“Ramona, me manda mi papá por diez tamales”

RECUERDOS DE MI PADRE
                                                                                    
 Adán Lorenzo Apodaca Félix

Existe en la literatura universal muchas obras dedicadas al padre, una de las más famosas estoy seguro es la de Frank Kafka, “Carta al padre”, escrita en 1922. Tomando como referente esa gran obra universal sólo por el nombre, no por lo tratado en el rencor kafkiano, nos inspiramos para escribir algunas líneas sobre un gran hombre como lo fue nuestro padre, fallecido un 3 de julio de 2018, recientemente decimos los hermanos cuando nos referimos a él.
Roberto Apodaca Ramos nació en Charay, El Fuerte, Sinaloa, el 26 de julio de 1931. Ésa es la fecha que se consigna en su fe de bautismo, hijo natural de José María Apodaca y Eustolia Ramos Nolasco, (la abuela Tola. ¿Se acuerdan?), fue hasta tercer grado en la escuela primaria, pero las experiencias de esa gran maestra que es “la vida”, le complementaron su excelente formación como persona.
No pensaba escribir línea alguna sobre mi padre, quería que su recuerdo permaneciera inmaculado, sentía que si mencionaba algo de él, mi recuerdo iba a desvanecer en pedazos su figura. Sin embargo, un hecho reciente hizo que esbozara estas líneas. Héctor Suárez Gomís fue el causante de que me pusiera a bosquejar este escrito. Como todos sabemos en este país, el aludido es hijo de Héctor Suárez, famoso actor de sátira política y gran cómico, recientemente fallecido. Héctor hijo, dice de su padre que va a extrañar su sudor. Eso del sudor, fue lo que me inspiró a escribirle estas letras a Roberto Apodaca Ramos, mi padre, dos años de fallecido ya, aunque para nosotros parece que el tiempo no transcurre. 
Siempre que voy a la casa paterna, abro la puerta y veo su cama, aún están sus cigarros, son Lucky, fumó 50 años Raleigh hasta que la mercadotecnia los sustituyó, los fumaba bajo protesta, eran los que más se les parecían, decía, están también sus dos sombreros de palma, el que usaba para andar en la casa y el que se ponía para salir, aspiro profundamente  las almohadas y las sábanas, están impregnadas de ese olor a sudor suyo, no es un sudor detestable, de ese que dice Fernando Savater que produce que los viejos “apesten”, es un sudor agradable al olfato, característico de él, sudor acumulado de sus esfuerzos para darnos de comer y vestir con su trabajo en un camión de carga a mí y a siete hermanos más. Es un sudor agradable, no produce asco como otros sudores, cómo va a producir eso, si es lo que nos queda de su presencia física. De su paso por la tierra.
Fuiste un analfabeto para las cosas de la escuela, pero eras un docto para las cosas de la vida, trabajador incansable, poseedor de un alto sentido del humor, amoroso con tus ocho hijos, respetuoso de las instituciones, respeto que nos inculcaste con veneración idolátrica. Lo llaman ahora ambiente alfabetizador, al que debe haber en las casas con libros y otros dispositivos lectores. En nuestra precariedad económica, tú lo hacías con empaques de Maseca, con latas de manteca, con los envases de Coca cola y Pepsi cola, con las latas vacías de atunes, con los botes vacíos del choco mil Pancho Pantera, con todos esos envases que tenían letras nos hacías leer en casa colaborando con las tareas de la escuela. 
También recuerdo que cuando sentías que nos aburrías con la búsqueda de palabras en esos envases, nos ponías ejercicios de palabras al revés. Era maravilloso descubrir que Elizabet Lámina al revés se leía, “animal te vacilé”. Jamás estabas cansado para tales tareas, tus problemas matemáticos, planteados desde la lógica de lo que te sucedía en tu trabajo y desde la vida real, nunca estuvieron ausentes de tu repertorio didáctico. Las adivinanzas y los trabalenguas eran ejercicios que muy frecuentemente, por las tardes noches antes de acostarnos practicábamos, unos eran los tradicionales, los otros, tú los inventabas. Tenías ingenio para eso y más. Se ponía interesante el asunto cuando ante tus procesos creativos expresaba nuestra madre: “ya vas a empezar Beto”.
Mi padre era un tipo alto, güero, siempre con un profundo sentido del humor, un tipo aseado, aun en nuestra precaria condición económica siempre andaba con ropa limpia, bien lavada y planchada, producto del esfuerzo de nuestra madre, no era un tipo bebedor de cerveza ni vino, era jugador de baraja ocasional sin caer a vicioso empedernido, era buen vecino, buen hermano y un ejemplar hijo. Jamás nos avergonzamos de cosa alguna que él hubiera hecho en su vivir diario en el pueblo. Trató con respeto a todo mundo. 
