"Casi un millón de personas perdieron la vida en o por causa de la Revolución"


LA REVOLUCIÓN DE 1910



José Manuel Frías Sarmiento

   


En 1910, la población del país era de 15’160,369 mexicanos, más o menos, pues en las condiciones de entonces, era difícil precisar con exactitud tales cifras. Once años más tarde, después del periodo que se acepta como el propio del conflicto armado que fue la Revolución Mexicana, el número de habitantes descendió a 14’334,780. La resta elemental nos cuenta que casi un millón de personas perdieron la vida en o por causa de la Revolución. Es decir, que el costo en vidas humanas fue del 5.5% de la población de aquella época. Un altísimo precio como para que los mexicanos de hoy lo ignoremos con el desprecio de no interesarnos casi nada por quienes dieron su vida para construir un país con mejores opciones y mayores oportunidades para el desarrollo intelectual y económico de todos nosotros. 


Ya lo dijo la Revolución Cubana, la 2ª más importante después de la nuestra en América Latina, en voz de su comandante, Fidel Castro: ‘Los que vengan después de nosotros, serán mejores que nosotros, gracias a nosotros’. Y ésa, supongo, era también la máxima de los campesinos, los obreros e intelectuales mexicanos que, entre 1910 y 1921, lucharon hasta la muerte o hasta la victoria para propiciar que nosotros fuésemos mejores que ellos. Ésa es la tarea que nos legaron: la de ser mejores en todos los aspectos, sin olvidarnos jamás de la deuda que para con ellos tenemos. Porque no seremos tan mejores si ni siquiera los recordamos y honramos su memoria con profundo fervor patriótico, al menos ahora que se cumplen 110 años de aquel llamado que Madero hiciera a los mexicanos a partir del Plan de San Luis Potosí. 


Todos los mexicanos estamos obligados moralmente a honrar a los padres de la Patria, a los Mártires de la Revolución, a rendir culto a los antepasados más importantes en la construcción del México moderno. Pero quienes tenemos, no la obligación, sino la invaluable oportunidad de ser útiles a la nación, en mayor medida que los demás, somos los profesores. 


Y es invaluable porque tenemos la confianza del pueblo entero, la función designada para hacerlo, el espacio adecuado para fomentar los valores nacionales, las mentes infantiles y juveniles en desarrollo fértil, encomendadas a nosotros y, ¡fíjense, nada más! hasta nos pagan un salario por cumplir con el deber que todo mexicano bien nacido realizaría con entusiasmo y dedicación verdadera. 


Así que todos los que trabajemos en instituciones educativas, del nivel que fueren, debemos de aprestad, no el acero ni el bridón, como canta el Himno Nacional, sino la pluma y el teclado para expresar el sentimiento que nos evocan los más de cien años de usufructo revolucionario que hemos disfrutado sin haber hecho gran cosa para merecerlo. 


Hoy tenemos la oportunidad para reivindicar el amor por las acciones revolucionarias, estamos en la tesitura correcta para desbordar las emociones y  afianzar el patriotismo verdadero y desplazar el nacionalismo ramplón, que nos lleva a entonar el Himno Mexicano en las peleas de box internacional cuando un compatriota le rompe la cara a un extranjero; y dejar de cantar el Cielito Lindo en las gradas de los estadios de futbol o al pie del Ángel de la Independencia cuando una oncena de pateadores de balón le ganan un partido a cualquier selección de otro país.


Tenemos, los profesores y las autoridades de todas las escuelas del país, del sector público o del privado, la ocasión servida en bandeja de plata para mostrar de cual reciedumbre estamos hechos: si del acero del Himno Nacional o de las células de alzheimer que nubla la razón y oscurece el recuerdo de los seres más queridos, desde el punto de vista nacional. Cien años después, tenemos todo para enaltecer a los mexicanos que no tenían nada, pero imaginaron los beneficios que su acción revolucionaria propiciaría para las generaciones posteriores. 


Ése es el tema de cualquier festejo Revolucionario: difundir y acendrar en los alumnos el conocimiento de las causas y los resultados de la gesta que nos devolvió la libertad secuestrada por la camarilla “científica” y oligárquica del grupo de Porfirio Díaz. Tenemos que hablar, otra vez, de los indígenas esclavizados en Valle Nacional, de las batallas en el Cerro de la Bufa, libradas por el ejército villista comandado por el mítico Centauro del Norte. Y, entonces, hemos de sugerir a los niños y muchachos que lean a John Reed para que se enteren, en un libro escrito en 1909, de las condiciones que provocaron el estallido social de 1910. Que lean a John Kenneth Turner, para que sepan por dónde pelearon los guerrilleros de Chihuahua y Durango. México Bárbaro y México Insurgente, son dos excelentes testimonios escritos por extranjeros para explicarnos a nosotros, los mexicanos, cómo fue que se gestó y desarrolló la Revolución que ahora festejamos en todo el país. Que fueren gringos no les quita lo valioso a su literatura testimonial, cuyo saber nos permitirá, junto a La Sombra del Caudillo y El Águila y la Serpiente de Martín Luis Guzmán, conformar un panorama nacional de aquellos tiempos, enaltecidos en esas novelas y en la no menos memorable historia narrativa Los de Abajo, de Mariano Azuela.


