propia vida tal cual es.
Todo esto recién
lo pude asimilar o, mejor dicho, empezar a asimilar a mis casi 22 años y lo
terminé de hacer a mis 23, a mi vuelta de la Ciudad de México. Volví con una
fortaleza que no tenía, con una entereza que jamás imaginé tener y con la firme
convicción de que quiero, puedo y merezco ser feliz. Que no soy ni más ni menos
que nadie, que a quien le guste bien y al que no… también.
Pasé casi 22 años
viviendo sin vivir, esperando a que la magia se hiciera realidad y mi condición
fuera otra, que todo desapareciera porque hay gente que habla sin saber y
condena sin pensar y yo estaba dedicándole mi vida entera a esos casi 22 años,
¡una total y completa locura!
Muchas veces
esperé a que me preguntaran, pero no fue así y no lo reprocho, simplemente no
sucedió. También sentí que respetaron mi silencio, pero no tengo forma de
saberlo si no lo hablo con ustedes. Quiero que sepan que lo último que desearía
es que se enteren por terceros.
Que quizás les
haga falta tiempo para poder asimilar todo esto que les cuento de mi vida y que
lo voy a saber respetar, pero tampoco quiero que sea visto como algo trágico ni
para ustedes ni para mí, simplemente porque no lo es.
Como les dije
antes, uno puede ser sumamente feliz y, lo mejor, puede ver lo infelices que
son quienes intentan decirnos cómo vivir la vida, cómo deberíamos esconder
nuestra esencia, disfrazar nuestra realidad, sin tener en cuenta que todas esas
cosas van a incidir en la vida de muchas otras (una mujer que no será amada,
hijos que tendrán que convivir con esa situación y, sobre todo, el engaño como
eje central en la vida de uno).
Estas letras
tratan de respetarnos y de sincerarnos un poco más, de que me conozcan tal cual
soy, entre otras cosas, nada más ni nada menos que el que siempre fui…
Finalmente, y
después de estos años mirándome y mirando al mundo y a mi familia como un
reflejo de mí, he aprendido todo tipo de cosas.
Comprendí, por
ejemplo, que el mundo gay no existe, es una idea que nos dividió más de lo que
ya estábamos. El mundo es uno solo y siempre ha sido así. Ahora sé que los gays
podemos amar, que no es algo que no venga con nosotros.
Comprendí que el
amor no es una estrategia, que la fidelidad se basa en pasar de la obligación
al querer y que la vida está más allá de los amigos a través de una pantalla.
Comprendí que la vida es la familia o reír a carcajadas bailando el aserejé con
tus amigos. Pero también es trabajar en lo que te gusta y caminar al lado de la
persona que conoce todos tus miedos.
Ahora sé que vivir
es en parte permitirte ser, a veces llorar, ser sensible, bajarse del ego,
mirarse los defectos al espejo, caerse, no encontrar la salida e inclusive a
veces dudar del camino. Que debes hacer todo lo necesario para poder llegar a
tu último día sin reproches, sin rencores y con el corazón lleno de paz.
Al final, sólo me
resta decir que sí: soy un hombre gay. Un hombre que es fuerte y, en medio de
esa fortaleza, se permite la debilidad. Soy un hombre gay que ya no se doblega
ante el odio. Ni propio, ni de los demás.
Soy un hombre gay
que ha encontrado un camino lleno de respeto. Soy un hombre gay que cree en sí
mismo, en lo que su talento puede llegar a hacer y que entendió que el amor es
la demostración más valiente del alma.
Soy un hombre gay
que aprendió a reír, que por fin pudo amarse, porque entendió que antes de ser
gay, es humano.
Aún divago entre
pensamientos que me dicen que este mundo no es para mí y por momentos me invade
la sensación de dejarme llevar por lo inevitable. Lo único que me mantiene vivo
es el amor propio que he logrado construir, reforzado por el amor de esos
maravillosos seres que quiero y que me quieren; y que, a ustedes, mis queridos
padres, algún día se los tengo que contar de frente, que algún día me armaré de
valor, sacaré estas letras de donde sea que las tenga guardadas, se las
entregaré y llegado el momento les contaré toda la verdad…
Eso me hace querer
seguir contracorriente, demostrándole a quien me encuentre en este ir y venir
de la vida, que es posible ser gay y no ser parte del estereotipo.
Ser gay, por
supuesto, nunca fue algo que escogí, pero si pudiera volver a nacer, volvería a
serlo. Es un cambio que no quisiera perder la oportunidad de recorrer…
Comentarios
Aristeo, has escrito un testimonio impecable en su contenido y en su estructura narrativa. Los lectores apreciarán la Literatura con la que expresas un contexto emocional en el que muchos, de una u otra forma, se debaten a diario sin hallar la manera de sacar la inquietud y la angustia que los acosa por dentro, aunque por fuera sonrían como si todo marchara sin problemas.
Es un texto valiente y alentador; y, por ello, te felicito.
José Manuel Frías Sarmiento
Saludos
Por otro lado es algo por fin liberador que no ya no ocupas cargar mas. Has dado el paso para que se venga lo que se tenga que venir.
A veces por ver tantos avances en tecnologia pensamos que la sociedad avanza a la par pero cuando se trata sobre el respeto a las preferencias de las personas seguimos con las mismas ideas obsoletas que no van acorde a los avances.
Me da gusto. Que te sientas libre de expresar lo que has venido cargando y que hayas encontrado el espacio.
Estoy seguro que las personas que saben ver las grandes cualidades que tienes como persona van a saberlas valorar y reconocer la gran persona que eres. Y lo demas sera lo de menos.
Me da gusto haber leido. Te mando mucho saludos Aristeo.
El pensamiento y las emociones representa nuestro actuar.
Lo que expreso, me lleva historias que en un momentos dado otros han compartido, similar a lo que narra. Y ante ello, me parece que la libertad, el respeto nos llevan de la mano ¿para qué? pues, para solo ser y ya!
Lo Felicito por su relato.
Le mando un abrazo virtual estimado Aristeo.