Tenía como lo expresé líneas atrás, un alto sentido de la creación, teníamos nombre de pila como se estila decir por acá, pero en el contexto del hogar, nos tenía ubicados con apodos que él había inventado para cada uno de nosotros: “Tu hermana”, “Juanito”, “Drick”, “El Congo”, “La Folden”, “Gordo” “Negro” y “Negra”, ésos eran los alias de su creación y con los que al interior del hogar nos distinguía. 
Nos dejaste muchas lecciones de vida, destaco una que te pinta de corazón y cuerpo entero, lo sensato e inteligente que eras, aquella operación que te dejó ciego de los dos ojos por un error médico, (iatrogenias las llaman), cuando se te consultó para ver si autorizabas que ejerciéramos acción penal por negligencia contra el oftalmólogo que te intervino, recuerdo que tu sabia respuesta nos desconcertó a todos: “Para qué, demandándolo no voy a recuperar la vista, así que quede”, ésa fue tu genuina respuesta. Esa contestación filosófica de alto nivel, nos acabó de confirmar que teníamos un gran padre.
Tu condición de ciego no fue una carga para la familia, tú te encargaste de que eso no fuera así, conocías la casa familiar y sus rincones, por eso no se te dificultaba ir al baño o sentarte a la mesa a comer, era increíble como agarrabas la taza  y le echabas la cantidad justa de azúcar y café, tú sabías dónde estaban las toallas, la ropa que te ibas  a poner, tus calcetines y la ropa interior, alguien llegó a sospechar que no estabas privado de la vista como había sido el diagnóstico de los oculistas. Afilabas las truchas y el hacha, e incluso, hacías que te llevaran a cortar leña al monte cercano.
Sentías la necesidad de moverte, de hacer ejercicio decías tú, por eso sin que nadie te ayudara, pusiste un mecate de cáñamo de un extremo de tu casa a la de tu hijo Roberto en el mismo solar familiar, sin que nadie te guiara hacías el recorrido jalándote de la cuerda, 50 vueltas de 30 metros cada una, “mil quinientos metros”, decías ufano en tus elementales e infalibles matemáticas, eso recorrías casi a diario como parte de tus rutinas de ejercicios.
Fuiste un gran padre hasta tus últimos días, no quisiste alarmarnos con tu padecimiento, ese cáncer silencioso que dicen los  doctores que te mató, estoy seguro que tú ya lo sentías con presencia lacerante en tu cuerpo, ahora lo confirmo, quince días antes, cuando tu querido compadre Samuel Bacasegua falleció, pediste a uno de tus hijos que te llevara a tocar “la caja “ de tu compadre, tocaste el ataúd y alguien de los dolientes te oyó decir, “ a dónde te puedas ir compadre que no te alcance” y, en efecto, dos semanas después te fuiste con tu compadre, ¡ qué valor¡ Yo no lo hubiera  hecho.
Quisiste mucho a tus hijos, pero también exagerabas el amor para tus nietas y nietos, en especial a Heriberto, cuando te enterabas que algo mal había hecho este nieto, con tu sabia experiencia sólo acertabas de decir: “este Herí, deja que lo vea”. En lo particular, me encantaba que cada domingo me mandaras a los tamales de puerco con la Ramona, siempre pedías unos de masa aparte, “tontitos”, les decías. A mis casi sesenta años llegaba muy orgulloso al local en el cual se venden los tamales y decía con voz alta para que me escucharan los otros compradores: “Ramona, me manda mi papá por diez tamales”.
Eras un tipo listo, informado, no había noticiero de la radio nacional que no escucharas, “de una a tres”, cuando Jacobo vivía, ése era uno de tus preferidos, eras también asiduo radioescucha de Pepe Cárdenas, de Culiacán te emocionaba mucho escuchar por la radio el verbo combativo de la Tere Guerra. De los locales escuchabas a Luis Alberto Díaz en Línea Directa y a Carlos Cota en Los Guardianes de La Noche. Estabas enterado de los acontecimientos violentos de la vida nacional, cuando aparecían los muertos y decapitados por toda la geografía mexicana decías: “hijo en qué irá a parar todo esto”, te quiero decir que no ha parado esto como tú te preguntabas.
Fuiste y nos hiciste grandes aún en la desgracia, a los ocho días de tu fallecimiento llamaste a tu lado a nuestra madre, en ocho días adquirimos la condición de huérfanos de padre y madre. Pues ya ves, no quería escribirte, pero ese sudor de Héctor Suárez lo provocó. En   serio, como dice el viejo cantante argentino Piero, “era un buen tipo mi viejo”.

