“Descubrió que la verdadera alegría no está en tener mucho para uno mismo, sino en compartir lo que se tiene con los demás”
LA MAGIA DE COMPARTIR
Maira Francisca Ayón Cervantes
En un
bosque lleno de árboles de caramelos y ríos de chocolate vivía una pequeña
duende llamada Ary. Ary era una duende muy especial, porque tenía un corazón
lleno de alegría, pero también era muy egoísta.
Le encantaba comer todos los dulces del bosque, sin compartir con nadie.
Los demás duendes la veían con tristeza, pues Ary, a pesar de su alegría, no la
compartía.
Un día,
una terrible tormenta azotó el bosque. Los ríos de chocolate se desbordaron,
los árboles de caramelos se rompieron, y todos los duendes se refugiaron en sus
casitas, asustados y tristes. Ary, en su egoísmo, se escondió en su casita con
un gran montón de dulces, sin preocuparse por los demás.
De
pronto, escuchó un pequeño llanto. Era una duendecilla muy pequeña, llamada
Luna, que había perdido a su familia en la tormenta. Luna estaba sola, asustada
y hambrienta. Ary, al verla, sintió un pinchazo en su corazón. Por primera vez,
pensó en alguien más que en ella misma.
Con
cuidado, Ary salió de su casita y se acercó a Luna. Le ofreció un pequeño caramelo,
luego otro, y otro más. Luna, con sus ojos grandes y brillantes, comió los
dulces con agradecimiento. Ary se sintió
feliz al ver la sonrisa de Luna, una felicidad mucho mayor que la que sentía al
comer todos los dulces para ella sola.
Juntas,
Ary y Luna buscaron a la familia de Luna.
Ary, olvidando su egoísmo, ayudó a otros duendes necesitados,
compartiendo sus dulces y su alegría.
Cuando la tormenta terminó, el bosque estaba dañado, pero los duendes se
habían unido, ayudándose mutuamente a reconstruir sus hogares.
Ary
aprendió una gran lección ese día. Descubrió que la verdadera alegría no está
en tener mucho para uno mismo, sino en compartir lo que se tiene con los demás.
Desde entonces, Ary se convirtió en la duende más querida del bosque, siempre
dispuesta a ayudar y a compartir su alegría con todos. Su corazón, antes lleno de egoísmo, ahora
rebosaba de amor y generosidad.

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Saludos, José Manuel Frías Sarmiento