"En mi pueblo se vela el primero de noviembre en la noche a los adultos y el dos de noviembre a los angelitos"
LOS DÍAS DE MUERTOS EN NUESTRA INFANCIA
Adán Lorenzo Apodaca Félix
Por allá en la década de los años sesenta del siglo pasado, cuando yo era niño, porque como dice Serrat, alguna vez yo también fui niño, la llegada del día de muertos era una etapa de mejora económica de muchas familias del pueblo, en ese alud de bonanza económica iba incluida nuestra precaria economía infantil. En nuestra familia, la abuela “Tola” era la que se hacía cargo de todas las actividades previas al día de los fieles difuntos. Primero hacia coronas para sus “deudos” que eran bastantes, primero los de la casa decía y luego haremos para vender, hablaba en plural porque la elaboración de coronas era una actividad que involucraba a todos los nietos de la familia, que también éramos bastantes.
Pongamos pues la memoria en retrospectiva, aunque Elena Garro dice que también hay recuerdos del porvenir. Pasados los festejos del doce de octubre, “el día de la raza”, todo el pueblo se alistaba para festejar a los fieles difuntos, era una parafernalia pueblerina, todo mundo hablaba de los muertos y se preparaba como cada año para esos menesteres. En nuestra casa, una de las primeras actividades era ir en grupo liderados por la abuela al monte cercano, el objetivo era cortar unas varas largas de un rama que se llamaba cutabaro para hacer los aros de las coronas, esas ramas eran una especie de liana que antes de que se secaran, la abuela las ponía en un círculo y las colgaba en el patio de la casa en un tendedero de alambrón, en esos mismos días mandaba traer a Mochis papel crepé y parafina y unos cinco quilos de alambrón delgado, el papel para hacer las flores y las hojas que llevarían las coronas y el alambrón para pegárselas al aro. Esas actividades permitían tener unos pesos para solventar las muchas necesidades que en ese tiempo se tenían en el claustro familiar, era esa una actividad en la que participábamos mis hermanos y yo, noches enteras con sus madrugadas, estábamos hirviendo hojas de las coronas en la parafina que se ponía a calentar en la hornilla de la cocina familiar.
No se por cuál razón en esos tiempos los días eran más largos y alcanzaban para hacer muchas cosas. Nosotros colaborábamos con la abuela en las noches e íbamos a la escuela por la mañana y por la tarde. Cumplidas esas obligaciones en casa y en la institución educativa, todavía nos quedaba tiempo para irnos por las tardes al panteón, éste era el centro sobre el cual gravitaba la vida comunitarita en aquellos días, todo se hacía en relación al día de muertos. Íbamos la plebada al panteón porque se ganaba unos buenos pesos y centavos yendo al camposanto como también se le conocía, las actividades que ahí hacíamos eran diversas, la mejor pagada y que era relativamente fácil era pintar las cruces de los fieles difuntos, pintar una cruz de madera con pintura de agua valía un peso, con pintura de aceite esa valía uno cincuenta, para las cruces de metal o fierro como las catalogábamos en aquel tiempo valía dos pesos porque había que lijarlas, acarrear agua del canal a 200 metros de distancia, era otra actividad que desarrollábamos, dos baldes de agua traídos en una palanca costaban dos pesos, uno por cada balde, esta era una de las actividades que más dificultad y riesgo entrañaba, había que sacar el agua del canal con el consabido riesgo, además, caminar los doscientos metros pandeándote con la palanca, la verdad que si te sacaba mucho sudor en aquellos fines de octubres ya fríos en el pueblo. Otra tarea que desarrollábamos era arrimarle tierra las tumbas a la cuales por la acción de la erosión del aire y el agua de la lluvia, (eso de erosión lo habíamos aprendido en la escuela con la maestra Adelita), antes de eso decíamos el desparramo de la tierra, con una pala arrimábamos tierra hasta darle forma de nuevo al bulto, esa tarea también se cobraba a peso, de aquellos buenos pesos, limpiar las tumbas por la maleza acumulada también dependiendo de lo tupido del monte se cobraban dos pesos por tumba. Esa era la tarifa que sin acordarlo se había establecido por parte de la plebada, acuerdos que se habían tomado en la escuela, los mismos que estábamos en la escuela estábamos trabajando en el panteón en las tareas descritas.
