"Éramos niños de rancho, ansiosos de sentirnos parte de la nación"


LA PATRIA EN MI NIÑEZ


          

José Manuel Frías Sarmiento


¿Qué recuerdos nutren mi patriotismo? ¿Cuáles versos resuenan en mi sentimiento infantil, acunado en la razón intelectual del universitario actual? ¿Quiénes me iniciaron en la veneración de mi bandera? ¿Dónde fue que, por vez primera, supe de mi país y de los hombres y mujeres que lucharon para que yo lo tuviera? Aunque para muchos sea tedioso leer un relato personal, me atreveré a contarlo porque es la forma que tengo para mostrar mi gratitud a quienes con su talento y dedicación me ayudaron a comprender la valía de ser un mexicano en libertad.


El recuerdo primigenio es el de mi padre izando la bandera en la enramada de mi casa. Una vara blanca de dos metros de altura era el asta bandera del lábaro patrio que Don José Frías cargaba por doquiera que iba. Luego llegan las estrofas del Himno Nacional Mexicano, tocado en un viejo tocadiscos RCA Víctor del antiguo cine ambulante que mi padre jubiló para que estudiáramos la primaria en El Aguaje. Junto a esos recuerdos anidan en mi pecho las estrofas del poema 20 de Noviembre, de Salomón de la Selva, que declamara en la escuela Niños Héroes de Chapultepec, del rancho La Campana. Era un escuincle, pero ya sentía a la Patria meterse en mis entrañas para decir con voz emocionada: 


La Revolución va en marcha. /Pisa lodo, pisa escarcha,
Alza polvo, pringa cieno: /lleva un cuarto de centuria
De avaricia y de lujuria, /De codicia y odio y furia,
Y aún no tasca ningún freno.


Es un poema que repito en silencio y a solas, que es cómo más queremos a los símbolos que nos dan identidad colectiva y seguridad individual. Es un poema que guardo en la memoria, al lado de los versos escritos A la Patria por Manuel Acuña para honrar el momento preciso en que los mexicanos dijeron ¡Basta! a la esclavitud y, todos como uno solo, rompieron las cadenas que maniataban su libertad:


Ante el recuerdo bendito/ de aquella noche sagrada
en que la patria aherrojada/rompió al fin su esclavitud;
ante la dulce memoria/de aquella hora y de aquel día,
yo siento que  el alma mía/canta algo como un laúd.


Éstas son las primeras estrofas de aquellos poemas, y con ellas imaginaba los campos de pelea, luchaba contra los opresores y liberaba a la nación. Estaba en la escuela primaria, lejos del tiempo y de las batallas reales, pero mis profesores, José Navia y Rosendo Noriega, despertaron mi anhelo por saber de los héroes de aquellos tiempos. Las escuelas rurales Naciones Unidas y Niños Héroes de Chapultepec, forjaron en mi conciencia la devoción y el sentimiento de gratitud hacia quienes, sin conocerme, lucharon para que yo viviera mejor. Con los festivales culturales y en los desfiles por las calles y los bordos de los canales laterales de El Aguaje, cimenté lo que ahora siento por este país que, en 2020, cumple 110 años de libertad interna y 210 de independencia nacional. 


Y lo que sé de mi patria, lo aprendí de profesores que atendían varios grados escolares al mismo tiempo. Sin la tecnología de hoy y sin el lote completo de los libros de texto, nos enseñaron a querer a México, a sentir algo con las notas musicales y con el ondear de la bandera por la que murieron unos niños que muy chicos aprendieron a ser los héroes a los que Amado Nervo, inmortalizó como Los niños mártires de Chapultepec, en un poema escrito en 1903:


Como renuevos cuyos aliños 
un viento helado marchita en flor, 
así cayeron los héroes niños 
ante las balas del invasor.


En La Campana y en El Aguaje, no teníamos “escuelas dignas ni seguras”, no teníamos computadoras ni nos daban clases de inglés; teníamos en cambio, un gran sentimiento patrio, y, por caminos de tierra, marchábamos orgullosos de la bandera que portábamos y de los himnos que entonábamos con la garganta llena de polvo y los ojos brillantes de emoción, al recordar hechos que sólo conocíamos por la voz de nuestros profesores y por las imágenes de los libros de texto. 


Éramos niños de rancho, ansiosos de sentirnos parte de la nación, a través de las declamaciones y encarnados en los diálogos de los personajes con los que recreábamos pasajes, incomprensibles para nosotros, pero llenos del heroísmo escolar que sentíamos correr por nuestras venas, al saber de las ideas y del valor de los conspiradores por la Independencia en la Casa del Corregidor; y de la audacia de los anarquistas que preparaban las circunstancias revolucionarias para quebrar el sistema porfirista que, a punta de terror, sometía las ansias de libertad de toda la nación.