Comentarios

Estimado amigo Adán, su texto es muy evocativo y nos trae recuerdos a quienes ya no tenemos a nuestro padre con nosotros. A todos nos cuesta escribir sobre alguien tan querido, pero empezar a hacerlo es rendirle homenaje y mantener viva su memoria en los recuerdos de quienes disfrutamos y crecimos con su presencia, su cariño y sus consejos. Le felicito por su cariño filial, por su escritura y por ser padre también. Un abrazo de su amigo José Manuel Frías Sarmiento
josecruzmacias091@gmail.com dijo…
Gracias Doctor por compartir estos recuerdos, sin duda alguna es de lo mejor que le he leído, admirable la valentía, honestidad y sabiduría de nuestros viejos.
Ya no los hacen como antes.
Un abrazo.
José Cruz Macías
Renato Quintero dijo…
Amigo Adán en verdad que tu papá merece todo mi admiración y respeto fue un gran hombre y les dejo una herencia de incalculable valor sus consejos y sus enseñanzas son dignas de una gran persona. Pero por desgracias todo llega a su fin y nos quedan sus recuerdos y buenas enseñanzas las cuales en su memoria nunca se dé ende olvidar porque ese es lo que nos manteniendo con nosotros. Y como dice Daniel Ortega un gran revolucionario nicaragüense en unos de sus libros .refiriendose a carlos Ortega. " él es de los hombres que nunca mueren "
Con respeto y admiración a tu padre
Tu amigos RENATO QUINTERO A.
Maestro Frías, efectivamente como usted lo señala este pretende ser un homenaje para un padre ejemplar, nos sentimos tristes y felices, lo primero porque ya no está con nosotros y lo segundo porque sabemos que su legado está presente.Le agradezco sus comentarios, son fortalecedores y estimulantes.
Maestro José Cruz Macías Dueñas, cuando uno pone por delante al corazón para escribir, salen cosas buenas. Efectivamente, como usted bien lo señala "ya no se hacen como antes".Gracias por sus comentarios.
Amigo Renato Quintero le agradezco sus finos comentarios, son consoladores en estos tiempos tristes, efectivamente nos quedan recuerdos y enseñanzas.Buena cita de Ortega.
Gracias a todos, un abrazo desde Los Mochis.
Adán Apodaca
Perla Peinado dijo…
Que bello texto, casi puedo oler el sudor de su amado padre, me lleno de nostalgia y sorpresa leer pasajes tan parecidos a la vida y obra de mi señor padre que también partió de este mundo hace muy pocos años, coincidentemente de un cancer silencioso. El día domingo con motivo del Día del padre, escribir en mi red social, “padre gracias por cada gota de sudor que dejaste en el campo para darnos todo lo que necesitábamos”. Este tipo de escritos son los que hacen que leer valga la pena, son las letras que te invitan a escribir aquello que tu mente evoca, gracias por inspirar , gracias por compartir tan bellos y privados recuerdos con su padre.
Óscar Melchor Ávila dijo…
Conmovedor relato de mi estimado maestro del Doctorado en Gestión Educativa, Dr. Adán Lorenzo Apodaca Félix. me solidarizo y emociono, con el, porque recientemente escribí la historia de vida de mi padre,(La incluí en mi libro: Sinaloa, tierra de compositores y artistas. Un viaje por su geografía e historia), que gracias a Dios, aun vive y me ha pedido a sus 82, casi 83 años de edad, regresar a su pueblo natal, Ajoya, en el municipio de San Ignacio, Sinaloa, para recordar y reencontrarse con la casa y lugares de su niñez, la de sus primeros ocho años. Pasando el confinamiento por COVID 19, y si Dios me lo permite, llevare a Don Isaías Millán Ríos, a su natal Ajoya. Saludos, maestro Frías y Doctor Apodaca Félix.
LEA-V dijo…
Miren, mis estimados amigos y colegas. Uno piensa y cree que las urdimbres de las crianzas familiares, son únicas e irrepetibles. Cuando leo el hermoso y llegador texto del Dr./amigo Adán Apodaca, dedicado a su padre. Lo que provoca en mi, es revivir los recuerdos y momentos de crianza con mi padre Don Poncho Calina, que también para variar qepd. Noto, como algunos elementos y cosas referidas en las narrativas de las crianzas de nuestras familias sinaloenses, se asemejan y se repiten. Somos en esencia muy parecidos. Por un lado digo, qué bueno. Ese compartir generacional, nos hace más hermanables. El asunto, es que para darnos cuentas de este fenómeno, que nos hace sinaloense, efectivamente lo tenemos que narrar. Por eso, por el valor, por enfrentarse al moco y a la lágrima, al escribir sobre su señor Padre, mi amplio reconocimiento para el Dr. Adán. A mi padre por ejemplo lo referí en el pequeño texto de los 4 o 5 Tactos humanos.

Gracias Dr. Adán, por precisarnos de donde venimos y a quiénes nos debemos.

Un abrazo fuerte, pero de Veldá, como dice Lupito, amigo de JM Frías.
Estimado amigo Luis Enrique, aunque somos pocos los que comentamos y escribimos en este blog, son muchos más los que nos leen, y para ellos son estos relatos "llegadores". Y los temas sencillos son los más profundos porque salen del Alma y reflejan lo que somos y de donde venimos. Por eso nomás vale la pena seguir dando lata con pedirles que se atrevan a escribir a la plebada de hoy y a los jóvenes de antaño. Saludos

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