Llegado el día de muertos, íbamos cargados de coronas con nuestra abuela a prenderle velas a las tumbas que ella nos indicaba, mira aquí está tu tata Lencho a él préndele cuatro velas, esta otra es tu nana Pancha, préndele otras pocas, aquí está mi nanita señalaba un bulto de tierra debajo de un árbol de aceituna, aquí está mi hermana Tina, señalaba otro bulto, y cuando alguno de los nietos se iba de paso prendiendo velas, mi nana Tola, muy conocedora del territorio fúnebre familiar, con auténtica voz de mando decía, hey, no te pases, ya de ahí para allá empiezan los muertos de los Bacaseguas, a esos que les prendan ellos, manifestaba con voz muy delimitadora, pero sin asomos de inconformidad. Algunas veces también esa misma noche del primero de noviembre, porque en mi pueblo se vela el primero de noviembre en la noche a los adultos y el dos de noviembre a los angelitos, también esa misma noche decía, había la oportunidad de sacar unos pesos, sucede que había algunos viejitos que no podían caminar entre las tumbas por lo oscuro y tenían miedo caerse, y actuábamos como guías para llevarlos a las tumbas de sus familiares, con un cartón al que se le pegaba una vela, los íbamos aluzando para que llegaran a su destino, eran buena las propinas que proporcionaban los ancianos agradecidos.
Tal vez las prosélitas de la igualdad de género van a cuestionar las situaciones narradas, pero en todas esas actividades que he descrito participábamos puros plebes hombres, las mujeres no tenían participación en esas tareas del panteón. Pasadas las festividades del día de los muertos, lo que se llegaba a comentar en la escuela era que el Nano había ganado cincuenta pesos en el panteón, o alguna de ellas que se andaba “volando” con el Eduardo, éste le alcanzaba a disparar una torta con las ganancias de esos días de circulación de monedas. El caso es que, pasada esa feria de los muertos, en la escuela se sabía a quién le había ido bien, llegaba con trapos nuevos, huaraches nuevos y andaba comprando tortas, chicles y demás golosinas a la hora del recreo. Ese era el termómetro económico de la bonanza del día de los muertos en Charay de aquellos años.
Aun con esa emoción de ganar algunos pesos, esas festividades representaban para nosotros la oportunidad de recordar y honrar la memoria de nuestros muertos, lo hacíamos con mucho fervor y respeto, escuchábamos a la abuela reseñando algunas virtudes y ejemplos en vida de los fallecidos. Esto en nuestros tiempos ya no es así, al panteón se va a tomar cerveza y a divertirse y, en muchos de los casos, como un mero requisito, se perdió ese fervor por nuestros antepasados fallecidos. Mal asunto ése, también así dice Joan Manuel Serrat.
Comentarios
Me sorprende, eso sí, el cambio de personajes en los días Primero y el Dos, por allá en su terruño, porque nunca supe que hubiera un lugar en Sinaloa, donde el Dos de Noviembre se velara a los Angelitos, y el Día Primero a los Adultos.
Por eso es bueno leer, pero lo es más escribir.
Saludos de su amigo José Manuel Frías Sarmiento
El tío Andrés solía decir: disfruten la vida, ¡VIVAN! mientras estamos aquí, ayúdense entre hermanos, déjense de andar de quejosos, de pelearse por cosas tontas. Tan bonito que es quererse entre familia, apoyarse pues. Ya muerto pa´que; luego están llore y llore con los remordimiento y el HUBIERA es muy castigador. hay que ser buenos entre todos pues. ¿Qué nos cuesta?
Reciba un abrazo de Culiacán hasta Los Mochis
Saludos cordiales
Atinadamente usted menciona que esta misma tradición ha cambiado de usanzas; espero que se conserve la misma esencia hoy en día. Posiblemente sigan cambiando con el tiempo; igualmente, espero que siga conservándose la esencia de este festejo que nos ha heredado las culturas originales de México.
Saludos, Doctor.