Quizá no comprendía la semiótica de los actos cívicos que escenificábamos, a lo mejor ni sabía la profunda historia de cada verso pronunciado, pero sí sé que, desde entonces, traigo este gusto por los símbolos patrios. Y eso lo debo a mi padre que, sin darme sermón de ninguna especie me enseñó, con su ejemplo, a querer a la bandera que surgió de la Independencia y se consolidó con la lucha de los revolucionarios de 1910 para darnos el lábaro con el cual Don José, mi padre, coronaba el rico arcón de sus valores nacionales cubiertos por una pobre enramada de malva seca. Y esos valores son el recuerdo bendito (…) de aquella hora y de aquel día, cuando “como renuevos cuyos aliños (…) cayeron los héroes niños ante las balas del invasor”. Pero es también el recuerdo de la Revolución en marcha que, pese a la tecnología que borra la memoria en las escuelas, y a la escasa y pobre difusión de los símbolos y cantos a la patria, acumula ya un siglo de codicia y odio y furia, y aún no tasca ningún freno. 


Y ése es el recuerdo por el que yo siento que el alma mía/canta algo como un laúd. 


Comentarios


"La vida no es la uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla", así lo escribió Gabriel García Márquez.

Y yo, en atención a ese aforismo, les traigo ahora unos breves recuerdos de mi niñez, de allá en El Aguaje y en La Campana, cuando en mis tiempos de estudiante montaraz, era feliz e indocumentado, como también lo apunta El Gabo como título de uno de sus libros. 
Son unos chispazos escolares para mostrarles un poco de lo mucho que los maestros y los padres de antes nos enseñaron, a nosotros, plebillos de rancho que no conocíamos ni siquiera una méndiga calculadora.

José Navia y Rosendo Noriega, eran profesores rurales, con apenas tres años de Normal, después de la secundaria; y Don José Frías, mi padre, no había estudiado ni siquiera la primaria completa; y les puedo asegurar que cualquiera de los Tres sabía más de Historia y de Civismo que muchos profesores de ahora que ostentan maestrías y doctorados.
Ellos sentían en el alma los pasajes que nos contaban, y La Bandera Mexicana y el Himno Nacional eran símbolos de verdad, a los que habíamos de honrar por la identidad que nos proveen.

Y eso fue lo que ellos me enseñaron y yo aprendí, mirándolos y oyéndolos amar a su patria mexicana. Esa patria que ahora algunos nos esforzamos por recordar y enaltecer.

Espero y les despierten, también a Ustedes, recuerdos agradables de aquellas enseñanzas que hoy nos parecen tan lejanas de verdad.

Saludos, su amigo, José Manuel
Nos enseñaron a querer a México, a sentir algo con las notas musicales y con el ondear de la bandera...enseñar, trasmitir el amor por los colores de la bandera y significado, el ejemplo patriótico de los personajes revolucionarios. La historia amó, ama y seguirá recordándose los momentos del ayer y de hoy con un ¡viva la Revolución mexicana!

Saludos, estimado profesor Frías.
Marcelo Tolosa dijo…
Increible! Muy bien escrito. Al estarlo leyendo me fue recordando varias etapas en las que se me fueron inculcando el amor a la patria. Desde las historias que nos enseniaban en el aula , hasta formar parte de la banda de guerra y marchar desde temprano, como dice Ud, no sabiamos que significaba. Pero algo habia. Que sin duda dan ganas de volver a leer la historia. Le mando un saludo.

Amigo Marcelo, esa es la intención, despertar recuerdos que refuercen los valores y las enseñanzas de antaño, cuando en las escuelas aprendíamos con interés y con amor lo que los maestros nos enseñaban.
Me da gusto que le den ganas de volverlo a leer. Eso es un halago
Saludos, su amigo José Manuel
Es interesante lo que recuerda maestro Frías de como le fueron inculcando el amor a los símbolos patrios. Yo recuerdo como estábamos formados a las 6 de la mañana en la escuela primaria Gral. Ignacio Zaragoza de Culiacancito para el hizamiento de bandera y en la tarde a las 6 igual para arrearla o bajarla. también cuando participaba en los homenajes. Todavía recuerdo estas estrofas:
Vinieron al alcazar
los fuertes a asaltar
ahí no hay más que niños.
¿Quién los defenderá?
Los niños lo defienden,
más hay, tampocos son,
y luchan por millares
y van cayendo flor.
Sus labios juveniles
sonríen al partir
qué importa morir joven
cuando se parte así
Envueltos en la santa bandera tricolor
desplómense graciosos como un antiguo dios
Divinos héroes niños
la patria es inmortal
por eso nuestros nombres
por siempre vivirán. Saludos cordiales
Anónimo dijo…
Dr Renato Quintero A.

Mi estimado amigo José Manuel , va mi felicitación , por la forma que cuentas y estampa en nuestro blog , como fue que llegó a usted el amor por nuestra patria y nuestros símbolos patrios. ( bandera , escudo y el himno nacional ) son recuerdos muy bonitos que a los llego a nuestras venas jamás olvidaremos esos recuerdos .y sobre todo en este mes de noviembre ese sentimiento lo llevamos a flor de piel , son recuerdos que debemos de inculcar a nuestros hijos y nietos porque e notado con tristeza que que ya en las escuelas poco o nada les enseñan. Tenemos tanto que hacer para que las nuevas generaciones sientan el fervor patrio que a nosotros nos inculcaron.

Bueno no me despido sino hasta luego
Afectuosamente su amigo
Dr Renato Quintero A .

Entradas más populares de este blog