¿Fue mejor la niñez de antaño o se divierten más los morritos de ahora?
PLEBES DE RANCHO
José Manuel Frías Sarmiento
Dicen los refranes, y los viejitos de antaño, que todo tiempo pasado fue mejor, y tal vez tengan razón, en el sentido de que ya pasó y estamos vivos para contarlo, mientras que el presente violento que afrontamos, sabrá Dios si podamos relatarlo. Pero, y en esto de los juegos infantiles, ¿fue mejor la niñez de antaño o se divierten más los morritos de ahora?
Vamos a situarnos en un rancho, pa’ más señas, El Aguaje, allá cerquitas del Dique Mariquita, en medio de Calomato, Recoveco y Vitaruto. Los plebes de allá corríamos con libertad por el arroyo, los barrancos y los montes, apedreando huicos, enzorcalando cholis y cortando guamúchiles y nanchis.
Nos tirábamos clavados de los puentes en los canales de riego en pura truza o a rin pelón, nadábamos en los charcos hondos del arroyo cuando crecía con las llovidas, sacando cauques de las cuevas y debajo de las piedras.
Pescábamos chopas y bagres con anzuelo y piola de nailon, matábamos palomas con tiradores y comíamos ayales y papachis negros y sabrosos. Jugábamos con trompos de verdad, no los trompitos de plástico de ahora, aquellos eran de madera dura y con punta de clavo bien afilada para partir los trompos de los otros.
Fundíamos el plomo de las baterías de carro y lo moldeábamos en tapaderas de frascos de mayonesa. Hacíamos pesas de concreto en botes de leche Nido y costales de box rellenos de arena y aserrín, pa’ sentirnos los Rubén Olivares y los Mantequilla Nápoles de entonces. Jugábamos al hogado y a la rueda con gordolobos y tiritos de canicas que enterrábamos en botes atrás de la casa para que nadie las robara.
Cortábamos las tapas de las cajas de cerillos para jugar con cientos de cartitas, como el paco de Don José Frías, y hacíamos careadas de volibol con pelotas parchadas por todos lados. Fabricábamos pelotas de trapo con calcetines viejos, a doble y doble, para jugar al beis y nos golpeábamos el cuerpo jugando al bombardeo.
Éramos expertos para los encantados, el bote, la chinchilegua y las escondidas. Telefoneábamos con botes de leche Clavel y cuerdas de cáñamo. Empujábamos aros de alambre como ruedas. Nos metíamos en viejas y grandes llantas de carro maderero para rodar por patios y bajadas. Armábamos avalanchas con tablas y llantitas de lo que fuera y hacíamos carretillas con tablas, y ruedas de madera de cardón.
Éramos plebes de rancho y gozábamos la vida sin ambicionar más de lo que teníamos a la mano, lo demás lo inventábamos, lo imaginábamos y lo construíamos. Casi nada pedíamos a nuestros padres para jugar. Nada más libertad para correr por todo el rancho y sus alrededores. Ya cansados de jugar a los balazos con pistolas y rifles de palo, acompañábamos a los adultos a jugar lotería con granos de maíz y a oírlos contar las mismas historias de nahuales y de aparecidos, en las orillas de los panteones o en el cruce de los caminos y al pie de la lomita de la Santa Cruz, allá por Las Brisas y yendo rumbo al Palmarito.
Éramos plebes que se agarraban a trompadas por una canica o por una cartita de cerillos, pero jamás nadie nos mandó con psicólogos para curarnos de traumas inexistentes. No teníamos rencores y otro día volvíamos a reunirnos a jugar los mismos de siempre, a los mismos juegos y en los mismos arroyos y barrancos.
¿Y los niños de ahora qué podrán contar, escondidos en un cuarto, platicando con desconocidos, subiendo cientos de fotografías y manoteando frente a una pantalla destelleante? ¿Serán más felices que los niños de antes que éramos nosotros? ¿Disfrutarán más ellos con sus celulares, con sus audífonos con orejeras y sus mundos virtuales, se divertirán y aprenderán más que nosotros cuando saltábamos en los canales y trepábamos a los árboles para sentirnos los tarzanes que mirábamos en las películas de los cines ambulantes de los húngaros? ¿Qué opinan ustedes, que así crecieron y jugaron, ustedes que también son padres, abuelos y profesores de estos niños que no saben platicar de nada que no venga del mundo virtual? ¿No sería chilo mezclar el antes artesanal y creativo con este después tecnologizado que ahora tiene maniatados y amordazados a nuestros hijos y alumnos?
Comentarios
Saludos estimado amigo Frías
Saludos y un abrazo
Gracias por su generoso relato. Me parece que la tecnología ha entrado en nuestras vidas de forma disruptiva y abrupta; tanto que las niñas y niños están desplazando experiencias vitales por momentos efímeros frente a pantallas. Estoy seguro de que tener cierto dominio tecnológico es fundamental para desenvolvernos en nuestro día a día; pero no sé cuáles serán, en un futuro muy cercano, las consecuencias en el desarrollo físico y social de estos niños que están desplazando los juegos y la convivencia, por ciberdiversión. Un tema que merece profunda reflexión.
Saludos profesor José Manuel
Oscar Isaac
Algo curioso pero bien evocado por usted maestro Frías. ¿De dónde sacará tantos relatos?
ATTE Rigoberto Ríos.