Las escuelas deben de ser el baluarte educativo desde las que libremos las más fructíferas y extenuantes batallas, para conseguir que los alumnos y los profesores de primaria abreven del legado histórico de nuestro país. Para que ya dejen de ver y de sentir, por ejemplo, a La Marcha de Zacatecas, como la música para marchar rumbo al salón de clases y la concibamos conceptualmente como el segundo Himno Nacional Mexicano, compuesto por el maestro zacatecano Genaro Codina en 1892. 


No es tarea fácil hacer a un lado los paradigmas simplistas que mecanizan los actos cívicos, y saturan el conocimiento escolar de saberes establecidos en la rutina de aceptar lo cotidiano como algo que ha estado ahí por siempre, sin reparar jamás en su presencia y, mucho menos, en su significado. La Marcha de Zacatecas es un claro ejemplo de tal ignorancia académica, pues muchos profesores ni saben su letra ni la arenga que proclama. Y no, no es una Marcha de la Revolución, aunque varios crean que se refiere a la toma que Villa hiciera de la ciudad de Zacatecas en junio de 1914, con la cual despejó el camino de los revolucionarios para tomar, después, la Ciudad de México.


Para enseñar a los alumnos hay mucha historia por disfrutar y la vía láctea de internet está repleta de información, de imágenes y de corridos; falta, nada más, que hagamos click en los sitios adecuados o que vayamos a las librerías a comprar los libros pertinentes. Falta que los profesores y las instituciones dejen de pensar en lo inmediato para reconocer que en el pasado están las claves de los que somos, y el asiento del futuro que debemos avizorar con el entusiasmo y la entrega con la que los hermanos Serdán o los Flores Magón se animaron a realizar acciones y programas que dieron paso al pensamiento de Madero, a la lucha de Zapata y a la visión de Venustiano Carranza: pilares de un movimiento que sentó las bases de la Constitución más avanzada de su tiempo en el continente americano, para orgullo y regocijo de la naciente democracia que apenas daba sus pininos, y a la que muchos mexicanos regarían con su sangre para consolidar las instituciones que ahora parecen olvidarlos al no importarles nada su pasado.


En eso reside la importancia de las conmemoraciones de la Revolución Mexicana que intentan sacudir la modorra intelectual, para despertar el sentimiento patriótico, para reconocer que, si somos mejores que los revolucionarios de 1910, lo somos gracias a su esfuerzo y valentía. Y eso debemos de luchar por enseñar a nuestros alumnos, desde los parvulitos hasta el posgrado universitario. Y en conseguir que, por una vez en su vida, supieran que la I. de Francisco I. Madero, es la de Ignacio y no la de Indalecio, como por mucho tiempo los profesores de primaria nos dijeron en la escuela. Si no sabemos de sus proclamas y acciones revolucionarias, aprenderemos, por lo menos, a decir sus nombres correctamente. Y ésa podría ser la hebra que desentrañara la madeja que semeja la intrincada historia nacional para muchos jóvenes alumnos y sus no tan viejos profesores.







Comentarios


Con este relato cerramos la serie de textos sobre la Revolución Mexicana
Esperamos haber aportado a la reflexión y al recuerdo de una etapa importante para la consolidación de los mexicanos que ahora somos; aunque muchos ni siquiera se asomen al pasado de nuestra realidad
Saludos, su amigo, José Manuel
Excelente!!! texto. Que me ha encantado Frías; permitirse como persona y luego como profesores disfrutar y contar la historia a nuestros alumnos con el amor/pasión hacia nuestra historia revolucionaria, llevarlos de la explanada hasta el salón marchando y cantando con fervor. Dejarlos sentir, vivir. Y si, se eriza la piel ¡qué más se puede pedir? Darle la oportunidad al alumnado de SENTIR mientras que el lenguaje artístico hace lo suyo... mismos que nos da identidad.


Felicidades! Sentí el texto encantador.

Saludos cordiales
Muy interesante su información Maestro Frías. Y sobre todo la reflexión que hace en el sentido de cómo se va gestando la identidad del mexicano, a través del conocimiento de los hechos y acciones sociales y políticas de los personajes que lucharon para dejarnos un país en mejores condiciones. Ya que, una de las constantes para la enseñanza de la historia es establecer la relación entre el pasado y el presente. Saludos cordiales.
Héctor Armando dijo…
Estimado profesor, Frías. Disfruté mucho su impecable crítica a las costumbres escolares en el tratamiento didáctico de la enseñanza de conmemoraciones cívicas.

Tal y como lo señala, Paco Ignacio Taibo. Se tienen a los niños escuchando eternas biografía de los personajes a pleno sol de la plaza cívica. Y se cierra con el homenaje, ya con niños deshidratados.

Definitivamente, la escuela es el espacio, el germen para la reflexión del pasado. Y la literatura un excelente medio. El México Bárbaro es una de mis obras favoritas para abordar el tema del porfiriato.

Saludos profesor.

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